Macri ya no puede quedar bien con todo el mundo
La Cumbre del G-20, que se realizará entre el viernes y el sábado en Buenos Aires, es la reunión internacional más importante que jamás se haya celebrado en el país. Sin embargo, para la agenda local ese récord es lo menos relevante. Más decisivo es entender el rédito que tuvo para Mauricio Macri haber presidido ese club durante los últimos 12 meses. Lo importante no es lo que comienza, sino lo que termina.
De todas las asociaciones internacionales, el G-20 es la más decisiva. Por la gravitación de los jefes de Estado que la integran. Y por la agilidad de su funcionamiento. Su rol fue crucial para que la respuesta a la crisis de 2008 no fuera en una guerra de monedas que hubiera agravado mucho más la recesión. A partir de entonces, su agenda fue menos electrizante. Pero la organización siguió siendo trascendental como lugar de comunicación de quienes gobiernan el mundo. Una red indispensable para tormentas que, como acaba de señalar Juan Gabriel Tokatlian, dejaron de ser financieras para convertirse en geopolíticas.
La Argentina encabezó durante un año esa especie de grupo de WhatsApp. Que haya conseguido ese lugar revela las expectativas que despertó en los gobiernos decisivos, sobre todo en el de Barack Obama, la llegada de Mauricio Macri al poder. En el transcurso de esa presidencia se desarrolló una infinidad de reuniones entre funcionarios de los 20 miembros, a los que se agrega España como invitada. Esa rutina habilitó una familiaridad sin la cual sería difícil de explicar la velocidad y el volumen del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Macri y Nicolás Dujovne debieron negociar con jefes de Estado y ministros de Economía con los que, gracias a la presidencia del G-20, estaban en contacto permanente. El Presidente quiso también aprovechar ese lugar para que la Argentina fuera incorporada a la OCDE. Pero el trámite sigue demorado por las rivalidades entre Estados Unidos y Europa para que ingrese tal o cual ahijado. Y porque el deterioro de la economía nacional comenzó a jugar en contra.
Antes de que, con el final de la reunión, se convierta en calabaza, Macri debe alcanzar un objetivo muy modesto. Que se emita un documento. Nadie aspira a un texto de 13 páginas, como el que se redactó hace doce meses, en Hamburgo. Tres carillas ya serían un éxito. La dificultad se debe a que el G-20 ya no es el mismo de cuando la Argentina ganó la presidencia. Los globalofóbicos, que antes tiraban piedras tras las vallas, ahora están en la sesión, sentados en la cabecera. Donald Trump, Vladimir Putin, Theresa May y Giuseppe Conti expresan un proteccionismo propio de sus inclinaciones nacionalistas.
Macri pidió que la reunión a solas que los jefes de Estado compartirán en Costa Salguero, que suele durar media hora, se extienda por una hora y media. Una oportunidad ideal para que Emmanuel Macron y Justin Trudeau arrojen tizas desde el fondo de la sala contra Trump. Los Macron llegaron anoche y sufrieron la impuntualidad de quienes los tenían que ir a recibir. Por lo menos había un valijero. El oficio nacional. Los Macri los compensarán hoy con un almuerzo en la espectacular isla El Descanso, que eligió Juliana Awada.
El canciller Jorge Faurie está enfocado en otro tema. Debe asegurarse que el temperamental Trump no abandone la asamblea antes de tiempo, insultando a sus consorcios. Fue lo que ocurrió en junio, durante un encuentro del G-7, en Canadá.
La atención internacional se dirigirá a lo que ocurra al costado de la cumbre. Trump suspendió su entrevista con Putin por la crisis que terminó con la captura de tres barcos ucranianos por la armada rusa. Los europeos son los principales defensores de Ucrania. En Buenos Aires también se cruzarán el saudí Mohammed ben Salman y el turco Recep Erdogan, que lo acusa de haber mandado a liquidar al periodista Jamal Khashoggi en Estambul. A pesar de esa atroz imputación, Erdogan podría reunirse con Salman. Gente flexible. Salman podría estar inquieto. Human Rights Watch recurrió a los tribunales argentinos para que, amparándose en la doctrina según la cual para los casos de lesa humanidad rige la jurisdicción universal, lo capture por los crímenes en Yemen y el asesinato de Khashoggi. El fiscal Ramiro González aceptó la denuncia. Pero Salman tuvo suerte: le tocó Ariel Lijo como juez. Lijo comenzó a arrastrar los pies, enviando exhortos a Turquía y a Yemen para cerciorarse de los cargos. También a la Corte Penal Internacional, ignorando que no tiene competencia sobre Arabia Saudita. ¿No convendría que Lijo consulte a un abogado? Salman depende ahora de la cordialidad de Macri, que podría declararlo persona non grata y pedirle que vuelva a su país. Nada de esto va a ocurrir. Pero, en adelante, antes de salir de Riad, Salman sí va a tener que consultar un abogado.
