Máximo Kirchner se entrega a la superioridad moral de los yuanes
Como muestra de su compromiso con China, el líder de La Cámpora no dudó en subirse a un avión y usar su pasaporte para asomar su nariz por el vasto mundo por primera vez en 22 años
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El kirchnerismo en fase electoral sale por el mundo en busca, otra vez, de los espejos equivocados para la Argentina. Por un lado China, donde la estrategia del oficialismo alentada por la vicepresidenta Cristina Kirchner cree encontrar un aliado digerible para su militancia y para el votante kirchnerista, cada vez más esquivo. Para el kirchnerismo electoral, el capitalismo chino de partido único y fuerte presencia estatal se presenta como el socio ideal para legitimar el pedido de ayuda financiera a una potencia hegemónica. Lo contrario del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de los Estados Unidos.
La gestualidad que Máximo Kirchner desplegó en los últimos años para tomar distancia del FMI es inversamente proporcional a su completa adhesión al rescate financiero, vía ampliación del swap con China, que el ministro de Economía Sergio Massa y el kirchnerismo de Cristina Fernández buscan desesperadamente en la autocracia más consolidada del planeta.
Hay gestos políticos que hablan por sí mismos: como muestra de su compromiso con la negociación con China, Máximo Kirchner no dudó en subirse a un avión y usar su pasaporte para asomar su nariz por el vasto mundo por primera vez en 22 años. Una experiencia antropológica curiosa, por lo menos, para un hombre joven que lo ha tenido todo para levantar la mirada, otear el horizonte global, adentrarse en territorios ajenos y lenguas diversas y comparar cómo se vive en otras sociedades.
Lo del FMI fue lo opuesto. A principios de 2022, para despegarse del Fondo y de la influencia de Washington sobre la gestión económica de un gobierno kirchnerista, Máximo Kirchner dejó solo a su gobierno, sí, el de Alberto Fernández, con un despliegue táctico que incluyó: renuncia intempestiva a la jefatura del bloque de diputados del Frente de Todos, su ausencia en el Congreso el día de la votación del acuerdo con el FMI y una carta pública donde denunció “abusos” de Fondo y lo trató de “Fuerza Monetaria Internacional”. Toda una batería de gestos políticos al servicio de la ideologización de una decisión macroeconómica.
El encierro voluntario y sostenido del heredero biológico y político de los Kirchner en los límites del territorio nacional es un hecho realmente notable. En las dos presidencias de su madre, Cristina Kirchner viajó 99 veces fuera del país. En ninguno de esos viajes la acompañó su hijo, que en los años del segundo gobierno de Cristina Fernández se involucró más decididamente en política. Un viaje por el mundo en contacto con jefes de Estado resulta una oportunidad de educación sentimental única para un político en formación: no para el joven Kirchner. El dato da para una “Succession” argentina aplicada al campo de una familia política disfuncional. Por eso la decisión de viajar a China para negociar swaps, inversiones en sectores clave como el energético y el del litio e intercambio comercial en el sector del agro se vuelve relevante.
Hay detalles que faltan sobre ese autoexilio nacional de Máximo Kirchner. La referencia más directa la hizo Aníbal Fernández en 2015. Para refutar versiones que indicaban que Máximo Kirchner había abierto cuentas en los Estados Unidos y en Islas Caimán, Aníbal Fernández sostuvo: “Máximo no sale del país por lo menos desde 2001″. Y agregó: “Salió una sola vez a Uruguay con DNI”.
Sin embargo ahora se anima a asomar la nariz por el mundo en un contexto único de recrudecimiento de los cuestionamientos kirchneristas al FMI y a los Estados Unidos para acercarse decididamente a China. Entre el Fondo y China, Máximo Kirchner dejó en claro su preferencia político-moral por Xi Jinping.
Su primera salida al mundo resulta inquietante. Su excursión de reconocimiento por el planeta arranca por una autocracia fascinante y moderna pero autocracia al fin. Su guía de viaje será el embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, un enamorado de ese orden social. Un hijo, además, de la generación diezmada, esa nueva oligarquía, la de ser “un hijo de”... aunque sea en un sentido trágico, a la que Cristina Kirchnere le quiere dejar la herencia política. Complejos los aprendizajes que absorberá Máximo Kirchner en esa educación sentimental que le depara su salida al mundo en pleno siglo XXI.
