La ciudad a orillas del Paraná asoma como destino ideal para unas minivacaciones. Súperconectada, invita con circuitos de arte, nuevos polos gastronómicos y estimulantes paseos al aire libre.
La vida de Rosario siempre estuvo ligada al río y una buena vía para entenderlo es el nuevo Circuito del Puerto, en la zona sur de la ciudad, un paseo interpretativo que se recorre celular en mano. Zapatillas, agua fresca y el teléfono cargado para bajar la aplicación gratuita Rosario Turismo (apenas dos minutos) es todo lo que se necesita para encarar las siete postas.
Comienzan donde el gobierno de Julio Argentino Roca colocó en 1902 la piedra basal del puerto. En realidad, la del suelo es una réplica de la original, resguardada en el Museo Histórico Provincial Julio Marc, otro edificio de Ángel Guido (el mismo del Monumento a la Bandera, que lo están remozando hace meses pero prometen terminarlo en mayo; igual se puede subir al mirador por $20, y las vistas valen la pena). Luego viene la Estación Fluvial, inaugurada en 1959, que despacha travesías por el río.
En los años ’40 el puerto rosarino llegó a tener 45 muelles perpendiculares al río junto al ferrocarril. A esa febril actividad hay que imaginarla bajo los galpones donde ahora funcionan la Escuela Municipal de Artes Urbanas, el Centro de la Juventud, el Centro de Expresiones Contemporáneas o el Galpón de la Música, instituciones públicas que se habilitaron a fines de los ‘90 y refundaron el vínculo de la gente con el río.
Una de las postas se explaya en los detalles de esa revolución urbana y cultural con videos que se activan acercando el scanner del teléfono al código Qr del panel. Con auriculares, se puede matizar la caminata con una festiva versión de Oración del Remanso, de Jorge Fandermole.
Más adelante el circuito se detiene en la Bajada Sargento Cabral frente a la antigua Aduana (Urquiza y Belgrano, actual sede de la Municipalidad), imponente y de estilo francés. La Plaza de las Utopías, con la estatua del marinero dichoso que pescó una sirena, evoca a los miles de inmigrantes que entraron por allí sin más bienes que sus propios sueños.
El paseo concluye en el Complejo Cultural Parque España, reconocible por la enorme escalinata que todos usan para entrenar y donde conviene averiguar qué espectáculos programan sus salas y el anfiteatro de 500 butacas. El proyecto del catalán Oriol Bohigas, que en su momento viajó a Rosario para relevar el espacio, significó en 1992 la primera gran apertura de la ciudad al río.
Un nuevo norte
De una punta a la otra, la Costanera hilvana 15 kilómetros de paseos ribereños donde los rosarinos despliegan su actitud vital. Salen a caminar, a trotar, a jugar con sus perros, a practicar deportes. Llevan reposeras, las cañas de pescar, el libro, el equipo de mate. El río es testigo detrás de la baranda. O el gran protagonista.
En 2007, las torres Dolfines, dos rascacielos gemelos de 45 pisos, fueron los primeros en perforar el cielo de Puerto Norte. Ahora se acompañan con el Barquito de Papel, la escultura de chapa acanalada emplazada allí en 2013, que expresa el vínculo de la ciudad con el río.
A pocas cuadras, la terraza del piso 16 donde está la pileta del hotel Dazzler by Wyndham parece el mástil de un moderno bergantín: la ciudad se desparrama alrededor y ofrece un panorama en 360. El hotel cuatro estrellas conforma un proyecto mayor con otra torre idéntica de oficinas, dos condominios residenciales y un paseo comercial. El primer piso donde se sirve el desayuno buffet a los pasajeros se reconvierte luego como Bistró, un restó de cocina gourmet abierto al público, al igual que Bow, el bar de la planta baja, de elogiada coctelería.
