Milei, Cristina y el peronismo: las Fuerzas del Cielo chapotean en el barro
El pacto con Barrionuevo es una jugada arriesgada del libertario para transmitir vocación real de poder; la irrupción de la vice, las cuentas de Massa y el dilema de Bullrich
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Javier Milei suele decir que lo que diferencia a un loco de un genio es el éxito. Usa la frase como un escudo retórico ante quienes dudan de su equilibrio emocional, pero con ella esboza también las líneas de un autorretrato. Detrás del idealismo libertario y del discurso mesiánico que tiñe al personaje público, reluce un cultor del pragmatismo. Antes que en Friedrich Hayek o Milton Friedman, se inspira en la filosofía resultadista del doctor Bilardo.
La persecución del triunfo a toda costa lo ha llevado a ejecutar una jugada de alto riesgo cuando aceptó chapotear en los pantanos de la casta con Luis Barrionuevo como baqueano. El pacto con el ignífugo jerarca del gremio gastronómico es una enmienda a su salmo antisistema. Un sacrificio del relato identitario en el altar de la necesidad.
Barrionuevo le vende a Milei dos remedios para atenuar su ansiedad. El primero, un ejército de fiscalización nacional que neutralice un temido renacer del aparato oficialista que siguió el escrutinio de las PASO como quien ve llover. El segundo, una estructura para operar sobre un peronismo en crisis en caso de que La Libertad Avanza gane la presidencia.
La reacción peronista es un nubarrón en el horizonte del líder libertario. El presente tiene rasgos ilusorios. Hasta Cristina Kirchner lo trata con mano de seda. La reaparición de la vicepresidenta en la campaña, en la tarde noche del sábado, fue un monólogo alineado a las urgencias de Sergio Massa, centradas en desacreditar a Juntos por el Cambio y en presentar el surgimiento de Milei como una consecuencia del rechazo social al macrismo. “Yo ya había dicho qué iba a pasar. Era una elección de tercios y la clave es entrar en el ballottage”, alardeó. Refutó las demandas de ajuste fiscal y la dolarización con una engorrosa argumentación teórica que esquivó la alusión personal al vencedor de las PASO. “Es imposible ir con la motosierra, porque no te dan los números”, dijo. Mucho más impiadosa fue con Carlos Melconian, el candidato a ministro de Patricia Bullrich.
Bien haría Milei en no engañarse con un kirchnerismo herbívoro. En el planteo de Cristina asoma la idea de una resistencia activa al eventual resurgimiento liberal.
¿Es imaginable que, en caso de ganar, Milei coseche en el peronismo el apoyo para las reformas que jamás podría aprobar con el puñado de diputados y senadores que conseguirá en octubre? “En una batalla la victoria no depende del número de soldados sino de las fuerzas que vienen del cielo”, arenga cuando quiere maquillar con mística su debilidad, apelando a una cita del libro de Macabeos de la que extrajo un eslogan para adornar gorritas. La política real es algo más truculenta.
Barrionuevo ofrece servicios que no salen en la Biblia. Aliarse a él funciona como una señal para todo el sistema, que ve en la gobernabilidad el punto flaco más clamoroso de Milei. Si un símbolo del antiguo régimen puede recibir la admonición del poder que viene, cualquiera puede ver la luz. “Todos aquellos que adhieran a las ideas de la libertad serán bienvenidos”, pontifica el candidato. Preanuncia una implosión de Juntos por el Cambio y una crisis total del peronismo. “La grieta es moral”, advierte y se arroga el reparto de los carnets que darán acceso al lado de los buenos.
Cuando sus leales gritan “la casta tiene miedo” en los salones del vetusto poder sindical parecen ejecutar una canción de despedida al fogonazo de rebeldía que originó el tsunami libertario. En busca de una pátina de coherencia, Milei reivindica a Carlos Menem, a quien tanto apoyó Barrionuevo 35 años atrás. Pero reinterpreta al riojano desde una concepción opuesta a los preceptos básicos del peronismo: “Avalar la justicia social es avalar el robo”, dijo la última semana. “El Estado es una organización criminal violenta, que vive de una fuente coactiva de ingreso llamada impuestos”, argumentó para aprobar como diputado la rebaja de Ganancias que impulsó el gobierno de Massa.
