Massa, ante su apuesta final
El ministro se apresura a anunciar medidas mientras enfrenta el reto de evitar una devaluación, que antes de llegar a ordenar la economía terminaría con sus ambiciones electorales y las del oficialismo todo
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Acorralado por una realidad más adversa de la que imaginaba hace solo semanas, Sergio Massa ordena sus últimas barajas, dispuesto a jugarlas todas para tratar de recuperar la línea de flotación y sostener su ilusión político-electoral.
Con la ayuda de los Estados Unidos y de los organismos multilaterales de crédito (y a pesar de Alberto Fernández y Cristina Kirchner), Massa ensaya una nueva apuesta, aunque en el mazo del que salen los trucos con los que ha logrado mantenerse en cartel ya no le quedan muchas cartas, después de siete meses frenéticos. A su estilo.
El ministro de Economía se apresuró a anunciar medidas desde Washington antes de que el FMI anuncie la obligada nueva recalibración a la baja de las metas acordadas, por la incapacidad de la Argentina para cumplirlas, y de que libere los fondos para que el país cumpla con la calesita contable de pagar la cuota ya vencida del préstamo renegociado.
El objetivo es frenar la hemorragia de reservas que tiene al Banco Central en estado crítico y convierte al Tesoro en un deudor moroso al que se le acumulan las obligaciones impagas.
Para tomar dimensión del estado financiero solo hay que preguntarle cómo están los importadores, presos de un cepo asfixiante; a los tenedores de títulos, como los bancos, a los que les renuevan los bonos y los inundan con nuevos papelitos; a los proveedores y contratistas del Estado, a los que les responde un contestador automático; a muchas provincias a las que les demoran las transferencias, incluso para las cajas de jubilaciones, y a los jubilados y trabajadores estatales, a los que se les deprecian los ingresos todos los meses, aún más que a otros trabajadores.
La cuerda no deja de tensarse y de cernirse más cada día sobre Massa y todo el oficialismo. En las encuestas, y cada vez más en las calles y en los comercios, se percibe claramente. Más aún con la inflación descontrolada, que, según el último índice difundido ayer, había dejado a fin de año a 18 millones de argentinos en la pobreza. Un número que en la próxima medición será aún peor si la curva ascendente de los precios sigue, como muchos pronostican.
Aliviar la presión aunque sea en alguna parte es el reto que enfrenta el ministro, sobre todo para evitar una devaluación, que antes de llegar a ordenar la economía terminaría con cualquier ilusión electoral de Massa y del oficialismo todo.
En ese contexto, sumado a la presión (leve, pero presión al fin) del FMI, el ministro anticipó una devaluación parcial y temporaria para los exportadores de productos agropecuarios, con una martingala de cumplimiento incierto, para que no genere más aumentos en las góndolas. También, un virtual endurecimiento del cepo o encarecimiento real del dólar para las importaciones. Nada es neutro en medio de la escasez y el descontrol.
Más allá de la tranquilidad y las sonrisas gardelianas que se esforzó por mostrar Massa en estos días, durante las reuniones que tuvo en Washington, en los pasillos del Palacio de Hacienda suenan alarmas todo el tiempo. Desde proveedores de organismos del Estado que demandan el pago de facturas por miles de millones de pesos acumuladas en los últimos meses hasta por la deriva de las principales variables económicas, cuyo colapso parece estar siempre latente.
“Va a ser difícil llegar hasta agosto [mes de las PASO] y mucho más seguir hasta el final. Ni hablar si en las primarias al oficialismo le va mal. La situación se parece a la de uno de esos enfermos en terapia intensiva que un día tienen insuficiencias cardiorrespiratorias, otro día se descompensan del aparato renal y al siguiente tienen fallas hepáticas, pero con remedios y paliativos la van llevando”, grafica con crudeza un colaborador de Massa bien lejos de cualquier micrófono.
El factor Milei
Las encuestas que dice manejar el equipo del ministro le dan un 25% de intención de voto al antisistema Javier Milei, y la constatación de que este empieza a captar votos en núcleos sociodemográficos que habitualmente votaban peronismo o kirchnerismo explica la preocupación creciente.
Un exhaustivo trabajo elaborado por el experto en opinión pública Luis Costa muestra que ya en 2021 el libertario había captado adhesiones en las mesas en las que el peronismo se imponía habitualmente. En los sectores medios-bajos de la ciudad de Buenos Aires y en el bastión del conurbano es donde con más nitidez se verifica el fenómeno. Ahora, las encuestas hacen prever que, con el deterioro de la situación económica y el consecuente y creciente malestar con los dirigentes políticos esa tendencia podría profundizarse en las elecciones de este año.
