Milei opera sobre la urgencia y la división
La conformación del Gabinete terminó por dinamitar a Juntos por el Cambio y profundizar las fracturas que ya existían en Pro, al mismo tiempo que golpeó sobre sectores del peronismo
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Javier Milei sabe, y se lo reiteraron muchos en estas primeras jornadas en la Casa Rosada, que no tendrá cien días de luna de miel. Las urgencias son demasiadas y la paciencia social es, en consecuencia, limitada. La luna de Milei es mucho más corta y él intenta aprovechar en las primeras cien horas las condiciones objetivas que tiene a favor.
Así se explica mejor la crudeza de su discurso de asunción, tanto como la forma y el contenido del paquete de medidas lanzadas por el ministro de Economía, Luis Caputo, a las 48 horas de haber debutado.
Por esa urgencia y por el apuro con el que se armó el Gabinete, más que un plan fue una suma de acciones, que en el texto del anuncio, en su alcance y aplicación, dejó huecos por llenar, pero un claro objetivo por alcanzar y un sentido por instalar.
El cómo y el cuándo de las medidas están por verse, pero la pretensión de reducir el déficit fiscal en cinco puntos quedó clara como la gran herramienta para combatir la inflación. A pesar de que algunos economistas consultados por Milei en horas previas habían calificado de insuficientes esas políticas sin otras anclas de más rápida acción, así como contradictorias con lo prometido. Más impuestos y retenciones no figuran en el contrato electoral. Había que salir y calmar ansiedades.
Tan claro quedó eso como la dilución de cualquier expectativa de rápida mejora. Fue sin anestesia. Aunque Caputo no le puso todo el cuerpo a algunas medidas dolorosas y prefirió contárselas a un grupo de economistas, para luego difundirlas por la vía impersonal del comunicado oficial. Como que se modificará el sistema de actualización de las jubilaciones. Nada menos.
De todas maneras, lo concreto y relevante es que el Gobierno asumió y anunció que en los próximos meses los precios no solo tendrán una nueva disparada, sino que habrá otros efectos fuertemente negativos para el bolsillo en esta primera etapa.
La pretensión de volver atrás con la eliminación del impuesto a las ganancias para la mayor parte de los asalariados formales (que tanto Milei como la ahora vicepresidenta Victoria Villarruel votaron hace solo dos meses cuando eran diputados), implicará un fuerte recorte del poder de compra. Y no se ocultó.
La reposición de ese tributo se sumará a una inflación que el propio Milei admitió en reuniones privadas que podría llegar al 130% en el acumulado diciembre-marzo. Si la modificación se produjera en lo inmediato, en el primer mes de vigencia la reducción de la capacidad adquisitiva de los salarios afectados rondaría el 70%, según economistas cercanos al Gobierno.
El “yo nunca les mentí” o el “yo se los dije y me votaron”, que esgrime como escudo invulnerable Milei, es el argumento con el que el naciente oficialismo confía que será aceptado este complejo purgatorio de los próximos meses. Tan cierto es que no hubo ninguna una mentira confortable como que la verdad incómoda es mucho más incómoda.
“Es ahora o nunca”, repiten en la Casa Rosada y en el Ministerio de Economía. La probabilidad de concretar ese ahora radica en el plafón político-social que le dan a Milei los más de 14 millones de votos obtenidos con una oferta que no ocultó un alto costo y no prometía paraíso alguno a la vuelta de la esquina. Una realidad que pesa sobre la dirigencia política, gremial y empresarial a la hora de posicionarse ante al ajuste.
La recurrencia de fracasos y la larga agonía económica que llevaron a Milei a la Presidencia reafirmó, al mismo tiempo, la deslegitimación de los dirigentes y espacios políticos hoy ubicados en la oposición. Como a buena parte del empresariado y los gremios. Golpeados y, sobre todo, fragmentados por el arrasador triunfo de Milei, no ofrecen en los primeros días del nuevo Gobierno más que algunos reparos técnicos, cuestionamientos por lo bajo, advertencias de ocasión y una mayoritaria condescendencia en público.
Salvo en los sectores más radicales de la izquierda y del kirchnerismo, en la mayoría de los bloques parlamentarios manda la decisión, en muchos casos resignada, de acompañar o de no obstaculizar el tratamiento y aprobación de los proyectos que envíe Milei, a pesar de las objeciones que puedan tener.
