Los múltiples dilemas de un presidente "pesificado"
Un prestigioso economista argentino explicó días atrás, ante colegas extranjeros, que "Mauricio Macri está pesificado". Se refería al fenómeno que rige la dinámica política desde que, en abril pasado, comenzó la incertidumbre cambiaria. La imagen presidencial se devalúa con el peso, y se recupera cuando la moneda se estabiliza. Esta correlación es tan automática que, para la Casa Rosada, las posibilidades de reelección de Macri disminuyen en la medida en que aumenten las de una corrida hacia el dólar. El temor a esa tormenta ha determinado, en los últimos días, un cambio de conducta en el núcleo más íntimo del oficialismo. El Presidente restauró su relación con Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, dañada desde septiembre.
El resultado es la incorporación de esos dos dirigentes al equipo de campaña que lidera Marcos Peña. También precipitó un acercamiento del radicalismo hacia Roberto Lavagna.
El impacto del tipo de cambio sobre la candidatura de Macri es el síntoma de un problema más complejo. La demanda de dólares se explica por la perplejidad electoral. En especial por la evidencia de que Cristina Kirchner sigue siendo la candidata más competitiva del PJ. Los radicales conocen ese calvario. La aprensión que en el ocaso del gobierno de Raúl Alfonsín provocaba el avance de Carlos Menem, con su bandera del salariazo, desmoronaba el Plan Primavera. El 6 de abril de 1989 Clarín titulaba "El dólar cerró a 48 australes y las tasas están muy altas". Estaban en 31%, en el peor de los casos.
Sería un disparate equiparar la situación actual con aquel infierno. Pero, como entonces, las variables se disparan no solo por el temor a lo que podría venir. También opera un problema objetivo subyacente: la inflación. El estado de ánimo de Macri y de sus principales colaboradores se ensombreció cuando, el último 14 de febrero, el Índice de Precios al Consumidor consignó una suba del 2,9% para enero. Al mes siguiente empeoró: 3,8%. Abril traerá también malas noticias. Lo más preocupante no es que esos porcentajes fueran altos, sino que no coincidieran con los esperados por los propios funcionarios. Las alegrías de febrero se postergan hasta mayo. Esa desviación es relevante porque el Gobierno, que hace tiempo que se resignó a no ofrecer bienestar, aspira a ofrecer previsibilidad. Pero la inflación condiciona el tipo de cambio, y viceversa. El público busca en el dólar un refugio frente al incremento de los precios. Y los precios, a la vez, se incrementan por el encarecimiento del dólar.
Las señales de alarma en la consola oficial inspiraron un cambio de conducta. Macri compartió un largo almuerzo a solas con Rodríguez Larreta. Y restableció la comunicación cotidiana con Vidal. El vínculo con esas dos figuras eminentes de su partido se había deteriorado muchísimo desde que, el primer fin de semana de septiembre, ambas recomendaron, en medio de una tormenta cambiaria, el reemplazo de los principales miembros del gabinete, incluidos Peña y Nicolás Dujovne. La gobernadora y el alcalde, un dúo inseparable, habían aconsejado el desembarco de Carlos Melconian en el Ministerio de Hacienda y una alianza con el peronismo no kirchnerista. Macri interpretó esa receta como un minigolpe de Estado promovido por quienes, en su imaginario, son creaturas suyas. Y enfrió la relación.
El descongelamiento empezó hace dos semanas. Además de promover encuentros individuales, el Presidente se prodigó en inusuales elogios a Larreta delante de terceros. Y comunicó a Vidal, antes de que ella lo pidiera, que el próximo presidente de la Cámara de Diputados, si Cambiemos permanece en el poder, no será Carmen Polledo, sino Cristian Ritondo. También dispuso que Larreta y Vidal se incorporen al comando del proselitismo. En los últimos siete días, Peña mantuvo con ellos tres encuentros de tres horas cada uno. El más reciente fue ayer por la mañana.
No es la primera vez que la Casa Rosada instala una mesa de participación política. La diferencia en esta oportunidad es que no se trata de calmar el malestar de los invitados, sino los desvelos del anfitrión.
No es el único frente en el que Peña tomó la iniciativa. Lleva ya diez días reuniéndose, acompañado por Dujovne, con representantes de distintos sectores para mejorar sus expectativas. Ayer les tocó a los presidentes de bancos nacionales. El mensaje de los financistas fue: "Si quieren que cambie el clima, no tienen que prometer nada más. Tienen que cumplir una promesa. Aunque sea menor".
