Milei y Cristina pujan por el mercado de las necesidades
El Gobierno trabaja para instalar la percepción de que la ola libertaria cambió a la Argentina y no tiene vuelta atrás; el choque con el sentido común kirchnerista
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Con el horizonte de 2025 a la vuelta de la esquina, Javier Milei y Cristina Kirchner ya están lanzados a la puja política que determina la elección legislativa del año que viene: una puja por el mercado de las necesidades. Hay choque de dos planetas de sentido común opuestos. Del eslogan kirchnerista “donde hay una necesidad, nace un derecho” al “para cada necesidad, habrá un mercado”, de Federico Sturzenegger, que Milei retuiteó y celebró. “Genial frase”, posteó en X. De la frase mítica de la Eva Perón kirchnerizada al “cover” del gurú desregulador, una concepción divergente de la ingeniería social capaz de responder a las demandas de la gente. El fin de la era de la ampliación del Estado para responder a una hiper extensión de derechos con recursos financieros que alcanzaron el límite de su elasticidad hace mucho. Ahora, llega la expectativa del reinado de otra lógica: la retirada del Estado, el avance del mercado y la transformación de la idea kirchnerista del cumplimiento de derechos sociales como un deber del Estado. Ahora, los derechos se visualizan como demandas libres de los ciudadanos consumidores que deberán encontrarse con la mano del mercado. La vida moldeada por el círculo de la oferta y la demanda, y el financiamiento del mercado. Afuera la justicia social. Sólo los más pobres recibirán la ayuda, creciente, del Estado libertario.
El Gobierno trabaja para instalar una percepción: que la ola libertaria es un tsunami que cambió a la Argentina. También, que la ciudadanía abandonó para siempre la deriva kirchnerista y abraza la nueva maquinaria social. Para los libertarios, sólo hay que esperar a las elecciones de 2025 para tener la certificación ISO 9000 de ese proceso de cambio y mejora política. Por el momento, sólo tienen para ofrecer el triunfo indiscutido de Donald Trump y lo aprovechan para reforzar esa idea: que la revolución libertaria comenzó, es global y no tiene vuelta atrás. En ese esquema mental, el triunfo de Trump corrobora la realidad de la revolución mileísta y anticipa su continuidad.
Pero no todo es tan lineal. La contundencia del triunfo de Trump marca, al contrario, la escala del desafío que enfrenta Milei. A diferencia de Trump, hay una elección reciente que Milei perdió: las generales de 2023, que determinaron su poca presencia en el Congreso. Trump, en cambio, se quedó con todo: Poder Ejecutivo, Senado, el voto popular, el Colegio electoral y la Cámara de Representantes. Esa asimetría en el poder acumulado como resultado de la elección es una diferencia sustancial. En principio en dos aspectos, pero no son los únicos.
Por un lado, el margen de acción de la gobernabilidad mileísta: limitado. Milei sólo ganó el Poder Ejecutivo, es decir, la presidencia, pero se quedó cortísimo en el Senado y Diputados. De esa vulnerabilidad nace una de las marcas centrales de la presidencia libertaria, su estrategia de ejercicio de poder: algo así como un autoritarismo democrático de la letra chica.
Ese modus operandi está alineado con la visión de Santiago Caputo y su pasión por la legendaria serie The West Wing. Para Caputo, la serie de Aaron Sorkin es una especie de manual político con el que decodifica la trama secreta de la construcción de poder político. Se entiende su preferencia: The West Wing es un thriller por capítulos donde la intriga se organiza en torno a las posibilidades políticas que da la letra de la Constitución de Estados Unidos. Exprimiendo el prosaísmo del texto constitucional, The West Wing hizo todo y dio con una narrativa potente. Toda la serie está moldeada por la exploración de las oportunidades inscriptas en la Constitución estadounidense y también, en el corrimiento de sus límites: la clave de la trama política de The West Wing es rozar los límites internos del tablero del juego democrático, inclusive ponerles presión, pero nunca colorear fuera de los bordes.
