Los problemas de la elite kirchnerista
La dinámica de la pandemia consolida al oficialismo como un grupo de poder privilegiado; vacunas, barbijos y el efecto electoral
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El contagio del presidente Alberto Fernández dejó dos cosas en claro. Por un lado, que la coreografía política de la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner en la apertura de sesiones del 1° de marzo, centrada en la ostentación de la falta de barbijo, fue un acto de irresponsabilidad sanitaria y al mismo tiempo, un despliegue cuestionable de otra cepa de privilegios que inauguró la pandemia: una nueva capa de disfrutes para los vacunados del poder kirchnerista. Es decir, la consolidación del kirchnerismo como una élite dueña de privilegios únicos. Esa categoría de élite estructura cada vez más el modo político del kirchnerismo. Un verdadero desafío para una coalición que se quiere popular.
En ese sentido, el contagio presidencial permitió poner en blanco sobre negro la escala de ese episodio en el Congreso. Echó luz sobre sus consecuencias sanitario-políticas hoy cuando todo lo sanitario es político.
Dejó claro que la vacuna no necesariamente evita el contagio del vacunado ni tampoco que el vacunado, de contagiarse, no contagie a otros. Y que la ventaja de vacunarse es sobre todo que bajan significativamente las chances de que el vacunado contagiado desarrolle una enfermedad de Covid 19 grave y aumenta la probabilidad de cursar síntomas leves o, directamente, ser asintomático aunque contagiado. La ciencia avanza con prudencia en las conclusiones acerca del tipo de protección que ofrece la vacuna: hasta el momento alcanza hasta estas precisiones.
Es decir, la vacuna protege hoy a Cristina Kirchner y los políticos vacunados; es el barbijo de la vice presidenta el que protege a los otros. Desde enero, la OMS y el CDC de Estados Unidos vienen subrayando que en los encuentros en espacios cerrados entre vacunados y no vacunados, el barbijo en ambos y la distancia social siguen siendo imprescindibles. Y sin embargo, el barbijo vicepresidencial estuvo ausente en el Congreso.
Por otro lado, y en la misma línea, el positivo de Alberto Fernández dejó sin argumentos a los jóvenes militantes kirchneristas que mostraron orgullosos su condición de vacunados. No resultó un acto de solidaridad con sus viejos, como muchos se excusaron: vacunarse para no contagiarlos. Fue privilegio de unos pocos, que pertenecen: la vacuna de ellos no protegerá necesariamente a sus padres y abuelos o familiares con comorbilidades. Protegerá en cambio a los jóvenes militantes vacunados.
Esta evidencia se suma a otro argumento insostenible: que los jóvenes militantes vacunados sólo recurrieron a la vacuna Sinopharm antes de que estuviera autorizada para mayores de 60 años porque ellos no la podrían usar. Los mayores de 60, no pero sí podían hacerlo los de 59 y así sucesivamente los adultos menores de 60 por edades de mayor riesgo de enfermedad grave. La vacunación de la militancia joven fue, en realidad, efecto de la naturalización de una ideología del privilegio.
En el contexto de la pandemia, la gestión kirchnerista puede explicarse cada vez más como la consolidación de una lógica de élite que encontró en el nuevo escenario una oportunidad para ampliar el ancho de banda de sus privilegios. Ahora, hasta las vacunas.
El año pasado, era la libertad de movimiento por el país en recorrida política de la élite kirchnerista mientras la oposición y la población general debía cumplir con el encierro. O la falta de barbijo en encuentros grupales, ambas cosas prohibidas para la ciudadanía.
La escenificación vice presidencial en el Congreso sumó una nueva capa en la identidad de la élite kirchnerista: la de los vacunados que se cuidan a sí mismos pero no cuidan. En un recinto cerrado, sin distancia social, rodeada por funcionarios y políticos que dado su edad seguramente no estaban ni están vacunados, el rostro desnudo y libre de la vice presidenta puso en riesgo la salud de esas personas pero no la suya.
El barbijo es el otro
Lo hemos aprendido: el barbijo propio protege sobre todo al otro. Y es el barbijo del otro el que nos preserva a cada uno. El uso del barbijo por parte de los presentes no vacunados aquel día no alcanzaba para preservarlos de una infección. En ese despliegue de rostro al desnudo, Cristina Kirchner hizo ostentación de su privilegio de vacunada y de su desdén por la evidencia científica.
Curioso: la vicepresidenta dejó pasar una oportunidad para tejer otro nudo en uno de los relatos con los que más insiste y más ha insistido el kirchnerismo, el de la apuesta por la ciencia argentina. Pudo haberse exhibido con el barbijo del Conicet, como lo hizo el presidente ese día: en momentos en que el discurso científico ocupa una centralidad inusitada en la vida social y política, el barbijo del Conicet se volvía mensaje claro. Adhesión al cuidado comunitario y apoyo a la ciencia local.