Sobre la Costanera, el Puerto Norte Design Hotel se distingue por la falda de cristal que corona la estructura de 14 silos de hormigón. Las 79 habitaciones de lujo se distribuyen en cuatro pisos, en el quinto están la sala de conferencias y el restó Fausta Cocina –recomendado por su exquisita cocina de río-, y en el último se ubican el gimnasio, el spa con piscina cubierta y la terraza con solárium y pileta sin fin. A través de una extensa plaza seca, el hotel se integra con el río y con un complejo de viviendas, oficinas y comercios que puso en valor los viejos edificios de ladrillo visto donde funcionó la primera fábrica de azúcar refinada del país. Son los mismos que figuran como telón de fondo en La Manifestación, una de las pinturas más dramáticas del artista rosarino Antonio Berni.
Sobre ruedas
Los domingos a la mañana, la Costanera norte se cierra al tránsito para que mande la Calle Recreativa. Pedalear puede ser un buen plan. Rosario tiene 120 kilómetros lineales de ciclovías y los turistas también pueden acceder al sistema público Mi Bici Tu Bici.
Saliendo del hotel de los silos hacia el sur, se puede tomar por el nuevo Parque de la Arenera y luego por el Sunchales hasta los cilindros de colores del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro), otro ícono de la reconversión del río, esta vez a partir de los silos Davis. En el ingreso se recortan etéreas Marzo y Abril, dos esculturas de metal de la artista Marta Minujín.
Desde el Macro, conviene ir por Oroño hasta la Feria de Artesanías, el Mercado Retro La Huella y El Roperito, que funcionan los fines de semana sobre calle Rivadavia, uno al lado del otro. Después, encarar hacia el Museo Castagnino (tiene la segunda colección de arte más importante del país, luego del Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires) para visitar la muestra sobre producción local entre 1918 y 1968. Un ojo atento podrá reconocer en la calle algunas de esas obras, reproducidas a escala gigante en distintos muros del Museo de Arte a la Vista.
La bici es ideal para perderse en los senderos del Parque Independencia, concebido en 1902 por el francés Carlos Thays como pulmón urbano, donde además de los museos Marc y Castagnino están el rosedal, las aguas danzantes, el lago y un antiguo zoológico reconvertido en el Jardín de los Niños, eje del Tríptico de la Infancia que en 2001 puso la ciudad al servicio de los más chicos.
Vida acuática
En auto por la Costanera, cerca del estadio de Rosario Central, un monumental bloque de cemento anuncia el Acuario del Río Paraná. En un año recibió 160 mil personas, todas con inscripción previa para la visita guiada (hay 28 turnos diarios), única modalidad para recorrerlo, lo que generó no pocas objeciones.
"Es que no es un zoológico típico. Es un centro científico-tecnológico y educativo, y pretendemos que vean la biodiversidad del delta y se lleven un mensaje de empatía con las especies. Además, por seguridad, arriba no podemos llevar más de 120 personas", explica Andrés Sciara, biotecnólogo y director del acuario, en el amplio pasillo vidriado de la planta baja adonde miran los laboratorios, todos en plena actividad.
Sciara, investigador del Conicet, recuerda que todos los niveles del Estado trabajaron durante diez años para cristalizar el proyecto educativo, que comienza afuera. "En el parque autóctono tenemos árboles como el higuerón, el tala o el ceibo que plantamos en 2013 y estamos registrando su interacción con pájaros e insectos propios de este ambiente. Hay garzas, zorzales, horneros, tres especies de Martín Pescador, escarabajos, arañas", se entusiasma.
Las peceras de la planta alta reproducen los 10 ambientes de delta y exhiben 107 especies. Algunos son realmente hipnóticos, como el elástico pez raya. Chicos y grandes salen enamorados de la vida acuática. A la luz de la experiencia no parece tan problemático tener que sacar turno por internet.
Costumbres rosarinas
La comunión con el río alteró algunos rituales urbanos y la zona de Pichincha, antiguo barrio de bohemia y pasado prostibulario, pasó al frente como epicentro de la movida nocturna. Serpenteando las calles Salta, Jujuy, Güemes y Brown cerca de Oroño se podría dibujar una ruta de al menos diez cervecerías artesanales sin repetir ninguna marca.
