Match Point, entre el enojo y el miedo
Massa y Milei se disputan el sentido de la elección en un final impredecible; las tensiones internas para redefinir sus fuerzas políticas
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La pelota de tenis sobre la red que duda de qué lado caer. La de fútbol que se estrella en el palo y corre sobre la línea del arco sin aclarar si va a entrar o no. La de básquet que serpentea el aro y parece quedar suspendida para siempre sin deslizarse. Como si se tratara del instante decisivo de una final deportiva, la Argentina se encamina a resolver su elección más decisiva en lo que va del siglo XXI en un escenario de incertidumbre e imprevisibilidad inéditos.
En una semana terminará el recorrido interminable del cronograma electoral que se inició en marzo. Fueron ocho meses desgastantes para una sociedad agobiada. Una buena noticia para ellos es que no habrá más campañas. Pero también hay una mala: el fin de las elecciones marca el inicio de la nueva etapa, donde ya no habrá más remedio que enfrentar la dura realidad del país. Durante todo el 2023 el proceso electoral permitió canalizar dentro del sistema político los desánimos y las expectativas sociales. La idea de la renovación y la alternancia en el poder siempre es un catalizador eficaz. Pero dentro de siete días solo quedará un presidente electo frente a un país indómito que esperará cosas imposibles de él, y rápido. Qué puede salir mal.
En este contexto, parece haber apenas un puñado de certezas relativas compartidas por encuestadores y los equipos de ambos candidatos. La primera es que en el período posterior a las generales del 22 de octubre hubo una inercia inicial a favor de Sergio Massa, apalancada en su inesperado triunfo y en la regeneración de esperanza en el peronismo. Después Javier Milei recuperó competitividad cuando decantó el voto de Juntos por el Cambio mayoritariamente a su favor. Según los sondeos, alrededor de un 75% de los que eligieron a Patricia Bullrich se inclinarían por el libertario (por propiedad transitiva, buena parte del voto original de Rodríguez Larreta también terminaría con Milei). La incidencia del acuerdo con Mauricio Macri fue decisivo para galvanizar ese proceso, aunque en el campamento de La Libertad Avanza están convencidos de que iba a ocurrir de todos modos. Más incierto es qué pasará con los votos de Juan Schiaretti, que apuntan a repartirse más equilibradamente. En Córdoba, donde reside un tercio de sus electores, es predominante el apoyo a Milei. En cambio en la provincia de Buenos Aires y en el norte, donde viven los otros dos tercios, prevalece Massa. Las adhesiones de Myriam Bregman van en su mayoría al ministro.
Por estas razones los dos postulantes llegan en situación de paridad a la instancia decisiva y ambos transmiten mucha inquietud respecto de lo que puede pasar en esta última semana, que es cuando se produce el corrimiento silencioso que define la elección. Ocurrió en las PASO a favor de Milei, y en las generales a favor de Massa. Los cinco días finales son absolutamente decisivos y los dos candidatos temen no percibir ese flujo fatal.
El segundo aspecto que destacan los analistas es el tema de la participación. A priori se entiende que un mayor nivel de concurrencia beneficia a Massa, quien fue el gran tributario del incremento de votantes en las generales: se quedó con el 66% de los que no habían ido a las PASO. Sin embargo, el ingrediente del fin de semana largo hace temer a los libertarios que sean los sectores de clase media-alta, sobre todo de JxC, los que se tomen unas breves vacaciones y le resten apoyo.
