Milei, de la guerra contra los “zurdos” a la depuración de la “derecha cobarde”
En la mirada libertaria, la “derecha cobarde” tiene un foco y proyecto político de corto alcance, restringido a la racionalidad macroeconómica, y debe ser combatida aquí y ahora
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La voluntad de reforzar la cámara de eco libertaria que se potenció en el oficialismo en las últimas semanas responde a una idea: que la derecha argentina y global, en sus nuevas versiones, enfrenta una oportunidad histórica única que no hay que desaprovechar. Para Javier Milei y la derecha sin culpa que representa, hay una batalla existencial en el orden de las ideas cuyo éxito y supervivencia se juegan aquí y ahora. También hay una certeza: que el avance de las derechas sin pudores es imparable y general. Y en ese embate, el enemigo ya no son solo los “zurdos de mierda”. Milei y el mileísmo libertario también llevan adelante una guerra decidida contra la “derecha cobarde”, según la definición de Agustín Laje, el Laclau de La Libertad Avanza.
“La centroderechita cobarde es la que cree que mientras la economía esté funcionando, hagan lo que quieran con los niños, con los seres humanos en gestación, con los hombres, con las mujeres, con las familias, con las escuelas, con las universidades; hagan lo que quieran, tómense todo, déjenme el shopping mall”, definió Laje en julio de este año, en una entrevista en Chile. Ese mapa interpretativo explica en parte algunos hechos claves de la coyuntura política argentina: el pimpinelismo de Estado, tal como definió el politólogo Pablo Touzón al ida y vuelta constante entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner en sus roles de presidente y vice, llega ahora en versión libertaria.
En la mirada libertaria, la “derecha cobarde” tiene un foco y proyecto político de corto alcance, restringido a la racionalidad macroeconómica. Ese cuestionamiento centrado en la “cobardía” de una versión de la derecha también permite visualizar preguntas y dilemas que enfrentan los libertarios ante procesos que se dan en la región: en ese sentido, la derrota de la derecha uruguaya se vuelve significativa. ¿Se trata de un espejo que anticipa? La polarización derecha cobarde versus derecha brava organiza el sentido de la apuesta libertaria. Y las experiencias recientes de la derecha chilena, la argentina o la uruguaya le traen lecciones.
En el plano local, el ¡afuera! que casi recayó en la cabeza de la vicepresidenta Victoria Villarruel adquiere sentido en el marco conceptual con eje en el combate contra la “derecha cobarde”. El problema que los libertarios ven en lo que consideran esa “derecha cobarde” o la “centroderecha cobarde” corre por dos vías. Por un lado, porque no le ponen el cuerpo a la ruptura con la casta: al menos, a la casta que definen los libertarios. Con la casta que sienten propia, los libertarios se llevan bien.
Para Milei, Villarruel es un ejemplo de ese problema. Desde el Senado, la vicepresidenta busca mostrarse como la derecha nacionalista e institucional: a Villarruel le gusta el diálogo con los pares, aunque sean “socialistas del siglo XXI”. Para la vicepresidenta, la institucionalidad es un consenso casi larretista. Es una coreografía que viene haciendo desde hace meses. Para los libertarios, es socialismo político, es decir, pacto.
“Frente a presiones de su propio gobierno, ella se mantiene en cosas que son institucionales y que le parecen importantes”, decía el “zurdo” Martín Lousteau a mediados de este año. “Ideológicamente está más cerca del peronismo que de Milei”, había dicho el senador kirchnerista José Mayans en agosto, cuando le propuso a la vicepresidenta: “Tenemos que profundizar la amistad”.
Villarruel, está claro, elige su casta. Entre la que rechaza, está la casta de Milei: el juez Ariel Lijo y su nominación como miembro de la Corte Suprema. En ese punto, Villarruel encarna esa versión de la “derecha cobarde”, la que no se disciplina en la línea editorial que fija Milei a la hora de determinar odios y lealtades.
La guerra contra la “derecha cobarde” también explica la voluntad desenfadada de Milei de enturbiar las aguas de la realidad con su enfrentamiento con Villarruel. ¿Por qué poner sobre la mesa un internismo brutal, propio de los peores días de los idus de Fernández-Kirchner, justo cuando el Gobierno atraviesa sus días de mayor éxito desde que asumió? Ayer se conoció el nuevo índice de confianza en el Gobierno (ICG) que publica la Universidad Di Tella. En noviembre, Milei se superó a sí mismo.
El ICG de noviembre mejoró en un 9,86 por ciento respecto de octubre, cuando ya había crecido un 12,2 por ciento. El ICG del gobierno de Milei es 5,7 por ciento mayor que el de Mauricio Macri en noviembre de 2016 y 31,7 por ciento más que el de Alberto Fernández, en noviembre de 2020 (ver aparte).
