Massita, querido, el pueblo está contigo
El Gobierno se ha dado, al fin, un hombre fuerte, pero una incógnita carcome al peronismo: será suficiente en el infiernillo del Frente de Todos
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Primera aclaración: sé que es viernes y que yo escribo los sábados; pero Massita me pidió esta nota extra para saludar su llegada al Gabinete, cosa que haré enseguida. Segunda aclaración: aunque generalmente desatiendo los pedidos de los ministros, en este caso se trata de un superministro, no de uno cualquiera; Flowers Batakis me vivía llamando, hasta que, para sacármela de encima, la derivé a la casilla de spam (no sé si eso le costó el cargo). Tercera y última aclaración: mañana volveré a escribir, porque el espacio no puede quedar en blanco y porque no alcanza una columna para recibir a Massita, campeón del mundo en saltos mortales; ser ministro de Economía sin ser economista y en momentos en que la economía estalla demuestra una extraordinaria osadía, propia de un auténtico guerrero o de un tipo desesperadamente ambicioso. Bienvenido, Sergio querido, el pueblo está contigo.
Lo admito: este es un texto urgente, indócil, huracanado. La información me quema las manos, pero los dedos han resuelto mandarse solos, autonomía que juzgo insensata y de la que no me hago responsable. Anoche, a las 21.13, Massita dejó el Congreso por la calle Sillón de Rivadavia (él la llama así) y ahí lo esperaba un grupo inclemente de vecinos, o de trolls al servicio de Macri, o de Martín Guzmán, para gritarle “panqueque” y “chorro”. Lo de panqueque resulta especialmente fuera de lugar porque no se puede equiparar el travestismo político con un plato que tanto en su versión criolla, envolviendo el dulce de leche, como en la variante más gourmet, con manzana y bocha de helado de crema, hace las delicias de los paladares más exigentes. Si Massa les parece indigerible, vayan pensando en otro postre. En cuanto a lo de chorro, también es una homologación injusta: una cosa es ser socio de los Kirchner después de aquel impulso adolescente de prometer que los metería presos, y otra, muy distinta, haber asimilado su sistema de captación de plusvalías.
A la misma hora, Alberto dejó la Casa de Gobierno en un helicóptero. Alberto, Albertito, cuánto nos está costando sacarlo bueno. La calle, el país, Wall Street, el Fondo Monetario, las grandes capitales, las agencias de noticias, ¡las redes!, el mundo entero habla de que los acontecimientos de ayer suponen el fin de su mandato, es decir, su renuncia definitiva a mandar, ¿y se le ocurra irse en helicóptero? Que lo lleve un Mercho escoltado por 10 motos, como gran señor. O, de última, se pide un Uber. Un helicóptero, anoche, ¡jamás de los jamases! El video atronó en canales y sitios de noticias, con espantosas reminiscencias. Salvo, claro, que usted lo haya hecho a propósito, tipo metamensaje. Si esa era la idea, chapeau. Quedó claro que puede volver, pero que ya no estará. Voló.
Algo más: con Scioli, cruentamente restituido en la embajada en Brasil, se reunió ayer dos horas, y con Flowers Batakis, primavera ahogada en llanto, una hora y media; en el día más acuciante y acaso trascendental de su presidencia usted dedicó tres horas y media a explicarles lo inexplicable a dos ex, a dos monedas sin curso legal, salidas de circulación. De esas cosas, míster, que se ocupe el jefe de Gabinete, o Cafierito, que muere por sentirse útil. Usted me va a decir que le reservaron el papel de verdugo, que los cambios se estaban decidiendo en el Congreso –donde Massa estuvo largamente reunido con Cristina–, que era una forma de llenar el ruidoso vacío en su agenda. A la mañana había desayunado con Massa, brevemente: ¿por qué no lo convocó a la tarde, al menos para dar la impresión –mentirosita, obvio– de que están trabajando por lo mismo, de que preparan el relanzamiento del Gobierno? ¿Massita quiere empezar pisando fuerte y le negó la foto? ¿Le negó el encuentro bajo el argumento, cruel, de que estaba pergeñando un plan económico? Insista hoy desde temprano, Alberto. Muéstrele los dientes. No, así no: eso es una sonrisa.
El que los mostró, y cómo, fue Gustavo Beliz: apenas supo que coronaban a Sergio, se mandó mudar. Comprensible: en la Casa Rosada resuena aún la historia de que se trompearon durante la última Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, con fallo dividido en las tarjetas de los jueces. Gustavo, gran pluma, escribió en su renuncia, de apenas una línea: “Dios los guarde”; yo lo leí como “que Dios los proteja”, súplica a la que es fácil sumarse: que Dios nos ampare. De creencias firmes, él primero creyó en Menem, después en Néstor y finalmente en Alberto. Massita ya era pedirle mucho.
Pero, bueno, el Gobierno se ha dado, por fin, un hombre fuerte. Hasta ahora, nunca tuvo uno. Ni una. ¿Lo será realmente? ¿Lo dejarán? Estar al frente de un superministerio no te convierte, sin más, en un superministro. No en este infiernillo del Frente de Todos. Ayer, un exgobernador peronista, todavía activo y rosqueador, me dijo cosas terribles. Solo me animo a citar una, y porque están tecleando mis dedos, no yo. Es un textual textualísimo, lo prometo: “En momentos de tanta incertidumbre, Massa representa para Alberto y Cristina una certeza: los dos saben que los va a cagar”. Me reí del enfoque académico, pero el tipo hablaba en serio. Y concluía en que seguramente lo que buscan el Presi y la vice con esta movida de alto riesgo es ganar tiempo. “Quieren llegar al mundial. Es todo lo que pretenden”.
Y yo que me estaba haciendo unas ilusiones tremendas con Massita.
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