Este factor se complementa con la distribución geográfica de los votos. Según el consultor Gustavo Córdoba, la cuenta final va a terminar de decidirse en tres provincias: Córdoba, Mendoza y Buenos Aires. En las primeras dos, Milei tiene una preferencia de 70 a 30. Es notable cómo el esfuerzo de Massa por mejorar su performance en la provincia mediterránea resultó inconducente. No solo generó la reacción adversa de Schiaretti y de Martín Llaryora por entender que estaban buscando acercar dirigentes a sus espaldas, sino que además sus intentos de seducción con alusiones al cuarteto y a su desconocido cordobesismo sonaron como herejía para el orgullo local. En Mendoza el clima se palpó en el masivo acto que encabezó Milei esta semana. Por contrapartida, en territorio bonaerense Massa se prepara para arrasar con una diferencia inversa a las provincias del centro. El aparato peronista, alentado por Axel Kicillof, está a pleno para tratar de recortar allí la distancia. También en el norte los gobernadores están activos y mandan señales para generar un compromiso de las bases similar al que les permitió ganar en octubre.
Pero más allá de las cuestiones tácticas subyace la discusión de fondo que plantean los dos candidatos como antagonistas: cuál va a ser la pregunta clave que defina la elección, algo que también se verá en el debate de esta noche. ¿Milei impondrá la discusión sobre el presente del país, marcado por una economía exhausta y un sistema político disfuncional? ¿O Massa prevalecerá en su esfuerzo por instalar un plebiscito sobre una futura gestión libertaria y los riesgos que eso implicaría para ciertos consensos que la sociedad argentina comparte? Uno apela al enojo como vector de cambio; el otro, al temor. Uno impuso su consigna en agosto; el otro, en octubre. Una encuesta de la consultora Isonomía da cuenta de que 80% de la sociedad está enojada y frustrada con el gobierno, del que Massa busca despegarse. Pero al mismo tiempo, hay un 57% que dice tener temor a una presidencia de Milei. En la tensión entre esas dos sensaciones se definirá la elección del domingo.
En todo balotaje prevalece en la decisión la emocionalidad negativa porque la gente vota por default al candidato que menos le disgusta. Son electores que están optando por alguien que voluntariamente no eligieron en la primera vuelta. Pero es muy llamativo en esta oportunidad el escaso entusiasmo que generan las opciones en disputa, más allá de los núcleos duros. Bronca y miedo. Así lo refrenda un trabajo de la consultora Ad Hoc, que releva la dinámica de las redes sociales, que describió que “el incremento del volumen de la conversación de ambos candidatos de cara al balotaje se explica, en mayor medida, por el crecimiento de menciones negativas en los dos casos”.
El proceso electoral no ha logrado recuperar expectativas en una sociedad que llegó a esta instancia con dosis históricas de desánimo y desconcierto. Un llamado de atención para lo que vendrá el día después.
La reconstrucción de identidad
Massa y Milei llegan a esta instancia con enormes dificultades para delinear el futuro si les toca gobernar. La exigencia electoral es tan alta, que todas las decisiones estratégicas quedan postergadas hasta después del balotaje. Veinte días para armar un gabinete, trazar una hoja de ruta y salir al campo de juego. Al tablado sin ensayo. Como Mauricio Macri en 2015. Todavía sus ministros recuerdan cómo a pesar de tener cientos de papers de las fundaciones que alimentó el Pro asumieron sin tener en claro roles y dinámicas. A Alberto Fernández le ocurrió lo mismo, a pesar de haber definido la elección ya en las PASO de agosto.
En este caso, hay un agravante: los dos candidatos se disponen a reinventar las fuerzas políticas que los han traído hasta acá si llegan al poder. Massa viene verbalizando la idea de conformar un gabinete tipo arco iris, políticamente amplio, para distribuir ministerios por sectores en forma vertical. “No vamos a hacer lo de Alberto que mezcló gente de distintas tribus. Cada área va a tener un responsable a cargo, y todos responderán a Sergio”, aseguran. En cualquier caso, promete moldear Unión por la Patria a su imagen, en un experimento que huele más a personalismo que a una coalición articulada. La ilusión de una reconstrucción de la identidad.
