Miedo, compañerismo y rezos en silencio: la larga noche que pasó la comitiva presidencial en la montaña
"Cuando los vimos aparecer como una rayita en el horizonte, como hormiguitas, salimos todos del helicóptero y empecé a correr hacia ellos entre las piedras, con mis zapatos de oficina, mi corbata y saco, sobre una cresta de montaña. Corrí como podía, porque me faltaba oxígeno y me apunaba. Cuando ellos me vieron, se frenaron y gritaron todos a la vez: "¡Viva la patria!". Fue increíble. Un orgullo total. Nos abrazamos todos como locos".
Eduardo Plasencia, uno de los pasajeros del helicóptero de la comitiva presidencial que debió aterrizar de emergencia en un cerro en Catamarca, lo cuenta con lujo de detalles. Antes, cuando el helicóptero había buscado dos veces aterrizar sin éxito y había enfilado recto hacia la cordillera, fue quizá el más consciente entre los pasajeros de la gravedad de lo que ocurría. "Iba siguiendo todo con mi GPS. Dentro de un helicóptero militar no se puede hablar, hay mucho ruido. Así que veíamos todo sin cruzar palabras", dijo a LA NACION Pasencia, ingeniero civil de 28 años, que es el Coordinador de Gestión de Vialidad Nacional.
"Cuando observo la maniobra del piloto que da la vuelta y se manda como flecha hacia la codillera pensé que estaría buscando aterrizar más alto que las nubes. Pero me dije: ¡Noooo, no puede estar pasando esto! Y sí. Pasó. Ahí estaba la montaña debajo de nosotros. El piloto aterrizó la aeronave como se pudo, con 20 grados de inclinación y justo a tiempo: quedaban apenas 10 minutos de combustible. Todo alrededor era 360° de nubes heladas. No había más tierra que esa, un pico en medio de un océano de blancura. De Córdoba hacia el Norte, todo eran nubes. Unos minutos más y nos estrellábamos".
Plasencia, al igual que el resto del equipo presidencial, venía de largas jornadas de reuniones con funcionarios de las provincias del norte, y de anunciar que Vialidad Nacional pavimentará, por primera vez, el tramo del extremo norte de la mítica Ruta 40. Cuando subió al helicóptero, el viernes vestía pantalón de gabardina, camisa, corbata, saco y zapatos. Para volar de Cachi a Termas de Río Hondo no hacía falta otra cosa.
"Al despegar se le informó al piloto que las condiciones de clima y aterrizaje eran buenas, pero sorpresivamente durante el vuelo se presentó un frente helado, el mismo que está ahora afectando a todo el noroeste del país, y complicó repentinamente al aeropuerto de Termas. Se formaron nubes heladas por debajo del helicóptero, por lo cual, cuando ingresó a ellas como se le indicó desde la torre de control, se juntó hielo en las aspas. El efecto del hielo es que la hélice ya no puede levantar la máquina y esta cae como piedra", contó Plasencia.
El piloto notó inmediato el mal funcionamiento de la hélice, por lo que elevó la nave para zafar de las nubes. "Y se dirigió al aeropuerto alternativo en Santiago del Estero". Al llegar, la situación allí era idéntica a la que acababan de dejar atrás. Con la diferencia de que ya no quedaba casi combustible extra. "La reacción del piloto Hernán Bornices y la tripulación fue de primera: dirigirse al pedazo de tierra más cercano, que tuviera una altura mayor a la de las nubes. Pensó en las montañas de la cadena del Aconquija, en Tucumán. Como un rayo, volvió el helicóptero hacia ese destino. De pronto, todo era un océano de nubes. Nada. Nadie hablaba. Yo seguía todo con mi GPS", dice. Por fin, como una visión, apareció la montaña, una mancha emergiendo entre extensiones blancas. "Imposible seguir hasta Andalgalá, cerca de los valles Calchaquíes. Era entonces o nunca. Y vimos que el helicóptero comenzaba a dar vueltas alrededor del pico hasta aterrizar. Allí llegó el miedo".
"¡Estábamos vivos, no se cayó el helicóptero! Pero ahora qué", fue la cuestión. Había que pasar la noche allí, sin abrigo, sin comida, ni agua, sin señal de celulares. "Muchachos, tuvimos un imprevisto y nos quedamos sin combustible". La voz del piloto era calma. "El comandante vino hasta nosotros y nos dijo con mucho ánimo -dijo Plasencia-: ‘lo único que pudimos hacer fue aterrizar por fuera de la tormenta. La verdad es que llegamos gracias a la Virgen María. Vamos a organizarnos, conserven el calor, pónganse mucha ropa y tranquilos, ya están todos avisados y, cuando mucho, mañana nos rescatarán".
Diez minutos más, y el helicóptero caía, les describió Bornices. Hubiera intentado aterrizar igual, pero a riesgo total de estrellarse. "Tanto el piloto como su tripulación nos dijeron que jamás habían tenido una situación así. Y, sin embargo, actuaron como titanes, con una pericia tal que parecía que lo hacían todos los días. Nos decían: uno siempre se queja de tanto entrenamiento, piensa que nunca va a pasar algo… Y si no fuera por ese entrenamiento, hoy no la contábamos, nos matamos todos".
La ansiedad por el rescate iba ganando terreno. "Habíamos entendido que vendrían por nosotros algo así como dos baquianos a caballo. Y que llegarían a las 6 de la mañana. Pero pasaban las horas y no había noticias. A eso de las 11 de la mañana, nos preparábamos para bajar solos o para salir a cazar algún venado o cabrito, cuando vemos llegar al grupo en el horizonte. El primero, porque fueron tres grupos distintos los que salieron al rescate".
