Melancolía de viudas
Por Abel Posse Especial para lanacion.com
Paris en agosto. Calles vacías con los franceses de vacaciones. Multicolores y multiparlantes turistas con sus zapatillas calientes y de pantalón corto como una legión desorientada, sorprendida en pleno sueño. Nos encontramos con mi amigo de los lejanos tiempos de estudiantes en otro Paris, más querible, más descascarado, como el patio de un recuerdo.
Yo volví, pero mi amigo se quedó como esperando que Argentina fuese algún día un país de lógica y seriedad. Se fue quedando como docente de universidad en universidad y de novela sin terminar a novela sin éxito.
Pasaron décadas, se casó y se divorció de la francesa, y el hijo estudia administración de empresas en Londres. Me dice que está en puertas de decisiones que no sabrá si quedarán otra vez postergadas. Quiere de mí algo así como un informe político de consultoría.
Le digo que la elección del 28 de junio nos devuelve la esperanza cuando todo parecía perdido. No fueron los políticos, fue el pueblo que aplastó la mala política con los dos tercios del electorado. Pero eso es solo una posibilidad de arranque porque Argentina esta profundamente enferma, más allá de la política del precio de la lechuga o de la runfla gobernante.
Asusto a mi amigo con una horrorosa frase del periodismo corriente: estamos en avanzado estado de descomposición. Mi amigo mira desolado hacia los pocos vehículos que toman la curva de la rotonda de la torre de la Bastillla.
No puedo decirle otra cosa. No es que se pudrió el techo de la cabina, se pudrió el casco de la vieja y querida nave que al parecer solo navegó un siglo hasta varar en el fangal. Entonces le hablo de la indisciplina escolar, del desgano juvenil, de los padres acostumbrados a vivir sin trabajar, de la quiebra generacional, de las madres-coraje de las villas miseria que se organizan para enfrentar a los crápulas vendedores de paco a chicos de nueve años sin que intervenga la policía y a la vista de todo el mundo. Evoco a los sindicalistas con estancia y al subsecretario con avión privado de cuatro millones de dólares.
Están en la nada, que es peor que el gangsterismo. Hemos vivido estos años de patanería con el postre de llegar al cuarenta por cientos de la población en pobreza o exclusión subhumana. Kirchner transformó a los trabajadores y desocupados en lumpen miserable y la clase media en trabajadores desocupados. Ya se vislumbra claramente el exilio de las bandas de narcotraficantes del norte del continente hacia el lugar más indefenso, donde la ausencia de Estado, Fuerzas Armadas y policías garantiza la anarquía criminal.
Con resentimiento y continuidad, los Kirchner lograron lo que sería increíble: que el granero del mundo esté ya al borde de importar carne, trigo, maíz, alimentos y que hayan conseguido destruir nuestros mercados y el crédito que les permitió jactarse hasta comienzos del 2006 de estar creciendo "a la China".
-¿Pero lo que dijiste del 28 de junio? –me preguntó D.C.
-Esa fue una patriada que muy pocos esperábamos. Los K quieren administrar su agonía y su velorio. Tienen dos años de poder rebajado, pero siguen hablando de "profundizar el modelo". Los jefes opositores se separan en vez de unirse. Sueñan con el poder futuro, como hecho personal, sin arriesgar ideas de fondo. Están lejos de la urgencia, del dolor y de la indiferencia nacional.
Aquí también se ven los estragos de la enfermedad profunda. Ni los K creen que perdieron el poder ni los opositores actúan como vencedores que deben tener el paso firme de los nuevos representantes de la voluntad nacional. Mi amigo me dice algo sorprendente: -Digamos que ésta es la segunda viuda que nos falla… Es como Isabelita…
Me está diciendo que en política hay viudas de difuntos reales y viudas de muertos políticos. La Presidenta tiene el cargo personal como el mandato supremo de la Nación y no se atreve a usarlo. Conociendo su carácter, nadie la imaginaría tan tímida e ignorante de la dimensión constitucional del cargo incompartible con que fue honrada. Ella lo conserva legalmente y su consorte perdió el poder aunque comande ilegalmente los teléfonos y el mando sobre el cardúmen de servidores que rodean a la Presidenta como residuales fondos de escritorio.
La Presidenta tiene que conocer y servir a la realidad del cambio de la voluntad nacional antikirchnerista y la ansiedad de recomponer el aparato productivo, moral e institucional de la nación. El marido perdió y carece de respeto nacional. No es posible que en estos dos años que faltan desemboquemos en una crisis de odio. Ya no es mayoría. Debe gobernar en diálogo con su partido, con todos los partidos y sectores productivos en esta hora de crisis mundial. En la viudez se debe producir un efecto de melancolía personal paralizante. Pero estos sentimientos explicables son inadmisibles en la más alta esfera de poder del Estado.
Resolvimos caminar para el lado de Saint Paul. Sentí que yo había hablado como antes del 28 de junio, casi como no creyendo en ese cambio determinante. Las calles quietas del imperio de Louis Philippe. Las escuelitas republicanas con su bandera tricolor. El orden de una nación conciente del derecho y del Estado. Bajamos por la calle de Sevigné hacia un jardín de un palacio famoso por sus gatos.
Dejamos la política y D.C. retornó al tema del que me había hablado en el café de la plaza de la Bastilla. En la boca del metro del Pont Marie me buscó el fondo de los ojos y me preguntó: -¿Entonces que hago, me vuelvo?
En un solo instante sentí su fracaso, sus tardes de invierno seguramente atroces y solitarias, sus pocos éxitos como lector en universidades cada vez menos generosas e interesadas por la literatura sudamericana. El hijo en Londres, ya apuntado hacia su propio destino. Muy resuelto le dije: -Sí hombre, yo en tu lugar ni lo dudaría.
Después de treinta y cinco años, D.C. no había logrado dejar de ser argentino. Juraría que los ajados zapatos negros eran aquellos Grimoldi que habían cruzado del Océano. Apoyado ya en el primer escalón me miró con ganas de confiarse. Le dije con convicción: -Todo lo que hablamos ya pasó, ya no es real. Fue el último momento de una adolescencia política crapulosa. Se acaba de cerrar un largo ciclo. El cambio esta en el alma de la gente. La fuerza productiva y creadora de Argentina está intacta. Esta gente ha sido aplastada por los dos tercios del pueblo electoral. Son como las pesadillas que se olvidan a los dos minutos de despertarte.
Nos dimos la mano y se largó con agilidad escaleras abajo como si tuviese en el bolsillo lo que estaba esperando.
Yo volví caminando despacio. Pasé demoradamente frente al jardín del palacio de Sens donde había un recuerdo demorado y unos gatos subrepticios que se deslizaban por la cerca.
Yo también me sentí mejor. Unamuno escribió la historia del cura que predica cada vez con más entusiasmo en la medida en que duda de toda posibilidad de salvación. (San Miguel mártir, creo. Cito el título de memoria o con mala memoria).
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