Milei y el nuevo modelo de la violencia institucional
El Presidente aplica un triple shock en el plano de lo material y de lo intangible, que busca dejar knockout primero al déficit fiscal y la inflación, segundo a la oposición y, tercero, al sentido común kirchnerista
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Shock fiscal. Shock verbal. Y shock de provocaciones. A poco de terminar su primer año de gobierno, la presidencia de Javier Milei ya encontró su forma: un triple shock aplicado en el plano de lo material y de lo intangible que busca dejar knockout primero al déficit fiscal y la inflación, segundo a la oposición y “castas” varias y tercero, al sentido común kirchnerista en particular y progresista en general. En la última semana, las batallas que llevan del CCK al Palacio Libertad Sarmiento, del Día del Respeto a la Diversidad Cultural al Día de la Raza, de la empatía universitaria del kirchnerismo y parte del radicalismo a la batalla universitaria del Gobierno veto en mano, consolidan esa forma. Detrás de la hiperacción retórica del gobierno de Milei y su decisionismo vertiginoso, funciona tácitamente un modelo propio de violencia institucional. El cambio de época de la Argentina kirchnerista a la Argentina de Milei puede sintetizarse en una confrontación de dos modelos de violencia institucional.
De un lado, el modelo de violencia institucional a la Milei. Para Milei, la puja política clave es contra la violencia simbólica y fiscal del Estado. A esa violencia del Estado, Milei le responde con la violencia de su shock ajustador y desregulador elevado a la enésima potencia. En el triple shock se concreta su destino político, según su propia definición: “Soy el topo que destruye el Estado desde adentro”.
Del otro lado, una hegemonía política que se autopercibe como la única legítima a la hora de representar la voluntad popular, el kirchnerismo. Hay una deuda pendiente en el análisis de la calidad institucional de la democracia argentina: sopesar con precisión el tipo de violencia institucional que implicó, en 2015, la decisión de Cristina Kirchner, entonces Presidenta, de no participar de la entrega del poder al Presidente electo democráticamente que la iba a suceder, Mauricio Macri. En 2023, esa pretensión de autopercibida superioridad democrática atravesó el debate en torno a Massa o Milei, con el kirchnerismo y sus votantes poniendo la balanza de la legitimidad de representación popular del lado de Massa, a pesar de todo.
Toda forma de narración política implica un contenido de esa forma. Detrás de la fiereza con la que Milei ajusta y achica el Estado, da sus batallas discursivas y produce noticias irritantes para el progresismo nacional y global hay un modelo de relación entre el gobierno y la cosa pública. No es el modelo de violencia institucional argentino de partido militar versus democracia. Tampoco el modelo clásico de violencia legítima del Estado para vigilar y castigar. Ni tampoco el modelo kirchnerista que se arroga la representación de los derechos de los más pobres y desafía a la competencia política y la alternancia de gobierno como un error imperdonable de la matrix democrática. Para el kirchnerismo, la alternancia de fuerzas políticas ideológicamente opuestas es un escándalo lógico casi inconcebible.
En la Argentina de Milei, la violencia institucional es el norte de la acción de gobierno. Su ciudadano arquetípico no es el “pueblo” sino el “pagador de impuestos”. Ni siquiera “contribuyente” es una categoría aceptable para el mileísmo: cualquier mención en ese sentido, genera una corrección libertaria que repone el término “pagador de impuestos”. Toda la dimensión social y progresiva de la obligación de tributar queda completamente borrada en la concepción de Estado y cosa pública del mileísmo. Al contrario, tributar es ser castigado. Gobernar con déficit es castigar.
La puteada de Estado y la rabia como forma política están atravesadas por esa concepción de la violencia de Estado cotidiana. La provocación anti woke que llegó a su paroxismo el domingo pasado con la reposición del Día de la Raza apunta en el mismo sentido. La acción política de Milei va sin miramientos contra instituciones del sentido común no sólo de los consensos argentinos pos dictadura. También de los consensos de la modernidad global, liberal en sentido opuesto al conservadurismo mileísta en temas blandos.
Hay un dato político llamativo en esa iconoclasia. El modo en que se corta sola la vicepresidenta Victoria Villarruel. El domingo hubo otra muestra: “Feliz día de la #Hispanidad”, posteó en X. E hizo su interpretación: “Dos culturas se unían en la hermosa mixtura que es Hispanoamérica. Orgullo de ser hija de esa fusión”. Villarruel celebró, en realidad, el día de la diversidad cultural. La Casa Rosada, el Día de la Raza.
