Máximo y Cristina, frente al espejo ingrato de su debilidad
El fracaso en el Congreso y el fallo de la Corte sobre la Magistratura los expuso a un dilema central: ¿deben defender el Gobierno o salvarse a sí mismos?; por ahora asumen que necesitan seguir unidos
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Máximo Kirchner actuó el viernes como el náufrago que pincha el salvavidas que le arrojan. De tan irracional, el berrinche público que precipitó el rechazo del presupuesto 2022 instaló la sospecha de que se trató en realidad de un acto conspirativo para condicionar al Gobierno. Dudaban incluso algunos de los que, desde el confort de la obsecuencia, retratan al hijo de la vicepresidenta como un “fenomenal cuadro político”.
La sucesión de los hechos sugiere lo contrario. Kirchner había presionado toda la madrugada por encontrar los votos para el proyecto, primero, y por conseguir una salida decorosa, después, cuando se resignó a que no había mayoría posible para el revoleo de números que presentó el ministro Martín Guzmán. Juntos por el Cambio, con su crisis de liderazgo expuesta a cielo abierto, iba a avalar una moción para que el texto volviera a la comisión con el fin de revisarlo la semana que viene. Sergio Massa, presidente de la Cámara de Diputados, estuvo a dos segundos de abrir la votación a las 9.56. Pero todo se desmadró cuando el jefe de La Cámpora acusó de “cobardes” a los opositores.
“En política, cuando alguien actúa contra la lógica hay que mirar lo emocional”, sugiere un experimentado legislador que presenció el viernes desde el recinto la batalla del presupuesto. Coincide un peronista que lo ha tratado desde jovencito: “Él está incómodo con el papel que le toca cumplir en un gobierno que tiene que aprobar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y se dejó llevar”.
Máximo Kirchner empujó a Alberto Fernández a una crisis inesperada, que expuso su debilidad ante la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, con quien había agendado una videollamada días antes para capitalizar la aprobación del presupuesto. El diálogo resultó al final angustioso, con el Presidente forzado a admitir el “problema inesperado” que plantea lo que ocurrió en Diputados para el acuerdo sobre la deuda. Desde Washington ya han transmitido de todas las maneras posibles que se requiere “amplio consenso político” para avanzar. Lo del viernes es una señal impactante de lo lejos que queda ese objetivo.
Fernández se ocupó de disimular su fastidio con Máximo, con quien mantiene una relación por momentos aun más tirante que con Cristina. La unidad del Frente de Todos es esencial para aspirar a un rescate económico del Fondo. Por eso, en medio del desastre, revisó su decisión de no asistir a la asunción de Kirchner como jefe del PJ bonaerense. También ordenó a Guzmán emitir un hilo de tuits lleno de acusaciones a la oposición por el fracaso del presupuesto. “Hay que cerrar filas”, fue la orden.
Un ministro que siguió despierto toda la sesión se sincera: “Fue una metida de pata gigante”. El propio Máximo se preocupó por dar explicaciones en un medio amigable. Se justificó con una frase que debió pronunciar desde un diván: “Quieren que dé la patita y haga el muertito, pero no pienso dejar que me domestiquen”. ¿A quién le hablaba? ¿A la oposición? ¿Al Presidente? ¿Al FMI?
El diputado se enfrenta al igual que su madre al espejo de su debilidad presente. La derrota era esto. En una semana se diluyeron los humos de las interpretaciones antojadizas sobre las elecciones de noviembre. La Corte Suprema emitió el fallo donde tumba la reforma del Consejo de la Magistratura que le permitió al kirchnerismo tener un control amplio del Poder Judicial. Y 24 horas más tarde el Frente de Todos constató lo que significa el nuevo orden del Poder Legislativo.
Siguiendo su metáfora, Máximo ladra, pero no puede morder. Es una situación traumática para un príncipe heredero que se autopercibe revolucionario.
Hay una regla no escrita en el Congreso para los tiempos en los que ningún partido tiene mayoría: la oposición se lleva el discurso y el Gobierno se lleva la ley. “Él estaba demasiado acostumbrado a llevarse las dos cosas. Lo loco es que cuando tuvo que optar eligió el discurso y entregó la ley”, dice, aún azorado, un referente de Juntos por el Cambio.
