Malvinas, más lejos que nunca: una odisea de seis días, tres continentes y 24.000 kilómetros para llegar a las islas
Video publicado por LA NACION el 27/03/2022.
PUERTO ARGENTINO.- Cuarenta años después de la guerra que las marcó a fuego, las islas Malvinas están más lejos que nunca de la Argentina. Para llegar a esta tranquila población de menos de 2100 habitantes –menos que la localidad bonaerense de Claromecó en invierno- hay que dar media vuelta al mundo. Y aun así no cualquiera ingresará.
Llegar hasta aquí desde la ciudad de Buenos Aires conlleva cinco días y medio, cuatro vuelos, tres continentes, 24.300 kilómetros, tres PCR negativos, miles de dólares y cinco días de cuarentena encerrado en una habitación –todo costeado por el viajante- antes de ser autorizado a deambular por las islas.
¿Cómo es eso? No hay vuelos comerciales a las islas desde hace más de dos años, cuando la pandemia de Covid-19 trastocó todo. Los cruceros redujeron su frecuencia y, además, la temporada terminó. Por eso, la única forma de llegar hasta aquí es a bordo del avión que parte una vez a la semana desde una base militar en Inglaterra.
Obstáculos
La pandemia no es el único obstáculo. El gobierno de las islas evalúa levantar algunas restricciones sanitarias durante las próximas semanas, pero mantiene contrapuntos recurrentes con las autoridades argentinas. Eso complica la interacción hasta llevarla a uno de los puntos más bajos de las últimas décadas. ¿Un ejemplo? La Casa Rosada presionó hasta que se canceló el vuelo chárter que por “razones humanitarias” estaba previsto que conectara las islas con Santiago de Chile, el sábado 19 de marzo.
Aún si ese vuelo “humanitario” de Latam hubiera despegado, sin embargo, no cualquiera podía acceder a un pasaje. Sólo estaba previsto para los chilenos que residieran en las islas –y cuyos documentos están vencidos por lo que no pueden volar vía Londres- o isleños que requirieran tratamientos médicos específicos. Nadie más podía subirse a esa aeronave, ni para ir al continente, ni para volver al archipiélago.
Aislados como pocas veces lo estuvieron durante las últimas cuatro décadas por razones sanitarias y políticas, en las islas tampoco se muestran cómodos por estos días. Revisan varias veces cada solicitud antes de autorizar un ingreso. Para ellos no hay nada que celebrar cuando se aproximan los 40 años del “Invasion Day”, como recuerdan al 2 de abril. Prefieren abocarse a las celebraciones por el cuadragésimo aniversario de su “Liberation Day”, el 14 de junio.
Sólo quedaba, pues, encarar una triangulación aérea. Y eso requirió completar una seguidilla de formularios, obtener una autorización burocrática tras otra –del gobierno local en las islas, que no permite el ingreso de turistas, pero sí de trabajadores, potenciales inversores, familiares de residentes y periodistas, además de del control sanitario, de Migraciones, de la Oficina de las islas en Londres y de la base militar desde la que despegará el avión, entre otros-, costear una fortuna y aceptar riesgos.
¿Qué riesgos? Entre otros, que el avión no pueda aterrizar en las islas por mal clima y quede varado por tiempo indeterminado en algún punto de su recorrido. Suele pasar. Y le pasó, por triplicado, a LA NACION.
Completados todos los formularios y superados todos los escollos burocráticos –lo que tomó semanas-, el último paso en la Argentina fue obtener un PCR negativo de Covid-19, el viernes 18. No lo exigían para partir desde Ezeiza, el sábado 19, pero sí las autoridades de Senegal y de las Islas, que imponen que debe tener menos de cinco días de antigüedad.
Primera escala
Desde Ezeiza, la primera escala fue Londres. Sí. No hay otra forma de llegar a las islas que cruzar el Atlántico hacia el norte más de 11.100 kilómetros. Una vez allí, desde el domingo 20, hay que esperar que la base militar de Brize Norton confirme la siguiente etapa. Hay que llamar por teléfono y consultar su página de Internet varias veces al día en busca de novedades. Si las hay, como pauta general, no son buenas.
