Los últimos cartuchos, mojados
Asistimos ayer a una de las últimas escenas de una pieza teatral que estira un guión ya gastado. En esta escena se repiten como un mantra frases que antes tuvieron eco en el público y abrieron cursos más o menos atrapantes para la historia. Y hoy quieren ser inmortalizadas, para que el final tenga sabor a "continuará". Pero aunque la escenografía está, la claque acompaña y la actriz protagónica se arremanga, el efecto es más bien pobre.
Parte del problema estuvo en los anuncios de Cristina Kirchner para lo que viene ("¡vamos a estatizar los ferrocarriles!"), que a más de escasos suenan como los gritos con que Aníbal Fernández despidió al responsable de controlar incendios: "Es hora de sacarnos de encima a los inoperantes". O las acusaciones con que Oscar Parrilli justifica la purga de espías hasta hace poco adictos y su reemplazo por jóvenes recién entrenados en el uso del zapatófono: "Vamos a cortar una relación promiscua con la Justicia".
Hacerse los distraídos igual puede tener su premio, y Cristina lo sabe. Durante todo su segundo mandato la economía no creció, y hace tiempo que viene cayendo. Si no fuera por Venezuela tendríamos el récord de mal desempeño en la región. Cualquier presidente que estuviera por entregarle ese legado a su sucesor tendría que poner las barbas en remojo. Pero ella insiste en que todo marcha de maravillas y la prueba es que mucha gente fue a la playa y toma Coca-Cola.
La ayuda en su impostura estar rodeada de expertos en la negación. Estaban muchos de los que disfrutan de ingresos y estatus atados a esta gestión. Y muchos otros que se compraron el buzón de la épica. Pero aunque quienes viven "del kirchnerismo" y quienes lo hacen "para él" respondieron al llamado, no expresan bien ni siquiera a muchos de los argentinos que todavía tienen una imagen positiva del Gobierno, valoran que hay menos desempleo y más gasto público, y podrían votar a un candidato de Cristina. Éstos, como el grueso de los peronistas de siempre, se quedaron en su casa. ¿Por qué?
Probablemente porque ellos no temen que haya un golpe ni blando ni duro. Y también porque no viven "de" ni "para" la jefa y sienten que han quedado cada vez más al margen de los discursos y de las preocupaciones oficiales. Están lejos de estar de fiesta, mucho menos de entusiasmarse con el relato. Y si todavía apoyan al Gobierno es porque tienen miedo a lo que se viene, pues advierten que lo que les ha brindado Cristina está agarrado con alambre. A todos ellos la Presidenta les confirmó que sus miedos tienen buen fundamento: el Gobierno seguirá precarizando sus propios logros, para no reconocer que se equivocó y dejarle los mayores problemas a su sucesor. El país perderá otro año en la búsqueda de soluciones.
El autor es sociólogo e historiador
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