Milei y la trampa inevitable del principio de revelación
Gobernar una realidad complejísima como la de la Argentina presenta ese riesgo: que la realidad se imponga sobre cualquier batalla cultural que se busque dar
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Esta vez el principio de revelación dejó expuesto al presidente Javier Milei, y por partida doble. De un lado, la violencia narco en su faceta terrorista borró de un plumazo el optimismo con el que Milei sintetizó sus éxitos en la lucha contra el crimen organizado del narco en Rosario apenas diez días atrás, el 1° de marzo, en el discurso de apertura de sesiones legislativas: “En Rosario, se logró reducir en dos meses casi un 60 por ciento el homicidio doloso en la vía pública en las zonas controladas por las fuerzas federales”, había dicho. Hoy Rosario y el país están consternados por la escalada de asesinatos de “inocentes”, tal como catalogan los mismos narcos a las víctimas elegidas.
Del otro lado, la identidad anticasta de Milei, central en su visión política, fue la víctima de un error autoinfligido: quedó magullada con la autorización presidencial al aumento de su salario y el de sus ministros y secretarios de Estado en un 48%. Tuvo que dar marcha atrás. El episodio se convirtió en una suerte de parábola del cazador cazado. La revelación del anticasta castificado.
Gobernar una realidad complejísima como la de la Argentina presenta ese riesgo: que la realidad se imponga sobre cualquier batalla cultural que se busque dar. Y que la batalla por el sentido común no logre maquillar las consecuencias implacables de los problemas estructurales más profundos y difíciles que Milei jura poder resolver. Por ejemplo, la inseguridad narco y la inflación.
Dos meses de gobierno es nada, pero la ansiedad por mostrar eficacia en todos los frentes termina por confundirse con exitismo estratégico: el resultado positivo de hoy puede quedar cuestionado la semana siguiente. En el tema Rosario, a Milei lo alcanzó la hora de la verdad con sus revelaciones: esta vez, el diseño del tablero que expuso la naturaleza y los intereses de los distintos jugadores no quedó en la órbita estratégica del Presidente y sus hombres y mujeres de confianza. Quedó, al contrario, en manos del narcoterrorismo, que les marcó la cancha con total crueldad a todos, a la gente, por supuesto, pero sobre todo a Milei y su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y también al gobernador Maximiliano Pullaro.
El mundo es plano y hoy parece ser mileísta, pero no tanto: ahí está la cuestión. La imagen a la Bukele que divulgó el gobernador Pullaro hace menos de una semana en redes sociales mostró el alcance de esa premisa, cuando sucedió lo impensable: los ídolos de Milei más políticamente incorrectos, el método Bukele en ese caso, llegaron incluso a las orillas del republicanismo de un gobernador radical “socialista”, según las acusaciones de las fuerzas libertarias. “Cada vez la van a pasar peor”, fue el mensaje de Pullaro a una escena de presos casi desnudos, arrodillados, maniatados y fuertemente custodiados por fuerzas de seguridad vestidas y pertrechadas hasta los dientes. El mensaje pudo haberlo posteado Milei, pero fue el radical Pullaro.
Del Pullaro estilo Bukele de hoy al Pullaro del pasado, ministro de Seguridad del gobierno socialista de Santa Fe, encabezado por el entonces gobernador, Miguel Lifschitz, o al Pullaro que apoyó el consensualismo de Horacio Rodríguez Larreta en la interna de Juntos por el Cambio, todo un trayecto: el combate abierto de Pullaro contra el narco en Rosario nunca antes había alcanzado semejante dimensión gráfica. El Pullaro bukelizado de hoy no solo aparece alineado con la política mileísta de mano dura contra el narco, sino también dispuesto a exhibir los símbolos que mejor la representan.
Sin embargo, la realidad de Rosario acaba de mostrar la existencia de un problema estructural que no se resuelve solo con la bandera de la mano dura, no importa si enarbolada por la desmesura libertaria de Milei o por “el radical-socialismo” biempensante de Pullaro.
Dos aclaraciones. Por un lado, no hay dudas de que el recambio en la gobernación de Santa Fe y en la presidencia de la Nación trajo un cambio de régimen en Rosario: además de la inflación y la seguridad, el combate contra el narco está en el centro de las promesas de Milei y de Bullrich. Las diferencias con la gestión anterior son dato: hace exactamente un año, los rosarinos se autoconvocaron en el Monumento a la Bandera para llamar la atención de la política y de la sociedad ante la ola de asesinatos que vivió esa ciudad en los primeros meses de 2023. Ese mismo día, el 22 de febrero, el entonces presidente Alberto Fernández se encontraba en la Antártida, ajeno a la consigna que describía el drama del narco: “Rosario sangra”.