El problema no está en el pragmatismo de una relación bilateral con una potencia central en el orden global: acuerdos comerciales, búsqueda de inversiones para infraestructura clave o alternativas de financiación en momentos críticos pueden resultar parte de un paquete razonable de medidas económicas y productivas. De acuerdo con el experto en comercio internacional Marcelo Elizondo, China superó a Brasil y a los Estados Unidos como principal socio comercial de la Argentina.
El punto es otro: el empecinamiento del kirchnerismo por ideologizar y moralizar una visión del mundo que divide a las naciones en diablos y demonios. Termina mostrando un costado preocupante en su manera de concebir la democracia y la matriz económica. Desde el presidente y la vicepresidenta a su hijo Máximo, pasando por Axel Kicillof y Eduardo “Wado” de Pedro, se insiste con otorgar superioridad moral a las relaciones con países como China, Rusia, Venezuela o Cuba.
La matriz ideológica moral del kirchnerismo que termina ensalzando el perfil moral de China no es nueva. Con la misma pasión y entusiasmo con la que funcionarios del oficialismo actual abrazaron la llegada de las vacunas chinas Sinopharm durante la pandemia, ahora el kirchnerismo viaja para pedir yuanes. La necesidad táctica de contar con municiones para contener el tipo de cambio en la Argentina no diferencia ventanillas. El problema es cuando se otorgan superioridad moral a algunas. Yuanes de Xi Jinping versus dólares del FMI como un enfrentamiento entre ideologías buenas versus ideologías perversas.
Ese partido ya se jugó en 2021, en ese momento con la estigmatización de Moderna versus el enaltecimiento moral de Sinopharm. En 2021, la llegada del cargamento de vacunas chinas a Ezeiza mereció la presencia del presidente Fernández en la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional. Un momento de celebración kirchnerista y de agradecimiento sobredimensionado a una China que no hacía más que cumplir con un acuerdo comercial: Sinopharm fue la segunda vacuna contra el Covid-19 más cara. China recibió entre 15 y 20 dólares por vacuna. La Argentina pagó en total 80 millones de dólares por el contrato firmado con Sinopharm International Hong Kong Limited.
La vacuna más cara contra el Covid-19 fue Moderna. Le costó a la Argentina 21,5 dólares por unidad. En julio de 2021, llegó un cargamento de 3,5 millones de vacunas Moderna. La Argentina no tuvo que pagarlas: fueron donadas por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Para recibir el embarque en Ezeiza sólo estuvo el joven Cafiero y la encargada de Negocios de la Embajada norteamericana. El presidente Fernández, ausente: no pareció relevante agradecer la mayor donación de vacunas de los Estados Unidos a un país latinoamericano.
El confort en ese vínculo entre la China de Xi Jinping y la Argentina kirchnerista viene de antes. “Hay que recordar lo que dijo el general Perón, la única verdad es la realidad”, dijo Xi Jinping en 2014 en su viaje a Buenos Aires. Fue en la cena en su homenaje organizada por Cristina Fernández, entonces presidenta. Ese año, 2014, con Cristina en el centro de la escena, y diez años antes, 2004, con Néstor Kirchner en la presidencia, fueron momentos claves en la firma de acuerdos conjuntos entre la Argentina y China.
El itinerario que cumplirán Massa y Maximo Kichner en este viaje a China incluye también un encuentro con Dilma Rousseff. Su rol de presidenta del Banco de Desarrollo de los Brics, la asociación económico comercial de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Ese vínculo con el Brasil de Lula y las negociaciones para que interceda en su favor ante los Brics también da señales de los espejos en los que prefiere reflejarse y autopercibirse el kirchnerismo. Democracias plagadas de dilemas, como la del Brasil del Lula que prefiere el kirchnerismo. “Autocracias cerradas” como China, o una India cada vez más en camino al orden autocrático, una “autocracia electoral”, según el “Reporte de la democracia 2023. El camino a la autocratización”, del V-Dem Regional Center América Latina.
Ayer, el encuentro entre Lula da Silva y Nicolás Maduro en Brasilia dejó claro ese camino a la “autocratización” que señala el reporte. Lula cuestionó a los opositores a Maduro y mimimizó la violación de los derechos humanos y políticos en Venezuela. El brasileño lo redujo a un problema de “narrativas”. El Lula con el que se identifica el kirchnerismo y por el que siente comodidad ideológica empieza a dar señales preocupantes.
Del viaje en tren de 15 kilómetros en Mercedes y la foto de Massa con Wado de Pedro al viaje a China y la foto de Massa y Máximo Kirchner, la política internacional queda arrinconada. Por un lado, cooptada por la rosca política kirchnerista. Por el otro, por las identidades ideológicas que suman incertidumbre al futuro de la Argentina.
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