El rumbo global dependerá, sin embargo, de otro encuentro: el del G-2, Trump y Xi Jinping, enfrentados en una incierta guerra comercial. Lo más probable es que se vean en un salón de Costa Salguero. De lo que ocurra en Buenos Aires a la diplomacia norteamericana solo le interesa esta reunión. Y Xi, que tenía previsto viajar con 10 ministros, lo hará con 21. La comitiva de cada presidente supera la cifra de 1000 funcionarios.
La relación con China es el eje de la estrategia exterior de Trump. Bob Woodward, en su excelente Fear: Trump in the White House, explica la ambivalencia de esa política. El presidente de los Estados Unidos quiere tensar la cuerda en materia de tarifas, pero no deteriorar su vínculo con Xi, que considera inmejorable. Nadie sabe qué sucederá al final de la entrevista de Buenos Aires. Aunque todos los pronósticos apuestan a una distensión. De cualquier modo, no habría que perder de vista un fenómeno que detectaron los funcionarios argentinos que concurrieron durante un año a las reuniones sectoriales del G-20. Los europeos son cada vez más complacientes con la agresividad de Trump hacia China. Coinciden en que Xi defiende una globalización tramposa, de la que su país saca ventaja subsidiando a las empresas paraestatales y con una inescrupulosa piratería intelectual. Christine Lagarde, desde la conducción del Fondo, suele explicitar esta visión.
Con independencia de los matices, el conflicto entre Washington y Pekín está destinado a perdurar. Woodward sugiere que Trump es el más pacífico de su grupo. Tal vez tenga razón. Sobre todo si se repasa el inquietante discurso que el vicepresidente Mike Pence pronunció el 4 de octubre en el Hudson Institute. Pence dejó atrás las razones comerciales y pasó a un discurso militar contra China, como quien anuncia una nueva Guerra Fría.
A ninguna región le resulta indiferente este entredicho. Tampoco a América Latina. Si se analiza la escena dejando de lado el protocolo, para esta parte del planeta lo más importante del G-20 estará ocurriendo hoy en Río de Janeiro. Jair Bolsonaro recibirá a John Bolton. Es el asesor de Seguridad Nacional de Trump, a quien se atribuye haber inspirado a Pence en su enfoque belicista. La visita estuvo precedida de varios gestos. Steve Bannon, el Durán Barba de Trump, señaló a Bolsonaro como un héroe. A su vez, Bolsonaro, que mira el mundo desde la plataforma del nacionalismo militar, criticó muchas veces el avance chino sobre la economía brasileña.
Los expertos de Itamaraty, hiperrealistas, profetizan que "estos impulsos durarán seis meses". Consignan dos números: el comercio con China alcanzó el año pasado los US$75.000 millones, y las inversiones de ese país en Brasil en los últimos 14 años fueron de US$124.000 millones. Además, Bolsonaro deberá decidirse entre el proteccionismo de sus camaradas de armas y el librecambismo de su ministro de Hacienda, Paulo Guedes.
Estos factores no llegan a ocultar una señal importantísima: después de casi tres lustros de tensión o indiferencia entre Washington y Brasilia, Trump y Bolsonaro están tejiendo una alianza que, si se consolida, tendrá proyecciones sobre todo el continente. Y el alineamiento contra China sería un pegamento de esa alianza.
Es probable que Macri comience a sentir esa tensión. Hasta ahora gobernó bajo un cielo con dos soles. Trump fue imprescindible para el rescate financiero desde el Fondo Monetario. Pero China se ha convertido en el principal prestamista del país, después del Fondo Monetario Internacional y de la banca multilateral.
Uno de los corolarios de la visita de Xi a Buenos Aires será la ampliación del swap de monedas a US$18.700 millones. El Gobierno retribuirá ese auxilio con un acuerdo que estuvo sometido a controversia en el gabinete. A pesar del malestar de Estados Unidos, China construirá la central nuclear Atucha III. El proyecto supone un préstamo de US$6500 millones, a ser devueltos en 20 años, con 8 de gracia y una tasa de interés anual de 4,5%.
La realización de esta planta, cuya razonabilidad ha sido puesta en duda por especialistas energéticos, es una condición sine qua non de Xi para todas las inversiones de su país en la Argentina.
El presidente chino ve en la Argentina la oportunidad de un ascenso estratégico: sería la primera vez que sus empresas encaran un proyecto nuclear en un país en vías de desarrollo. Con Atucha III, Macri ofrece a Xi la llave para que inicie una etapa más ambiciosa en la internacionalización de su industria atómica.
La visita de Trump y Xi puede ser decisiva para la forma en que el Presidente interpreta la escena global. Hasta ahora su diplomacia fue acumulativa. Trató de tener buenas relaciones con casi todo el mundo. En especial, con China y Estados Unidos. A partir de ahora, y mirando hacia Brasil, quizá tenga que elegir. Es un desafío importante para su política exterior. Por primera vez tendrá que abandonar la inercia de la cordialidad indiscriminada. Por primera vez, en este campo, tendrá que ponerse a pensar.
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