Así es como el vuelo que debía partir el lunes 21 se postergó dos veces porque las condiciones meteorológicas en las islas no permitían el aterrizaje. Hubo que costear una noche adicional en Londres… y rogar que el vuelo no se postergara más porque podía vencerse el PCR y ser necesario someterse a otro.
El martes 22 dieron el visto bueno para el siguiente tramo del recorrido, que comienza con un tren que salió, puntual, a las 18.28 desde la estación londinense de Paddington hacia Oxford, a una hora de distancia. Y desde allí, hay que costear un taxi por otros treinta minutos hasta Brize Norton, la base más grande de la Fuerza Aérea británica.
“Transire Confidente”, es el lema del escudo que domina el primer control de seguridad que hay que superar en la base. Allí completan la primera verificación de identidad y del pasaje, y entregan una credencial especial y temporaria para ingresar “escoltado” a Brize Norton.
Luego llega el check-in, que es militar, pero idéntico al de cualquier vuelo civil. Hasta verifican si la valija supera el peso permitido para subir al vuelo identificado como “RR2230″. Y ya en las primeras horas del miércoles 23, el Airbus KC30 “Voyager” de la contratista “Air Tanker Services Ltd” encara el primero de los 4800 kilómetros que median hasta Dakar. Somos menos de 100 pasajeros, la mayoría entre los 25 y 50 años, aunque hay una pareja chilena y un matrimonio inglés con un bebé.
Algunos visten ropa de fajina militar, también hay científicos que van a la Antártida, cinco periodistas y varios isleños, que prefieren no hablar con la prensa. Al ubicarnos en nuestros asientos resulta evidente que “Air Tanker” adoptó un protocolo de distanciamiento: cada pasajero va solo, sin nadie en los asientos contiguos a su derecha o izquierda, salvo que viaje acompañado por alguien.
Retraso en Dakar
La premisa al arribar a Dakar es tajante: el avión permanecerá dos horas en el aeropuerto internacional de “Blaise Daigne”, recargará combustible y seguirá su camino hacia la base militar de Mount Pleasant. Pero los pasajeros no pueden descender de la aeronave, quitarse las mascarillas, ni moverse de sus asientos por razones de seguridad sanitaria ante el riesgo del Covid-19.
“Nos informan desde Mount Pleasant que por la niebla imperante no será posible aterrizar en la base”, informa el comisario de a bordo, y trastoca todos los planes. Habrá que dormir en la capital senegalesa y rogar que el clima permita llegar. El plazo de cinco días de vigencia del PCR está por vencerse. Si eso ocurre, habrá que someterse a otro en Dakar.
Trasladarse desde el aeropuerto de “Blaise Daigne” hasta el hotel permite atisbar la pobreza de Senegal, donde el clima no ayuda y la desigualdad es rampante. Lleva más de dos horas llegar al hotel, que costea el transportista militar. Custodiado por guardias con fusiles semiautomáticos, y con detectores de metales en la entrada, nos piden que bajo ningún concepto salgamos a la calle.
A las 4 del martes 24 comenzó la vuelta al aeropuerto. De madrugada, sin el caos vehicular que comienza con el amanecer, el trayecto insume menos de una hora. No hay vendedores ambulantes, bocinazos ni camiones dando giros en “U” en plena carretera.
Ya superado el control migratorio en “Blaise Daigne”, los carteles con los vuelos que llegan y salen compiten por la atención con otros que enorgullecen a los locales. “Los Leones”, como llaman a su seleccionado de fútbol, salieron campeones de la Copa de África, en febrero, liderados por Sadio Mané, la estrella del Liverpool.
A las 7 despegamos, cada uno en el mismo asiento del día anterior. La voz del capitán anuncia que el clima, a 8400 kilómetros de distancia, parece que nos dará una oportunidad. Pasan las horas con la película “Knives Out” –”Entre navajas y secretos”, con Daniel Craig-, antes de los cortometrajes sobre las islas y los isleños, y la necesidad de cuidar su flora y su fauna.
