El argentino Rafael Wollmann tomó las imágenes más icónicas del 2 de abril; Patrick Watts era el operador de la radio local; 40 años después mantienen un vínculo único
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PUERTO ARGENTINO.- Juntos forjaron un hito periodístico. Uno, argentino, como reportero; el otro, isleño, como director de la Falkland Islands Radio. Estuvieron donde había que estar, a la hora señalada. Y actuaron como debían actuar. Uno no dejó de tomar fotografías, ni siquiera cuando le tiraron a matar; el otro, no dejó de transmitir, ni siquiera con una pistola en la espalda. Uno es Rafael Wollmann (64); el otro, Patrick Watts (77).
“Es bueno verte otra vez”, le dice Wollmann a su amigo, al reencontrarse en esta ciudad, 40 años después de la noche que los marcó. Sin bigotes y con mucho menos pelo los dos, mantienen un vínculo único. El argentino había llegado a las islas, el 23 de marzo, para un reportaje sobre la vida en las Malvinas, luego de que las delegaciones argentina y británica se reunieran en Nueva York para debatir la soberanía. “Vine en un vuelo de LADE, que salía una vez por semana de Buenos Aires, y aterricé acá el día de mi cumpleaños, recorrí la ciudad y las islas, y me entrevisté con varias personas”, recuerda.
Entre las personas que Wollmann entrevistó estuvieron el gobernador Rex Hunt y el director de la radio local, Watts, que tenía relación fluida con la Argentina y los argentinos. “Iba a Buenos Aires de vez en cuando desde 1971. Fui, por ejemplo, a cubrir el Mundial de 1978, en Mendoza, en Córdoba y hasta la final con Holanda, y años después fui a ver a Diego Maradona cuando jugaba en Boca Juniors. Fui un privilegiado al poder verlo jugar. Pero todo cambió a partir de 1982″, remarca, tajante, a LA NACION.
En los días previos al 2 de abril, Watts y Wollmann congeniaron. “Rafael venía de vez en cuando a la radio, se quedaba con nosotros, nos hacía preguntas, tomaba fotos, y luego seguía con lo suyo”, recuerda el entonces director radial.
Wollmann debía marcharse el 30 de marzo, pero se quedó. El incidente registrado en las islas Georgias del Sur con el chatarrero Constantino Davidoff y Alfredo Astiz llevaron a sus colegas de la agencia Imagen Latinoamericana (ILA) a sugerirle que se quedara. Por las dudas. Pero Wollmann aprovechó el vuelo de LADE que volvía al continente para enviarles a sus socios en Buenos Aires los rollos fotográficos de su recorrida por las islas. Resultó providencial.
“Me enteré que el comandante de LADE, en vez de entregar mis rollos a ILA, se los dio a la Fuerza Aérea, que los reveló y analizó qué contenían antes de entregarlos a mis colegas; eso me sirvió de alerta para lo que vino después”, rememora. Y lo que ocurrió fue historia viva.
En ese mismo vuelo de LADE llegaron cuatro periodistas ingleses. Uno de ellos, Simon Winchester, le dijo de unir fuerzas para tratar de llegar a las islas Georgias. El 31 ubicaron a un checo que rumbeaba con un velero hacia la Antártida, pero lo convencieron que los llevara a las islas, lo que tomaría una semana de navegación entre los icebergs.
El 1. Wollmann y Winchester se dedicaron a comprar todo lo que necesitaban para la travesía, que nunca concretaron. “Estaba cenando en el hotel Upland Goose, uno histórico que ya no está, cuando la radio interrumpió su transmisión con un mensaje del gobernador”, recordó.
Hunt anunció a los isleños, en vivo, que había puesto en alerta a la guarnición de la Marina Real –apenas 68 soldados-, movilizaba a los civiles que integraban las Fuerzas de Defensa de las islas y cerraba las escuelas, pero ordenaba mantener abierta la radio. Y en su siguiente transmisión confirmó la inminente ofensiva argentina y decretó el “estado de emergencia”, lo que le permitió trasladas al Town Hall a la treintena de argentinos que vivían en esta ciudad. Salvo a Wollmann. “Me dejaron en paz por mi ‘status’ de periodista”, dice.
“Salí con Winchester y otros periodistas ingleses a dar una vuelta y fuimos a ver a Roberto Gamen, de LADE, y a su antecesor, el vicecomodoro Héctor Gilobert. Los dos negaron todo, y de ahí nos fuimos a ver a Hunt, que nos dijo que nos ubicáramos en la casa contigua, la de su chofer, Don Bonner, porque los Marines tenían orden de tirar a matar”.
Wollmann recuerda los tiros de aquella larga noche, las explosiones de granadas, los gritos en inglés, primero, y luego en español. Y a las 4.15, el gobernador Hunt volvió a salir al aire con Watts. “Los que viven en Stanley habrán oído algunos disparos, un tiroteo confuso”, le informó al resto de los isleños, antes de prometerles que la radio “seguirá informando”.
Durante las horas que siguieron, Watts asumió la transmisión. Puso al aire las llamadas de los oyentes, que desde distintos de la ciudad contaban qué veían y entre todos informaron a la comunidad sobre lo que ocurría, mientras la radio mechaba canciones para tapar los tiempos muertos. Hasta que la audiencia escuchó esto:
-La estación de radio ha sido ahora tomada. Sólo un minuto-, dijo Watts.
