Los replanteos inevitables que agitan al Gobierno
Después de la aprobación de la Ley Bases, Milei enfrentará el dilema de la salida del cepo y la reconfiguración de su equipo; el tormentoso desembarco de Sturzenegger
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Si los duendes de la política no se entrometen, esta semana el Gobierno cerrará una etapa de su gestión con la sanción de la Ley Bases y el pacto fiscal. Una primera fase de necesidad y urgencias, tumultuosa y desgastante, como se podía suponer desde un principio. Hubo que hacer en el medio un giro hacia el pragmatismo, después del fracaso de la estrategia original de la excepcionalidad, que partía del supuesto de que todo el sistema aceptaría medidas y procedimientos inéditos por el hecho de estar frente a una profunda crisis y ante a una figura inesperada y diferente. Pero en lo económico se consolidó un brusco ajuste fiscal que permitió bajar fuerte la inflación y se recuperó cierto orden macro; en lo político quedará el mérito de hacer pasar por el Congreso el proyecto más ambicioso que se recuerde, aunque fuera con precarios acuerdos. Javier Milei conserva índices de popularidad elevados y el crédito de que puede encontrar el camino de salida al laberinto argentino. Fin.
Se podría suponer que ahora viene la segunda etapa, pero no siempre el cierre de un ciclo conduce al siguiente. Muchas veces media una larga transición, cargada de indefiniciones. Y éste es el gran dilema que ahora enfrenta el Gobierno: ¿está en condiciones de avanzar hacia un estadio más desarrollado de su gestión, o sólo está programado para una lógica de ruptura y refundación? ¿Alberga el instrumental humano y las habilidades técnicas para afrontar al enorme desafío que implica responder a la demanda de bienestar que la sociedad aún espera?
La instrumentación de las leyes representa una gran oportunidad para profundizar el plan de reformas de Milei, pero también un gran desafío si se contempla los déficits de gestión que ha exhibido. Tendrá una herramienta muy poderosa en sus manos y dependerá sólo de sus capacidades para utilizarla, sin margen para culpar a la casta. Allí acumula más piezas para consolidar el equilibrio fiscal, el gran ancla del programa diseñado por Luis Caputo, y la garantía de credibilidad frente a inversores y organismos internacionales. Se trata del logro más nítido y tiene lógica que así sea: tanto el Presidente como el ministro son obsesivos del control del gasto y no han escatimado capital político para lograr su objetivo.
Pero ahora además de la cuestión fiscal empieza a aparecer con mucha insistencia la necesidad de trazar una senda de previsibilidad monetaria, que es un complemento decisivo para fondear las reformas. El tema apareció en el reporte del staff del Fondo conocido esta semana y es lo único que quieren saber empresarios, administradores de fondos y economistas. Sólo hablan de la brecha cambiaria, de la salida del cepo y del régimen que se adoptará. Y así como en la primera fase el Gobierno dependía para las leyes de un poder que no controlaba -el Congreso-, ahora ocurre lo mismo con el FMI: sin un nuevo acuerdo, que implique un desembolso de dólares, es muy difícil imaginar ese sendero. Y allí surgieron algunas luces amarillas.
Quienes conversaron con el FMI en las últimas semanas coinciden en interpretar la actitud hacia la Argentina en términos duales. Hay satisfacción por la reducción del déficit fiscal, pero diferencias sobre el ordenamiento monetario. Muy educados en su lenguaje, en el staff report sugirieron “perfeccionar los marcos de política monetaria y cambiaria”.
En el Gobierno lo percibieron y también empezaron a hablar del organismo en otros términos. “El Fondo tiene poca autoridad para diseñar la política monetaria, su track record no es muy bueno como para dejarle que digite el programa”, señala un referente de la administración económica. En un informe que elaboró el Banco Central tras el reporte de esta semana se remarca, también en español neutro, que “el BCRA contempla avanzar en la liberación de controles cambiarios y en una mayor flexibilidad cambiaria siempre y cuando estas medidas no impliquen riesgos excesivos para el proceso de reducción de la inflación y fortalecimiento de su hoja de balance”. Es decir, nosotros vamos a decidir cuándo salir del cepo.
Como ocurre en cada gestión, en el Gobierno distinguen en el Fondo halcones y palomas. Entre los primeros siempre está el staff técnico y el director del Departamento del Hemisferio Occidental, Rodrigo Valdés, un chileno que “no nos quiere”, al decir de los negociadores (comentan que Leonardo Madcur, un sobreviviente que ahora representa al país ante el FMI, reflexionó hace unos días: “Con Sergio Massa no cumplíamos nada y nos acompañaban, y ahora que cumplimos nos corren el arco todo el tiempo con reclamos sociales”).
