Javier Milei, a punto de perder una ventaja crucial
De no resetearse el sistema de toma de decisiones y relacionamiento con el sistema político, el diferencial con el que contaba Milei cuando llegó al Gobierno corre el riesgo de evanescerse
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Las crisis de representación y de liderazgo ajenos no solo fueron motores del triunfo de Javier Milei. También han sido ventajas comparativas cruciales de un presidente millonario en votos, pero paupérrimo en fuerza parlamentaria y control territorial. Ese diferencial que signó el rumbo inicial del Gobierno está a punto de entrar en zona de riesgo o de reducirse a expresiones mínimas. Por errores del oficialismo y del propio de Javier Milei y por urgencias o falta de incentivos ajenos, que empiezan a poner en conflicto esa relación de fuerzas favorable al Gobierno en sus primeros meses de gestión. No era solo luna de miel. Ni de Milei.
La necesidad de convertir en leyes los anuncios y las promesas del Gobierno, para que le den la previsibilidad y la sustentabilidad que los actores económicos (internos y externos) reclaman, más allá de la adhesión que les provoca el programa radical de reformas promercado del oficialismo, se está convirtiendo en un desafío soberano.
Los últimos días ha quedado en evidencia que una suma de factores está llevando a muchos agentes libres de la oposición dialoguista a pararse enfrente del oficialismo o a ser renuentes a sus demandas. No hay cheques en blanco.
En algunos casos asoman actores que empiezan a perder el temor con el que los paralizaban los rugidos del león triunfante. En muchos otros, porque no les quedan mejores opciones que marcar diferencias, subirse el precio o confrontar. Es para ellos una cuestión de supervivencia, ahora y de cara al mediano plazo de las elecciones legislativas de 2025. El Congreso es la caja de resonancia y el amplificador de esos ruidos.
En la convergencia de elementos que generan dificultades sobresalen la intransigencia presidencial, una apreciación estática de la anatomía del sistema político y una aparente falta de comprensión de su fisiología por parte de la troika del poder, que integran Milei, su hermana Karina y el gurú Santiago Caputo. Todos ellos renuentes a corregir rumbos por temor a que cualquier concesión debilite el poder presidencial. A veces, suele ocurrir lo contrario.
Ese esquema blindado propicia, además, la sobreabundancia de agentes sin suficiente poder para llevar adelante negociaciones conducentes, que, para peor muchas veces se superponen, se neutralizan y confunden a sus interlocutores.
Las intervenciones del jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y su secretario ejecutivo, José Rolandi, suelen interferir o chocar con gestiones del ministro del Interior, Guillermo Francos, y de su segundo, Lisandro Catalán. Así como las de estos con las operaciones del enlace del Gobierno con el Parlamento, Omar de Marchi. Sin contar las frecuentes desautorizaciones presidenciales. O el juego de tirar por la ventana funcionarios por razones que nadie explica. Ahora los cortocircuitos entre el Presidente y la vicepresidenta, Victoria Villarruel, solo multiplicaron los rasgos de disfuncionalidad, que aprovechan otros.
La confusión que hasta hace poco mareaba a buena parte de la dirigencia política no libertaria, comienza a mostrar fatiga afuera y provocar complicaciones adentro. El rechazo en el Senado al megaDNU desregulatorio lo puso en evidencia. El principio de revelación no solo expone presuntas miserias ajenas A veces, choca contra el espejo y alumbra desnudeces del Gobierno.
Sobre ese nuevo piso transcurren las negociaciones iniciadas con gobernadores y bloques de la Cámara de Diputados. Tanto para evitar un nuevo traspié del DNU 70/23, que perdería su vigencia, como para tratar una versión acotada de la ley ómnibus, un pacto fiscal y un nuevo cálculo de actualización de los haberes jubilatorios. Eso incluye la reposición del impuesto a las Ganancias a la cuarta categoría, cuya derogación ideó Sergio Massa para llevar más lejos de lo probable una candidatura casi imposible y que (nadie olvida) le votaron los diputados Milei y Villarruel. Por eso, todos quieren que el costo lo pague el Gobierno.
De todas maneras, la reciente rebaja del piso salarial para la aplicación de ese impuesto afectará al oficialismo por invertir la lógica de los tiempos de inflación: a medida que los salarios perdían capacidad de compra, el monto base se subía. Ahora, mientras a los bolsillos ya les sobraban días del mes se amplía la base de los que deberán tributar. Una doble Nelson que pondrá al borde del knockout ingresos familiares, que ya venían tambaleando.
La fragmentación política que hasta ahora beneficiaba al Gobierno y empieza a complicarlo opera hacia adentro de los partidos y de los bloques legislativos, entre los gobernadores y los legisladores de sus provincias, y entre los mandatarios provinciales. Confluyen aquí intereses divergentes, realidades locales y regionales contrapuestas, convicciones y cálculos político-electorales, que se suman a las dudas en alza sobre los resultados de la gestión del Gobierno y las probabilidades de éxitos de las fuerzas del cielo. La profesión de fe es una misión imposible para los agnósticos cuando los milagros tardan en verificarse.
Negociar con muchos al mismo tiempo requiere de convicción, paciencia, determinación, flexibilidad, recursos, capacidad de coacción y habilidad política. Tache cada uno el atributo que no advierte que esté presente en el Gobierno.
El miedo a los trolls y los bots de las redes sociales puede llegar a tener el destino del temor a los fantasmas cuando se les quita la sábana.
