Los tiempos de la política versus la realidad
La ciudadanía mira entre estupefacta y harta las peleas, las frágiles treguas, las descalificaciones, los amagos de reconciliación y la escalada de demonizaciones escenificadas por los dirigentes que pretenden representarla
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“Despreocúpense, en marzo se empieza a ordenar todo”. Es el nuevo mantra que entonan los políticos del oficialismo kirchnerista y de la oposición cambiemita.
Con el ejercicio de la repetición buscan generar el efecto de un ansiolítico para una ciudadanía que mira entre estupefacta y harta las peleas, las frágiles treguas, las descalificaciones, los amagos de reconciliación y la escalada de demonizaciones escenificadas por los dirigentes que pretenden representarla.
“Son los reacomodamientos y posicionamientos normales del preludio del año electoral, acelerados y anticipados por el inminente comienzo del Mundial de fútbol que le va a terminar de quitar toda centralidad a la política”, explican con suficiencia políticos y gurúes que los asesoran ante la inquietud por el impacto que ese explícito show triple X puede tener.
Las certezas, sin embargo, se diluyen cuando llega la repregunta: “¿Los tiempos de la realidad se van a ajustar a los tiempos de la política?”. Entonces, aparecen los matices, las justificaciones y los balbuceos.
La contradicción y las dudas tienen suficientes motivos. Las variables que ponen en cuestión el optimista pronóstico son demasiadas. Van desde el estado de ánimo de una sociedad inmersa en una sucesión de crisis sin solución de continuidad desde abril de 2018, a una creciente desafección entre la ciudadanía y la dirigencia política, pasando por una economía estragada por la inflación y el estancamiento, que no crea empleo formal privado desde hace casi 11 años, y por una tensión político-institucional que irrita al sistema e impide ofrecer soluciones para las urgencias.
Todo eso sin descartar el riesgo no disipado aún de intentos de forzar cambios en el sistema electoral, que podrían detonar algún conflicto más profundo que la conocida pirotecnia verbal.
Sin embargo, hay un elemento de mayor actualidad y urgencia: la situación judicial de Cristina Kirchner. Si la semicerteza de que a la vicepresidenta le espera en breve una condena operaba como una mecha encendida, al menos dos recientes fallos parecen acortar los tiempos de una explosión en ciernes. O de producir algún hecho capaz de alterar el curso de los sombríos acontecimientos esperables. Marzo puede quedar lejos. El caso por corrupción en la adjudicación de la obra púbica, conocida como causa Vialidad, no está solo.
El lanzamiento de un nuevo corto de la productora “CFK films”, esta vez para anticipar la recusación a la jueza que investiga el atentado contra la expresidenta, preanuncia un nuevo tiempo de protagonismo estelar y de alto impacto. Como siempre cuando aparecen estas piezas en las redes sociales. El acto del próximo 17, por el Día de la Militancia, promete ser la avant premiére de un largometraje de super acción.
La expectación entre propios y ajenos es muy elevada, potenciada por el secreto y el suspenso que le imprime a todo Cristina Kirchner.
Las versiones sobre el libreto que se desplegará en La Plata incluyen desde una nueva escalada en los ataques al Presidente y su gestión hasta el anuncio de un retiro efectivo del cristicamporismo del Gobierno, luego del alejamiento y ruptura retóricos, que tanto la vicepresidenta, como su hijo y algunas figuras de primera línea de La Cámpora no se cansan jamás de explicitar y vociferar.
Un golpe de efecto de Cristina
No obstante, desde el siempre opaco entorno vicepresidencial dejan traslucir que no debe descartarse un golpe de efecto (no necesariamente efectivo) de naturaleza muy distinta a esas previsibles previsiones: que Cristina Kirchner lance desde La Plata un llamado a un gran acuerdo político pacificador. Como se sabe, la convocatoria se hace bajo la consigna “Habla Cristina. La fuerza de la esperanza”.
La nueva visita y los consejos del expremier español Felipe González (el gurú al que se convoca ante cada crisis nacional) aparecen como la inspiración o la excusa para explorar un eventual consenso, que se vincula por caminos indirectos con la situación judicial de Cristina Kirchner.
“Nos dejó pensando una de las cosas que dijo Felipe: los acuerdos son posibles cuando se está ante la evidencia de un peligro inminente y de extrema gravedad”, explica uno de los pocos dirigentes a los que la vicepresidenta escucha, en quien confía sobre todo respecto de su visión política y que no transita públicamente por los carriles del dogmatismo fanático.
Contra lo que se pudiera pensar, no es la crítica situación económica o la desesperanza profunda de la sociedad lo que en ese sector se considera una situación extrema, que obligaría a intentar a algún tipo de consenso con los adversarios políticos, incluidos algunos devenidos en enemigos.
“Lo que hizo la Corte con el fallo por el representante del Senado ante el Consejo de la Magistratura ya traspasó todos los límites. El Poder Judicial, manejado por la oposición y los dueños de los grandes grupos de medios, ya no respeta ni la división de poderes. Ante eso, la política tienen que buscar un acuerdo. El riesgo no es la disolución nacional como en 2001. Es el colapso de la democracia”, argumenta el influyente dirigente cristinista.
El argumento introduce la variante más extrema de los riesgos políticos, dándole soporte dramático y urgencia a un eventual llamado al diálogo. Aunque los mismos considerandos llevan a poner en duda tanto la viabilidad de una convocatoria de esa naturaleza como la naturaleza de las intenciones que la animan. Más aún después de que la vicepresidenta volviera a acusar con luz y sonido al Poder Judicial, a los medios críticos y a la oposición de querer verla “presa o muerta”.