Resulta evidente que él y su madre viven con incomodidad el papel de liderar un frente político que debe ejecutar un ajuste económico en un escenario de crisis social persistente. Los dos despotrican contra Guzmán, a quien le reprochan haber tensado demasiado la cuerda con el recorte de gastos y tildan de inconsistentes sus proyecciones para 2022. Sospechan que no les cuenta todo lo que está discutiendo con el FMI.
Construcción de poder
La palabra que más teme es “traición” pronunciada por sus seguidores. Las críticas recurrentes al FMI, que hacen dudar de la sustentabilidad de un eventual acuerdo que evite el default, son su condición tácita para seguir adentro del Frente de Todos.
Quienes lo tratan aseguran que es consciente de la necesidad de un acuerdo por la deuda. Pero que -al igual que su madre- no encuentra razones para pensar que eso va a mejorar sustancialmente la situación económica hasta un punto que le permita al peronismo unido retener el gobierno en 2023.
Cuidar el discurso por sobre todas las cosas hace juego con su lógica de construcción política, basada en la ocupación de espacios. Su obsesión ahora mismo pasa por la expansión de su influencia en Buenos Aires. La toma del PJ es un paso en ese sentido: ser algo más que el jefe de La Cámpora. “Se equivoca quien piensa que busca ser gobernador o presidente en 2023. Su prioridad es construir poder, no una candidatura”, explica alguien que lo trata a diario. Por eso mismo le resulta más valioso cuidar su capital simbólico que inmolarse por una herramienta coyuntural que necesite el gobierno de Fernández.
En ese equilibrio se mueve como conductor del bloque del Frente de Todos. No puede romper –que le pregunte a su madre el costo en imagen que tuvo para ella la carta incendiaria que le dedicó al Presidente después de las PASO-, pero tampoco puede comprometerse demasiado en el diálogo con una oposición aguijoneada por los duros.
Algunos en el Gobierno se preguntan –y se responden, claro- si es el hombre indicado para ser jefe de bloque en un momento como este y en una Cámara de Diputados sin mayoría.
Errores en cadena
En la sesión del presupuesto cometió errores bastante patentes, previos al discurso que desencadenó el rechazo. Primero, haber forzado el debate sin certezas de tener los votos suficientes. Había aceptado la inclusión de 56 artículos que aumentaron en miles de millones de dólares el gasto: casi todos eran concesiones a los gobernadores peronistas; nada a sus adversarios.
Segundo, consintió que en la tarde del jueves se votara una moción opositora para discutir un proyecto de actualización del mínimo no imponible del impuesto a los bienes personales. Perdió 130 a 116. En la jerga legislativa le llaman a eso “fijar el número”. Lo suelen hacer los oficialismos al someter a votación temas secundarios y mostrarles a sus rivales que tienen los votos para avanzar con la ley principal que está en discusión. “Nadie camina el recinto”, dicen sus críticos.
Juntos por el Cambio supo entonces que tenía medio partido ganado. Le abrió la puerta para postergar el debate una semana. Pero el oficialismo insistió: que siga la sesión. ¿Cómo pensaban torcer el resultado?
“Era un shopping en Navidad. Llovían ofertas”, ironizó un diputado del Pro. No había agua en la pileta. El gobernador radical de Jujuy, Gerardo Morales, que suele ser permeable a pedidos institucionales del Gobierno estaba en medio de las gestiones para garantizarse la presidencia del Comité Nacional de la UCR. Apagó los teléfonos. La izquierda y los liberales se cerraron a la negociación. La Coalición Cívica de Elisa Carrió se inclinaba por una abstención, pero levantó la guardia cuando circuló que un sector del radicalismo negociaba en su nombre beneficios para las universidades.
A las 4.30 de la madrugada quedaban 30 oradores anotados y el bloque de Máximo seguía acelerando hacia la pared. Llegó a circular la versión de que se cerraría la lista de oradores y se votaría de urgencia, en un intento de aprovechar que un grupo importante de los opositores se había ido a dormir un rato a sus despachos. Silvia Lospennato, secretaria parlamentaria de la bancada de Juntos por el Cambio, empezó a despertar gente de urgencia.
