Militancia “golondrina”: las organizaciones sociales de izquierda, beneficiadas por el malestar de las bases oficialistas
Según sus dirigentes, hay un “éxodo” de los movimientos oficialistas a expresiones más combativas; la intención de “construir conciencia” y el reclamo por la “universalización” de los programas sociales
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El creciente protagonismo tomado por las organizaciones sociales de izquierda es un dato insoslayable del actual escenario político. Mediante grandes movilizaciones, el “movimiento piquetero” volvió a ganar la calle, a medida que avanza el deterioro económico y los sectores más castigados por la crisis reclaman una mejor contención. Sin embargo, mucho se habla de sus dirigentes, pero poco de sus bases. ¿Qué sucede con los integrantes de los movimientos que, semana tras semana, marchan hacia el Ministerio de Desarrollo Social?
“Vemos un éxodo desde las organizaciones oficialistas hacia nosotros”, relata a LA NACION el dirigente social Eduardo Belliboni, referente del Polo Obrero, una de las agrupaciones que forma parte de la Unidad Piquetera y que, con cada vez mayor frecuencia, está al frente de los reclamos sobre la avenida 9 de Julio.
“En el Polo debemos tener unos 5.000 compañeros que se han pasado en el último año desde el Movimiento Evita o Somos Barrio de Pie”, señala Belliboni, quien encuentra en “la manipulación y el maltrato” el factor fundamental que, según interpreta, empuja a las personas a buscar otras representaciones. Son características de “la vieja y tradicional política” que todavía persisten en los territorios.
“Hay barrios enteros que se cansaron del puntero, que están hartos de la contención mal entendida y del control de las expectativas, en manos de gente acostumbrada al autoritarismo y que se aprovecha de las necesidades. El caso de Villa Palito, en La Matanza, es uno. Incluso en otras partes del país, como Tucumán, tenemos gente que se viene con nosotros, individualmente o en grupo”, puntualiza.
Otro motivo para entender este fenómeno estaría, según el dirigente trotskista, en el desencanto generado por la gestión del Frente de Todos: “A casi dos años de la asunción de Alberto Fernández, la desilusión en los barrios es enorme. Lo que para mucha gente fue una apuesta para superar a Macri, hoy la imagen que hay del Presidente también es la de un ajustador”, analiza Belliboni. Y sintetiza, arengándose: “Nosotros somos un canal de lucha concreta que busca llevar adelante las reivindicaciones que el Gobierno prometió y no cumplió”.
Golondrinas
“En los movimientos, si no hay una politización, la gente tiende a tener un comportamiento golondrina”. La frase corresponde a Mónica Sulle, coordinadora nacional del MST Teresa Vive, una organización con presencia en todo el país y que cuenta con más de 20.000 miembros. Sulle profundiza en el concepto: “Con ‘golondrina’ me refiero a la actitud de ir buscando un lugar en el que se pueda estar mejor. Esa es una característica de los compañeros de los movimientos sociales: van de un lado para el otro”, precisa.
Sin embargo, la dirigente aclara que esos traspasos lejos están de ser por convicción ideológica: lo que prima a la hora de “volar” es la necesidad. Y que, por eso, el rol de los movimientos debe ser el de buscar “construir conciencia” en esos sectores.
“En una organización, quien está adentro es porque está convencido de la línea política. En los movimientos eso no sucede. Por eso hay que generarle la consciencia al compañero, hacerle ver por qué se tiene esa necesidad. Y que entienda que se pelea contra el sistema para no tener que seguir marchando por un plan o por comida”, indica Sulle en diálogo con LA NACION.
Consultada por los casos de personas que desean incorporarse al MST Teresa Vive, la dirigente responde: “A los que se acercan le damos la atención necesaria, pero no somos de las organizaciones que van en búsqueda de gente para darle un plan. No queremos vacas”. Sulle hace referencia al programa Potenciar Trabajo, el principal ingreso ($16.000, el equivalente a medio salario mínimo, por media jornada laboral) que perciben hoy más de 1 millón de trabajadores encuadrados dentro de alguna actividad no registrada. Cada uno de ellos cuenta con su propia tarjeta y los movimientos sociales intervienen al momento del reparto de los cupos.
En ese sentido, la referente territorial reconoce que, al tener cupos tan limitados, cuando algún miembro decide irse de la organización, no tienen otra alternativa que solicitar la baja: “Son cupos nuestros, que en realidad queremos tener para los compañeros que hagan las tareas, que militen, que cumplan con las prestaciones que nos piden en cada comedor”.
Hace tiempo que los piqueteros piden que se “universalicen” los programas sociales, para que ya no dependan de esa intermediación y que cualquier trabajador informal que se anote esté en condiciones de cobrarlos. “Tiene que existir la posibilidad de resguardar al que quiera pasarse o irse, sea de la organización que sea y hacia la organización que sea”, señala Sulle.
La semana pasada, el Polo Obrero había solicitado una reunión especial con Emilio Pérsico. La intención era exigirle al dirigente del Movimiento Evita, en su rol de secretario de Economía Social de la Nación, que se le garantice “cobertura” a aquellos beneficiarios del Potenciar Trabajo que decidieron cambiar de pertenencia. Sin embargo, el encuentro finalmente no se concretó.
“A través de los cupos, mantienen a la gente controlada. Por eso queremos que quien busca en nosotros una opción distinta, que ha hecho uso de su derecho a estar donde se le dé la gana, no sea castigado con la baja del plan o con algún recorte de dinero, como ya sucedió en otras oportunidades”, apunta Belliboni. Y agrega: “Necesitamos que se lo proteja en su decisión y que Pérsico sea el garante de eso”.
A diferencia de los movimientos sociales alineados con la Casa Rosada, que plantean que el Estado debe reconocer a los trabajadores informales en tanto trabajadores, garantizándoles las condiciones laborales necesarias para su propio emprendimiento, las organizaciones de izquierda ven en la noción de “economía popular” un ardid que busca enmascarar la precarización laboral y eludir la lucha por “trabajo genuino”. Disidencias conceptuales traducidas en estrategias políticas decididamente antagónicas.
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