-¡Sí, señor! ¡Un minuto! –gritó un hombre, en español.
-Si deja de apuntar el arma en mi espalda, voy a transmitir…
-¡A ver, señor!
-Retire el arma. No hablaré con un arma en mi espalda.
A continuación, Watts informó que los “invasores argentinos me acaban de dar unas grabaciones para que las emita”, antes de decir unas pocas frases más y despedirse de los oyentes con esta frase: “Espero que ninguno de nuestros muchachos vaya a ser fusilado”.
Movedizo, Wollmann fue testigo de lo ocurrido. Y lo inmortalizó en una foto. Aparece Watts, de pie, en el estudio, teléfono en su mano izquierda, mientras que con la derecha toma un papel que le extiende un militar argentino, armado con un revolver en el cinto, Entre tocadiscos y micrófonos, los observan dos mujeres y otro militar, también armado, que permanece apoyado contra una estantería lleno de álbumes.
Wollmann, de 24 años, no se detuvo allí. Siguió su recorrida, hasta presenciar la rendición británica. “Empezaron a salir los marines con sus brazos en altos, sosteniendo sus armas, y Winchester me dijo que saliera yo primero porque como hablaba español, podía dialogar con las tropas argentinos”.
Eso es lo que hizo Wollmann, que comenzó a recurrir a sus dos máquinas, una Nikon F2AS, con películas EPR64, y otra Nikon FE2, con cinco lentes. “Tenía rollos color en una y blanco y negro en la otra, y sacaba a medida que iban saliendo, por necesidad. Por eso hay fotos en color y en blanco y negro”. Y por astucia, tomó otra decisión clave. “Traté de pasar desapercibido. Entonces tomaba dos fotos y me iba para otro lado; otras dos fotos, y volvía a irme”. ¿Por qué? “No quería correr el riesgo de que, por tener la mejor toma, algún soldado me manoteara las cámaras y lo perdiera todo”.
Así fue como tomó dos fotos icónicas del conflicto de 1982. La primera, a una fila de Marines que marchan con sus brazos en alto, custodiados por el comando argentino Jacinto Batista; la otra, unos marines en el piso, rendidos. “Esa fue, creo, la que más dolió en el Reino Unidos, por la carga de humillación que conlleva tener soldados en el piso”, calcula.
Con Watts se reencontró cerca de las 16 del 2, cuando el gobernador Hunt, vestido de gala, se fue al aeropuerto con su esposa, y de allí a Montevideo. Ellos lo siguieron en el auto del isleño, que casi choca de frente con la nueva realidad. Manejaba por el carril izquierdo, como toda su vida cuando un camión conducido por un argentino, avanzó hacia ellos, también por el carril izquierdo. Ambos respetaban sus propias leyes de tránsito. “Entonces le dije a Patrick, ‘estás conduciendo de manera correcta, Patrick, pero cámbiate al otro carril porque nos vamos a matar”. Comenzaba otra etapa en las islas.
A las 13 del día siguiente, 3 de abril, llegó un avión de la Fuerza Aérea Argentina con decenas de fotógrafos y camarógrafos argentinos, que estuvieron tres horas en la ciudad que dejaba de llamarse Stanley. Pero los vehículos anfibios ya se habían retirado, los soldados recorrían las calles con sus rostros lavados y los isleños había salido a hacer sus compras. El material gráfico histórico lo atesoraba Wollmann, que tenía presente lo ocurrido días antes.
“Esta vez no iba a entregarle los rollos a nadie para no repetir lo que pasó con el comandante de LADE. Así que logré colarme en ese mismo avión que volvió a las 16 y para cuando llegué a Comodoro Rivadavia, había decenas de representantes de medios y agencias ofreciéndome fortunas por el material, que todavía era imagen ‘latente’, es decir, por revelar. ¡Y no sabíamos qué podía haber allí!”.
Contenían historia gráfica que recorrió el mundo. Material sensible que algunos sostienen que alimentaron la reacción furibunda en Londres, obligando a Margaret Thatcher a reaccionar como lo hizo. Pero Wollmann y Watts evitan las especulaciones, como también prefieren evitar a la prensa que por estas horas –como cada año- los llaman para entrevistarlos. “Ya no estoy en la radio, ni hablo con la prensa, ni hago tours turísticos como hacía”, aclara Watts a LA NACION. “Sólo accedí a mostrarle a Rafael los cambios que hubo por acá desde la última vez que vino”, explica quien por sus acciones del 2 y las semanas que siguieron, fue ungido Caballero del Imperio Británico.
Wollmann volvió, varias veces, a las islas que definieron su carrera profesional y le significaron reconocimiento mundial. Retornó para el décimo, vigésimo, trigésimo y, ahora, para el cuadragésimo aniversario de la guerra, interesado en registrar la evolución de las islas en imágenes para un libro que la editorial Taeda publicará con la revista DEF a mediados de este año. Y hay una frase en ese sentido evolutivo, dice, que le quedó grabada. “Me la dijo Bonner, el chofer del Gobernador, después del 2. Me dijo: ‘Galtieri nos puso en el mapa’. Y tuvo razón”.
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