Los riesgos de Javier Milei
¿Cómo volverse presidenciable sin perder su cuota de desmesura? El economista puede convertirse en un “Lilito”, o un Boric
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Javier Milei enfrenta dos desafíos. La cuestión es si se trata, además, de dos callejones sin salida. Uno es convertirse en el futuro “Lilito”, la versión masculina de Lilita Carrió: una suerte de fiscal de la República con potencia retórica pero sin chances reales de alcanzar el éxito electoral que lo lleve a una gestión ejecutiva. Un Milei condenado a la dimensión testimonial: el vocero de una utopía imposible pero necesaria para moldear los carriles de lo políticamente posible. Ese riesgo implica que lo imposible queda en sus manos. Lo posible, en cambio, en manos de la oposición que mejor recoge en la política práctica la consolidación de esos nuevos horizontes de ideas y ya muestra un camino recorrido en el triunfo electoral, es decir, Juntos por el Cambio.
El otro desafío conduce a los mismos riesgos que presionan sobre Gabriel Boric en Chile: que su capital político empiece a verse horadado ni bien llega al poder por el simple efecto del teorema de Baglini: cuanto más lejos del poder, más radicales son las propuestas políticas. Cuanto más cerca, más moderadas se vuelven.
El teorema se muestra más contundente en sus consecuencias cuanto más extrema es la posición de quien nunca accedió al poder y un día llega y no puede cumplir con sus metas y empieza a matizar, es decir, moderar sus posiciones. Para Milei y su electorado, un león que atempera su rugido sería una traición a sí mismo y a sus seguidores. “Yo soy el león”, decía Milei en campaña el año pasado. El riesgo es que 2023 lo convierta en un león herbívoro.
En todo caso, por delante siempre hay una encerrona. Milei está atrapado entre el desafío de esa versión Carrió del hacer político y de una versión Boric. En la versión Lilita, Milei tiene un mérito: correr el límite de lo concebible. Los análisis insisten con que el voto bronca da vuelo a Milei. Hay otra opción: que lo que representa Milei es la esperanza en un camino nuevo que deja atrás un Estado grande e ineficiente y que adquirió vida propia, una autonomía que pone a toda la política y a la sociedad a girar en torno a él. Ya no la política para superar problemas sino para sostener al Estado. Milei como el broche final de una etapa de la Argentina y el inicio de otra, con otra concepción del Estado y el rol de los privados, justo cuando la evidencia en contra la inflación del Estado, después de casi 40 años de democracia con crisis económica y pobreza estructural, está clara.
Aunque sus ideas divergen, Milei y Carrió operan de forma parecida sobre la conversación pública y la esfera política. Para Carrió, Hannah Arendt es su norte y el nacimiento de una nueva República, con eje en la democracia liberal por antonomasia, es su caballito de batalla. Milei tiene a la Escuela Austríaca como guía y la misma voluntad de destrucción purificadora de las instituciones para dar nacimiento a una sociedad nueva donde el Estado se reduce a su mínima expresión.
A pesar de los años de Carrió en política, hay una cuota de outsider que la sigue definiendo. “Gorda, periférica y provinciana”, ha dicho de sí misma. La puesta en escena de una versión política del desprendimiento cristiano la preserva en parte de ser percibida como un arquetipo absoluto de “la casta”. Hay algo pre racional en sus argumentaciones sobre el alumbramiento de una nueva República que ella dice entrever. Pero su poder político se ve, en realidad, en aprovechar esa colocación periférica para decir verdades que pocos pueden decir y menos, escuchar. Tanto en las internas de Juntos por el Cambio como en los temas nacionales.
Pero con todo eso, Carrió no ha podido llegar a cargos ejecutivos y licuó varias veces su capital electoral. De un 2007 en el que salió segunda en la elección presidencial con el 23,1% de los votos, detrás de la victoriosa Cristina Kirchner, pasó a la presidencial de 2011, con el peor de los resultados. “Fui rechazada por el 97% de la sociedad, que no me quiere”, dijo entonces. A lo sumo, Carrió se convirtió en una diputada exitosa de verba feroz que enciende debates en la opinión pública pero con oportunidades nulas de manejar gestiones y cajas reales.
