Milei y el mundo como campo de batalla cultural
Ahora que la realidad política local le pone límites, Milei hace jugar las cartas de la gobernabilidad global, donde los aplausos le llegan más fácil y por Twitter
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A los ojos de la opinión pública que lo ve de lejos y sufre el impacto de sus decisiones, el relato sobre el poder es siempre una historia incompleta. Sus actores se esfuerzan en conectar una línea secreta de puntos para generar sentido. En eso está por estos días el gobierno del presidente Javier Milei. Ahora que la realidad política local le pone límites, Milei hace jugar las cartas de la gobernabilidad global. Entre esos dos escenarios, el global y el doméstico, Milei va compensando los embates del otro poder, el Legislativo, que condicionan sus planes para la Argentina y mellan su popularidad. Cuando la gobernabilidad local se complica, Milei recurre a su reconstrucción muñequeando con la gobernabilidad global.
“The global business elite is infatuated with Javier Milei”, tituló hace cuatro días el Financial Times. En la red X, Milei retuiteó el posteo de la usuaria @ladymarket, la trader Ornella Panizza que conoció al Presidente a principios de enero cuando se reunió con él durante una hora en la Casa Rosada. “En el Financial Times hablan que la élite empresarial global está enamorada de @JMilei”. Así sintetizó Panizza el contenido de la nota.
La traducción que retuiteó Milei de “infatuated” como “enamorada” no es del todo exacta, y en esa inexactitud se lee la voluntad política de Milei de operar sobre la pantalla global para forzar al máximo una visión positiva de su gestión y sus ideas, sin reconocer matices. Según el Cambridge Dictionary, “infatuated” no es “enamorado” a secas. La definición tiene sus sutilezas: “Tener un amor o atracción fuerte pero que no suele ser duradero por alguien o por algo”. El carácter de entusiasmo provisorio y quizás pasajero del interés del capitalismo global repone la realidad y riesgo que corre la gestión de Milei: un Gobierno que está a prueba y un entusiasmo que, de no cumplir sus promesas, puede evaporarse.
Desde mediados de enero que el Presidente tuitea e instagramea con entusiasmo titulares de medios extranjeros y comentarios de líderes globales que lo elogian. Su viaje a Davos inauguró la temporada. Desde entonces, el aluvión de referencias internacionales le sirve para compensar el desgaste de la puja política en la Cámara de Diputados.
En ese mapa, Milei tiene dos ventajas: su persona y sus ideas se alinean con una corriente global que disputa con efectividad la legitimidad al progresismo de centroizquierda y también al liberalismo más clásico. Esa corriente de ideas, su irrupción y consolidación como alternativa en igualdad de superioridad moral, es la red sobre la que se recuesta Milei para reforzar el sentido de sus actos. Los aplausos le llegan más fácil desde tres universos que integran esa red y que funcionan con cierta autonomía, pero también están intercomunicados.
Uno es el universo de naciones y líderes políticos consolidados. Otro, el universo del capitalismo emprendedor. El tercero, un entramado de ideas económicas, políticas y sociales de cuño libertario que vienen consolidándose en el mundo hispano desde hace unos cinco años. La pandemia, la vida hecha conversación y debate a fuerza de virtualidad obligada y la profundización del dominio del mundo Twitter, hoy X, reforzó ese modo de procesar la vida y, también, de hacer política. Lo que para Cristina Kirchner fueron las cadenas nacionales y para Sergio Massa la presión más silenciosa vía WhatsApp, para Milei lo es X, ex-Twitter: la herramienta de comunicación con la que marca la cancha, sobre todo cuando la realpolitik le complica su imagen.
De la guerra contra el presidente colombiano, Petro, el “comunista asesino”, a la cercanía total con Israel y Ucrania, además del Estados Unidos de Donald Trump. De Elon Musk a Marcos Galperin, el club capitalista y el apoyo a un Milei que compensa la erosión gradual e inevitable de su imagen en medio de la crisis económica argentina con la consolidación de su figura mundial entre los capitanes del capitalismo global. Del filósofo y economista chileno Axel Kaiser, que refuerza la centralidad de Milei en el mundo de la batalla cultural libertaria en América Latina, hasta el economista libertario Jesús Huerta de Soto, que propone a Milei para el Premio Nobel de Economía. La guerra cultural mileísta vive en el plano global una sensación de victoria.
