Más problemas para una gestión sin concierto
Alberto Fernández acaba de comprobar, una vez más, que el paso del tiempo no soluciona los problemas, sino que suele devolverlos agravados. El acuerdo aún inacabado con el FMI y la situación internacional presentan día tras día novedades que sorprenden y complican al Gobierno en casi todos los planos.
La demora en el cierre de las negociaciones con el Fondo y la invasión de Rusia en Ucrania acaban de agravar la tensión política nacional, sobre todo, puertas adentro de la coalición gobernante, así como generan nuevos desafíos en el plano económico.
El escenario se presenta extremadamente complejo para un gobierno que no se ha destacado en dos años de gestión por la homogeneidad, el sentido de la oportunidad, la claridad de objetivos ni la sutileza para resolver o desactivar los problemas más serios que ha debido afrontar. Desde la construcción del poder, el manejo de la pandemia del Covid-19 y la adquisición de las vacunas hasta la administración de las relaciones internacionales o la economía doméstica (con la inflación al frente), en casi todas las áreas aparecen déficits que la ciudadanía advierte y expresa. En las encuestas y en las elecciones.
Así como la negociación por la deuda con el FMI se caracterizó por las dilaciones y se complicó por pretensiones inviables y varios pasos en falso, la invasión de Ucrania mostró al Gobierno dubitativo y ambiguo en sus primeras reacciones. Los antecedentes no lo ayudan. Hay imágenes demasiado frescas en la memoria. Fernández se había ofrecido hace solo 23 días ante el mandamás de la ahora potencia agresora como su abrepuertas en América del Sur, al tiempo que criticaba a Estados Unidos y se mostraba ajeno o ignorante del conflicto en proceso de convertirse en la invasión que acaba de consumarse.
En ambos casos parecen haber tenido influencias decisivas la diferencia de posiciones que existen en la cúpula del Frente de Todos, las dificultades presidencial es y de su equipo para tomar decisiones, la ausencia de visión y definiciones estratégicas y la escasa pericia (o autoridad) de los funcionarios a cargo de áreas claves. El “vamos viendo” muestra demasiadas limitaciones en los momentos cruciales. Mucho más cuando los acontecimientos se entrelazan y potencian con los problemas irresueltos. Y el mundo mira.
El entendimiento por la deuda externa volvió a complicarse en las últimas horas, a pesar de la disposición del gobierno de Estados Unidos como principal accionista del FMI para que se resuelva los más rápido posible. Biden tiene problemas mucho más importantes de los que ocuparse como para obviar algunas de las excentricidades argentinas.
El diferendo de último momento con los técnicos del organismo está centrado en el tema de las tarifas o, más precisamente, de los subsidios, y ahonda los conflictos entre el binomio Fernández-Guzmán y el kirchnerismo duro. También encuentra un nuevo elemento distorsivo adicional con el ataque de Rusia.
Para tratar de destrabarlo, el ministro de Economía se encamina a conceder un incremento que duplica el 20% que el cristicamporismo fijó como su límite. Ese 40% tiene altas chances de ser el último disparador del rechazo o la abstención parlamentaria al acuerdo por parte de varios legisladores oficialistas que responden a Cristina y Máximo Kirchner. Por algo nadie puede dar precisiones sobre el contenido y la fecha de lo que se enviará al Congreso.
El efecto Putin sobre las tarifas
Sin embargo, ese no es el único inconveniente para el Gobierno: al costo político interno y externo que tendrá que pagar por el aumento tarifario, deberá sumarle el costo fiscal. Aun con esa alza, la reducción del gasto público sería menos significativa ahora que hace 72 horas. Por culpa de Putin, amigo de la vicepresidenta y anfitrión de Fernández.
Los precios de la energía acaban de dispararse en el mundo, lo que ampliará la brecha entre lo que pagarán los usuarios y lo que costará importarla, aun cuando las facturas se eleven. La lógica indica que habrá más gasto para el Estado y más inflación sin solucionar nada de fondo.
Tan imbricados están los problemas que ni siquiera el beneficio para el país que le abrió el conflicto está exento de efectos negativos.
Por un lado, el aumento del precio de los granos, provocado por la invasión rusa, traería alivio en términos de reservas e ingresos fiscales y hasta podría compensar el mayor gasto de dólares para importar energía. Pero eso impactaría en el precio de los alimentos y, por lo tanto, elevaría el índice de inflación. Terreno propicio para nuevos conflictos con la sociedad y entre los socios del FDT.
No es difícil imaginar lo que podría ocurrir ante aquel escenario si antes de que la tonelada de soja superara los 600 dólares los funcionarios económicos cristinistas ya habían lanzado polémicas propuestas para controlar el precio interno de los productos de origen agropecuario. A pesar del desacuerdo del albertismo y el rechazo absoluto de las organizaciones empresariales del sector. La guerra por las retenciones de 2008 no es un buen antecedente. Los memoriosos, sobre todo Fernández, recordarán que fue el germen de la fractura del Frente para la Victoria.
Intereses y prejuicios
El conflicto entre intereses e ideología (o prejuicios ideológicos) que atraviesa el oficialismo, profundizado por las urgencias del país, explica con claridad las dificultades el Gobierno para tomar decisiones. Vale para ello revisar los pronunciamientos oficiales sobre el conflicto, así como las actitudes de algunos de los referentes del FDT.
La primera reacción fue un breve comunicado que instaba a negociar, como si hubiera simetría entre partes en conflicto y no una potencia agresora. Con la invasión ya desatada, hubo un segundo pronunciamiento en el que se rechaza el uso de la fuerza armada sin identificar al atacante, al tiempo que evita hablar de agresión y solo “llama a la Federación Rusa a cesar las acciones militares”. Pero “acciones militares pueden ser los desfiles o los movimientos de tropas, muy diferente es la invasión de un país soberano”, señala con sorna un experimentado diplomático argentino, que acusa de impericia al equipo que comanda Santiago Cafiero. La “casa” no está en orden.
La mayoría de los especialistas argentinos en relaciones internaciones rescatan que al menos en el segundo comunicado se haya reparado una grave omisión que afectaba hasta la posición argentina respecto de las islas Malvinas. El Gobierno había olvidado (o temido) exigirle a Putin el respeto de los principios de las Naciones Unidas, del derecho internacional, de la soberanía de los Estados y su integridad territorial como es ya tradición en la política exterior argentina. Sobre esas premisas se basa la defensa de la causa malvinera, en la que suele embanderarse el kirchnerismo. Contradicciones de ocasión. Y de fondo.
La próxima votación sobre el conflicto bélico en el seno de la ONU puede ser una prueba de fuego para la interna frentetodista. A las expresiones prorrusas de la incendiaria, pero no siempre periférica, Fernanda Vallejos merecen contraponérseles los dichos del titular de la Cámara baja, Sergio Massa, de cuya cercanía a Estados Unidos da testimonio siempre en momentos claves.
La economista, que suele expresar y adelantar el subconsciente cristinista mientras sus principales dirigentes hacen silencio, acusó a la OTAN del conflicto, en coincidencia, admitió, con la postura del régimen cubano.
Para Massa, en cambio, lo que ocurre en Ucrania se trata de una “agresión unilateral ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin”, que “desestabiliza al mundo”. Entre ambos hace equilibrio el gobierno de Fernández.
Demasiadas bombas activadas para un tosco cuerpo de bomberos, con escasas herramientas y sin objetivos claros, ni liderazgos indiscutidos.
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