Misión a EE.UU. para instalar que la Argentina es más que Cristina
Todo se ha vuelto demasiado vertiginoso antes de tiempo. Para el gobierno de Mauricio Macri, el lapso que va hasta el 10 de diciembre se cuenta por segundos interminables. Sus signos vitales se miden en las pizarras del dólar, en el porcentaje mensual de inflación, en el índice diario de riesgo país, en las encuestas electorales y en la paz o la agitación callejera.
Son demasiados los frentes que tiene abiertos el oficialismo, y todos confluyen para presionar sobre un solo vértice, que se llama confianza o credibilidad. Ahí está su principal déficit, y hacia la búsqueda de su recuperación desplegará toda su energía en estos días con varias acciones y misiones, tan proactivas como preventivas.
Lo más importante serán los diálogos que mantendrá el equipo económico con las autoridades del FMI para tratar de flexibilizar en algo las restricciones impuestas y aumentar su capacidad de maniobra en el mercado cambiario. Pero no menos relevancia tendrán las misiones oficiosas que se desarrollarán en estos días en la capital de Estados Unidos y en Nueva York.
Allí, el Gobierno tratará de instalar, por diversas vías, la idea de que "la Argentina es más que Cristina", como lo definió un legislador oficialista que desde hoy participará de la reunión del Foro Estratégico Argentina-Estados Unidos, impulsado por uno de los más importantes e influyentes think tanks de Washington, el CSIS.
El objetivo es que tenga positiva repercusión acá (o al menos que frenen en algo la onda negativa) lo que hagan y digan allá los oficialistas Federico Pinedo y Luciano Laspina y el diputado opositor Marco Lavagna, así como los representantes del sector empresario, en las reuniones que mantendrán con funcionarios del gobierno de Trump, con congresistas, con directivos de organismos multilaterales y con representantes de fondos de inversión.
La idea madre es erradicar del diccionario de las relaciones bilaterales -y, sobre todo, de la cabeza (y del bolsillo) de los inversores- la palabra maldita del default. Así la denominó y eso se propuso hacer Miguel Ángel Pichetto a lo largo de toda la cargada agenda de reuniones que mantuvo la semana pasada en EE.UU. La deuda del Gobierno con el senador rionegrino se sigue agrandando. Otro pasivo que aún no sabe cómo pagará.
La difusión de encuestas durante la Semana Santa, con la fulgurante resurrección en la opinión pública de Cristina Kirchner, fue un auténtico vía crucis para el Gobierno. La incertidumbre reavivó los temores de los inversores y reapareció el fantasma del default. El recuerdo que dejó Cristina en los mercados internacionales, con la deuda impaga a los holdouts al final del largo kirchnerato, es imborrable para personas con aversión a las pérdidas, como las que habitan el mundo de las finanzas.
La presencia del hijo del protopostulante presidencial Roberto Lavagna y la posición que llevará a esas reuniones se sumarán a la fijada por Pichetto. Con ese insumo, los representantes del Gobierno buscarán convencer a sus interlocutores de que la dirigencia que representa más de la mitad del electorado está lejos de volver a aquel pasado. Ese que alimenta aún más todas las desconfianzas generadas por este presente.
El Gobierno no lo nombra, pero también Sergio Massa se anota en el espacio de los antidefault. Lo reafirmó en una reciente entrevista con el diario español El País, en la que al mismo tiempo subrayó que el acuerdo con el FMI debe ser negociado y que la política económica tiene que ser reformada. En eso también coincide, y así lo dirá en Washington, Marco Lavagna. Nada que moleste demasiado al oficialismo. Especialmente lo de la renegociación. Casi es una ayuda para las gestiones que emprenderá Dujovne.