Los primeros sondeos realizados por el ministro del Interior, Guillermo Francos, en el Congreso y entre quienes conservan alguna cuota de liderazgo en cada fuerza política le ofrecen un camino sino pavimentado, al menos, bastante alisado. Para eso es altamente probable que para llegar a destino el Gobierno tenga que hacer algunas concesiones, dada su muy minoritaria representación parlamentaria. Es casi un hecho que el proyecto de ley ómnibus por presentarse termine por convertirse en un convoy de vagones separables y negociables, para que avance la carga principal. Eso es lo que importa.
Todos divididos
Para explicar este escenario inicialmente favorable para el Gobierno al resultado electoral hay que añadirle, como derivación, la conformación del Gabinete que terminó por multiplicar las divisiones políticas y sectoriales. En primer lugar, logró dinamitar a Juntos por el Cambio y profundizar las fracturas que ya existían en Pro, al mismo tiempo que golpeó sobre sectores del peronismo. También, tuvo efectos divisivos sobre otros colectivos, como la iglesia católica y la comunidad judía, con la designación de representantes de esos sectores. Una auténtica bomba de fragmentación.
El caso de Pro es singular. “Hoy hay tres grupos. Uno es el de quienes se cortaron solos y se sumaron al Gobierno sin consultar con nadie, como Patricia Bullrich y los suyos. Otro es el que sigue respondiendo a Mauricio [Macri] que pretendía condicionar a Milei y se quedó afuera, pero pegado porque tiene a dos figuras que todos vinculan con él en los dos lugares más visibles y complicados del frente de batalla: Economía y Seguridad. Y hay un tercer grupo que es el de los que no esperaban ni querían saber nada con Milei, pero se quedan porque no es momento para armar nada nuevo y están obligados a acompañar. El compromiso es aguantar así al menos hasta marzo y ver cómo sigue esto. Por eso, en el Congreso nos llaman el Bloque de los 90 días”, explica con precisión y capacidad para tomarse la situación con humor un alto dirigente amarillo.
El peronismo, que todavía está procesando el fracaso de su último gobierno y la consecuente derrota, procura disimular sus fracturas y evitar que las negociaciones individuales de quienes tienen territorios que cuidar terminen por horadar esa aparente unidad.
El kirchnerismo ya mordió esta semana en el Senado la amargura de la nueva etapa. Fue en la sesión que la vicepresidenta logró aprovechar todos los resquicios que deja la nueva realidad y las viejas heridas para designar a las autoridades del cuerpo, a pesar del pataleo perokirchnerista. Resultó una demostración, además, de habilidad política de parte de Villarruel, que reactivó las prevenciones que despierta dentro y fuera de su espacio y contrastó con la condición de novato que exhibió Martín Menem en su debut como presidente de la Cámara baja.
La incorporación de dos exponentes del cordobesismo peronista en lugares relevantes de la flamante administración, más antiguos duhaldistas, hasta la permanencia de Marco Lavagna en el Indec y de Daniel Scioli como embajador en Brasil, junto a algunos rezagos massistas, impactan también sobre el peronismo.
“No es –como algunos quieren creer o hacer creer– un gobierno de unidad nacional, pera la suma de retazos de otras fuerzas muestra los agujeros que le han quedado al resto. Eso no implica nuestra una fortaleza, pero sí resalta la debilidad de ellos”, admite un flamante oficialista.
El variopinto armado del nuevo equipo de gestión es más el resultado de la necesidad, de las urgencias, de las flaquezas propias del espacio libertario, de las debilidades de opositores que quieren ser gobierno y de la buena gestión de allegados que suman amigos, que la consecuencia de una estrategia o de una fina visión política. De todas, maneras, tiene sus virtudes indisimulables. Tanto como falencias.