Con independencia de los factores que influyen en la cotización del dólar, el Gobierno se propone remover el principal inconveniente para aliviar ese problema. Quiere que el Fondo Monetario autorice un mayor nivel de intervención en el mercado de cambios. El objetivo sería que el Banco Central pueda desprenderse de reservas cuando, dentro de la banda fijada en el acuerdo de septiembre, la variación supere un determinado porcentaje.
El economista a convencer es David Lipton, representante de los Estados Unidos, pero militante del Partido Demócrata. Lipton es un talibán de la no intervención. Sin embargo, el oficialismo tiene un argumento que, en Washington, resultará muy atendible: si por una rigidez conceptual el Fondo colabora con un triunfo de la señora de Kirchner, las carreras de Lipton y, por encima de él, de Christine Lagarde verán el fin junto con la de Macri. Fraseado de otro modo: Lagarde y Lipton decidirán, con la ayuda que presten al Gobierno, qué deudor quieren tener a partir de diciembre.
La expresidenta está haciendo todo lo posible para que esa pasable extorsión de Macri sobre el Fondo tenga efectos: pasa parte de sus días en La Habana, donde funciona la botonera del chavismo. Esa opción, que se justifica en el tratamiento de su hija, conspira contra el intento de pintar una reedición light de aquella líder radicalizada que enfrentó a la Justicia y a los medios, defendió el default y estatizó YPF. Como se dijo de los Borbones que regresaban al trono en 1814, quienes le temen podrán decir de ella: "No ha aprendido nada ni ha olvidado nada".
Al ritmo del tipo de cambio
El derrotero del dólar dirige toda la política. Cuando la divisa se dispara, la tentación de Roberto Lavagna sobre el radicalismo es más intensa. Hace una semana, él se reunió con Ricardo Alfonsín, Juan Manuel Casella y Jorge Sappia, el menos conocido, pero el más decisivo de los tres dirigentes radicales. Es el presidente de la Convención, que debe decidir si la UCR se mantiene junto a Mauricio Macri o si respalda al exministro de Economía.
Mientras trascendía ese conciliábulo, hubo otro significativo. Lavagna dialogó con Martín Lousteau. Esa aproximación entusiasma al radicalismo porteño, que supone que la asociación con Lavagna llevaría a Lousteau a disputar un ballottage con Rodríguez Larreta.
Es natural, entonces, que Larreta haya fracasado al ofrecer a su rival la candidatura a senador, una lista de diputados compartida y un par de ministerios en su administración.
Peña debería apresurarse a sumar a los radicales a su mesa. Las reuniones con Lavagna se están multiplicando. Y la Convención sesionará después del 12 de mayo. Es decir, cuando ya se hayan celebrado las elecciones cordobesas, en las que el radicalismo podría sufrir una derrota por la gobernación, pero también por la intendencia de la capital, que actualmente conduce Ramón Mestre. Sappia responde a Mestre.
Mientras mira el desplazamiento del dólar, Lavagna espera la asamblea radical. Él no aspira a conquistar los votos kirchneristas. Imagina una coalición que, cabalgando sobre el desencanto económico, compita por la base del oficialismo.
El punto de partida lo estableció Juan Schiaretti en Córdoba, aliándose con Margarita Stolbizer y el Socialismo.
El círculo social de Macri está formado por señores de su casa, con poca resistencia al estrés de la lucha por el poder. Dos de esos amigos le sugirieron, en los últimos días, que abandone la carrera y postule un heredero. "Por primera vez no los mandó al diablo", informa un miembro de esa logia. Uno de los líderes de Pro que mejor lo conocen se apresura a aclarar esa reacción: "Que no haya repudiado la sugerencia no quiere decir que admita o piense en un plan B. Él va a pelear y hace bien en hacerlo. Aunque hayamos pasado del 'vamos a ganar' al 'podemos ganar'. Además, el día que Macri no pueda competir, toda la primera línea de Cambiemos estará inhabilitada".
La explicación de este experto frustrará a Agustina Macri. La hija del Presidente informó a sus amigos desde Europa que compró un departamento en Madrid con la ilusión de que su padre se instale allí con Juliana Awada el año próximo. Como Florencia Kirchner, ella también palpita cómo el destino del país se entrelaza con la peripecia familiar. En ambos casos, desde lejos.
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