Mario Firmenich. Sin arrepentimiento ni autocrítica, a 50 años del asesinato de Pedro Eugenio Aramburu
A medio siglo del secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, el último jefe de los Montoneros, Mario Eduardo Firmenich, mantiene una actitud inamovible. No hay indicios de autocrítica o arrepentimiento en sus palabras cuando recuerda lo ocurrido.
"Fue un paseo", dice en referencia al escape desde el departamento de Aramburu, en Recoleta, hasta el campo de Timote, 428 kilómetros al oeste de la ciudad de Buenos Aires, donde finalmente el expresidente de la Revolución Libertadora fue asesinado.
Así lo retrata el último libro de María O’Donnell, "Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros" (Editorial Planeta). La autora reconstruye y analiza ese hecho que fue la presentación en sociedad de Montoneros, una agrupación de la que nadie había oído hablar hasta el 29 de mayo de 1970. Ese día un grupo armado secuestró a Aramburu en su domicilio de Montevideo entre Santa Fe y Charcas, y tres días después lo asesinó. El militar había sido presidente de facto entre 1955 y 1958.
La brutalidad del acontecimiento y de la historia que siguió constituyen un capítulo doloroso y perturbador de nuestra historia, con persistentes efectos en el presente.
Sin hacer juicios de valor, O’Donnell habla con todos los que aceptaron su propuesta de recordar qué y cómo pasó. Contrapone declaraciones, repregunta y busca respuestas a las dudas y cuestionamientos que todavía continúan vigentes.
Con testimonios recogidos para esta investigación, reconstruye y completa historias, como la radicalización de lo que fue el núcleo original de Montoneros, que viró del catolicismo militante y nacionalista al acercamiento a Fidel Castro; los entrenamientos en Cuba; los primeros golpes armados en Córdoba; la disidencia de los partidarios de Sabino Navarro, el menos conocido de los jefes montoneros, y la existencia de un "quinto hombre" durante el asesinato de Aramburu.
La brutalidad del acontecimiento y de la historia que siguió constituyen un capítulo doloroso y perturbador de nuestra historia
Almuerzo en Cataluña
Si bien habló con numerosas fuentes, la periodista cuenta que intentó insistentemente sumar al libro el testimonio de Firmenich. En un principio la respuesta fue negativa, pero luego de la gestión de un mediador, el exguerrillero accedió a una reunión informal en Sitges, Cataluña, en agosto de 2017.
De la transcripción de esa charla por parte de O’Donnell (las últimas declaraciones que se conocen de Firmenich) surge que el exjefe montonero sigue sosteniendo, como ya lo hizo antes, que el secuestro y asesinato de Aramburu fue una venganza por la Revolución Libertadora de 1955, el fusilamiento de los involucrados en la rebelión de Juan José Valle y el robo del cadáver de Eva Perón. Más importante aún, Firmenich repite que Montoneros respondió de esta manera a la voluntad del pueblo. El mismo argumento que 50 años atrás, sin cambios.
Sorprendentemente, también en ese almuerzo habló de Manuel Dorrego, del rescate de su figura a la luz del revisionismo histórico y cómo eso explica que el secuestro de Aramburu fue un Intento reencauzar la historia para que los victimarios conocieran el lugar de las víctimas. "En el colegio nos habían enseñado en dos líneas cómo habían fusilado a Dorrego. Pues bien, nosotros los obligaríamos a contar en dos líneas cómo fue el ajusticiamiento de Aramburu", dijo. Dorrego, gobernador federal de Buenos Aires, fue fusilado en 1828 luego de ser vencido en Navarro por el unitario Juan Lavalle.
Cuando O’Donnell le preguntó por el robo del ataúd de Aramburu del cementerio de la Recoleta, en octubre de 1974, Firmenich le respondió que nunca estuvo de acuerdo con esa decisión (organizada por Francisco Urondo) y que se había enterado por el diario Crónica. Parecía muy disgustado por ese hecho. Ante la sorpresa de la periodista, se explicó: "Somos cristianos. Con los muertos no se jode".
Otro debate que sigue vigente es por qué se eligió como blanco a Aramburu y no el almirante Isaac Francisco Rojas, vicepresidente del movimiento que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955. ¿Sería porque Aramburu tenía pretensiones de negociar con Perón una reinstauración democrática? Firmenich asegura que fue solo porque Rojas estaba demasiado custodiado.
En un mail posterior en el que le informa a la autora del libro que no colaborara con más testimonios, el exjefe montonero, a punto de retirarse como profesor universitario en Cataluña por llegar a los 70 años, como primer motivo afirma que no tiene garantizadas jubilación ni rentas para sobrevivir.
"Exclusión"
En ese texto, Firmenich acusa el hecho de haber sido excluido de la vida pública del país como otro motivo para no hacer más declaraciones. "La única política de Estado que ha mantenido la Argentina desde los años 70 hasta hoy es la exclusión de Mario Eduardo Firmenich del sistema político legal", afirma.
Según su opinión, los primeros interesados en su apartamiento responden al "establishment" que enfrentaron en la lucha contra las dictaduras y el terrorismo paraestatal de la Triple A. "Pero, además -agrega- me parece fácil de demostrar que soy excluido también por los que deberían ser mis compañeros". Esta exclusión, insiste, "le quita el derecho a la Argentina (como Estado y como sociedad) de reclamar mi obligada participación pública", como sería responder a una entrevista periodística.
Cuando O’Donnell le preguntó a Firmenich por el robo del ataúd de Aramburu del cementerio de la Recoleta, en octubre de 1974, el exguerrillero le respondió que nunca estuvo de acuerdo con esa decisión (organizada por Francisco Urondo) y que se había enterado por el diario Crónica
Además, señala que "el establishment mediático", ha sido siempre la punta de lanza de lo que denomina su demonización. Aquí hace hincapié en que las veces que dio entrevistas estas fueron usadas para generar escándalos mediáticos que incluso derivaron en su persecución penal. "Considero una perversidad sistémica esa dinámica de forzar mi participación en debates públicos mediáticos desde mi exclusión del sistema político", remarca.
Acusa al periodismo de encerrarlo en el pasado y de haber hecho de él un personaje de historieta. "Un personaje llamado Firmenich que no tiene nada que ver con la persona que soy yo". Considera que esto en cierta manera niega su condición de persona viviente. Se queja de que esto afecta sus posibilidades de trabajar normalmente y que causa sufrimiento a él y su familia.
Al final dice que prefiere guardar sus recuerdos para unas posibles memorias que podría escribir. Queda ver si lo hace o si decide privar a la historia de su personal versión de los hechos.
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