Con ese voto, del que nunca dudó, dejó en claro otra vez la preeminencia del pragmatismo. En un mismo discurso calificó de “robo” a los impuestos y acusó de “inmorales” a los diputados de JxC por haber aprobado un presupuesto con déficit fiscal. Pero nunca preguntó qué gastos va a bajar Massa para compensar la merma de ingresos que propicia con su proyecto. Ni a cuánto va a crecer la inflación en consecuencia. Le resta relevancia: de sus diálogos con empresarios se desprende que imagina, pase lo que pase, que habrá algo cercano a una híper antes del cambio de presidente.
Carnadas y pactos
Milei celebró la incomodidad de Patricia Bullrich por el debate de Ganancias. Toda la novela del plan Massa expuso cómo la campaña de JxC lidia aún con serios problemas de orden.
Massa tiró una carnada al río cuando dijo, dos semanas atrás, que si ganaba las elecciones pensaba eliminar el impuesto a las ganancias, una antigua bandera del macrismo. Dirigentes del Pro corrieron a torearlo: ¿por qué no lo presentaba ahora si iba en serio? El ministro se frotó las manos. Se convenció de actuar cuando la propia Bullrich mordió el anzuelo. “Es increíble que todavía no me conozcan”, se río el ministro, según fuentes que conversaron con él.
La presentación del proyecto abrió una discusión airada en un frente político todavía aturdido por el resultado de las PASO. Algunos creían que debían apoyar, otros pugnaban por la abstención y una mayoría se plantó en que no oponerse los convertiría en cómplices de una bomba inflacionaria armada por Massa. Bullrich inclinó la balanza hacia el rechazo.
La sesión del martes abrió otra herida cuando cuatro diputados radicales liderados por Emiliano Yacobitti participaron del minué del quorum para abrir el debate. El oficialismo tenía los votos, pero algunos legisladores –como Leandro Santoro– llegaron tarde. “Les pidieron una prueba de amor por la ley de creación de la universidad de Río Tercero que ellos habían militado”, explicó uno de los referentes del principal bloque opositor en alusión a Yacobitti y compañía.
A pesar de los chispazos, el comando bullrichista creen que evitaron lo peor. El bloque votó unido en el sentido que marcó la candidata. Vienen nuevos desafíos: ya saben que Massa enviará un proyecto similar con las mejoras que anunció para monotributistas y autónomos.
En el entorno de la candidata creen que Milei pagará un costo por votar junto con Massa y los sindicalistas festejaron en los palcos, con el fuck you incluido de Pablo Moyano. Fue en respuesta a una chicana del radical Mario Negri, que dijo: “A los que están arriba, bienvenidos. Deben tener entumecidas las piernas. Si el candidato de otra fuerza política hubiera duplicado la inflación y hubiera aumentado la pobreza, ustedes estarían llenando la Plaza de Mayo”.
Los coqueteos de Milei con dinosaurios sindicales están dejando un flanco enorme a JxC. No terminan de aprovecharlo porque rige la orden estricta de “no atacar a Milei”. Bullrich la cumple, pese a que cada vez más voces sugieren que “de tanto coachearla le están quitando su esencia”, que consiste en ser espontánea, enérgica, combativa.
Otro inconveniente de señalar a Barrionuevo ya lo advirtió el libertario Ramiro Marra: en la lista de Bullrich en la Ciudad tiene un lugar expectante Dante Camaño, que era carne y uña con el líder gastronómico hasta que se pelearon a muerte por el control de la filial porteña del gremio. La casta siempre avanza.
Motosierra de utilería
Milei no se detiene en incongruencias. Las encuestas que le envían a su comando lo muestran bordeando los 35 puntos, pero lejos de resolver todo en primera vuelta. ¿Es el miedo a la ingobernabilidad lo que le pone techo?
A diferencia de Menem, que decía no lo hubieran votado si contaba en campaña lo que pensaba hacer, Milei parece sugerir que no hará aquello que prometió hasta ahora. El Conicet no se cierra si no que cambia de nombre. La dolarización es, en realidad, competencia de monedas. El ajuste del Estado se reduce a los cargos políticos, no a los empleados. Los planes sociales no serán eliminados. La motosierra hace ruido pero no corta, como la que usa en las caravanas de campaña.
