El plan de Cristina Kirchner por si le va mal a Alberto Fernández es claro como el agua. Puede llegar a terminar en un verdadero desastre para este Gobierno y, por supuesto, para todos los que vivimos dentro de este querido y maltratado país.
El plan de Cristina por si le va mal al Presidente es una tragedia con tres actos y un final abierto. Son los mismos actos que acabamos de conocer a través de sus consideraciones vía Twitter sobre la reforma judicial, que nació envenenada.
Primer acto: Cristina presiona a Fernández con mucha insistencia y mucha intensidad para que el Ejecutivo presente su proyecto de reforma judicial. Lo llama todo el tiempo y a cualquier hora. Al final, el mandatario, un poco vapuleado, lo presenta.
Segundo acto: Cristina recibe el proyecto del Poder Ejecutivo como un borrador más y le agrega artículos e incisos de su propia cosecha. La cláusula Parrilli es la cláusula Cristina. El toma y daca con los gobernadores por jueces de cámara provinciales, también es responsabilidad de Cristina, por más de que lo quiera disimular.
Tercer acto: Como la reforma judicial que ella misma impulsó (y después contaminó) tiene destino de fracaso, la detona con siete palabras. "¿Reforma? Esto no es una reforma judicial".
Así, ella, incansable, mete una carambola a tres bandas: instala su agenda personal, caprichosa y egocéntrica, le carga el peso de una eventual derrota al Presidente y se erige como la líder de un futuro proyecto alternativo, mientras desgasta todos los días un poco más al hombre que ella erigió con el dedo para ser jefe de Estado.
Final de la obra: Entre el humo de las batallas perdidas como Vicentin y el impuesto a los más ricos, con Fernández grogui y el Gobierno casi a la deriva, Cristina emerge vestida de blanco y le vuelve a marcar a la Nación el camino.
Por supuesto, lo que acabamos de presentar es el trailer de la obra. Con un final posible, pero no seguro.
Solo un pequeño avance de esta tragedia, que bien podría presentarse en forma de ópera. Por qué no.
Pero la trama tiene condimentos políticos y psicológicos apasionantes, a saber:
- Cristina, una megalómana que se siente más allá del bien y del mal, no se detiene ni aunque se encuentre al borde del abismo. Niega todo, incluida su propia realidad. Con más de diez juicios por corrupción que no consigue hacer desaparecer, embarca a toda su familia, sus secretarios privados, mayordomos políticos y perritos falderos en una cruzada contra el tiempo, que tarde o temprano terminará en una derrota.
- Cristina, junto con su propia "Armada Brancaleone" ordena acelerar al máximo su plan de venganza e impunidad. No le importa embarrar ni a los más leales. Así, empuja a gente con cierto prestigio de antaño como su abogado, Carlos Beraldi, a participar de una presunta asociación ilícita para armar causas y acusar falsamente a personas inocentes. También obliga a participar al exjefe de la agencia de espionaje Oscar Parrilli, al exespía de contrainteligencia Rodolfo Tailhade, al abogado y hombre de negocios Daniel Llermanos y a un oscuro periodista procesado por extorsión y condenado por publicar información falsa. Y todo para llevar su obsesión hasta el final: pasar a la historia como una perseguida por los poderes fácticos, los medios hegemónicos y la corporación judicial.
- Alberto Fernández, el Presidente ungido, pone en marcha un plan supuestamente estratégico, que desorienta a propios y extraños. Un día dice una cosa. Al otro día, la contraria. La oposición y una parte de la sociedad con algo de memoria le recuerdan lo que había hecho y lo que había dicho, unos pocos años atrás, sobre la vicepresidenta. La misma que ahora lo hostiga y lo somete psicológicamente, de la mañana a la noche, y de la noche a la mañana. Sus amigos de la política le muestran encuestas y Alberto piensa: "Si hago lo que pienso y lo que siento mi imagen positiva subirá, pero Cristina detonará el Gobierno en un minuto y medio. Ni loco voy a pasar a la historia como el responsable del naufragio. Mientras tanto, me radicalizo, porque ahí está el núcleo duro de los votos que de ninguna manera podemos perder. ¿Qué podría hacer? ¿Y ahora, de dónde me agarro? Ya sé: insulto un rato a Mauricio Macri, que tiene una imagen negativa más baja que la de la propia Cristina. ¿Qué querés? Por algún lado me tengo que escapar. ¡Si todavía me faltan más de tres años de gobierno! Mientras tanto, vamos viendo".
- Máximo Kirchner, el hijo de Cristina, es otro de los personajes centrales de esta compleja y apasionante obra. En las primeras escenas de los primeros actos nadie lo termina de leer bien. Aparece primero como un chico que se la pasa jugando a la Play, pero detrás de esa falsa imagen hay un político astuto, que un día entendió todo y ahora sigue operando en las sombras. En efecto, Máximo al final comprende que aunque su padre, primero, y su madre, después, lo metieron en causas judiciales que arrastrará una buena parte de su vida adulta, la única estrategia correcta parece ser la que definió su madre: huir hacia adelante.
Y huir hacia delante no es otra cosa que mantener el poder de por vida. Quizá porque Máximo piensa, como pensaba su padre, que en un país como la Argentina los términos medios no existen: o te perpetuás en el poder, sea como sea, o terminás en cana o en las puertas de la cárcel, por los delitos que te adjudican mientras que ejerciste de manera abusiva el poder.
La obra de tres actos y un final abierto tiene personajes que entran y salen todo el tiempo, casi todos centrales:
- Axel Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, que, en apariencia, disputa con Máximo el favor de Cristina Fernández, aunque uno nunca sabe si al final lo podrá conseguir.
- Sergio Massa, siempre oscilante, aunque ahora desde el oficialismo, a mitad de camino entre Cristina y Fernández, a veces del brazo con Máximo y construyendo su propia escalerita para llegar al máximo poder.
- María Eugenia Vidal, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, a la expectativa de la intrincada pelea de palacio, y mirando hacia los costados, entre el futuro del país y su propio futuro personal.
Por supuesto, sería una obra para alquilar balcones, si los hechos no se parecieran tanto a la realidad de ahora mismo, la economía no estuviera destrozada, la pandemia de coronavirus no existiera, y los espectadores no fuésemos nosotros: las víctimas en el medio de esta lucha de poder, con un alto e inmediato impacto en nuestras vidas.
Otras noticias de Actualidad
Más leídas de Política
Tensión libertaria. Villarruel le respondió a Lilia Lemoine luego de que la apodara “Bichacruel”
Desafío a la CGT. Pablo Moyano construye una alianza de sindicalistas duros para enfrentar a Milei
"¿Ahora se dio cuenta?". El Gobierno le respondió a Cristina tras su reclamo por la desregulación de los medicamentos
Bartolomé Abdala. “Quédense tranquilos, que no va a haber un nuevo Chacho Álvarez”