Es lo que Milei viene haciendo, o viene intentando hacer, en su gestión de gobierno. Cuando las posibilidades de ejercicio del poder que da la presidencia llegan a un límite, recurre a la letra chica: ahí surgen las variantes legales para habilitar el ejercicio del poder presidencial mileísta, aunque no sean ciento por ciento legítimas. Por ejemplo, el veto presidencial desenfadado o los DNU seriales aunque sea discutible su necesidad y su urgencia.
Noviembre ofrece nuevas pruebas en relación a esa estrategia de gestión dictada por la necesidad política: un presidente con carácter y autoridad pero sin los resortes institucionales que acompañen la intensidad de su voluntad política. El Congreso busca ponerle límites al poder de Milei con tres proyectos: el presupuesto 2025, la derogación del DNU 846/24, que da poderes extraordinarios a Luis Caputo para canjear deuda, y el proyecto de ley que busca acotar el uso de los DNU.
Ante eso, el Gobierno ya define su estrategia. Con el presupuesto, está dispuesto a negar la realidad y extender la vigencia del presupuesto 2023. En la práctica, es seguir gobernando sin presupuesto. Para frenar la derogación del DNU 846, hace tiempo a la espera de que el 30 de noviembre llegue rápido, terminen las sesiones ordinarias y esa definición reciba una patada hasta el año que viene. Y con los DNU, Milei ya anunció: está dispuesto a vetar. Todo en el marco de la letra chica de la ley, aunque hay polémica entre varios estantes de la biblioteca constitucional.
El manual de The West Wing le ofrece al estratega Caputo un caso testigo: es el capítulo 17 de la segunda temporada, donde un senador de Minnesota se dedica a bloquear la aprobación de una ley haciendo tiempo con la táctica del “filibustering”. Durante más de nueve horas, hace uso de la palabra legalmente pero leyendo recetas de cocina, un manual de naipes y párrafos de Charles Dickens para llegar al horario en que la ley se cae. Todo dentro de la Constitución, aunque de legitimidad opinable. A Milei le alcanza la legitimidad con la que autopercibe su voluntad política como para navegar decidido esas opciones.
Por otro lado, esa desventaja comparativa respecto de Trump y el caudal del poder conquistado en las elecciones lo pone a Milei frente a un desafío enorme en 2025 precisamente en ese punto, la acumulación de poder a nivel territorial: la elección del año que viene se parece a la primera vuelta de 2023, donde estuvo en juego el voto por senadores y diputados. Milei no ganó esa ronda electoral. La perdió 30 a 36 por ciento: ganó el kirchnerismo de Cristina Kirchner y Sergio Massa, a pesar de su condición de oficialismo inflacionario. Por eso el Congreso le es adverso a Milei: en los comicios generales de 2023 se definió la composición de las dos Cámaras. Un Congreso fragmentadísimo pero con el kirchnerismo al frente de la primera minoría. Milei sobrevivió con gran éxito unitario el balotaje nacional, pero perdió el rompecabezas del federalismo.
En 2025, Milei y sus estrategas buscan desandar el resultado de aquella primera vuelta. La apuesta política de Milei y sus principales escuderos, su hermana Karina y Santiago Caputo, es parecerse más al admirado Trump y avanzar paso a paso por el camino de la conquista del mapa completo. Es decir, ir por todo: hasta el Congreso, aunque el control mayoritario del Parlamento todavía está lejos en las opciones que ofrece la matemática legislativa. Aún si el Gobierno ganara todos los escaños en juego a nivel nacional, no le alcanzaría para controlar las dos cámaras: para esa oportunidad, debería esperar a la nueva ronda de elección legislativa de 2027. Por eso, a partir de ahora y en 2025, el mileísmo busca, al menos, achicar el poder de bloqueo del Poder Legislativo. Y, sobre todo, frenar su pretensión independentista en materia de propuesta de leyes adversas a la visión de Milei. Un gradualismo electoral para la toma democrática del Capitolio argentino en el mediano plazo. En ese avance, a Milei se le juega todo: la credibilidad de su revolución cultural en sentido amplio, macro, micro y simbólica. Y la continuidad de la Argentina libertaria. También, la llegada de las inversiones.
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