Mauricio Macri, Alberto Fernández y un riesgoso ajedrez financiero
Mauricio Macri y Alberto Fernández han trasladado su campaña al delicadísimo tablero financiero. Los anuncios de Hernán Lacunza sobre la deuda pública fueron la respuesta a deficiencias del programa económico. Pero no se pueden comprender en plenitud si no se advierte que están también atravesados por un criterio electoral.
Los más refinados analistas del mercado interpretaron que la decisión de postergar los pagos de deuda obedeció a que los funcionarios del Fondo Monetario Internacional se marcharon del país sin despejar la principal incógnita: el Gobierno no tiene claro, por decir lo menos, si se producirá el desembolso de 5400 millones de dólares previsto para septiembre. La posibilidad de no recibir esos recursos afecta mucho la disponibilidad de divisas del Tesoro y, por derivación, del Banco Central. En la Casa Rosada imputan por esa reticencia del Fondo a Fernández y ese durísimo comunicado en el que advirtió que si el organismo librara ese tramo del préstamo estaría violando sus propios estatutos. En realidad, en Washington la suspensión del pago de septiembre está siendo analizada desde que Macri salió debilitado de las primarias y, en especial, desde que anunció medidas fiscales no consultadas con los encargados del programa. Esa toma de distancia se manifestó en la postergación de la visita, que había sido agendada para la semana pasada.
La hipótesis, cada vez más probable, de no contar con esos 5400 millones de dólares llevó a Hacienda y Finanzas a suspender pagos de Lete y Lecap, y a enviar al Congreso un proyecto para modificar vencimientos de la deuda. Son decisiones traumáticas en un país que, en materia de inestabilidad financiera, creyó haber visto todo. "No todo", aclaró ayer alguien que pasó la vida en el mercado. Y explicó: "Es la primera vez que el que incumple con un pago es el mismo gobierno que había emitido esa deuda".
Macri eligió este camino pensando en un conflicto con Fernández que es cada día más acérrimo. Para simplificar: resolvió hacer lo que su principal rival venía sugiriendo. Además, encontró la respuesta a la reticencia de su principal rival a coordinar una receta que impida el agravamiento de la crisis: delegar en el Congreso las decisiones sobre la deuda con los tenedores de bonos emitidos bajo jurisdicción nacional e internacional. El Presidente ayer fue reiterativo en que es imposible superar la encrucijada sin un acuerdo entre todos los actores.
El envío al Parlamento de los proyectos sobre deuda se corresponde con esa idea y cobija un mensaje para el candidato del kirchnerismo. Algo parecido a "estoy dispuesto a hacer lo que venís recomendando, pero si lo hacemos juntos". La jugada tuvo un efecto desconcertante. Diputados relevantes del Frente para la Victoria no querían ayer definirse frente al desafío esperando una indicación del candidato. El problema de Fernández fue previsto por el clásico consejo inglés: "Sé cuidadoso con lo que pides, porque puedes conseguirlo".
Lacunza reconoció que la reprogramación de la deuda, sobre todo la cifrada en Lete y Lecap, afecta a bancos y aseguradoras. También a fondos comunes de inversión, que ayer soportaron fugas considerables. Y, por derivación, a las empresas que confiaron en esas entidades. La decisión oficial alivia al mercado de cambios porque permite descartar el riesgo, que preocupaba mucho al Fondo, de que el Central tuviera que emitir pesos que el Tesoro destinaría a comprar los dólares necesarios para hacer frente a sus compromisos en esa moneda. Ese circuito dispararía el tipo de cambio.
La pregunta que los especialistas en finanzas comenzaron a hacerse después de los anuncios de Lacunza se refiere al mercado de cambios. ¿Se puede enfrentar un clima de semejante incertidumbre sin establecer restricciones al acceso al dólar? El Gobierno cree que sí. Y lo dijo a través de su ministro de Hacienda, pero también a través de Guido Sandleris, el presidente del Banco Central. Los dos afirmaron que, aliviando al Estado del peso de la deuda de corto plazo, ahora puede destinar todas sus tenencias en dólares a defender el valor del peso. Ayer lograron ese objetivo. Es cierto: el Central debió vender 220 millones de dólares. Además, subió la ya altísima tasa de las Leliq y solo pudo renovar 150.000 millones de los 260.000 millones de pesos que vencían, y los depósitos en dólares siguieron disminuyendo. Este panorama se reflejó en las cotizaciones bursátiles de los bancos, que tuvieron otra caída.
La decisión de no innovar en el mercado de cambios tiene también un pliegue político. Fernández ha manifestado una y otra vez su preocupación por el nivel de reservas que dejará Macri en el Banco Central. Es una preocupación de quien se ve como futuro presidente y sabe que la gobernabilidad depende muchísimo del caudal de divisas en poder del Central.
El discurso oficial de las últimas 48 horas revela que el Gobierno no comparte esa preocupación. Y eso deja también entrever que la confianza en la reelección está muy debilitada. Tanto Lacunza como Sandleris sugieren que están dispuestos a gastar todos los dólares que sean necesarios para defender la actual paridad. Como en el caso de la deuda, también obedecen a un pedido de Fernández. El candidato avaló una interpretación de Martín Redrado según la cual el Central, por orden de Macri, no intervino en el mercado de cambios el lunes siguiente a las primarias para alentar la depreciación. Redrado denunció esa conducta en el juzgado de Rodolfo Canicoba Corral. En el Central vienen desmintiendo que eso haya ocurrido, pero terminan su defensa siempre con esta conclusión: "Si quieren que vendamos dólares, nos podemos convertir en Sturzenegger sin ningún problema". Con sus declaraciones sobre la defensa del valor de la moneda, Lacunza y Sandleris les están respondiendo a Redrado y, más aún, a Fernández. De nuevo: "Sé cuidadoso con lo que pides...".
