Los Milei y el sueño en marcha de una hegemonía libertaria
El Presidente acelera el armado de un partido nacional, con su hermana como potencial candidata; la desconfianza traba la Ley Bases y crecen las dudas sobre el pliego de Ariel Lijo
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La luna de miel de un presidente es la brevísima temporada que va desde que un gobierno asume hasta que empieza a pensar obsesivamente en las siguientes elecciones. Javier Milei dejó atrás ese período de gracia con el logro de retener una porción significativa de apoyo ciudadano. No pudo, en cambio, arrancarles una sola concesión parlamentaria a los adversarios con los que competirá para revalidar su poder en 2025.
La urgencia por aprobar las reformas legales que le den sustento al fenomenal ajuste fiscal que puso en marcha Milei se superpone, después de cuatro meses de negociaciones infructuosas, con el impulso del operativo político para crear un frente libertario nacional, sobre las ruinas de un sistema agotado.
La misión que asumió Karina Milei, acompañada por el ascendente Eduardo “Lule” Menem, tiene en guardia a los gobernadores, legisladores y jefes partidistas a los que el Gobierno convoca en paralelo a convalidar en el Congreso un giro drástico del rumbo económico, político y social de la Argentina.
La discusión de la manoseada Ley de Bases, el pomposo e incierto Pacto de Mayo, la renovación de la Corte Suprema y las desregulaciones fundacionales de la gestión mileísta se tiñen de una desconfianza adicional: la sospecha de que cualquier ayuda al Gobierno pueda ser un ladrillo para la construcción de una hipotética hegemonía libertaria.
Todas las señales que ha dado Milei desde que ganó las elecciones indican que no busca aliados sino fieles. Se benefició del apoyo del Pro en la campaña, pero a la hora de formar el gobierno premió la conversión incondicional de Patricia Bullrich mientras declinó amablemente un pacto de gobernabilidad con Mauricio Macri y su partido.
En sus guiños posteriores al Pro –urgido por la necesidad cuando fracasó en febrero la aprobación de su paquete reformista– habló siempre de una “fusión” y no de una sociedad. La confluencia, en cualquier formato, se ha enfriado notablemente. A Karina Milei se le atribuye la decisión pragmática de gestar algo nuevo. “No tiene sentido acordar con Macri, porque ya tenemos a sus votantes”, dice una fuente libertaria, de diálogo cotidiano con la hermanísima.
Ella ha levantado el perfil de manera ostensible en las últimas semanas. Encabeza actos en la Casa Rosada, que se va convirtiendo en su territorio, mientras Milei se siente más cómodo en la soledad de Olivos. Es una convencida de la “cruzada cultural”, tanto o más que su hermano.
La articulación de La Libertad Avanza como partido es solo un primer paso de una misión que acaso la obligue a ser candidata. “Así como Néstor puso a Cristina en Buenos Aires para validar su poder en 2005, ahora Karina parece la opción más lógica para que Javier afiance su poder el año que viene”, teoriza un integrante del Gobierno. El futurismo ya convive con las urgencias económicas. Lo cierto es que en las encuestas que consume el Presidente figura siempre destacada la medición de imagen de su hermana.
También al peronismo lo ven los Milei como un coto de caza. Sobre todo en el interior, donde en sus primeras incursiones Lule Menem encontró filas de dirigentes dispuestos a experimentar un cambio de piel. El apellido del armador opera como una coartada para muchos: seguir al nuevo presidente no es traición sino un regreso a la juventud.
Milei llenó el organigrama estatal de peronistas que continuaron de la gestión Alberto Fernández. Desde el siempre colaborativo Daniel Scioli hasta el excamporista Mauro Tanos, ahora caído en desgracia por el caso de los negocios oscuros con seguros del Estado. La fisonomía de los acuerdos con sectores del justicialismo es uno de los grandes misterios del fenómeno libertario desde los tiempos de la campaña, cuando las listas se poblaron de candidatos ligados a Sergio Massa.
Lijo y “la casta”
Esa opacidad se agigantó con la designación del juez federal Ariel Lijo como candidato a la Corte Suprema, una decisión que el Presidente no se ha tomado el trabajo de argumentar a la ciudadanía. Conseguir dos tercios de los votos del Senado parecía de entrada una tarea inviable, dado los antecedentes del postulante. El silencio posterior de casi todos los actores relevantes en esta discusión probó otra vez que en política nada es imposible.
¿Hay chances de que Cristina Kirchner, por caso, le dé su aprobación a un juez al que llegó a denunciar como parte del complot mediático-judicial del que se presenta como víctima? No hay respuesta oficial, así como tampoco la expresidenta por sí sola no garantiza el voto en manada de los 33 senadores de Unión por la Patria. ¿Qué harán los radicales (y su presidente, Martín Lousteau)? ¿Y el macrismo?
“No hay que confundir silencio con complicidad. Con el caso Lijo hay mucho de táctica, de especulación”, explica un gobernador peronista, que niega un pacto ya cerrado por la reforma de la Corte.
Milei ignora las críticas sobre la señal contradictoria que significa por un lado clamar contra “la política corrupta” y, por otro, nominar para el máximo tribunal a un juez sobre el que pesan denuncias sobre su patrimonio y el manejo irregular de causas de alto impacto político.
La intriga que se discute por lo bajo entre actores de la oposición es si lo que está ofreciendo Milei no es un caramelo envenenado. ¿Es Lijo un “garante” de la tranquilidad judicial de “la casta”? ¿O el sentido último de su eventual incorporación a la Corte es cimentar desde la cúpula del Poder Judicial el sueño futuro de la dominación libertaria?