Al amanecer Massa se reunió con Cristian Ritondo, Mario Negri, Juan Carlos López y Rodrigo de Loredo, jefes legislativos opositores, para negociar el pase a comisión. Se habló ahí del drama que significaría no aprobar el presupuesto para las negociaciones con el FMI. Máximo ya estaba ahí superado por la indignación: lanzó acusaciones similares a las que diría después en la sesión. “Háganse cargo de la deuda que tomaron”, reprochó.
Lo cierto es que el Frente de Todos tenía un premio consuelo a mano. La oposición quedó envuelta en la trampa de su carencia de liderazgo. Nadie decide por el conjunto y cualquier discusión en un interbloque con 9 pedazos termina a los gritos, como una asamblea universitaria.
Oposición dividida
Ese espectáculo se vio en el recinto de la Cámara cerca de las 8 del viernes hasta que el fastidio de los oradores que no alcanzaban a escucharse a sí mismos movió a Massa a ofrecerles un cuarto intermedio a los opositores para que fijen una posición. Les dio 10 minutos. Volvieron una hora y media más tarde.
En el salón Parodi, contiguo al recinto, 115 diputados de Juntos por el Cambio discutieron sin que nadie ordenara desde fuera. Ni Mauricio Macri ni Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich, tampoco Morales. “Cuando no hay línea de arriba solo te queda mirar al costado. Nadie quiere quedar como blando y siempre gana el que más grita”, se lamenta un diputado del ala moderada.
Un sector quería votar contra el presupuesto y castigar la soberbia del oficialismo. Otros pedían aceptar el pase a comisión, como gesto institucional. Pero un grupo grande no se convencía. Temían que de darle otra oportunidad Guzmán insistiría con un proyecto parecido y lograran votarlo gracias a la ausencia de legisladores en la semana de la Navidad. Fue una discusión en tono elevado, caótica. Halcones y palomas en una pajarera, ilustró uno de los presentes.
Volvieron al recinto sin la convicción de que votarían todos igual. Emilio Monzó, expresidente de la Cámara, discutía ampulosamente con Omar De Marchi. Defendía que si el oficialismo pide mandar un proyecto a comisión la regla es aceptarlo. Otros se agarraban la cabeza. Varios se mantenían de pie, como si dudaran de quedarse.
López (CC) y el radical De Loredo pidieron la palabra para explicar por qué iban a aceptar el pase a comisión. Pero exigían que fuera el oficialismo y no un aliado –el rionegrino Luis Di Giacomo- quien lo pidiera. “¡No sean cobardes!”, les gritó De Loredo.
Estaban al filo de la votación. Kirchner pidió la palabra. Y lo primero que hizo fue destratar a María Eugenia Vidal, Diego Santilli, Julio Cobos y, con especial énfasis, a Rogelio Frigerio y a Emilio Monzó. Los cinco habían jugado fuerte -aun a cierto costo personal- para darle una salida al Gobierno. Los acusó de haber tenido “cobardía” para dar la discusión en el Congreso sobre la deuda con el FMI en 2018.
Ritondo explotó. Era evidente que lo había empujado a cambiar el voto. “Se partía el bloque si después de ese discurso le dábamos el pase a comisión”, admite un integrante de la conducción de Juntos. Igual quedaron heridas, como dejó en claro la CC ayer, al decir que se debió tener “aplomo” para tener “una actitud responsable”.
En medio del estupor general, se inició un operativo para contener al jefe de La Cámpora. Elogios públicos, iniciados por el ministro Wado de Pedro, y llamados reservados para apoyarlo como si en realidad hubiera ganado una batalla.
Ayer en San Vicente lo llenaron de mimos. “No te elegimos por portador de apellido sino por tus virtudes personales”, le dijo Gustavo Menéndez al entregarle la presidencia del PJ bonaerense, una colina que tanto le costó conquistar. La vicegobernadora Verónica Magario también lo elogió por su discurso en el Congreso. Parecía una sesión de terapia grupal.
Fernández aplaudió sonriente. Máximo lo elogió como nunca antes en público y él se lo retribuyó. Le echó la culpa de todo a la oposición y a los medios. Acaso se ha resignado a que terminó de repente la primavera albertista, que consistió en interpretar como un triunfo la debilidad de la familia Kirchner después del resultado electoral. El verano caliente de la negociación con el FMI desnuda que la derrota los alcanzó a todos. Y que se necesitan tanto como el primer día.
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