Massa, un presidente que busca la reelección
Lo que para otros podría ser una desventaja, para él es una enorme oportunidad; la única que le quedaba y no está dispuesto a desaprovecharla
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En menos de dos semanas, una combinación de cesiones, defecciones, ambición e hiperactividad le permitió a Sergio Massa dejar atrás su tumultuosa consagración y convertirse en mucho más que el precandidato oficialista. Es hoy un presidente (de hecho) que va por su reelección. Aunque con beneficio de inventario, despegándose de errores y autoadjudicándose méritos.
Para sostener al funcionario y postulante al tope de la agenda pública operan y están en su apogeo una eficaz maquinaria propagandística de la gestión y una generosa agencia de colocaciones para incorporar desplazados del mercado electoral.
“El Gobierno soy yo”, podría decir Massa, seguro de que nadie se animaría a contradecirlo, pero lo evita, menos por modestia que por autopreservación. Las primeras encuestas serias hechas tras la inscripción de candidaturas no le dan motivos para sobregiros. La performance de su espacio y la caída de la figura de Javier Milei no lo benefician.
En la inusual reunión de gabinete realizada dos días después del cierre de listas, Alberto Fernández confirmó la nueva arquitectura del poder nacional.
Para Fernández quedó la función formal (y protocolar) de jefe de Estado, mientras la jefatura de gobierno pasó al ministro-candidato, asistido por su compañero de fórmula Agustín Rossi, quien había convocado a ese encuentro. Más excentricidades de un gobierno extravagante.
Cada día, cada tarde y cada noche, el infatigable equipo de prensa y propaganda del Ministerio de Economía y del propio funcionario se encarga de anunciar, promocionar y publicitar un mínimo de media docena de actividades del ministro, los números más benévolos de la marcha de la economía, diversas gestiones económico-financieras, y reuniones y representaciones que exceden a su función. En la Capital, en el interior y en el exterior del país. Como si tuviera el don de la bilocación. El músculo no duerme y la ambición no descansa, ni todo está en calma, contra lo que dice el tango. Y todas las fronteras siempre son difusas.
Agencia de colocaciones
Los encargados de la comunicación massista, además, difunden reconciliaciones, incorporaciones, designaciones y gestos de seducción para con viejos enemigos, recientes adversarios, futuros respaldos y eventuales aliados. Daniel Scioli, Eduardo de Pedro, Julián Domínguez (y siguen los nombres) dan testimonio. Resulta difícil discernir quiénes se suman al Gobierno y quiénes, al equipo electoral. También, quiénes llegan como inversores institucionales o aportantes a la campaña. O ambas cosas.
Todo suma en el proceso de instalación y consolidación de Massa, tanto en su rol de ministro del que depende la suerte de todo el Gobierno como de candidato del que depende el destino del oficialismo entero y, sobre todo, las más relevantes figuras del espacio, que están en su ocaso y en riesgo de quedar a la intemperie o a la sombra.
Por eso, las facciones del disfuncional ex-Frente de Todos, que gestó el gobierno de nadie, se alinean y se amalgaman casi sin matices bajo el paraguas de Unión por la Patria y la candidatura de Massa, procurando alisar diferencias de cosmovisiones, de antes y de ahora, de política y de economía, de pertenencia y de apariencia. Es este, al final, el mejor momento del gobierno nacional en cuanto a cohesión. Los resultados son otra cosa. Si no se rompe, hay vida. Otro pase de magia de Massa.
“Sabíamos que Sergio y Cristina se iban a poner de acuerdo y que la bronca entre Alberto y Cristina nos jugaría a favor. Ahora estamos en el mismo barco y a nadie le conviene sacudirlo, porque es frágil y podemos llegar. Solo hay que cuidarse de las torpezas del cristinismo y del resentimiento de Alberto mientras tratamos de evitar que la economía se descontrole”, afirman en el entorno de Massa, para explicar la forma en la que se proponen llevar adelante la gestión y la campaña.
El mayor problema que afrontan es que el proceso electoral es muy largo y la situación es muy crítica. En lo inmediato, los massistas admiten que la inviabilidad de una fórmula del cristinismo cerril y la conformación de una oferta electoral que mayoritariamente va del centro a la derecha generaron un clima favorable en el sector financiero, que le da aire a la gestión y le permite fabricar un escenario electoral más optimista. Los mercados también votan y, a veces, favorecen el peronismo, aunque no lo admita. Varias consultoras han mejorado sus previsiones, que pasaron del coma inducido a la terapia intermedia, aunque con alto riesgo. Otro pase de magia de Massa.