La armonía y la fluidez no es lo que caracterizó el debut del nuevo Gobierno. Aún en lo más alto del poder las poleas de transmisión se suelen trabar. “En la cima es donde todo se decide, pero no todo baja desde ahí y mucho menos vuelve con claridad. En la cumbre están Javier y Karina Milei y Santiago Caputo. En un segundo escalón operan Santiago y Nicolás Posse [jefe de Gabinete], Francos y Guillermo Ferraro [ministros del Interior y de Infraestructura, respectivamente], cuyas acciones suben y bajan todo el tiempo. Y, en forma radial, la cúpula se relaciona con Toto [Caputo] y con Sandra Pettovello [ministra de Capital Humano]”, explica un asesor que con dificultad intenta aceitar el funcionamiento.
“No es sencillo y me preocupa que confían demasiado en la buena voluntad de la gente con el argumento de que les avisaron que se venían tiempos duros y los votaron, así como en la pasividad de la dirigencia. Pero eso no dura mucho, hay que acertar con las políticas”, agrega esa especie de Pepe Grillo que circula por los principales pasillos del poder libertario.
Apoyo si le duele a los demás
El éxito o al menos algunos resultados positivos parciales en el comienzo serían cruciales para prolongar el crédito que la popularidad de Milei y el hartazgo de buena parte de la sociedad con el resto de la dirigencia le dieron para llegar al Gobierno. Por ahora, se conforman con ganar tiempo. Es algo.
Un trabajo cualicuantitativo realizado por las consultoras Trespuntozero y Grupo de Opinión Públoica (GOP) entre el 24 de noviembre y el 5 de este mes revela que el ajuste que propuso y anunció Milei cuenta con alto grado de aprobación, pero no es un cheque en blanco. Sobre todo, cuando las medidas correctivas aprieten no solo bolsillos ajenos sino también el propio. Como señaló recientemente un agudo analista, si antes fue el tiempo de la consigna “La Patria es el otro”, ahora se impone “El ajuste es para los otros”.
Entre los resultados más destacados del sondeo surge que para el 63% es necesario un ajuste, pero de los que están a favor de la corrección el 65,5% considera que “no debería afectar a personas como yo”. A los que consideran que sí debería afectar, en el top cinco aparecen el gasto político, opción a la que le apuntan casi todos (93%), los planes sociales (54%), la obra pública (35,2%), los subsidios al transporte (33,9%) y los subsidios a la luz, gas y agua (30,3%). No todas las medidas anunciadas esta semana complacen esas demandas ni respetan el orden de damnificados.
Tal vez por eso, al mismo tiempo que el ajuste es considerado mayoritariamente necesario, el 61,5% de los consultados por Trespuntozero y GOP cree que con la presidencia de Milei va a haber mucho conflicto social, causado, primero, por “el malestar con las medidas económicas” y, luego, por “los políticos que intentan poner palos en la rueda”. Cuando surge el tema de la tensión, aparecen espontáneamente en los grupos focales referencias a la crisis de 2001. Un fantasma que no se fue, pero que provoca menos miedo que hace algunos años.
Casi el 51% de los consultados afirma que la conflictividad social podría evitarse. El hecho de que los entrevistados pongan como los principales actores e impulsores de la protesta a los movimientos sociales y al sindicalismo, en los dos primeros lugares, podría explicar también por qué consideran mayoritariamente que podría evitarse. Ambos colectivos tienen su credibilidad y popularidad seriamente dañadas.
El apresurado comunicado que anteayer emitió la CGT con el título “El ajuste lo paga el pueblo” y en el que advierte que no se quedarán “de brazos cruzados”, firmado por la mayoría de los gremialistas que apostaron por Sergio Massa, relativiza, al menos por ahora, la amenaza.
Como señaló un filoso conocedor del mundo gremial, a la advertencia le faltaron seis palabras. “Después del ‘no nos vamos a quedar de brazos cruzados’ deberían haber agregado ‘como en los últimos cuatro años’”. El 180% de inflación anual y el 45% de pobreza dejado por el gobierno de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Massa sin que hubieran padecido un solo paro general durante su gestión no parece un buen antecedente para que el viejo sindicalismo recupere legitimidad. No tan pronto.
Sobre ese territorio agrietado opera Milei y va ganando tiempo. Los primeros anuncios dejaron una combinación de certezas acotadas, de dudas no saldadas y de preocupaciones renovadas. También de oportunidades de aprendizaje. Todos siguen a la expectativa. Solo transcurrieron cinco días de Gobierno.
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