Máximo Kirchner, el heredero que no aprendió nada
Con tantas derrotas en tan poco tiempo, con tantos errores de concepto diseminados en el espacio público, el jefe de La Cámpora está a punto de darle la razón a su padre
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Cuando Néstor Kirchner se enteró de que su hijo había formado una agrupación política llamada La Cámpora se decepcionó. A Máximo Kirchner lo había conmovido la descripción que Miguel Bonasso hizo en un libro sobre Héctor J. Cámpora, ese presidente breve, maltratado y expulsado del poder por Perón. Lo apasionó la historia del presidente que no fue, tal como el autor tituló su libro. “¡A quién se le ocurre hacer un proyecto político con el nombre de un perdedor!”, exclamó el patriarca de los Kirchner. El jefe del clan prefería inspirarse más en figuras como Perón, que construyó poder hasta el último instante de su vida, antes que en el romanticismo de los derrotados. Después de que el padre lo maltratara varias veces por esa “política como un trencito de juguete”, el hijo se recluyó en el sur patagónico. La construcción de La Cámpora quedó entonces en manos de sus amigos de juventud, fundamentalmente del fanático militante Andrés “Cuervo” Larroque.
Sin embargo, el paso de los años lo hizo a Máximo más parecido a su padre que a aquel joven estremecido por la peripecia de un presidente débil. En las apariencias es más parecido al padre, porque no hace ostentación de riqueza (aunque la tiene), que a su madre, a quien le gusta desfilar con joyas caras y con vestidos jamás repetidos. Pero no cabe duda de que se hizo al lado de su madre porque lo atrae, como a esta, explorar la aventura sin pensar en la posibilidad de la derrota. Ayer conoció su primera derrota política como jefe del bloque de diputados del Frente de Todos. Se quedó por primera vez sin quorum para sesionar en la Cámara. Le faltaron nada menos que siete diputados. O nueve, si se descuentan los dos que aportó Julio Cobos porque entre los proyectos había uno que beneficiaba a los viñateros, que en Mendoza son muchos. Nunca se sabe si Cobos actúa con ingenuidad o con malicia.
Máximo Kirchner había ordenado que se llamara a una sesión especial para ayer para tratar, sobre todo, el proyecto de etiquetado frontal de alimentos, que obligará a los productos comestibles envasados a llevar una advertencia sobre el contenidos potencialmente insalubres. Nunca habló con la oposición ni con sus aliados recurrentes para convocar a esa sesión. Esas cosas se pueden hacer solo cuando se tiene asegurado el número del quorum y de la mayoría. La oposición se erizó. Ya no había que averiguar dónde radicaba la disidencia en el proyecto, porque el conflicto estaba en el método y en la relación de fuerzas. El método de Máximo Kirchner de replicar el orden y mando de su madre, y la relación de fuerzas perdidosa que resultó de las elecciones de hace tres semanas. La oposición, que podría estar de acuerdo con ese proyecto, no aceptó las formas. “Así, no”, le dijeron. Máximo Kirchner perdió dos veces en poco más de veinte días. Arremete sin mirar la pared, como hacía su madre. Y ella lo sigue haciendo después de la derrota y el desierto de 2015. “No aprendieron nada, no olvidaron nada”, según la frase que se le atribuye al ingenioso Talleyrand cuando observó el regreso de los Borbones tras la caída de Napoleón en Francia.
Después de la muerte de Néstor Kirchner, Cristina repatrió a su hijo a Buenos Aires y lo sedujo para ser el heredero de la dinastía. En 2015, Cristina Kirchner le ofreció a Florencio Randazzo ser el candidato a gobernador de Buenos Aires. Randazzo le dijo que no. En 2017, la expresidenta le pidió a Randazzo que la acompañara en la lista por la provincia de Buenos Aires como primer candidato a diputado nacional. Ella fue candidata a senadora. Randazzo volvió a decirle que no. “Florencio, nos tenemos que hacer cargo de esta transición”, le dijo ella las dos veces. Randazzo se sorprendió: “¿Transición hacía dónde?”, le preguntó. “Para que Máximo sea presidente”, le contestó como si ese proyecto estuviera en la naturaleza de la política. El vástago venía derrapando. En 2015, casi no es elegido diputado nacional por Santa Cruz, y solo pudo serlo en nombre de una escasa minoría. Ni Cristina ni Máximo se animaron nunca más a competir en Santa Cruz, la enorme y despoblada provincia donde el hijo creció y vivió casi toda su vida. Máximo nació en La Plata y puede, por lo tanto, presentarse a elecciones en la provincia de Buenos Aires. Lo mismo sucede con su madre. Santa Cruz, donde el patriarca Néstor gobernó directa o indirectamente durante 20 años, quedó en manos de la pobre “tía Alicia”, que sufrió escraches y hasta agresiones físicas solo porque lleva el apellido de la dinastía que gobierna allí como si se tratara de un reino dentro de una república.