El video de postal escolar que posteó el Gobierno en X, desde la cuenta de la Casa Rosada, planteó una lectura con menos matices. “Celebramos el Día de la Raza en conmemoración de la llegada de Cristóbal Colón a América, un hito que marcó el inicio de la civilización en el continente americano”: la negación de cualquier cultura preexistente.
La violencia pública modelo Argentina de Milei tiene otras variantes. Se vio el miércoles en la Plaza del Congreso, cuando se debatía el veto al financiamiento universitario. El episodio en el fue perseguido y atacado el youtuber libertario por una muchedumbre de opositores al gobierno abre una cuestión central. Un proceso de cambio en la violencia pública: de una violencia física que se daba entre las fuerzas del orden y los manifestantes a la violencia entre los propios manifestantes de distintas facciones. De la plaza anti-Macri de diciembre 2017, con el enfrentamiento brutal entre manifestantes y la policía, con las catorce toneladas de piedra, a la violencia pública que enfrenta dos modelos de violencia simbólica: los que están contra el Estado expoliador de propiedad privada en forma de impuestos a los que están contra el Estado usurpado por quienes no deberían gobernar. Lo mismo pasó en los incidentes de la Universidad Nacional de La Plata, cuando la militancia opositora al Gobierno buscó impedir violentamente la palabra a la militancia libertaria.
La película del Rappi, el influencer y la confrontación entre ciudadanos, o el ataque de un grupo de ciudadanos contra otros, que se vio ese día puso en escena a los protagonistas de un cambio de época. El héroe individual que se pone al hombro la defensa de la vida y la libertad de expresión. El influencer libertario que se sube al “combate” de la iconoclasia, en palabras del youtuber Francisco Antúnez, agredido ese día. Los militantes autopercibidos como poseedores de una superioridad democrática que los habilita a escalar a la violencia en cumplimiento de su misión. Y la policía en rol de custodia de los atacados, ya no de protagonistas de la violencia.
En el mileísmo hay un sólo lugar reservado al gradualismo: un gradualismo de dosis mínima. El gradualismo quedó arrinconado y reservado para un único tema: el Gobierno sólo lo aplica para el frente cambiario, en palabras del vicepresidente del Banco Central, Vladimir Werning, que ayer volvió a la dupla de “shock fiscal y gradualismo cambiario” para explicar la política económica del Gobierno. Un 2016 sin Macri y de sentido contrario a su shock cambiario y gradualismo fiscal.
Sus palabras se escucharon en las Jornadas Monetarias y Bancarias organizadas por el Banco Central. El encuentro se llevó a cabo en el Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento: la nueva denominación del ex-Centro Cultural Kirchner es uno de los knockouts con el que Milei busca golpear la base de sustentación de una cosmovisión que dominó en la Argentina desde 2003. La entronización del Estado presente y de los Kirchner como sus garantes quedó abolida, por decreto, con la exaltación de la figura de Sarmiento. Milei armó su propio revisionismo polarizador: de un lado, un “héroe de la patria” y de la “generación liberal” y del otro, el “culto a los políticos que arrastraron el país a la decadencia y la humillación”. Léase, “los Kirchner y el kirchnerismo”.
El dólar es el único tema donde manda la prudencia. Curioso eso en un Gobierno que le escapa a la prudencia de la política tradicional en la mayoría de los temas. Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, sujetan su bravura tuitera y su lapicera de libertarios sin frenos cuando se trata de la liberación del dólar. El contraste entre la sangre fría con la que el Gobierno mantiene sujeto al dólar, que siempre se desboca en la Argentina, y la excitación con la que liberan a los edificios de sus nombres kirchneristas es relevante políticamente: deja en claro la importancia de las guerras simbólicas. Como en el kirchnerismo.
En los otros temas sensibles de la Argentina que no son el dólar, desde el gasto público, pasando por las universidades y las jubilaciones, hasta Aerolíneas Argentinas y tantos otras, también menores como los de la Ley Hojarasca, domina el cimbronazo del shock y de la urgencia de sus efectos. En ese punto, el viaje que va de la Argentina kirchnerista a la Argentina de Milei presenta un desafío a la normalidad política e institucional que implica peligros: la reproducción al infinito de una acción política que supone la imposibilidad total del consenso con el políticamente distinto para mejorar las cosas en la Argentina.
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