La probabilidad de sentar a la oposición para alcanzar un acuerdo, urgidos por las resoluciones concretas o esperables del Poder, Judicial parece demasiado escasa. “Salvar la democracia de una dictadura mediático-judicial”, aunque se la disimule detrás de otras amenazas más convocantes, no figura en las estimaciones de riesgo ni en ningún análisis de la realidad político-institucional de la Argentina en los tableros de Juntos por el Cambio.
La autoría de la convocatoria, sin ofrecer concesiones ni tender puentes por anticipado, dificulta las posibilidades de que el maquillaje enmascare propósitos más convocantes y potencia las perspectivas de que sea interpretada como una trampa caza desprevenidos.
Además, la desintegración del oficialismo como se lo conoció cuando llegó al poder en 2019 potencia las probabilidades de conflicto antes que de cualquier acuerdo o, al menos, de un consenso sustentable.
Alberto, reelección o el Nobel
El nivel de destrato que el cristicamporismo le dispensa en público a Alberto Fernández alcanza niveles de desprecio en privado que impiden ver que haya posibilidades de encarrilar la situación política y que ponen en riesgo la gobernabilidad. El viaje a Francia y a Bali son un nuevo motivo de ridiculización, que el Presidente parece alimentar con acciones y declaraciones que la realidad se empeña en no convalidar.
“Ahora que desde París va a lograr el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania, tal vez Alberto no solo tenga chances de ser reelegido sino también de que le den el premio Nobel de la paz”, ironizan en el ultrakirchnerismo, cuyos máximos dirigentes ya se jactan del tiempo que llevan sin tener con él un diálogo de alguna densidad, más allá del intercambio de saludos protocolares y respuestas burocráticas.
En el seno del Gobierno se palpa la densidad de esa disgregación, falta de conducción y ausencia de planes de futuro compartido. “La Casa Rosada es un coworking. Cada uno tiene su propio emprendimiento”, dice un agudo observador que frecuenta los pasillos de Balcarce 50. La imagen logra una inmediata aprobación de la mayoría de los funcionarios y empleados de la sede gubernamental que la escuchan.
La mención a la pretensión reeleccionista del Presidente no es casual, sino uno de los últimos motivos por los cuales la ruptura llega a niveles extremos y por el que él es motivo de escarnio. Hay más disposición del cristicamporismo a acompañar una candidatura de Sergio Massa que a tolerar una nueva “aventura personal” de Fernández. Claro que siempre y cuando “a Massa le salgan bien las cosas”, lo que los discípulos de la vicepresidenta ponen entre comillas (y emojis). “Y siempre que antes no se vaya a radicar a Washington”, agregan después de la instalación de la supuesta postulación a presidir al BID.
No todo se reduce a ese intento de Fernández de ir por otro mandato en el que nadie cree. También cuenta la negativa presidencial a convocar a una mesa política con los “socios” de la colisión oficialista. La mueblería oficialista está sin stock. Fernández teme que más que una mesa política sea un altar sacrificial. A eso se suma el rechazo a intentar la derogación de las PASO. Una demanda del cristicamporismo para preservar el superpoder absoluto de su jefa, a la que subieron a gobernadores peronistas y al massismo, no solo por conveniencia sino por la imposibilidad de estos de negarse a acompañar esa demanda.
La renuencia a usar una herramienta que facilitaría la tarea de intentar quebrar a la convulsionada oposición, como es la derogación de las PASO, aumenta el enojo con Fernández. Aunque algunos de sus adversarios internos se ilusionen, sin datos ni evidencias, con que la prórroga de las sesiones ordinarias del Congreso preanuncie la realización de un último intento antes de fin de año y en medio del Mundial. Si se avanzara por ese camino, deberán hacer mucho esfuerzo para encontrar el número de legisladores durante este mes, si costó tanto reunirlos durante el ciclo regular.
Juntos y con algunos cambios
Para disgusto del oficialismo, la oposición cambiemita parece encaminarse a resistir unida. No por la puesta en escena del macrismo para actuar un sistema de consultas y evitar nuevas agresiones públicas entre el larretismo y el bullrichismo. Ya se sabe que esos llamados de atención tienen baja sustentabilidad.
Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta están destinados a enfrentarse, al menos por un buen tiempo. Entre ellos no hay afinidades personales ni coincidencias programáticas. Y como la performance proyectada hoy del oficialismo es tan baja y todos consideran que cualquier candidato que lleve la escudería JxC llegará a la presidencia, están dispuestos a todo para ocupar el asiento principal. Aún a riesgo de espantar hasta a sus seguidores.
Los pone a salvo la única buena noticia que ha atravesado la coalición opositora en estos días. Los intentos secesionistas que se le adjudicaban o que permitía interpretar el radical Facundo Manes empezaron a evanecerse. Varios correligionarios prominentes, incluidos algunos que le sirven de sustento político-electoral, avisaron (y le avisaron) que no hay lugar para una aventura extraconyugal. Es más, un filoso allegado señaló que lo que todavía sostiene la intransigencia del neurocientífico de ser “precandidato a Presidente o nada” es que “nadie le explicó el poder que puede darle la vicepresidencia”. Sin ironías. Solo se trata de negociar.
Son definiciones mayúsculas, que demoran cualquier definición, así como alimentan la confianza de que “en marzo se ordena todo”.
Aunque tanto oficialistas como opositores saben que el verdadero partido por jugarse es el de los tiempos de la política versus los tiempos de la realidad. El adversario más difícil para todos.