La inflación de junio, último índice que se conocerá antes de las PASO, podría darle otro respiro. Aunque volverá a rondar el doble de lo que se prometía para estos meses, bajaría algunas décimas con respecto a mayo. Todo sirve para sostener el argumento contrafáctico que hace ver competitivo a Massa: “Si no fuera por Sergio, estaríamos en hiperinflación”. Incomprobable. Pero eficaz.
Al mismo tiempo, le juegan a favor o le son funcionales los dirigentes de los sectores más perjudicados por la crítica situación económica, a los que la inflación les come los salarios o los recorta la asistencia estatal, en beneficio del ajuste silencioso y silenciado del ministro-candidato.
Por un lado, el establishment cegetista de “los Gordos” celebra la resignación cristinista y la entronización de Massa, con quien comparte intereses. Por eso, se prepara para ofrendarle un importante acto de campaña. Del otro lado del mapa gremial, la CTA moja la pólvora en acatamiento del mandato cristinista y deja hacer, más allá de algunos arrestos verbales, conteniendo el malestar con el discurso del miedo: “Si pierde el oficialismo pueden empeorar las cosas”. Variante original del cuanto peor, mejor.
La candidatura de Grabois
Algo similar sucede con los movimientos sociales oficialistas, que dicen dar la pelea desde adentro. Sobre todo desde los ministerios donde tienen cargos muchos de sus dirigentes. Ahí, a modo de válvula de escape y diferenciación, sin ánimo de ruptura, aparece Juan Grabois con su candidatura, para evitar fugas por izquierda y oficiar de garante contra la deriva derechista, capitalista y proestadounidense que conlleva la entronización de Massa. Un analgésico para las dolidas almas progresistas del cristicamporismo.
La calle, así, queda en manos de la izquierda, que, también, termina resultando funcional al oficialismo. Por un lado, sirve para decirle al FMI que no hay margen para más ajuste en el gasto social, a riesgo de un conflicto descontrolado, como el que amenazó con desatarse en Jujuy.
Por otro lado, la movilización trotskista alimenta peleas públicas dentro de Juntos por el Cambio por el descontrol de la calle, en especial cuando las manifestaciones ocurren en el territorio de Horacio Rodríguez Larreta. “Mientras se sigan peleando así tenemos muchas esperanzas”, dicen al lado de Massa.
Todo eso transcurre sin que la tensión social se considere costosa electoralmente para el Gobierno.
Las perspectivas de que la izquierda del oficialismo termine yéndose a la doble oferta electoral del trotskismo son consideradas casi marginales por los estrategas del oficialismo. Y el reclamo por la mejora en los planes sociales no es una demanda que haga propia la oposición con chances de llegar al gobierno.
Por otro lado, buena parte del establishment empresarial local, que en mucho depende de regulaciones, arbitrariedades y concesiones (nunca gratuitas) de parte de los funcionarios, se divide solo entre dos no demasiado antagónicos.
Por un lado están los que adhieren con fervor a Massa desde hace muchos años y lo han convertido en el político nacional que durante más tiempo ha logrado esponsoreo económico a la espera de una oportunidad. Ya sea de llegar a lo más alto en la política o de mejorar la rentabilidad y ampliar sus negocios. Socios.
Los 11 meses como ministro han sido solo un aperitivo, que no compensó aún la larga inversión. La economía sigue en terapia intensiva. Banqueros, empresarios del sector de la energía y la minería y algunos dueños de medios son fuente de la vigencia de Massa, que lo ha sostenido con su indoblegable constancia, resiliencia y vocación (o voracidad) por el poder, a pesar de los tropiezos. Aportes y atributos que lo llevaron hasta acá. No es poco.
Enfrente, otro sector empresarial celebra que su consagración haya despejado el camino de opciones más riesgosas para sus negocios y que eso revalorizara sus activos, como se ve en la bolsa local y la de Nueva York. El futuro dirá.
Massa, mientras tanto, maximiza la rentabilidad que le da estar a cargo del Gobierno y ser candidato. Lo que para otros podría ser una desventaja, para él es una enorme oportunidad. La única que le quedaba y no está dispuesto a desaprovecharla. Ya lo demostró en las primeras dos semanas de postulante oficial y presidente de hecho. Gestión y campaña son para él una sola cosa. A todo o nada.
Pero no puede relajarse. Por un lado lo esperan las restricciones económicas. Por otro, la ley electoral, que fija el 19 de este mes como fecha límite para realizar “actos públicos susceptibles de promover la captación del sufragio”.
Le quedan otras dos semanas para sacarle rédito a su doble rol. Y tratar de seguir siendo el presidente de un gobierno (del que no se hace cargo) que va por su reelección. Otro pase de magia.
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