Milei vs. Cristina, una disputa rabiosa por la indignación ciudadana
La violencia creciente en la retórica política puede estar encerrando al Presidente y a la expresidenta en la cámara de eco de sus certezas, pero dejándolos cada vez más distantes del argentino de a pie
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La Argentina de estos días gira en torno a tres preguntas políticamente relevantes. La primera, ¿a quién le importa el drama político de la principal líder del espacio kirchnerista, Cristina Kirchner? ¿Le importa a alguien? La segunda, ¿suena mejor la rabia verbal mileísta que la cristinista? ¿Conecta más directamente con las preocupaciones del argentino medio? Parte de la gobernabilidad mileísta está basada en ser, y no sólo representar, la indignación ciudadana. La cuestión es si lo que beneficia al presidente Javier Milei, la puteada como política de Estado, perjudica a Cristina Kirchner y al kirchnerismo cuando también asumen el exabrupto como arma política. Pero también si esa escenificación de la rabia popular empieza a encontrar un límite en su efectividad política, también en el caso de Milei.
Al “cajón”, esa munición política inadmisible, como destino político del kirchnerismo y su conductora con el que Milei se atrevió a soñar en voz alta, la expresidenta le contestó durísima. Tachó a la palabra presidencial de “idioteces” y ejerció el tuteo con potencia tan despreciativa como denigratoria: “Dejá de amenazar Javier Gerardo Milei y aprendé a gestionar (...). Aunque me maten y de mí no queden ni las cenizas… tu Gobierno es un fracaso y das vergüenza ajena”, posteó la expresidenta en X.
El punto central es si la violencia creciente en la retórica política encierra irremediablemente a ambos, Milei y Cristina Kirchner, en la cámara de eco de sus certezas y los deja cada vez más distantes del ciudadano de a pie. Ahí surge la tercera gran duda: ¿qué tienen hoy los argentinos en la cabeza y cuánto de esa sinapsis social se ve traducida por la coreografía de la polarización elevada al infinito y por la retórica de la agresión extrema? La indignación y la rabia popular con las condiciones de vida y con la dirigencia política llevó a Milei a la Presidencia. Pero no está claro que la ciudadanía viva con naturalidad la puteada constante ejercida desde el cuadrilátero del poder. Una especie de Guerra de los Roses sin fin en la que el poder cree interpretar a las mayorías. Pero en realidad se habla a sí mismo y se autoconstruye: en la agresión mutua, los protagonistas del poder creen encontrar su identidad a partir de la diferencia con el antagonista. Hay otra posibilidad: que mientras eso sucede, desoyen a los que miran desde afuera.
El problema de todo el que copa la escena con la puteada, desde el Presidente a Cristina Kirchner pasando por los protagonistas de otros sectores, es justificar su puteada pero condenar la del otro. Las penas son de nosotros, las puteadas son de los otros. La doble vara desembarcó en la agresión política. ¿Cuánto de ese modus vivendi de la dirigencia política que la ciudadanía escucha con la ñata pegada contra el vidrio le dice algo que la interpreta?
Hay otro ejemplo que conecta con esa pregunta: Milei y la referencia a Ginés González García. Todos los argumentos críticos a su gestión durante la pandemia y la condena social por su papel en el Vacunatorio Vip son atendibles. ¿Pero hay algún ciudadano común que en su vida cotidiana esté dispuesto a putear públicamente a un muerto que ya no puede defenderse? El Presidente lo hizo: “Parece que los muertos se vuelven buenos pero no, este era un hijo de re mil puta y va a ser recordado como un hijo de puta”, dijo el sábado, en una presentación en el Tech Forum, en el Hotel Libertador.
Bajo la hiperfragmentación del escenario político, hay una disputa estructural en torno a quién es capaz de representar más fielmente los intereses de las mayorías. Se da también dentro del kirchnerismo. Fue Axel Kicillof, hace casi un año, en septiembre de 2023, en plena campaña electoral, el que fijó ese marco interpretativo del cambio de época en el nivel partidario: “Hay que componer una canción nueva”, dijo. Una especie de lanzamiento de “poskirchnerismo” que no termina de nacer. ¿Otro albertismo no nato?
