Meldorek, la constructora que despierta las mayores sospechas
Schoklender compartía el domicilio con la firma y habría usado sus aviones y un yate
El 10 de febrero pasado, Cristina Kirchner y Hebe de Bonafini se abrazaron en un escenario. "Finalmente, el amor pudo más que el odio", le dedicó la Presidenta a la mujer del pañuelo blanco. Acababan de inaugurar 370 viviendas de las Madres de Plaza de Mayo en el barrio porteño de Lugano, cada una de las cuales llevaba el sello de Meldorek SA, la constructora que realizó casi todos los emprendimientos habitacionales de las Madres y que, curiosamente, comparte su domicilio fiscal con el ex apoderado de la Fundación de Bonafini, Sergio Schoklender, hoy en el centro del escándalo.
Siempre contratada para la Misión Sueños Compartidos, que canaliza la construcción de barrios sociales que las Madres afrontan con fondos estatales, Meldorek levantó otras 330 viviendas en los barrios Avia Terai y Santa Sylvina, en Chaco, 124 casas en Bariloche, Río Negro, y 50 en Posadas, Misiones. En Santiago del Estero, así como en el partido bonarense de Tigre, 500 construcciones comparten su sello.
A pesar de que Schoklender era el apoderado legal de la Fundación de las Madres y Meldorek una empresa privada contratada directamente por él y las Madres, ambos fijaron su domicilio fiscal en el cuarto piso, departamento M, de la avenida Alvarez Thomas 198, en esta capital. Pero no es el único vínculo que los ata.
Creada hace sólo siete años, Meldorek goza de un presente floreciente. No sólo por sus proyectos habitacionales, sino también por sus desarrollos en agroindustria, educación y transporte aéreo. Para esta última actividad, la empresa contaría con dos aviones, un Pipper PA-31T Cheyenne II matrícula LV-MNR y un Cessna Citation, que habrían sido utilizados por Schoklender tanto en viajes personales como en trayectos vinculados a los proyectos de las Madres.
El rápido crecimiento de Meldorek comenzó a registrarse el 30 de junio de 2003, apenas 20 días después de su creación como sociedad. Hasta entonces, la empresa pertenecía a dos ancianas: Noemí Raquel Averza, de 84 años, e Inmaculada Concepción Fazio, de 70. De inocultable espíritu emprendedor, por esa misma época ambas mujeres presidían otras 46 sociedades anónimas, todas creadas por un sólo día y con un capital de 12.000 pesos.
Ese 30 de junio de 2003 la empresa pasó a manos de Daniel Laurenti y Oscar Gabriel Castillo, quienes registraron un significativo aumento del capital social el 6 de diciembre de 2006: de 12.000 pesos a más de dos millones. Para 2009, siempre según registros del Boletín Oficial, el patrimonio de la empresa alcanzó los 4,5 millones de pesos.
Un año después, según publica hoy la revista Noticias , la empresa sumó a su patrimonio un yate de 14 metros de eslora, valuado en 420.000 dólares, de nombre Arete y matrícula REY 044668. De acuerdo con la publicación, Schoklender también habría sido visto en el crucero por los clientes de la guardería náutica Canestrari, de San Fernando, que cobra 2000 pesos mensuales por el servicio de amarras.
Hasta su polémica renuncia Schoklender cobraba 5000 pesos mensuales como apoderado de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, de acuerdo con la denuncia que en 2010 interpusieron ante la Unidad de Información Financiera (UIF) las legisladoras Elsa Quiroz y Maricel Etchecoin Moro (Coalición Cívica), Schoklender dispone de 15 inmuebles en la localidad de José C. Paz y uno en el partido de Pilar.
Buena parte de los inmuebles de José C. Paz corresponden a la quinta de 12.000 metros cuadrados y 19 habitaciones que la mano derecha de Hebe de Bonafini compró en 2008. Según afirmó Schoklender ayer en un comunicado, las adquirió con su propio dinero y luego las cedió en comodato al Estado bonaerense, para que las dedicara a un centro de rehabilitación de drogas. Los antiguos dueños le entablaron juicio por una deuda de 60.000 dólares. Las diputadas sospechan que la compra podría haber ocultado una maniobra de lavado de dinero.
La Nacion visitó ayer la quinta, que se mantiene herméticamente cerrada, a oscuras y, sobre todo, misteriosa. Como los últimos pasos en la vida de Sergio Schoklender.
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