Lousteau, un caso testigo
El voto contra el megaDNU del presidente del radicalismo y senador, Martín Lousteau, a diferencia de la posición mayoritaria de su bloque, del titular del bloque radical de Diputados y de los gobernadores de su partido dejó al desnudo el grado de descomposición del sistema, así como puso en evidencia que la fragmentación, la debilidad de la oposición y la crisis de liderazgo puede jugar en contra de los acuerdos que teje y desteje el Gobierno.
La defensa que recibió Lousteau de la juventud radical y de viejas figuras del alfonsinismo en retroceso no compiten con la potencia de las críticas del establishment partidario y parlamentario, incluidos los gobernadores que tienen votos propios, Tampoco con la demonización del oficialismo. Pero todo es relativo
Fiel a su tradición, el radicalismo está atravesado por disputas personales y de proyectos, por la disimilitud de realidades y necesidad locales de un partido que desde el impotente gobierno de Fernando de la Rúa adoptó características de una federación y por la diferencia de perspectivas electorales de sus dirigentes distritales.
Por un lado, sigue sin metabolizarse la indigestión que provocó a muchos referentes provinciales de peso, como Alfredo Cornejo (Mendoza) o Gustavo Valdés (Corrientes) la llegada del porteño Lousteau a la conducción partidaria.
Por otro lado, la realidad en muchos distritos, donde se solaparon los votos a los candidatos radicales locales con los que fueron a Milei en la categoría presidencial, continúa generando prevenciones con miras a 2025. La posibilidad de que el Gobierno encarrile la situación económica y a tiempo de ajuste le suceda un despegue opera para esos dirigentes como el gran disuasor de cualquier confrontación pública.
En tercer lugar, asoma la particular situación de referentes de algunos distritos, como la ciudad de Buenos Aires, en los que hoy es alta la perspectiva de una alianza formal o informal (por debajo de la mesa) entre el macrismo y los libertarios, que desplace a un tercer o cuarto puesto a los candidatos radicales el año próximo. En ellos la conveniencia electoral se suma a las convicciones, alejadas del ideario libertario. Es lo que les pasa a muchos radicales que ya se sometieron a desgano y por necesidad a la condición de socios minoritarios del macrismo.
La apuesta maximalista de Milei, expresada en la premisa de que se está con él o se es parte de los demonios del pasado, tiene grietas para muchos dirigentes, que se resisten a la deglución. El primer argumento que exponen los que siguen prefiriendo algunos grises es que en las elecciones legislativas suelen encontrar espacio las terceras fuerzas, como se ha demostrado desde 2009 hasta acá y como Milei pudo comprobar en carne propia al meterse en 2021 en la pelea antinómica entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo cambiemita, para llegar a la Presidencia dos años después. Para algunos, aliarse puede significar subsumirse y acrecentar el riesgo de la irrelevancia, más aún cuando todo está en proceso y no hay certezas ni resultados confiables. Todavía no está claro cuál será la geografía que dejará el terremoto Milei.
La segunda premisa es que “hay muchas diferencias de perspectivas y necesidades entre votantes, militantes, dirigentes y gobernantes, que se multiplican en todo el país. No todos en todos lados esperan y quieren lo mismo de sus dirigentes y mandatarios”, explican en el entorno de Lousteau para justificar su autonomía. “En todo caso, es mejor morir con las botas puestas”, agregan.
Los críticos del titular de la UCR descalifican esas razones y sostienen que privilegia sus intereses locales, las alianzas que lo llevaron a la cima de un partido del que es afiliado hace menos de una década y cierta intransigencia cuasi mileística. “Martín prefiere tener razón a ganar partidos”, dicen. En tal caso, no podrían negarle radicalismo en sangre. “Que se rompa, pero no se doble”, acuñó el fundador del partido.
Los radicales no están solos
El radicalismo es solo un ejemplo que encuentra réplicas en otros espacios. Incluido Pro, donde abundan los emprendedores que aceptan contrataciones a título personal, sin consulta previa con el viejo dueño del espacio que está a punto de reinstalarse en la gerencia general de la empresa, Macri intenta restañar un liderazgo dañado tanto como evitar más fugas por las que no cobra nada en concepto de transferencias.
También están (y son muchos) los amarillos que se someten y hacen profesión de fe liberal en público pero albergan dudas y expresan en privado durísimas críticas a Milei y sus libertarios. Así como tienen reservas sobre el resultado de sus políticas económica. Por último, hay un grupo (pequeño, pero no insignificante) que toma distancia a la espera de un cambio de vientos. La disciplina partidaria es un oxímoron.
Los desgajamientos del peronismo y los sueños eternos de emancipación del kirchnerismo de muchos referentes provinciales no encuentran aún incentivos y soportan demasiados castigos para hacer más concesiones al Gobierno. El peronismo suele cobrar caras sus derrotas. Y, en varios, casos hacen un juego doble. Anudan por arriban lo que por abajo desatan, con el argumento de que no controlan a sus legisladores o referentes locales. Bastante similar a lo que hacen los mandatarios de fuerzas provinciales. El federalismo puede tomar formas confederales.
Ante un contexto cada vez más complejo, mientras la paciencia social es puesta a prueba día tras día, habilitó la pregunta de si el Presidente está por experimentar algunos cambios.
La participación casi secreta de Milei hace una semana en la conferencia del gurú Prem Rawat, que propone la búsqueda de la paz interior, abrió interrogantes en quienes advirtieron su furtiva presencia.
Todo indica que de no resetearse el sistema de toma de decisiones y relacionamiento con el sistema político, las cruciales ventajas comparativas que tenía Milei cuando llegó al Gobierno corren el riesgo de evanescerse. Antes de que lleguen los resultados deseados y prometidos.
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