En el peronismo silvestre hay un entusiasmo encubierto por la posibilidad de aprovechar un eventual triunfo para resetear el partido y deskirchnerizarlo. “Hay un ánimo de sacarse de encima a los pibes, y ellos admiten que ya no tendrán la misma influencia”, cuenta uno de sus exponentes. Pesan los años de sometimiento, pero también la última secuencia de traspiés que dejaron en una situación de extrema debilidad a Máximo Kirchner. El corrimiento de la escena de Cristina fue fatal para su hijo; se quedó sin marco de referencia. Y La Cámpora ingresó en una deriva compleja. Si el “yategate” había quedado políticamente exculpado por el triunfo electoral, el involucramiento de Fabián “Conu” Rodríguez en la investigación de espionaje ilegal fue una bomba neutrónica en la agrupación. Era uno de los hombres fuerte de la comunicación, con línea directa con Máximo. Por eso el diputado dispuso una coraza legal sobre su protegido y contrató al abogado Hernán Folgueiro, del reconocido estudio del exjuez Gabriel Cavallo. Un ácido observador judicial comentó después: “Qué paradoja, es el mismo estudio que defendió a Ernestina Herrera de Noble cuando el kirchnerismo la hostigaba con la identidad de sus hijos. Se ve que cuando tienen problemas serios no escatiman en detalles”. El escándalo dejó a La Cámpora en un estado de conmoción inédito. “¿Qué significa que Wado de Pedro sea querellante en una causa que tiene de acusado al Conu?”, se preguntó un referente como reflejo del desconcierto interno. Algunos integrantes de la agrupación hicieron saber que también habían hablado en algún momento con el exagente Ariel Zanchetta, pero para aclarar que jamás habían consumido sus reportes. Una cura en salud.
Otra ministra, Victoria Tolosa Paz, un objetivo predilecto de Máximo, transmitió a varios una furia incontenible al descubrir cómo habían monitoreado su vida privada. Desde su entorno establecieron una correlación directa entre el momento en el que empezaron los seguimientos y la publicación de notas sobre irregularidades en los planes sociales, que supuestamente tuvo como origen datos de la AFIP, donde trabaja Rodríguez. La información sobre la actividad de Zanchetta que dio lugar a la investigación del fiscal Gerardo Pollicita es de tal voluminosidad, que todavía no pudo ser totalmente procesada. Además de la dirigencia política, toda la justicia está tratando de averiguar si figura en los 7 discos de 2 terabytes que se están rastrillando. Por empezar, hay una lista de los más de 20.000 empleados judiciales del país con sus correspondientes sueldos. También fotos de casas y countries. Un festival de información ilegal contra la intimidad. Algunos kirchneristas interpretaron que en el avance judicial hubo una inspiración de la Corte Suprema, en coincidencia con la ofensiva oficialista con el juicio político en el Congreso. Cristina había bajado la orden de acelerar el dictamen, y eso descolocó a Massa, que tuvo que hacer equilibrio. Reclamó postergar su tratamiento para después del balotaje, pero en la reunión de comisión del martes sus dos diputados, Ramiro Gutiérrez y Micaela Morán, estuvieron allí y avalaron dar por cumplido el paso formal de la citación a Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti, los dos jueces del tribunal que no contestaron los cargos. De ese modo, en cualquier próxima convocatoria ya se puede emitir dictamen.
Es difícil que el episodio del espionaje tenga impacto electoral, pero sí tendrá efecto en los reacomodamientos internos tras las elecciones. Esta es la razón por la que Massa se despegó del episodio y ni siquiera se preocupó en desplazar al Conu, como sí había hecho con Martín Insaurralde. Lo que sí lo desencajó fue el faltante de nafta, que duró mucho más de lo que hubiese deseado y que según las encuestas fue el factor que consolidó el cambio de tendencia en los sondeos. Que la crisis económica no haya incidido tanto en octubre no quiere decir que no lo haga ahora; la gente está muy cambiante. Un funcionario que vio a Massa en esos días relató cómo había abandonado el modo zen que busca expresar en público. “Sacado estaba”, sintetizó. Anida en algún sector cercano la idea de que en este tema también hubo responsabilidad de La Cámpora a través de su manejo de YPF, el jugador mayoritario del mercado. No sería lógico pensar que Máximo busca comprometer a su aliado, pero por debajo de la contienda electoral también se están jugando los roles en el peronismo que viene.