No extraña, así, que ayer Alberto Fernández haya comparado el avance de Milei con el surgimiento de Adolf Hitler, después del sincericidio de su colaborador Fernando “Chino” Navarro. “Estamos rogando que Milei saque muchos votos”, había dicho hace solo diez días el dirigente social con oficina en la Casa Rosada.
Massa se juega su presente y su futuro político (no económico) en el encarrilamiento de la situación económico-financiera. Obviamente, sin aspiraciones de dar soluciones de fondo. El éxito es estabilizar aunque sea al borde de la asfixia, para intentar tal vez el último asalto al poder posible.
“Para intentar una candidatura presidencial con alguna probabilidad de éxito, a Sergio lo único que le queda es mostrar que es un gestor eficiente, porque su credibilidad política no es recuperable sin eso. Está obligado a enderezar la situación”, admite un adláter del ministro.
Su asesor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí hace mucho que lo convenció de trabajar ese perfil. Eso explica, también, por qué se animó a agarrar el fierro incandescente de Economía cuando Alberto Fernández estaba al pie del helicóptero (Jorge Ferraresi dixit) y la economía, al borde de la hiperinflación.
“El problema que tiene ahora Massa es que debe mostrar resultados y defender al Gobierno. Hoy mide lo mismo que medía antes de ser ministro. Ya perdió todo lo que había ganado en los primeros meses, cuando se paseaba con la capa de superministro y prometía estabilizar la economía, recuperar reservas y hasta redistribuir riqueza”, explica un estrecho colaborador de Fernández.
La realidad, léase limitaciones políticas y técnicas propias, tensiones internas en el oficialismo, adversidades meteorológicas y restricciones externas, se empeñó en despertarlo de los sueños. Pero el optimismo de Massa es inoxidable.
En este escenario en el que debe actuar el oficialismo opera con fuerza la más reciente novedad política de importancia, que fue el desistimiento de Mauricio Macri de intentar ir por su tercera candidatura presidencial. “Con Macri corrido ya no está el paraguas ni el aglutinante que significaba para el Frente de Todos, aunque queden los suyos. Todo el oficialismo está obligado a tratar de que al Gobierno le vaya lo mejor posible, si no nadie tiene destino”, dicen al lado de Fernández.
Alberto no se baja
El juego sigue abierto. De hecho, los colaboradores presidenciales se pasaron la tarde de ayer aclarando que su jefe no se había bajado de su pretensión de ir por la reelección ni que estaba pavimentando el camino para hacerlo, después de haber dicho: “Mi prioridad no es ser candidato, mi prioridad es que gane el espacio”.
Además de la decisión de Macri, la versión, consignada ayer por Carlos Pagni, de que definitivamente Cristina Kirchner no se postulará para ningún cargo, surgida de su entorno más cercano, daba más entidad a la interpretación de que el Presidente iba por el mismo camino.
Por eso, los voceros presidenciales sumaban a la negativa de que Fernández estuviera prenunciado su propio “renunciamiento” la siguiente frase: “Creo que para ganar las elecciones hay que democratizar el espacio”, que había dicho a Radio Perfil a continuación de aquella aseveración. “No solo es lo que sostuvo siempre, sino que sigue desafiando a que las candidaturas se diriman en las PASO y no a dedo, después de haberles ganado la pulseada a los que querían suspender las primarias”. Todo sigue igual. O peor.
“La resistencia de Alberto no obstaculiza el crecimiento de nadie. Si él se baja, nadie crece. Mal que les pese a los que lo cascotean”, desafían en la Casa Rosada. Todos están atados al mismo tambor lleno de cemento, al borde del río. Massa puede recostarse sobre el lado aún más fuerte del FDT, que sigue siendo el cristicamporismo, pero no está en condiciones de despegarse de Fernández, aunque sobreactúe autonomía como hizo estos días en Washington.
Lo singular de la situación es que la posibilidad de que el Gobierno llegue más o menos felizmente a término y que la candidatura presidencial de algún integrante del oficialismo tenga alguna probabilidad de éxito depende no solo de la pericia o la creatividad para surfear la crítica situación económica.
Como se verificó en los últimos doce meses, el apoyo, la tolerancia y la benevolencia del gobierno de los Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional, por su propias necesidades y a pesar de los recurrentes incumplimientos argentinos, han sido cruciales para mantener a flote al Gobierno y dejarle abierta alguna chance electoral, por más remota que sea.
Joe Biden, Mark Stanley y Kristalina Georgieva vendrían a ser así los anti-Braden del momento. Paradojas de la historia.
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