Entre los conciliadores se destaca Kristalina Georgieva, una gestora política que siempre se mostró más amigable con la Argentina. La figura decisiva entre ambos grupos es Gita Gopinath, la número dos del organismo, que cobró una tremenda relevancia. De modales amables, la economista india sabe mostrarse inflexible cuando se discuten los números. Ella influyó para que el FMI les cerrara la puerta definitivamente a la dolarización y a la eliminación del Banco Central. Caputo y Santiago Bausili, que nunca comulgaron con la idea, están agradecidos (también deberían agradecerle al “eyectado” Nicolás Posse, que fue quien le sugirió a Milei abandonar el plan de Emilio Ocampo y adoptar la propuesta de “Toto”). Pero Gita -nombre que parece una referencia alegórica de lo que la Argentina necesita- es quien reclama sin indirectas un plan de salida del cepo, una flotación cambiaria libre y tasas de interés positivas.
Enfrente, el ministro de Economía no quiere mostrar sus cartas aún. Por eso la partida está frenada por ahora. En ambas orillas aseguran no tener urgencias. En el Gobierno entienden que hoy tienen credibilidad ganada para sentarse en una posición más firme y que la aprobación de las leyes, más la renovación del swap chino le dan espalda para negociar. Y de última, para esperar que Donald Trump gane las elecciones en Estados Unidos y vuelva a beneficiar a la Argentina. Además, no hay vencimientos de capital en el corto plazo. Curiosamente, prevalece cierta displicencia frente a algunas señales que vienen dando los mercados en las últimas semanas, como la baja de los bonos, la suba del riesgo país, los movimientos del dólar blue y el estancamiento en la acumulación de reservas, síntomas de que los actores que bendijeron el ajuste original, también quieren saber cómo sigue el recorrido.
Por eso Caputo tuvo que salir a hacer aclaraciones públicas para negar otra devaluación y ratificar la continuidad del dólar exportador. Más allá de sus críticas a técnicos y periodistas, sabe que las dudas están instaladas y no carecen de fundamento. “Tenemos que aprender a abrazar la inestabilidad. Por eso buscamos bajar la ansiedad”, repiten en el equipo económico, donde plantean que hoy no están las condiciones para salir del cepo y que para ello hay que reducir el costo de la brecha y los riesgos de un cambio de régimen. El Caputo temerario en lo fiscal, es al mismo tiempo cauto en lo monetario. Teme que su castillo de naipes se desmorone si no tiene dispositivos para evitar una corrida o un mayor impacto en precios. Pero al mismo tiempo no puede quedarse inmóvil en la situación actual. “El aparato que diseñó se está quedando sin energía, tiene para unos meses, pero no mucho más”, describe un relevante operador financiero. De ahí la complejidad del acertijo.
En Nueva York, donde los mercados miran con atención estas tratativas, entienden que lo esperable sería que entre septiembre y octubre haya un nuevo acuerdo con el FMI, que implique un desembolso como máximo de 10.000 millones de dólares, aunque con condicionamientos. A eso se sumarían aportes del Banco Mundial (con el que hay tratativas intensas) y eventualmente de la CAF y de países árabes, para redondear los deseados 15.000 millones necesarios para salir del cepo. Todos quieren conocer cuál es el camino que imagina Caputo, y por eso esperan que a fin de mes dé a conocer el reporte monetario que se comprometió a elevar al Fondo.
La llegada del Panzer
Imprevistamente, en medio de estas prioridades, se filtró el ruido interno por el desembarco de Federico Sturzenegger en el gabinete, demostración de la escasa habilidad libertaria para administrar estas situaciones. Después de la traumática salida de Posse, de haber encapsulado la grave crisis por las dificultades de Sandra Pettovello, y tras negar sin mucho detalle la salida de Diana Mondino, Milei necesitaba un tiempo de sosiego en su equipo. Sin embargo, estiró el replanteo que había prometido y eso reactivó las ansiedades. La Ley Bases también implicará el punto de partida para decisiones atrasadas en el gabinete y que requieren un reseteo. La sensación por ahora es que, como ocurrió con otros presidentes, Milei prefiere en este aspecto aferrarse al minimalismo, y retocar sólo lo esencial. El problema es que no parece seguir una lógica conceptual del rediseño sino una idea táctica para resolver las urgencias. Así el organigrama se le fue desarmando y hay funciones que empiezan a diluirse. Cuando dejó su cargo Guillermo Ferraro, Infraestructura quedó subsumida en Economía. Cuando marchó Posse, lo absorbió Interior y prácticamente se licuó la Jefatura de Gabinete. Ahora deberá insertar en este esquema a Sturzenegger, pero sin desbordar otras áreas.