¿Cómo fue posible que de la corrección política del garantismo se llegara a la legitimación de la mano dura y su representación pública, ya no solo por parte de Milei, sino también por fuerzas políticas menos amigas de ese discurso? Parte de la respuesta está en la permisividad o indiferencia del kirchnerismo. Sobre esa plataforma, lo que era inadmisible para el kirchnerismo y dilemático para el macrismo o los radicales Milei lo volvió aceptable.
Por otro lado, Milei tejió su autoelogio ante la Asamblea Legislativa a partir de un dato cierto: la disminución de homicidios registrada en Rosario cuando se comparan los primeros meses de 2023 con los de 2024, que coinciden con el inicio de su presidencia. Mientras que en enero y febrero de 2023 hubo 46 homicidios dolosos en Rosario, en el mismo bimestre de este año hubo 24, una caída del 47%. En toda la ciudad, y no solo en las zonas controladas por las fuerzas federales, los homicidios dolosos en la vía pública cayeron un 57%. Son datos oficiales del Ministerio de Seguridad nacional.
Esos datos ciertos alentaron en el Gobierno lecturas que hoy se muestran apresuradas sobre el éxito de su política antinarco: la cantidad de homicidios, que pareció un dato positivo, es reemplazada por un aumento en la osadía de la estrategia terrorista del narco, que ahora le habla de igual a igual al poder político, y en la institucionalización de “los inocentes” como la nueva categoría de objetivo narco.
No hay soluciones fáciles, parece ser la lección. Ante la evidencia del nivel de dificultad del tema, cualquier atajo publicitado resulta, más bien, marketing político. Victorias efímeras: apenas para un posteo de X que queda desmentido al día siguiente. Por momentos, a la política le alcanza con eso. Pero en la curva más larga de los procesos el horizonte es más difícil de prever.
En Rosario, taxistas, choferes, playeros, trabajadores comunes y corrientes quedan convertidos en el arquetipo de las víctimas: sufren el embate de la crisis económica y la inflación y, también, la crueldad más extrema de la inseguridad. Una realidad de la que la burbuja de la “casta política” está preservada por el momento o se esfuerza por evitar a toda costa.
En el plano de la seguridad, dirigentes políticos logran una protección policial, e incluso militar, para sus familias que el ciudadano de a pie está lejos de conseguir. Los casos de la familia de Pullaro o de María Eugenia Vidal y su familia, que se mudó a una base militar en sus años de gobernadora, son un ejemplo. Para salvarse, a los rosarinos solo les queda encerrarse en sus hogares y detener la vida cotidiana. En el plano de la crisis económica, los aumentos salariales del Ejecutivo, tan cuestionados, son un ejemplo del poder político puesto a servirse a sí mismo.
En el caso de los sueldos del “círculo rojo” de la Casa Rosada, la inflación y sus efectos terminaron jugándoles una trampa y dejaron expuesto a Milei. Ninguna de las interpretaciones posibles lo deja bien parado. O lo muestran firmando sin leer. O exhiben la falta de cohesión de su gobierno en torno a la idea del sacrificio necesario. O lo exponen en su reflejo de casta política a pesar de sí mismo. Los esfuerzos para despegarse de esa decisión escalaron hasta el ridículo: un nivel de extravagancia que arranca, por lo menos, una sonrisa irónica. Para encontrar un chivo expiatorio que no tocara a las figuras de su confianza que quedaron comprometidas en ese decreto, el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y la ministra Sandra Pettovello, Milei tuvo que sacar del armario a un secretario de Estado, el de Trabajo, con seis grados de separación, por lo menos, de aquella decisión.
Cristina Kirchner captó el sentido del momento no porque la acompañe la razón: su responsabilidad en la crisis económica endémica y su millonaria jubilación complican sus juicios de valor. Pero le encontró el tono a la crítica a Milei por el tema sueldo: no se lo tomó en serio, pero lo expuso. Un duelo de desmesuras en el que la exvicepresidenta entendió que el poder político de Milei pende de un hilo clave: el poder de lo intangible. En ese episodio, el poder de la ironía se convirtió en su arma política.
La larga marcha de la Argentina libertaria ya se inició. Ante dramas como los que vive Rosario, las tácticas de Milei en el mundo de lo intangible y virtual pueden jugarle en contra. La cuestión es si Milei logrará seguir siendo el presidente de amianto que pretende ser. Y que está obligado a ser.
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