De la incertidumbre a la explosión
Un sentimiento de seguridad reemplazó a la incertidumbre de las horas anteriores. Habían atravesado por todo: miedo a la caída, desconcierto en la noche, incertidumbre de no saber si serían rescatados, locura con la llegada de los rescatistas de la División de Operaciones Especiales Kuntur. "Y todavía no caigo del todo. Estoy en un hotel, calefaccionado, bien desayunado, muy tranquilo, mientras que anoche estuve a casi 4 mil metros de altura con peligro de no volver", dice Plasencia. "En esos momentos, es imposible no acudir a la fe. Ahí sale lo más genuino del hombre, y es genuino en el ser humano creer en la ayuda divina y entender el sentido de las cosas por encima de lo coyuntural y de lo que está pasando -dice-. A todos nos brotó rezar y contar anécdotas de ayudas que recibimos de Dios y de la Virgen María en otras circunstancias".
Concentrados en pelear contra el frío, "no hubo rosarios ni cosa así. Cada uno rezó por dentro. Teníamos que hacer fuerza con los músculos para luchar contra lo helado, cubrirnos el cuerpo por partes: si se te iba congelando un pie, te lo tapabas; luego, el otro; luego, el brazo derecho; después, la espalda…" Es que casi no tenían abrigo. Ropa formal de oficina, con eso estaban. Una vez más, la tripulación vino al rescate: sacaron de sus equipajes pulóveres y medias para todos. Pero no había mantas. Solo era posible sentarse en los tres bancos de pasajeros de la nave, porque bajar al piso o acostarse allí era congelarse.
En cuanto a comida y agua, igual. Los pasajeros, nada. La tripulación había comprado algunos paquetes de galletitas Diversión y Terrabussi, y tres litros de agua en total. Y tenían sus kit de emergencia reglamentarios: dos paquetes cada tripulante, tamaño ladrillo cada uno, con barritas de cereales y cuadraditos de proteínas hipersintéticas, más algunos chocolates. "Tomamos de a un sorbo de agua y una galletita cada tanto per cápita. A las 11 del día siguiente ya no quedaba más que medio litro de agua y pocas galletitas. "Con el frío, temblás y eso te quita muchísima energía -narra Plasencia-. A eso sumale la oscuridad total de la noche. Había dos de esas barritas iluminadoras tipo películas; las colgaron del techo y al menos no nos chocábamos a los codazos entre nosotros. Pero luego salió la luna…"
El fotógrafo presidencial salió entonces del helicóptero. Se congeló, pero tomó las fotos más inesperadas de su vida. Todo era un baño nácar de luz silenciosa y helada. Hasta la salida del sol.
Liderazgos de acá y allá
Dentro del helicóptero, "todos éramos un solo equipo -dice-. Los trece compartimos comida, agua, suéteres... No hubo ni crisis de temor ni actitudes de mando sobre otros". Sin embargo, había liderazgos. "Iván Pavlovsky, el vocero presidencial, era el que más preguntaba cómo estábamos todos. Al abrir los paquetitos de noche y hacer una cena simbólica, Iván pronunció un breve discurso de agradecimiento al piloto y la tripulación en nombre de todos. Luego, el teniente Alejandro Cecatti, un hombre de la Policía Federal, tenía todos los contactos necesarios, el teléfono satelital, hasta un arma,,, Y el liderazgo del piloto", resume.
La llegada de los rescatistas cambió la óptica: "ellos tomaron el liderazgo y control total de la situación. Eran cinco tipos superequipados con mochilas, camperas, bolsas de dormir, termos, café, mate, que hicieron fuego, nos controlaron la presión, temperatura y nos dieron toda la seguridad del mundo. Nos anunciaron que si para las 12 y media no llegaba el helicóptero, bajaríamos a pie. Estábamos todos dispuestos: confiábamos en ellos totalmente".
El último tramo
A las 12 y media, el helicóptero presidencial no había podido llegar. Así que tomaron todo lo que podían de adentro del MI-17 y comenzaron el descenso. "En ese instante, aparecieron dos rescatistas bomberos, helados, de los que habían sido atrapados por la tormenta. Nos quedamos media hora más para que se recuperaran y tomaran bebidas calientes. A la 1 en punto, los 20 emprendimos la marcha".
Caminaron una hora y media y bajaron más de 400 metros, recuerda Plasencia. El dato tal vez no sea exacto; es el dato que las sensaciones y la mirada cansada permitieron tomar. "Muy escarpado... Pero teníamos toda la confianza en los rescatistas. Hasta que, de pronto, escuchamos el sonido de un helicóptero. Apareció por atrás de la montaña, tremendo; eran como las dos y media de la tarde, se había despejado el clima y llegaba a buscarnos. Pero estábamos en un punto de difícil aterrizaje. Por tres o cuatro veces se acercó tanto a la montaña que parecía que se iba a reventar contra ella. Tanto, que pensé: Houston, tenemos un segundo problema. Pero no. Otra vez, la tremenda pericia de un piloto que hizo malabarismos y aterrizó en una cornisa imposible". Entonces subieron los siete funcionaros al helicóptero de rescate "porque no entraban ni 13 ni 20. Nosotros éramos los menos aptos: el resto tenía entrenamiento, botas de cuero…"
Plasencia viajó ayer de noche a Salta. Mañana debe seguir allí con reuniones por temas del Corredor Bioceánico Brasil-Chile, que pasará por el norte argentino. Pero hoy… Hoy es momento de respirar un poco.