La llegada del economista es otra expresión de la nueva etapa que el Presidente busca relanzar, porque su tarea está destinada a ser la de las desregulaciones y la modernización. Pero la pista de aterrizaje está resbalosa; y no sólo por su relación con Caputo. En el gabinete hay actores importantes que dudan de la conveniencia de incorporar a Sturzenegger ahora, porque lo consideran un actor de mucho peso que puede descompensar las fragilidades internas. “Federico es un dogmático, pero su visión muchas veces contrasta con la realidad”, lo retrata un importante funcionario que aún recuerda la desmesura de la ley ómnibus original y teme un retroceso a la primera etapa más ortodoxa de la gestión.
Allí todavía ironizan con la reunión que debía tener con Milei esta semana y que por tres días seguidos quedó sin concreción. La última vez fue el 20 de junio, tras el acto por el Día de la Bandera. “Parece que a Javier le hicieron mal las medialunas que comió en el viaje desde Rosario”, comentaban en el gabinete, porque el argumento para postergar el encuentro hasta después de su gira por Europa fue un supuesto malestar estomacal del Presidente. Sturzenegger considera natural su llegada oficial al equipo y le resta importancia al cuchicheo mediático. En charlas con su entorno instala la idea de que si llegara al gabinete sería para cuestiones vinculadas con la microeconomía, sin colisionar con la macro que maneja Caputo.
Sin embargo, la indefinición sobre su situación se prolonga, y para muchos tiene que ver con el contorno que tendrán sus funciones. “Javier lo quiere en tareas de desregulación y modernización, pero Federico también quiere tener gestión, porque entiende que si no cuenta con herramientas no puede avanzar en la desregulación”, ilustra un hombre clave del gabinete que también advierte sobre la inconveniencia de que Sturzenegger pase a tener una voz oficial si mantiene sus duras críticas contra peronistas, sindicalistas y dirigentes sociales, con los que otros sectores del Gobierno buscan conversar. Hay una dura tarea por delante en la administración de las expectativas.
A esto se agregó una versión inoportuna: desde la propia Casa Rosada se instaló la idea de que Caputo es un ministro transicional, que una vez que termine de levantar el cepo, se corre, una hipótesis que el propio Caputo desmiente en sus charlas reservadas. No fue sólo la inofensiva mención del economista Fausto Spotorno; surgió del entorno del poder. Milei, rápido y furioso, salió a proteger las partes vulnerables del ministro con la frase: “Nadie le va a tocar el culo”. La fortaleza de su gestión económica está en el equilibrio fiscal, y Caputo representa ese atributo. Ahora que lo que se discute es el sendero monetario, hay más variedad de miradas.
Algunas de ellas, piensan que hay que acelerar los próximos pasos. Quizás allí es donde pueda sentirse identificado Sturzenegger. Milei, que según lo describen sus ministros, es ansioso y demanda soluciones rápidas, también aprendió a valorar la estabilidad política y a moderar sus expectativas cuando es necesario. Esto le permite acompañar todavía el paso más cauto de Caputo. Pero sabe que ahora los meses van a empezar a correr más rápido y que la presión por resultados en términos de bienestar palpable se va a acelerar. Los indicadores de producción y de empleo empiezan a ser preocupantes. Hoy se amortiguan en parte con medidas de excepción, como las suspensiones de turno, pero no son recetas sostenibles si no hay indicadores de recuperación en los próximos meses. Y así como el discurso oficial es nítido en lo fiscal y ambiguo en lo monetario, es mudo a la hora de verbalizar una idea de reactivación económica con impacto social.
Como señala el filósofo Santiago Kovadloff, “el voto a Milei tiene la consistencia sembrada por una desesperación que viene de lejos, por las frustraciones acumuladas a lo largo de las décadas, y por lo tanto tiene capacidad de durar todavía. Pero esa misma desesperación puede llegar a resurgir si a la larga esta necesidad de cambiar no se ve metamorfoseada en la necesidad de crecer. Allí donde la esperanza no se convierte en experiencia, difícilmente puede sobrevivir la expectativa de un cambio”.