Pero, ¿qué piensa Máximo Kirchner? ¿Cuáles son las ideas que merodean su cabeza? “Es un tipo raro. Tiene ideas muy viejas”, dice un dirigente opositor que habló con él muchas veces. Acepta que Máximo es más amable que su madre, aunque acota en el acto: “No se necesita mucho para eso”. Ese dirigente asegura haberlo escuchado proponer que oficialistas y opositores deberían plantarse en las oficinas del Fondo Monetario Internacional, en Washington, y exigirle que las deudas de la Argentina sean reprogramadas para pagarlas en 20 años (lo que el FMI no puede hacer por sus reglamentos). “Si vamos juntos, entenderán. No nos podrán decir que no”, divagó el príncipe de la sangre. Un opositor le refutó la propuesta: “¿Y a quién vamos a asustar con eso? ¿Crees realmente que le haremos temblar las rodillas a algún funcionario del Fondo?”. Máximo no respondió. Él tiene, en verdad, más experiencia como empresario que como político. Durante su exilio en Santa Cruz, mientras los padres mandaban en el país, se ocupó de administrar las vastas propiedades inmobiliarias de la familia con su socio Osvaldo Sanfelice. Nunca preguntó de dónde había salido el dinero para comprar tantos hoteles y edificios. A su hermana, Florencia, le encontraron unos seis millones de dólares entre cajas de seguridad y cajas de ahorro. La madre adujo que era dinero de la herencia del padre. Se supone que Máximo tiene una cantidad igual. Y Cristina otro tanto. La pregunta que surge entonces es cómo hizo el padre para acumular semejante fortuna cuando fue empleado público durante los últimos 24 años de su vida. Su carrera en la administración pública comenzó en 1987 cuando fue elegido intendente de Río Gallegos.
Su formación intelectual es mediocre. Máximo Kirchner nunca superó los estudios del secundario y no se le conoce afición por los libros, aunque algunos opositores reconocen que no es malo diciendo discursos. Suele usar a Sergio Massa como sherpa para vincularse con algunos empresarios. Massa aprovecha la oportunidad porque cree que él podría ser el Alberto Fernández de 2023 con la complacencia del heredero de los Kirchner. Máximo le saca provecho a las puertas que le abre Massa. No hay coincidencias entre ellos; solo ventajas mutuas. Otra cosa es el contenido de los discursos de Máximo Kirchner. Un día antes de su fracaso parlamentario, el lunes, se pavoneó por la radio con frases populistas como esta: “Un dólar que se va al Fondo Monetario es un dólar que se le saca al pueblo”. La deuda con el Fondo existe y la contrajo Mauricio Macri. ¿Macri se endeudó en demasía? Es probable. Pero su madre le dejó al expresidente un Estado con un déficit fiscal cercano al 7 por ciento del PBI y con deudas en dólares que no pagaba, como los juicios perdidos en el tribunal internacional del CIADI y los compromisos impagos con los holdouts. Macri tenía solo una opción: o se endeudaba para sufragar esos descalabros del Estado o hacía un fenomenal ajuste de las cuentas públicas. Prefirió endeudarse. La decisión es discutible, pero no se la puede analizar sin tener en cuenta el Estado que recibió de Cristina Kirchner. Néstor Kirchner también le tenía fobia al Fondo, pero firmó acuerdos con el organismo y luego le pagó toda la deuda para no ver nunca más a un funcionario de esa entidad internacional. La lucha entre el pragmatismo del padre y el romanticismo del hijo perdura.
En ese paseo radical, Máximo Kirchner también propuso que continúen los subsidios al consumo de servicios públicos. “Así la gente tiene más plata para consumir y las pymes pueden trabajar mejor”, argumentó. Si bien hay un amplio sector de la sociedad que no está en condiciones de pagar el precio real de los servicios públicos, no es cierto que todos los argentinos no puedan hacerlo. Fue también una escalada más contra la estabilidad del ministro de Economía, Martín Guzmán, que promueve un sistema más racional de subsidios. La ceguera política es evidente; no hay peor remedio para una crisis económica que desestabilizar al jefe de la cartera económica. Los subsidios son plata del Estado y, por eso, la carga impositiva está ahogando a los argentinos que trabajan y producen. Pero los Kirchner creen que el dinero del Estado es un don divino, no una aporte de la sociedad mediante el pago de impuestos.
También heredó los gestos y las decisiones de sus padres. Salvo los casos de Victoria Tolosa Paz y de Daniel Gollan, todos los otros candidatos de la provincia de Buenos Aires, nacionales o locales, pasaron antes por la lapicera implacable y severa de Máximo Kirchner. Primero, La Cámpora. El resto del peronismo quedó resentido y enojado con La Cámpora y su líder. Con tantas derrotas en tan poco tiempo, con tantos errores de concepto diseminados en el espacio público, Máximo Kirchner está a punto de darle la razón a su padre. Su propia organización camporista corre el riesgo de ser una débil y breve experiencia, como la figura del presidente que no fue.
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