La estrategia de Macri tiene también un pliegue político-electoral. Muchos especialistas en finanzas consideran que los anuncios sobre deudas deberían ir acompañados de alguna restricción a la compra de dólares. Sobre todo cuando está destinada a turismo o atesoramiento. Es muy comprensible que el Presidente no quiera dar ese paso. Uno de sus méritos es haber levantado el cepo cambiario durante la gestión inicial de Alfonso Prat-Gay. Sería dolorosísimo para él entregar esa bandera e igualarse al kirchnerismo en una de sus políticas más reprochables. En todo caso, debe pensar que solo llegaría a esa "solución" si Fernández se la pidiera. Este es otro enigma de la escena: en qué nivel de reservas el candidato del Frente de Todos pierde la calma.
Macri volvió a demostrar ayer, durante la reunión de gabinete, que atribuye todos los dramas de la economía a Fernández. No toleró siquiera una mínima objeción de Rogelio Frigerio. Ni de Marcos Peña, que ya no lo acompaña en ese blindaje. Es de desear que no esté siguiendo con una vieja descripción de Fernández: "Los gobiernos comienzan con los mejores, siguen con los amigos y terminan con los que quedan". A Fernández le reprocha, sobre todo, haber pedido a los emisarios del Fondo que no siguieran prestándole plata a la Argentina si no se aseguraban que esos recursos no terminarían dilapidándose. Leyó ese comunicado como la prueba de un complot.
Fernández tiene derecho a alegar que él debe obedecer el mandato electoral. A él lo votaron para forzar un cambio en la actual política económica, que tiene, o tenía, en el acuerdo con el Fondo su capítulo principal. A Macri le cuesta admitir esa decisión de la ciudadanía, que está en la raíz de la tormenta financiera. Los mercados están convulsionados por la posibilidad de una regresión populista, pero, en especial, porque la actual orientación económica ya no es viable ni en el caso muy hipotético de que él consiga otro mandato.
Para la Casa Rosada, Fernández no está representando la resistencia a una política. Él pretendería, según esa visión, desordenar todas las variables para que, a partir del 10 de diciembre, se justifiquen sus terapias. En otras palabras: desatar una crisis que induzca a una gran delegación de poder en el nuevo salvador. Por eso habría hablado de "dólar alto", inconsistencias en el financiamiento con Leliq, posibilidad de renegociar la deuda con los bonistas. Hasta le atribuyen a Guillermo Nielsen haber pedido a agentes de Wall Street que hablen con el Fondo para que no autorice el desembolso de septiembre. Una acusación disparatada: esas conversaciones de Nielsen están grabadas.
La crisis que de nuevo se está cursando en la economía modelará al próximo oficialismo y a la próxima oposición
Esa supuesta estrategia de Fernández, si existiera, sería peligrosísima para él mismo porque puede quedar fuera de control. El propio Fernández es un testigo privilegiado de ese riesgo. En 1989, cuando militaba en el radicalismo, era funcionario del área legal del Ministerio de Economía. Desde allí pudo tomar nota de las advertencias de Domingo Cavallo a los acreedores externos, cuando les dijo que el entonces futuro gobierno de Menem no se haría cargo de lo que le prestaran a Alfonsín. Guido Di Tella hablaba de un dólar recontraalto, mientras el riojano aseguraba estar disponible para hacerse cargo del poder cuando se lo pidieran, con el mismo tono con que él dijo ayer que Macri debe estar contando los días. Menem se hizo cargo de la presidencia por adelantado. Pero debió soportar una tormenta que se despejó al cabo de casi dos años de gobierno. En el camino, atravesó una hiperinflación y debió incautar los depósitos de los ahorristas, que recibieron, a cambio, un bono. Fernández seguro lo recuerda, porque también formó parte de ese nuevo gabinete, como responsable de la política de seguros del menemismo.
La crisis que de nuevo se está cursando en la economía modelará al próximo oficialismo y a la próxima oposición. Fernández debe saber que del nivel de convulsión actual dependen los grados de pobreza y malestar social, los niveles de reservas monetarias, la tasa de inflación, el retraso tarifario y el flujo de inversiones de la próxima administración, que, es muy posible, será la suya.
La tormenta determinará también la calidad de la oposición. Si Macri sale derrotado, la consistencia de Cambiemos dependerá de la cantidad de votos obtenidos. Es decir, del número de bancas legislativas que retenga y de que siga ofreciendo o no un proyecto de poder. Otro factor es si Horacio Rodríguez Larreta retendrá la Capital. Todo indicaría que sí, aunque Fernández se volcará al proselitismo de Matías Lammens. Hay un tercer aspecto del problema: será muy difícil para algunos candidatos defender la política económica durante lo que resta de campaña. ¿Podrá María Eugenia Vidal repetir que hay un solo camino posible en el desolado conurbano bonaerense? Seguro que no. Deberá asumir un tono crítico. Quiere decir que en estos meses se dirime también el futuro interno de Cambiemos.
Estos interrogantes forman parte de la incógnita principal. No consiste en saber si gana Macri o Fernández. Más relevante es conocer cuál es el esquema de poder que dejará la tempestad. Seguirá habiendo un juego competitivo entre gobierno y oposición. ¿O el país marcha hacia una nueva hegemonía?
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