Un problema de la pandemia es hacer llegar un mensaje de cuidado personal y colectivo. Las élites políticas y el barbijo son un capítulo preciso de la novela política de la pandemia. En la Casa Blanca, hasta el Conejo de Pascuas usó barbijo esta Semana Santa, además del presidente Joe Biden y la primera dama estadounidense. No sólo barbijo: doble barbijo. El apego o el desapego de la élite política a las reglas es “el” mensaje. Lo vimos, en sentido contrario, con Trump o Bolsonaro.
Y sin embargo, la vicepresidenta prefirió escenificar tres componentes de toda élite: la excepcionalidad que se arroga, el desapego a las reglas que regulan la vida de todos, sobre todo en medio de una pandemia en el que las conductas colectivas son clave, y el disfrute naturalizado de esa excepción. Una versión sanitaria de la impunidad. En el escenario patrio del Congreso, Cristina Fernández personificó la conciencia de élite antes que la de una igual ante sus representados.
Los riesgos políticos de una elite
En un año electoral, hay un problema político en eso: la exposición al desnudo de las costuras, es decir, de lo popular como impostura, y la ostentación de la condición de élite, con los riesgos políticos que eso acarrea. El Chile de 2019 es el ejemplo en el horizonte político de ese tipo de distancia entre la ciudadanía y una clase política: la emergencia de una grieta ya no con su opositor político sino con su supuestos representados, el pueblo en el lenguaje de la retórica kirchnerista. A partir de ahí, el riesgo de reacción social a esos privilegios exhibidos por unos pocos y percibidos por la mayoría. En año electoral, ese riesgo puede canalizarse peligrosamente en votos.
La última encuesta de Management & Fit da dos datos muy interesantes. Por un lado, indica que la gran mayoría, el 73%, quiere vacunarse, es decir, un porcentaje que necesariamente incluye a ciudadanos de todos los pelajes políticos. Esa voluntad mayoritaria se choca en la realidad con dos muros, ambos levantados por la gestión kirchnerista: la falta de vacunas y las arbitrariedades denunciadas en la aplicación de las dosis, con los miembros de la élite kirchnerista como los principales beneficiados.
En ese marco, el 58,9%, según la encuesta, no confía en la campaña de vacunación del gobierno en dos términos centrales en la retórica política del kirchnerismo: casi el 60% no cree que la vacunación sea “justa y equitativa”.
Lo que se le imputa al kirchnerismo desde la opinión pública es una lógica autocomplaciente con sus miembros: la vacunación vip. Es decir, una conducta de élite abusiva a pesar de su retórica centrada en la justicia social, que debería regular también la vida en pandemia y la vacunación.
El discurso de la justicia y la equidad es ahora una demanda de la sociedad que, transversalmente, reclama transparencia en la asignación de ese recurso escaso. El nuevo derecho humano de la vacunación vulnerado por un oficialismo que se hizo fuerte en el discurso de los derechos humanos.
Esta dialéctica tensionada entre élite, justicia y equidad ordena hoy la lógica de élite del kirchnerismo. Desde el campo sanitario derrama a otros ámbitos. La corrupción sigue siendo el factor que más preocupa a los encuestados: el 30,6% la señala como la principal preocupación. En el momento de la denuncia del vacunatorio vip, superó el 37%. La corrupción que es un sello de identidad del kirchnerismo en parte de la opinión pública queda también atravesado por la gestión elitista y arbitraria de lo sanitario.
Una lógica elitista de preservación de privilegios o de derechos que se vuelven tales en medio de la pandemia viene caracterizando al kirchnerismo y sus sectores afines desde la aparición de la crisis sanitaria. Gobernadores afines a quienes se dispensa de rendir cuenta por violación de derechos. Sindicalistas abusivos elevados a ejemplo. Empleados públicos en teletrabajo a pesar de no ser trabajos de riesgo. La injusticia de una vicepresidenta y sus dos jubilaciones. La élite de los políticos más preocupados por sus causas judiciales que por los niveles de pobreza. La élite de los políticos y funcionarios que se vacunan primero. La élite de los vacunados vip y los vacunados sin barbijo.
No está claro cómo se comportará el electorado en un escenario tan novedoso como el de la pandemia y con un factor distributivo, las vacunas, que nunca antes estuvo en juego en una elección. La pregunta central es si la ciudadanía condenará a la élite kirchnerista ahora que impacta en las vacunas, es decir, en las probabilidades de contener o no desenlaces fatales.
El problema de la élite kirchnerista es mayor que el de la élite macrista y el estigma de “gobierno de CEOs” con el que lo condenó el kirchnerismo. Al kirchnerismo le pesa su narrativa propia y las expectativas que ese relato justiciero genera, desmentido en cada arbitrariedad que comete. Se abre un signo de interrogación sobre sus consecuencias. La respuesta está este año en las urnas.
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