Es un movimiento parecido al del kirchnerismo: compensar sinsabores políticos locales en el plano internacional, recortado con intención. La política global como una instancia de la política doméstica o para licuar los costos que genera el gobernar o para subrayar la legitimidad de sus ideas en el escenario global. El problema del kirchnerismo fueron sus ideas y su mapa de la Patria Grande latinoamericana, centrada en democracias dudosas o, directamente, dictaduras como la de Venezuela, y extendido por momentos a la Rusia de Putin o a la China de Xi Jinping. El kirchnerismo buscó reconfirmar sesgos ideológicos en el espejo del mundo y se encontró con un reflejo de totalitarismo. En las antípodas del kirchnerismo, el mapa global de Milei le juega a favor: rescata un ideario de democracias liberales y capitalismo emprendedor con resultados.
El fundador de Mercado Libre, Marcos Galperin, suele elogiar en X a Milei y su gestión. Hay una interconexión entre esas tres voces: como la celebración de tono adolescente de un ideario que se fortalece en el mundo y con Milei llega a la Argentina. Ayer, Galperin explicitó en un tono más neutro parte de ese ideario. Destacó en X la creación de empleo en Estados Unidos: 5 millones netos de nuevos empleos desde febrero de 2020. “La maravilla de una economía libre y con leyes laborales modernas”, concluyó. Un mensaje directo para la Argentina.
Ese ir y venir de Milei de un territorio al otro, de la gobernabilidad local condicionada a la gobernabilidad global, más consagratoria, coincide con otro ordenamiento de la estrategia del gobierno de Milei en estos tiempos difíciles. Mientras el ministro del Interior, Guillermo Francos, el diputado Martín Menem e incluso el ministro Luis Caputo, que puso la cara para bajar el paquete fiscal de la ley ómnibus, Milei hace de oposición de su propio gobierno: le toca la tarea de tensar la cuerda siempre.
Con esos extremismos, consolida al menos el apoyo de su base de votantes justo cuando reponer Ganancias le estaba costando un pase de facturas identitario. Ganancias se presentaba como la madre de las contradicciones para sus ideas libertarias. Las concesiones que viene logrando la oposición constructiva o la “oposición quorum”, otro de los nombres que le pone el perokirchnerismo, y los fallos de la Justicia que buscan frenar algunas de las medidas del DNU obligan a reforzar el sentido mileísta y su legitimidad.
El retiro del capítulo fiscal, que anunció Luis Caputo, tiene varias lecturas posibles. La de la derrota: un plan Milei-Caputo que encuentra un muro infranqueable en la oposición. La de una victoria táctica: ¿perder poder para ganarlo por otro lado? Si la política fiscal que combina ajustes de gastos y suba de impuestos estratégicos no se consensúa en el Parlamento, el poder discrecional del Ejecutivo va a ser mayor que el capítulo fiscal que intentó aprobar.
También hay una lectura positiva: que las concesiones a la oposición en el Congreso son una muestra del pragmatismo de Milei cuando llega la hora de gobernar, el arte de manejar las restricciones políticas y de recursos financieros. Un Milei en camino a graduarse de gobernante.
En lo local, la gobernabilidad está custodiada por la oposición dialoguista. ¿Quién cuida la gobernabilidad global con un Milei que tensiona o rompe lazos internacionales como si no existiera el mañana? La global stability no tiene antídoto contra las movidas de Milei. De hecho, le puede jugar en contra también en el plano local: el swap chino y las tensiones que generan a veces las declaraciones presidenciales son un ejemplo de eso.
Pero son tiempos únicos y la democracia latinoamericana está llena de contradicciones y sorpresas. Según el “Informe Latinobarómetro 2023. La recesión democrática de América Latina”, que se acaba de publicar, El Salvador de Bukele, cuestionado por su impacto en los derechos humanos, pero con una popularidad del 80 por ciento por su política de seguridad, es el país donde hay mayor satisfacción con la democracia: el 38,6 por ciento de la población se declara “muy satisfecho” y el 25,6 por ciento, “más bien satisfecho”, es decir, el 64,6 por ciento está feliz con una democracia donde el Poder Ejecutivo borró la división de poderes.
Bukele es siempre otra chinche en el mapa global de Milei. Se admiran mutuamente. Pero El Salvador también es un ejemplo inquietante de los márgenes que da la sociedad cuando la política le resuelve un problema acuciante. En la Argentina ese problema se llama inflación. Por ahora la baja no llega. Por eso Milei le saca brillo al espejo internacional, que, por el momento, está infatuado con él.
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