El discurso de Milei se esfuerza por encontrar la forma del silogismo racional pero a veces cae del lado del dogma económico con poca conexión con la gestión concreta. Hay algo de eso en la imagen que Milei dejó a los empresarios líderes reunidos en el exclusivo Foro Llao Llao. La evaluación fue por ese lado: incertidumbre ante un discurso extremo pero con una evaluación positiva en lo simbólico: “Obliga (a la oposición) a girar el discurso más a la derecha”, según relató Sofía Diamante.
Milei resulta el eslabón final en la construcción de un ideario alternativo que lleva al estrado de la opinión pública los argumentos en contra del “Estado presente” e ineficiente. Esa puerta empezó a abrirla Cambiemos. Milei le suma fuerte rechazo a la clase política que creó más problemas que soluciones. Ese es su triunfo y por eso mismo, corre el peligro, como le pasó a Carrió, de quedarse varado en ese lugar. Un Milei con pocas chances de llegar a gobernar.
En la versión Boric, hay dos desafíos para Milei. Primero, verse obligado a bajar el tono ni bien pisa el poder. Cuando se llega al poder, se abre la puerta de “la casta” que lo deglute todo. El efecto desgaste empieza automáticamente. Boric votó a favor de los cuatro retiros masivos de fondos de las AFP durante la presidencia de Piñera pero se negó a apoyar el quinto ya durante su presidencia. Hubo fuertes críticas por ese tema en Chile. Su imagen viene cayendo.
Más que el teorema de Baglini, en el caso de Milei, y también de Boric, el teorema del auto nuevo: empieza a perder valor ni bien sale de la concesionaria de los outsiders de la casta. Transitar la calle de la política real obliga siempre a negociar, es decir, a traicionarse un poco, o mucho. El desafío es que sea lo menos posible.
En la versión Boric, Milei enfrenta otra dificultad más estructural. Tiene que ver con la esfera de ideas que representan. En el caso de Boric, porque su auto percibida defensa a ultranza de los derechos humanos equipara las violaciones de derechos humanos que se producen ocasionalmente en las democracias con las que se producen sistemáticamente en las dictaduras. Pretendiendo llevar al máximo su posicionamiento en defensa de los derechos humanos, equipara lo que sucede en Venezuela con lo que ha sucedido en Chile o Colombia. «¿Por qué los medios solamente me preguntan por Venezuela, Cuba y Nicaragua y no me preguntan por las violaciones de derechos humanos por ejemplo en nuestro país, en Chile, o los asesinatos de dirigentes sociales en Colombia?», planteó en su visita a Argentina.
La diferencia entre esos países es abismal no sólo por lo sistemático y por la cantidad escandalosa de casos que se registran en Venezuela, Cuba y Nicaragua. También porque las violaciones de derechos humanos en las democracias se llevan a la Justicia, que hace su trabajo. En una dictadura, ese poder es parte del poder del dictador. En ese punto, la visión progresista de Boric debilita su valoración de la superioridad de la democracia.
En el caso de Milei, su liberalismo encuentra sus límites en su conservadurismo social que limita la libertad de las mujeres. Fue precisamente su posicionamiento contra la legalización del aborto el que significó un salto de escala en su visibilidad política. El voto popular que lo acompaña en barriadas más vulnerables de CABA encuentra resonancia en ese alineamiento celeste que desmiente el lacisismo de otros liberales como él de la región como Axel Kaiser en Chile, a favor de un Estado prudente que no avance sobre ese tema, o la politóloga guatemalteca Gloria Alvarez, una liberal pro choice aunque en contra de la gratuidad del aborto. Para Milei y sus libertarios, cualquier perspectiva liberal que se roce con el ideario progresista es vista como “zurdaje”.
¿Cómo volverse presidenciable sin perder su cuota de desmesura? Milei enfrenta esa pregunta. La desmesura privó a Carrió del ejercicio del poder ejecutivo. Al mismo tiempo, aseguró su lugar como jugadora única de la política. Costos que se pagan. Sin embargo, hay otro tipo de poder en Carrió. Su momento más productivo en lo político fue la consolidación de Cambiemos, es decir, una oposición presidencial capaz de ganarle al pero kirchnerismo y capaz de terminar su mandato. Nada menos. Milei no ha dado muestras todavía de una capacidad tal de construcción política. Tiene más de un año por delante.
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