Poco antes de llegar, cuando el Atlántico Sur parece más azul que nunca, las azafatas reparten dos formularios. Uno es la “Declaración del pasajero – Islas Falkland”, con la información migratoria que se suele pedir al ingresar a cualquier país; el otro es el “IDC 5″, que LA NACION ya debió enviar, semanas atrás, con precisiones sobre dónde transitará los cinco días de cuarentena exigidos a todos los que arriban a las islas.
Llegada a Malvinas
“Mount Pleasant Air Terminal”, dicen las letras blancas sobre fondo azul que recibe a los visitantes que bajan del avión y caminan por la pista. Adentro del edificio, un pingüino de plástico, tamaño natural, invita a donar fondos para la preservación de la naturaleza junto a un cartel que prohíbe tomar fotografías del recinto.
Todos los pasajeros –sean británicos, civiles o militares, argentinos o de cualquier nacionalidad- pasan luego por el mismo trámite: el sellado del pasaporte. “Visitor permit”, dice el sello, junto al escudo de las islas y la fecha de ingreso. Abajo, en tinta azul, completa: “Immigration Falkland Islands. Single entry. Employment prohibited”.
Son pasadas las 15 del jueves 24 cuando LA NACION retira su valija, tras superar con creces más kilómetros en esta travesía área que la mitad de la circunferencia del planeta. Después viene el control aduanero y, por último, dos hombres enfundados en trajes blancos de pies a cabeza, y mascarillas. Uno es chileno. Exigen que nos coloquemos guantes de latex y nuevos barbijos. Verifican el nombre y señalan el micro de otra empresa, “Pengüin Travel”. Toca el último asiento, el 25, al fondo.
El micro lo conduce otro hombre vestido todo de blanco, guantes de latex, mascarilla y anteojos. Nos traslada hasta el Malvina House Hotel, en la calle “Ross Road”, donde la cuarentena durará entre 5 y 10 días. Dependerá de las vacunas que tenga cada visitante y los resultados de dos PCR, cuyas muestras se toman a las 36 horas y a los cinco días del arribo.
Arriba del micro hay un escocés que hace reír a todos con sus bromas. Hay un par de chilenos y una mexicana, pero la mayoría es inglesa e integra un equipo de investigadores del “British Atlantic Survey” que toma las islas como punto de referencia para continuar hacia la Antártida.
Al salir de la base militar, no se ven armas a simple vista, ni siquiera en la garita que custodia la entrada y salida. Los soldados van de acá para allá con ropa de fajina, mascarillas y chalecos amarillos, mientras pasa a mediana altura un helicóptero militar. Pero el contraste resulta notorio: se veían más fusiles en el hotel de Dakar que en Mount Pleasant.
La siguiente hora se va en recorrer el camino que comunica la base, que se construyó tras 1982, con la ciudad, que aquí consideran un insulto llamar “Puerto Argentino”. Un cartel con letras negras y fondo celeste pregona “Bienvenidos a Stanley” junto al escudo local, e informa que es “hermana” de Whitby, una localidad del nordeste de Inglaterra.
“Parece un pueblito inglés”, afirma el escocés. Y tiene razón. Aunque el “Camp”, como llaman al campo –reminiscencias lingüísticas del siglo XIX-, recuerda mucho a la estepa que circunda a Río Gallegos, a poco más de 700 kilómetros de distancia, Stanley podría pasar por una localidad de la costa inglesa. Casitas bajas, pintadas de blanco y con techos a dos aguas verde oscuro dominan el paisaje de pequeños jardines en medio de una quietud que de vez en cuando interrumpe algún auto que circula por la izquierda.
Hay, no obstante, una diferencia con el espejo inglés: aquí son más retraídos, lo que se exacerba ante la prensa argentina. “No es por lo que vayas a publicar en la Argentina, es por lo que van a pensar otros acá sobre lo que ellos puedan decir”, explica un isleño, James, a LA NACION. Él es parte de la regla: pide evitar su apellido.
Las calles principales de la ciudad están pavimentadas, al igual que el camino desde Mount Pleasant. Durante el trayecto, algunos molinos de viento marcan otra diferencia con el paisaje de cuatro décadas atrás. Pero las ovejas todavía dominan el terreno, al igual que la “Union Jack”. A la vera del camino, en las tranqueras de dos estancias, flamea la bandera británica.