Eso lo entendió muy bien Kicillof, que busca transformarse en el verdadero artífice del triunfo nacional y se puso la campaña de la provincia al hombro con dos objetivos. Primero, porque le conviene más sintonizar con Massa que pelearse con Milei para garantizarse los fondos para sobrevivir. Pero también porque da señales de buscar una descamporización de su gestión, y para eso le sirve conformar un tándem renovador con Massa. Las “nuevas canciones” que mencionó en algún momento. Un Simon & Garfunkel peronista.
También Milei está forzado a replantear su idea original de pureza libertaria y redefinir el corpus identitario de su propuesta. Su alianza con Macri recién empieza y tiene contornos indescifrables. Es una sociedad de dos que todavía no derrama naturalmente hacia el resto de las estructuras. Ellos hablan con mucha frecuencia, pero encriptaron el diálogo. Después de algunos chispazos, se definió que no habría acciones proselitistas conjuntas y que el único ámbito de cooperación hasta la elección sería la fiscalización, la otra clave del próximo domingo.
Pero la tarea de amalgamar equipos y dinámicas no resulta sencillo. Durante la semana hubo tensiones porque aparecían interlocutores dispersos del Pro, que se contradecían con otros. “Viene con el power point gente que no fiscaliza desde 2019, pero después son un jardín de infantes, con internas entre ellos. La suma es negativa porque rompen todo nuestro esquema”, se quejaban en LLA a mitad de semana. La inusual foto que se tomaron Karina Milei, Guillermo Francos, Nicolás Posse, Sebastián Pareja y Guillermo Ferraro como “el equipo de fiscalización”, expresó esta búsqueda de diferenciación. Allí cayó mal la idea que hicieron circular algunos del Pro de que le habían tomado el control del proceso. Hacia el final de la semana intervino el propio Macri para ordenar su tropa y eso alivió los ánimos. “Ahora se acomodó bastante para la última semana”, admitieron.
Sin embargo, esta breve experiencia demuestra que en el caso de ganar no será sencilla la articulación entre ambos sectores. Los libertarios son orgullosos de su propia construcción y entienden que los del Pro actúan con oportunismo para quedarse con cargos. Lo mismo que decían los del Pro de los radicales y lilitos. Pero al mismo tiempo, reconocen que Macri les aporta previsibilidad. Del otro lado, le atribuyen impericia e inexperiencia a LLA y se imaginan en roles determinantes. Parafraseando a Carl von Clausewitz, para ellos Milei es la continuidad del macrismo por otros medios.
Un informe del Centro de Estudios Internacionales UC, publicado el año pasado, identificó tres tipos de crisis en América latina. La primera es una “crisis de gobernabilidad”, expresada en los niveles descendentes de entusiasmo con los sistemas políticos y en el desgaste en la representación democrática. Esto ha llevado a una baja confianza en las instituciones y en algunos casos a síntomas de autocratización. La segunda es una “crisis de expectativas”, reflejada en la gran cantidad de protestas y en la percepción de demandas sociales insatisfechas, especialmente entre los jóvenes. Y la tercera es una “crisis de certezas”, por los mayores índices de incertidumbre e inestabilidad económica y política, tanto a nivel global como en el plano nacional.
La Argentina se dispone a afrontar ese triple desafío apenas se corra el telón electoral, en medio de un clima enrarecido, con preocupación en la justicia electoral por la conducta de las fuerzas políticas si son derrotadas, con una enorme crispación que las campañas del miedo instalaron en las últimas semanas, y con las advertencias que cada vez más instituciones realizan llamando a la convivencia democrática. El 19 a la noche la pelota caerá de un lado y empezará una nueva etapa histórica.