Otra ruta igual de ajetreada marcan las heladerías artesanales, unas 150, por las que Rosario se autoproclamó Capital Nacional de esta tradición y lo festeja todos los años con un evento multitudinario. Más que una heladería, Gianduia parece una boutique con exhibidores que estallan de colores, especialmente por las paletas gourmet que se decoran a mano una por una, según revelan en la sucursal de Salta y bulevar Oroño. La marca surgió hace dos años y ya tiene siete locales. En las cremas, la tentación se llama Lemon Pie, Torta Rogel o Coco Split.
En Moreno 441 está Salvador, la apuesta de Pablo Lagrutta por helados naturales, sin conservantes, mejoradores ni estabilizantes. No hay que irse de allí sin probar el de chocolate al agua con 80% de cacao, y los frutados de pomelo y de sandía.
A dos cuadras, en Balcarce 340, un local con reminiscencias Art Decó, barra circular metalizada y banquetas naranjas se presenta como "La primera gintonería del país". Abrió en 2018 con una carta de 10 tragos (como Negrónico, Rosarigasino, Pichincha Tonic, todos elaborados con Príncipe de los Apóstoles) y ya se posicionó como un clásico after office y bar de previas y de encuentro. En vajilla de acero inoxidable se sirven las tapas y las recomendables empanadas de surubí. Los bartenders Santiago Pardo y Tato Giovannoni están al frente de esta apuesta gintonera que empezó por Rosario y ya tiene una versión en Córdoba.
Otro clásico que volvió para revalidar sus títulos es el vermut. Cerca de la gintonería, en Dorrego y Catamarca, un grupo de empresarios gastronómicos rosarinos abrió hace dos años La Churrasquería que propone al mediodía y a la noche "Carne y vermut para toda la gente". El menú cambia todas las semanas pero siempre ofrece dos opciones de parrilla para maridar con Rosso de la casa, Spritz y Copo Pimm’s.
Que este aperitivo está de regreso lo confirma la vermutería Belgrano, ubicada en el barrio del mismo nombre, en Provincias Unidas 770. De todo se encargan el bartender Matías Dana y su familia, vecinos históricos del barrio. La barra tiene un grifo que ofrece Soda de la casa (jengibre, té, limón, bergamota y azúcar negra) y una clientela incondicional que brinda con Cocomero Rosso, trago a base de sandía.
En Catamarca y Alsina, frente al espacio verde que dejó el ferrocarril, BigBa Café anotó en el circuito gastronómico al tranquilo barrio Agote. Y lo hizo con una original receta de Huevo Nube que se sirve con palta y queso mozzarella sobre pan Bagel. La artífice de esa delicia es Lucrecia Zabala, rufinense, que lo prepara en el momento. El local, alegre y luminoso como ella, resulta estimulante para salir a dar una vuelta por el Centro y el Paseo del Siglo, que concentra el pasado clásico de la ciudad.
Dos Cúpulas
El Teatro El Círculo, en Mendoza y Laprida, se inauguró en 1904. De estilo italiano, con escaleras de mármol de Carrara y un magnífico telón pintado por Giuseppe Carmignani, presenta una sala de ópera en herradura con 1.500 butacas. En 1915 cantó allí el tenor Enrico Caruso y elogió su acústica perfecta en una carta que se exhibe junto al foyer. Para los 100 años, se restauró a pleno y fue la sede del Congreso de la Lengua donde Roberto Fontanarrosa pronunció un discurso memorable sobre las buenas y las malas palabras.
A tres cuadras, en Mendoza y Sarmiento, en el edificio afrancesado de seis pisos que fue la primera sede de la Federación Agraria Argentina funciona desde 2012 Plataforma Lavardén, un espacio para promoción cultural. Hay que visitar allí la mágica Galería de los Roperos. Además, entrando por Mendoza, se puede apreciar un fresco de 1926 de Alfredo Guido (hermano de Ángel Guido). El dato melómano está en su sala de teatro, donde Fito Páez grabó el disco Circo Beat en 1994. Incluía una canción eterna como un himno, Rosario siempre estuvo cerca.
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