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El presidente Alberto Fernández y Cristina Kirchner parecen no ser del todo conscientes de la gravedad y la profundidad de la crisis. De otra manera, no gastarían tanta energía en una interna de palacio tan inútil y egoísta, y que no se termina de dirimir.
¿A quién le puede importar (con un dólar que va camino a los $180, una pobreza que se empina hacia el 50% de la población, el salario mínimo más bajo de Latinoamérica, muy parecido al de Haití, y una desocupación real de cerca del 30%) la agenda personal de Cristina, la ambición presidencial de Máximo Kirchner, la diferenciación de Sergio Massa, las maniobras del ministerio de la venganza de Hugo y Pablo Moyano e incluso las vicisitudes del propio Alberto Fernández?
¿Y, a quien se le ocurre, en medio de tanta desesperación, con la pandemia y la cuarentena -no cuarentena- que destruyó la economía, impulsar semejante engendro de Gestapo a la bartola, contra medios y periodistas como el denominado Nodio, que tiene una estructura enorme, un presupuesto millonario y con sueldos por encima del promedio?
Pero ayer, como si vivieran en un mundo paralelo, muy cerca de Cristina, se mostraban mitad resentidos, mitad satisfechos. Decían, por un lado, que había fracasado el plan "emancipación" de Alberto. Por el otro, anotaban en la libretita negra, el nombre y el apellido de los "nuevos traidores".
En la primera página entre los desleales, los chicos grandes de La Cámpora incluyen a "los amigos del Presidente". Los que le siguen reclamando a Alberto que se ponga al frente de todo. Incluso, que empiece a ignorar las sugerencias, o las imposiciones de Cristina. Son la mayoría de los gobernadores peronistas, los intendentes no camporistas del conurbano, y muchos de los máximos dirigentes de la CGT. Señalan con el dedo a tres dirigentes, en representación de cada uno de los sectores: Juan Manzur, Juanchi Zabaleta y Héctor Daer.
En la segunda fila, los incondicionales de la vice colocaron a Massa. A ellos no les gusta para nada su estrategia de diferenciación constante. Consideran oportunista la intención de Massa, de incluir a los más altos funcionarios públicos y representantes legislativos entre los pagadores del aporte extraordinario, junto a los poseedores de grandes patrimonios.
Este fin de semana, Alberto hizo saber a la vicepresidenta, una vez más, que no fundará el "albertismo". Además confirmó, ante sus asesores de confianza, que no habrá cambios en el gabinete. Sin embargo, en vez de reconocer la enorme gravedad de la crisis, volvió a poner el acento en los "enemigos de siempre": el expresidente Macri, los medios de comunicación y, en especial, los periodistas críticos.
Hay un dato no menor. Hace mucho tiempo que no habla con ninguno de los editorialistas, con los que antes se reunía hasta una vez por semana. Parece que está "enojado" con los colegas. Los percibe excesivamente críticos. Acusa a algunos de ellos de haberse afiliado "al club de socios de la devaluación".
Por eso ahora prefiere, más que entrevistas con preguntas incómodas, conversaciones condescendientes de amigos, como la que mantuvo hace poco con Horacio Verbitsky.
Quizá el presidente no termine de ser consciente de lo que está pasando con el dólar. O tal vez confíe demasiado en el ministro Martín Guzmán, quien minimiza el impacto del dólar blue en la inflación y confía en que el campo vaya liquidando cada día más divisas, mientras sube las tasas de interés en pesos, flexibiliza la compra de dólar al contado con liquidación, y le pone un nuevo cepo a las importaciones.
¿Será suficiente? Aunque Fernández repita que jamás devaluará, la devaluación ya está sucediendo. Día por día. De lunes a viernes. De 10 a 15 horas. Y aunque sostenga que está sufriendo el embate del club de la devaluación, lo que parece evidente es que el problema de fondo, como dijo Kristalina Georgieva, es de confianza, y que no tiene una solución fácil.
¿Qué cosas generan desconfianza?
- Los voceros de Cristina reprochándole al presidente, su asistencia al coloquio de IDEA. Comiéndole la cabeza sobre la existencia de una supuesta emboscada a través del chat, con reconocidos empresarios criticándolo de manera pública mientras el jefe de Estado hablaba.
- El ataque a la Corte y a los jueces independientes, que se resolverá esta semana, presumiblemente, en contra de las pretensiones de Cristina.
- El cepo a la compra de dólares.
- La ambigua posición ante las tomas, con miradas ideológicas y protagonistas que nos hacen viajar una y otra vez a los años setenta, como bien explicó Ceferino Reato.
- El creciente autoritarismo en el discurso. Y no solo del cristinismo. También de albertistas como Santiago Cafiero, quienes no consideran "gente" a los manifestantes del 12O, pero definen como pueblo a quienes ayer conmemoraron el 75 aniversario del 17 de octubre.
Y apropósito de los actos del día de ayer, cualquiera tiene el legítimo derecho de movilizarse y festejar. Sin embargo, el Presidente, a esta altura, ya debería saber que este tipo de manifestaciones forman parte de una agenda del pasado, y fuera de contexto.
También, parece evidente que el Gobierno necesita un plan, un ministro de Economía con mucho poder y un equipo absolutamente alineado con ese ministro. Como lo eran Juan Sourrouille con Raúl Alfonsín, Domingo Cavallo con Carlos Menem y Roberto Lavagna con Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner.
Parece evidente. Sin embargo, ¿Alberto Fernández puede hacerlo? ¿Tiene con qué?
Cuando uno revisa el pasado reciente, no es descabellado ponerlo en duda. Casi todos los que hoy aparecen envueltos en la interna del palacio se acusaron, no hace demasiado, de los peores horrores.
Cristina le dijo a Moyano buchón de la dictadura. Y el camionero le gritó que era una chorra. Cristina, Néstor y Máximo acusaron a Alberto de ser un lobista de Repsol. Y Alberto, entre otras fortísimas acusaciones, calificó al último gobierno de Cristina Kirchner de ser deplorable. En sus imperdibles diálogos con Parrilli, Cristina, insultó a la madre de Massa. Por ese entonces, Massa amenazaba con meter presos a los ñoquis de La Cámpora.
Fueron tantas y tan públicas las diferencias que tuvieron. Son tantas y tan evidentes, las diferencias ideológicas y de intereses que los separan, que parece difícil imaginar a todos juntos, tirando para el mismo lado, aún en el medio de, quizás, la más grave crisis de la historia argentina.
Pero, mientras sigan tan ocupados en cuestiones secundarias, se van a llevar puesto al Gobierno, y también al país.
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