Una respuesta posible está en el plano regional. Para los libertarios, los problemas estructurales de la “derecha cobarde” no solo fallan por la vía de la casta, su debilidad para cortar lazos. También por otra vía: viene fallando a la hora de ponerle el cuerpo a la batalla cultural contra el socialismo del siglo XXI. Les falta coraje para encarar la patriada que se autoatribuyen Milei y los libertarios argentinos: una disrupción colosal en el curso que las derechas “reales”, como en espejo del fallido “socialismo real”, han venido tomando en la región.
La reciente derrota de la derecha en Uruguay y la deriva de la derecha chilena, desde la revuelta de 2019 y la llegada de la izquierda de Gabriel Boric al poder hasta la actualidad, se presentan como muestras de la debilidad de esas experiencias de derecha. A la “cobardía” de esas experiencias se le opone la bravura de la derecha libertaria argentina.
“La derecha cobarde es la que acá [en Chile] golpearon en el año 2019, la derecha que se cree que la cultura no importa, que los intelectuales hablan pavadas y que no tienen ningún tipo de influencia sobre la sociedad; que cree que mientras el ciudadano totalmente idiotizado y embrutecido solamente consume, consume y consume, su vida es de verdadera calidad; la derecha cobarde no tiene agenda cultural propia”. Otra vez Laje, desde el Chile de Boric en retirada.
En la síntesis de la “derecha cobarde” propuesta por Laje, la línea de puntos conecta al Chile del fallecido expresidente Sebastián Piñera, una derecha democrática que no dio batallas culturales e identitarias del calibre de las actuales, hasta la derecha del Partido Popular en España, raquítica en su derechismo frente a la política identitaria de Vox. ¿Y Mauricio Macri?
Laje dio su veredicto: “Son los Macri en Argentina: vamos, estuvo cuatro años. Milei, el primer día, te cerró todas las políticas de ideología de género, terminó con el ministerio de las feministas, cerró la policía del pensamiento llamada Inadi, cerró los medios de adoctrinamiento de la prensa estatal, les cortó la pauta a todos los medios de comunicación que vivían de la rosca política. Hizo una batalla tremenda en apenas días”.
Para los libertarios, la presidencia de Mauricio Macri, y su decisión de replegarse de la disputa simbólica para enfocarse en la búsqueda de una racionalidad macroeconómica, lo coloca sin vuelta en el terreno de los tibios. La “centroderechita cobarde”, en el lenguaje de Laje.
A los ojos de Milei y sus libertarios, el proceso chileno que llevó de Piñera a Boric y la imposibilidad de Macri de renovar su mandato y frenar el regreso del kirchnerismo demuestran que no alcanza con la revolución de la cultura macroeconómica: sin una batalla cultural generalizada y en profundidad, que sacuda los cimientos del poder y de la mentalidad de época, no hay garantías de continuidad.
En esa concepción, el eje “zurdo”, en un arco que va de las izquierdas clásicas a las izquierdas identitarias y woke, incluyendo al kirchnerismo, viene ejerciendo una influencia cultural que permea hasta napas profundas de la sociedad. Para contrarrestarla, cree el mileísmo, se necesita ir por todo.
El resultado electoral en Uruguay parece ratificar esa mirada. La derecha modelo Luis Lacalle Pou encaja a la perfección en la descripción de “derecha cobarde” que rechazan los libertarios. Quedó claro a principios de este año, en la cena de la Fundación Libertad. Antes de Milei y su discurso a contrapelo de la sociabilidad política tradicional, habló Lacalle Pou. “Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar del ejercicio de la libertad”, definió el hombre de la derecha uruguaya.
En el resultado electoral del domingo en Uruguay, los libertarios encuentran la confirmación de sus prejuicios en torno a una derecha más democrática. También confirman sus miedos: sin arrasar con todo, no hay supervivencia.
La jugada de riesgo de Milei es aumentar el sellado al vacío de su cámara de eco. En lugar de aprovechar el viento de cola de sus logros macroeconómicos y políticos para ampliar su base de apoyo, opta por lo contrario: sobre los éxitos presentes, levanta tabiques cada vez más altos para cercar todavía más el barrio cerrado de su ideario.
Milei, mientras tanto, hace política con otros métodos. Se resiste a subirse a la autopista del hombre de Estado racional y afable. Por eso les da un uso diferente a las coyunturas propicias comparado con el uso que le daría la política del siglo XX: no busca correrse al centro. Reconvertirse en “derecha cobarde” no es una opción.
El único camino es seguir siendo el que destruye, como única chance de erigir un orden alternativo: en eso cree. En su cálculo estratégico, no hay mejor momento para reforzar el perfil destructivo que cuando las aguas están calmas y los logros en alza. Al contrario, cuando la cosa está inquieta, Milei se vuelve manso. León vegetariano. Por ahora, con la confianza pública en alza, está al ataque.
El problema de Milei es que gran parte de sus votos están en manos de ciudadanos que adscribirían más tranquilos a una “derecha cobarde”.
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