Sin embargo, ni aun en la necesidad el Gobierno olvida rencores. La frase con la que se tituló aquella entrevista ("Los muertos no pagan") no cayó bien en las inmediaciones de la terapia intensiva oficialista. La vieja inquina entre Massa y Macri no cesa ni al borde del abismo. El líder del Frente Renovador dice que es otra muestra de la ingratitud macrista. Afirma que funcionarios del Fondo lo calificaron de "sensato". En el calendario electoral no figura el día del perdón.
Las jornadas que empiezan pondrán a prueba la salud del peso, la confianza en la capacidad de pago del país y las propiedades analgésicas de todas las gestiones exteriores. Mientras tanto, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y otros funcionarios de Macri recorren el país para sostener el tinglado de Cambiemos y evitar grietas en la alianza oficialista.
No es fácil manejar ansiedades ni demandas de los socios cuando desde la cúpula casi la única idea fuerza que baja para estas horas es la del aguante, antes que la revisión de algunos paradigmas. Mucho menos cuando, al mismo tiempo, se agrandan los fantasmas que echaron a volar las encuestas, al asignársele todos los males a la incertidumbre política desatada por un posible regreso del kirchnerismo. La comunicación gubernamental sigue marcando diferencias entre macristas puros y oficialistas críticos.
El modo herbívoro y silente en el que se programó Cristina para esta etapa complica un poco más las cosas, más allá de las costuras del traje original que "sinceramente" expone y deja entrever el best seller de la expresidenta. La supuesta vocación de revisar el fondo y las formas de varias de sus políticas más revulsivas para los sectores moderados logra agrietar algunos rechazos y horada el discurso del miedo al pasado del oficialismo. Que en el Gobierno digan que no mejoró la imagen de Cristina, sino que cayó más la de Macri no altera la ecuación esencial.
Sin embargo, el nuevo discurso kirchnerista, que inesperadamente reivindica la bandera brasileña, en algo puede venir en auxilio del Gobierno. La consigna del orden (y el progreso) no es para despreciar en estos tiempos de angustia económica en los que Macri necesita en las calles de la paz social que no le dan los mercados en los indicadores.
El paro y la movilización sindical de esta semana no se prevén en condiciones de romper récords de adhesión, pero cualquier chispa puede ser riesgosa en una bosque seco de satisfacción. Resulta un alivio para el Gobierno que a la mayoría de los grandes jugadores políticos, sindicales y sociales, siga sin convenirles que se encienda ni siquiera un fogón. No es poco cuando han vuelto a asomar algunas de las conductas autodestructivas que la dirigencia argentina suele adoptar en los momentos críticos. Pero todo es precario.
El paso de los meses, mientras se mantiene la fragmentación política en medio de las angustias económicas, conforma un escenario inquietante para los líderes sindicales más moderados.
"Los gordos" y otros dirigentes menos poderosos que no quieren ser embestidos por los camiones de Hugo Moyano ni arriados por los discursos más radicalizados de la dirigencia de la CTA esperan y demandan algunas definiciones del peronismo antikirchnerista. Se lo hicieron saber tanto a Lavagna como a Massa.
Después de esos encuentros, ambos dirigentes morigeraron el filo de lo que los dividía. La palabra PASO sigue sin agradarle al economista, pero ya no se advierten signos tan evidentes de la vieja urticaria que le provocaba. Y Massa prefiere evitar pronunciarse asertivamente, aun en la intimidad, sobre un renunciamiento de Cristina, al que hasta hace nada apostaba.
Los sindicalistas que quieren seguir lejos del krichnerismo, pero al que el Gobierno muchas veces parece empeñado en empujarlos con sus desaciertos económicos, esperan que las elecciones cordobesas del 12 de mayo terminen por ordenar al peronismo alternativo para darles un punto de apoyo. Tanto como que el paro y la movilización de sus adversarios gremiales sean una válvula de escape y no la señal de largada de una escalada.
A veces entre los que coinciden con el Gobierno se cuentan más de los que parece. Al menos en las urgencias. Son los que esperan poder demostrar, también, que la Argentina es más que Cristina.
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