La contradicción es la arcilla con la que moldea un gobierno posible. Eso aumenta las alertas de los empresarios que lo escuchan y lo aplauden, pero después, en privado, transmiten estupor. Pasó en sus últimos encuentros con banqueros y con petroleros. Pero quedó expuesto a la luz cuando su mentor Eduardo Eurnekian lo sacudió con la frase de la semana: “Si no se modera, no estamos para aguantar a otro dictador”.
Eurnekian, a quien Milei le dice cariñosamente “jefe”, alzó la voz a raíz de las críticas de Milei al papa Francisco. Lo había llamado al candidato cuando se viralizó un video en el que trataba a Bergoglio de ser “representante del maligno”.
“Eduardo, levantaron un video viejo, de hace seis años”, se atajó el candidato. Pero días después se conoció la entrevista que Milei le había dado al conductor norteamericano Tucker Carlson, en la que acusa al Papa de tener “una gran afinidad por las dictaduras sangrientas”.
Romper puentes es una constante en Milei. Le pasó ahora también con el presidente de la Corte, Horacio Rosatti, al que acusó de “defender el robo” por haber dicho que la dolarización podía ser inconstitucional si incluía eliminar el peso. La operación que había ordenado para sintonizar con la Corte (que había incluido contactos sigilosos y declaraciones amables) entró en fase de congelación.
Los números de Massa
Massa aprovechó el affaire Francisco. Justo él, a quien el Papa colocó desde un principio fuera de su círculo de contactos. En el búnker oficialista sostienen que las frases de Milei impactan en votantes católicos del norte del país, ese territorio peronista que se pintó de violeta en agosto.
Salta, Tucumán y La Rioja son algunas de las provincias donde Massa espera recuperar votos. El ministro califica a Milei de “audaz” (un sello IRAM viniendo de él), pero cree que está cometiendo errores que lo limitan. Esta semana sus asesores inundaron de encuestas que muestran a La Libertad Avanza en el orden del los 33/34 puntos y a la fórmula oficialista muy cerca. “Está garantizado el ballottage entre nosotros dos”, le han oído decir a Massa. Cerca de Bullrich lo desmienten: “Es humo. Patricia lleva dos semanas recuperando y la economía está destrozando al oficialismo”.
El ministro tampoco ataca a Milei: “Me lo tienen prohibido. Por ahora”. Cree que la batería de medidas de auxilio cristalizará el voto peronista y le dará el empujón hacia el número mágico que garantiza la segunda vuelta: 33%. ¿Y después del 22 de octubre? Silencio. Es como hablar de la reencarnación de la carne.
Hasta el martes Massa vivirá de anuncio en anuncio, antes de que rija la prohibición legal de mezclar gestión con campaña. Nadie podrá acusarlo de no aprovechar la ventaja de usar el presupuesto como caja proselitista. En el camino se despega del gobierno que integra y encontró una frase para condenar sin nombrarlo de Alberto Fernández: “Lo que viene es mejor”. Por algo se empieza.
De Cristina esperaba la ayuda que le dio. Lo exculpó por la devaluación del 22% posterior a las PASO, que atribuyó a una orden del FMI, y lo elogió por “haberle dicho la verdad a la gente”. Fue obediente a las demandas de los gurúes: dijo que la elección se define entre los libertarios y ellos, sin asumir ninguna responsabilidad por el descalabro económico y por la sangría de votos del Frente que fue de Todos. Tan enfocada estuvo que ni habló de sus causas judiciales.
Ganar el país le parece una utopía, pero le queda el consuelo posible de rescatar el bastión bonaerense. Lo mismo piensa Axel Kicillof: si él gana en la provincia y los libertarios en el país espera un duelo a cara de perro desde el día 1. La “música nueva” que se propuso componer –y que provocó la ira de Máximo Kirchner– será más bien una canción de protesta.
Cristina ve cómo se apaga el gobierno que en 2019 soñó como un puente a la renovación generacional y como el instrumento para limpiar su legajo judicial. El final no podía ser más decepcionante. Tiene una condena por corrupción a cuestas y tres juicios en espera. La Cámpora pugna apenas por ganar un puñado de municipios suburbanos. Su favorito Kicillof enfrenta en una guerra de rencores al heredero Máximo. Y la esperanza de sortear un desastre está en manos de Massa, a quien alguna vez acusó de operar para meterla presa. A ella sí que le vendría bien una mano de las fuerzas del cielo.
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