Es posible que ni siquiera Milei tenga una respuesta. Parece habitual en él tomar decisiones que atentan contra sus propios intereses en temas que no integran la lista corta de sus obsesiones.
Solo los números de la economía lo mantienen permanentemente en alerta. Está eufórico con los resultados macro: la curva descendente de la inflación (aunque el índice aún no perfora el umbral dramático del último mes del gobierno anterior), la recuperación de las reservas, el dólar quieto, la baja del riesgo país.
La recesión es una señal de alarma que él y su ministro Luis Caputo minimizan, pero los gobernadores miran con angustia creciente. Se preguntan cómo hará el Gobierno para mantener la meta del déficit cero si se pronunciara la caída de la recaudación impositiva –rondó el 9% interanual el último mes–. ¿Cómo hará para seguir recortando gastos, cuando las provincias están al borde del ahogo financiero? ¿Cuánto más podrá pisar las importaciones para sostener la recuperación de reservas?
“Ajuste de calidad”
La catarata de aumentos de tarifas en abril es otra prueba de fuego. Cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) le pide a Milei “calidad” en el ajuste no expresa un brote repentino de sensibilidad social, sino su temor a que el nudo de la estanflación termine por asfixiar el programa libertario.
“La política”, en todas sus formas, le da largas al Gobierno porque sospecha lo mismo: que el freno de la economía y el costo social del ajuste pueden resquebrajar el blindaje de Milei con la opinión pública.
Ni Cristina Kirchner ni Massa ni Axel Kicillof están poniendo el cuerpo por las protestas sindicales justamente porque creen que debe ser la gente, y no la dirigencia, la que le marque los tiempos al Presidente.
En la última reunión de Gabinete, Milei celebró que Pablo Moyano o Roberto Baradel ocupen la calle. “Si ellos son la contra al Gobierno, estamos en el mundo ideal. Esa es la grieta que queremos”, señala un asistente al cónclave oficial. Bullrich suma puntos con el Presidente por la dimensión de sus operativos policiales.
Confiarse en el desprestigio de los caciques sindicales puede ser un arma de doble filo. La inestabilidad callejera es parte de la estrategia de la oposición dura para atravesar los meses en los que resiste la paciencia social de las mayorías. Ofrece, además, otro signo de interrogación para los inversores que miran con atención el proceso argentino. Para ellos la pregunta recurrente es si Milei tendrá la capacidad para llevar a la práctica una transformación radical de la economía.
El Gobierno y sus adversarios disputan una carrera contra el tiempo, en la que la clave es saber qué llega primero: si los resultados económicos (baja de la inflación, salida del cepo y principio de la recuperación) o el malestar social por la pesada factura del ajuste.
El Pacto de Mayo que convocó Milei el día de la Asamblea Legislativa funciona como un horizonte cercano para ese juego de poder. Pasó más de un mes del anuncio y todavía no empezó el debate legislativo de la “Ley Bases”, escala previa a cualquier acuerdo superior.
La última reunión entre del jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y el ministro del Interior, Guillermo Francos, con los gobernadores de lo que fue Juntos por el Cambio fue la más fructífera y relajada hasta el momento. Pero todavía no logran desatar el nudo original: en síntesis, cómo se reparten las cargas del ajuste.
La promesa oficial de que habrá una nueva propuesta sobre la reimposición del Impuesto a las Ganancias puede ser la llave de la concordia, si es que esta vez el Gobierno sí asume que le urge mostrar capacidad política de aprobar sus reformas. La desconfianza, aun así, rige las relaciones de poder con un presidente acostumbrado a dar volantazos.
Atento a las encuestas
Sus reacciones siguen el patrón de las encuestas de opinión. A Milei le aburre la política y en general delega todo aquello que no tiene que ver con su área de conocimiento. Es una dinámica que suele entorpecer la gestión, como se vio en la crisis del dengue: el Gobierno se involucró solo cuando el número de contagios y de muertes empezó a despertar alarma social. Al ministro Mario Russo lo mandaron a levantar el perfil y quedó “en observación” a raíz de su desempeño narrativo, con frases virales como “hay que tener cuidado con los pantalones cortos”.
Otra muestra de las reacciones tardías del Gobierno fue la expulsión del excamporista Tanos de Nación Seguros, después de un mes de revelaciones sobre los movimientos oscuros en la empresa estatal que ya integraba en la era Fernández.
Milei se ampara en la inexperiencia para salir de las trampas en que lo mete la conducción de esa “organización criminal” que es a su juicio el Estado. Se apoya en sus aparentes errores para cimentar la narrativa del outsider que viene a luchar contra los poderosos de verdad. Sin entender eso sería inexplicable su declaración a la agencia Bloomberg respecto de que no hizo la dolarización porque, de cumplir lo que prometía en campaña, “la política” lo habría “enviado a la cárcel”.
La gesta quimérica contra “la casta” –y no su doctrina económica– constituye la argamasa del apoyo social transversal que lo impulsó al poder. Su éxito mayor consistió en captar como nadie el momento emocional de la sociedad argentina después de la pandemia y en medio de una feroz crisis inflacionaria.
Los dos Milei traducen el respaldo electoral en una enmienda a la totalidad del pasado reciente: van de Venezuela al alineamiento total con Estados Unidos, de los pueblos originarios a Roca, del feminismo al coqueteo con la misoginia, de la romantización de los Montoneros a la glorificación militar.
El desafío inconcluso que se acentúa con los frescos de abril consiste en probar que tienen un método para superar la fase narrativa y son capaces de ofrecer algo más que una barra libre para la catarsis. En la dinámica aburrida de las democracias, los sueños revolucionarios se estrellan a menudo con la módica ambición humana de llegar a fin de mes.
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