En el regreso decidido de Cristina Kirchner para disputar el vértice de la burocracia partidaria, está esa idea: pelearle no sólo a Milei la propiedad del oído absoluto de esa voz del pueblo que el peronismo se autoatribuye sino también a varios de los propios. Ni esa lógica ni esa zanahoria es nueva dentro del peronismo. Viene desde la década del ‘70, cuando arreció la interna peronista más violenta de su historia. En su último discurso en Plaza de Mayo, el 12 de junio de 1974, Perón puso sobre la mesa el trofeo que estaba en juego: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música, que para mí, es la palabra del pueblo argentino”, dijo.
La capacidad de representación del peronismo es una crisis que se viene constatando en su forma más dramática desde 2021 y por el momento, no encuentra puerta de salida. La pregunta central es si la deriva actual de la conductora, en lenguaje peronista, de la principal vertiente del peronismo, el kirchnerismo, conecta con la gente y los votantes. O, al contrario, no hace otra cosa que intensificar el aislamiento político. Las jugadas cristinistas de los últimos días tienen problemas. En principio, su credibilidad. Cristina Kirchner parece estar más dedicada en lograr que la ciudadanía conecte con su propio drama que en conectar ella con el drama de la gente.
Las tribulaciones de Cristina son dos: una, ya conocida, la judicial. La otra, algo más nueva pero, sobre todo, en proceso de agravamiento: el “desorden” de su partido y la pérdida de su poder para disciplinar la interna. Hay un modus operandi que se ha vuelto hábito en Cristina Kirchner: el silencio tan sonoro como estratégico cuando el contexto político no le conviene. O saturar con su presencia física y verbal para ir al encuentro de lo popular y obtener su apoyo táctico. En estos días, está ejerciendo esta última opción. El regreso del narcisismo político de la conductora del kirchnerismo.
Está claro que hay un núcleo duro kirchnerista que es incondicional de Cristina Kirchner. Pero lo cierto es que la desconexión política con las mayorías la persigue desde hace años, aunque la expresidenta se autoatribuya el oído absoluto de lo popular. Quizás el punto culminante y más paradójico de esa falta de conexión se registró después del atentado contra su vida en septiembre de 2022. Cuando peligró su vida, el centro de la élite kirchnerista, en teoría la máxima representación de lo popular, no logró movilizar a la opinión pública en su apoyo irrestricto. Dos días después de aquel atentado, el 71,4 por ciento de los argentinos decía que “no estaría dispuesto a manifestar en la calle para apoyar a Cristina y repudiar el hecho”. Un dato político de significación enorme.
La segunda pregunta, sobre Milei y su oído absoluto o, al contrario, sordera creciente para escuchar a la gente. El tema es si la escalada exponencial de la polarización libertarios de Milei versus peronistas de Cristina lleva aguas al molino del presidente Milei. El domingo, Milei fue todavía más lejos en la confrontación con el kirchnerismo, y con la expresidenta. Milei se metió con tabúes que regulan la sociabilidad política: “Me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina Kirchner adentro”, dijo. El desplazamiento metafórico de “cajón”, y la imagen tácita de muertos dentro de un ataúd, hacia el campo de lo ideológico es, como mínimo, problemático. Cristina Kirchner estuvo a punto de ser realmente asesinada y la violencia como herramienta para dirimir disputas ideológicas ha dado muertos de verdad. Ante esas memorias de la violencia real de la historia reciente, se borronea la dimensión metafórica de las palabras de Milei.
Hay una cuarta pregunta pendiente. ¿Es necesaria esa escalada de violencia simbólica para producir cambios palpables y estructurales? El mileísmo cree que sí: que la violencia verbal extrema es parte de la caja de herramientas de política económica y de reforma del Estado. La otra herramienta son logros económicos para mostrar. Hay un retuiteo clave de Milei en las últimas horas, el posteo en X de Alberto Cavallo, profesor de Harvard y fundador de PriceStats: “La inflación mensual en Argentina está bajando de nuevo y llegó al 2,36 por ciento hasta el 20 de octubre. Es el valor más bajo en los últimos tres años”. El “de nuevo” es el detalle central. Contra todos los pronósticos, inclusive el del mismo Domingo Cavallo, padre de Alberto, Milei sigue metiendo ese gol.
¿Puede Milei frenar la violencia verbal y dedicarse sólo a meter más goles macro? En la mirada del mileísmo, la respuesta es no. En la física mecánica de la política mileísta, las fuerzas que buscan producir cambios tectónicos en la lógica macro y estatal son resistidas por fuerzas kirchneristas en sentido contrario. Por eso, hay un convencimiento: se necesita tanta agresión para alcanzar tantos logros. El problema de esa certeza son los efectos colaterales que todavía no se alcanzan a ver.
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