“Los jueces no son los vehículos del cambio”, planteó Carlos Rosenkrantz al ser nombrado miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas
Criticó la judicialización de la política y desglosó las razones por las que los magistrados deben evitar correrse de su tarea; lo acompañaron sus colegas de la Corte Suprema, con la excepción de Lorenzetti
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La Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas (Ancyp) celebró esta tarde el nombramiento como miembro académico del ministro de la Corte Suprema Carlos Rosenkrantz, quien brindó un discurso en el que reflexionó sobre el rol del derecho y el de la política en una sociedad.
Participaron del evento el presidente del máximo tribunal, Horacio Rosatti, y los ministros Juan Carlos Maqueda. Ricardo Lorenzetti fue el único que no concurrió. Rosatti forma parte de la Ancyp como miembro desde 2017. Rosenkrantz había sido incorporado en octubre de 2019 pero su nombramiento se hizo público hoy.
Cuando tomó la palabra, en una sala colmada de juristas, Rosenkrantz comenzó con una alusión a la figura de Manuel Belgrano: “Belgrano es una excepción en un país al que le cuesta reconocer a sus coterráneos. La Argentina es un país dividido en el que el pasado nos desune tanto como el porvenir, pero los argentinos, como en muy pocas cosas estamos hermanados en nuestro respeto y admiración por la vida y por el legado de Belgrano”.
En este sentido, consideró que en la Argentina se produjo una judicialización de la política y llamó a recuperar “la fe en el derecho” y “la fe en la política”.
En su discurso, el juez de la Corte Suprema observó: “Comienza a producirse lo que podríamos llamar ‘la judicialización de la política’. Se trata de la expectativa general de que las reivindicaciones que tradicionalmente eran, en un estado democrático y constitucional, atendidas por los representantes de la voluntad popular y resueltas mediante el voto, sean llevadas por ante los tribunales para ser decididas por los jueces”. Y siguió: “En segundo lugar, de modo especular, aparece una tendencia en algunos jueces a moralizar y politizar su quehacer…: en lugar de razonar en términos únicamente jurídicos, algunos jueces trascienden el derecho en búsqueda de la realización directa de sus ideales morales”.
Y continuó: “Es difícil determinar por qué la pulsión por trascender el derecho y la judicialización de la política está teniendo lugar…. (..) lo que si sé es que la necesidad de resolver problemas antes reservados a la política, ahora considerada impotente en nuestras sociedades, está siendo re-direccionada hacia los tribunales…. Si todos los jueces invariablemente se abstuvieran de recurrir a sus propias convicciones morales para decidir y se limitasen a aplicar las reglas y principios convertidos en derecho por los representantes de la voluntad popular conforme su texto y las tradiciones de interpretación comunitaria, la política no se estaría judicializando”.
“El verdadero antídoto es recuperar la fe en el derecho”, dijo Rosenkrantz: y continuó: “Recuperar la fe en el derecho requiere estar dispuesto a conceder al derecho, a las razones jurídicas la aptitud (salvo circunstancias muy extremas) para servir de justificación última y categórica…. Por otro lado, para que los jueces se abstengan de recurrir a sus propias convicciones al momento de juzgar y la política se haga cargo de adoptar las decisiones que le corresponden es necesario también que nuestras sociedades recuperen la fe en la política. Es preciso que acepten que el ideal del autogobierno requiere que las transformaciones sociales sean hechas por los representantes de la voluntad popular, que para transformar nuestras sociedades no son aceptables los atajos de ningún tipo, que no podemos dejar de lado el derecho para lograr lo que nos gusta, que los jueces no son los vehículos del cambio y que no deben alejarnos de estas convicciones la impaciencia que puede generar el hecho de que muchas veces, en las democracias constitucionales, el cambio es dificultoso en la medida en que requiere mayorías consistentes en el tiempo”.
Estuvieron presentes también el procurador general de la Nación Eduardo Casal, la presidenta del TSJ de la Ciudad de Buenos Aires Inés Weimberg de Roca y los camaristas de Casación Mariano Borinsky y Diego Barroetaveña.
Fue el historiador y vicepresidente de la entidad Luis Alberto Romero quien introdujo y presentó a Rosenkrantz con un repaso sobre su trayectoria. Entre halagos, dijo: “En mi gremio sabemos que la única forma de entender el proceso histórico es como una combinación, compleja e irreductible, de continuidades y cambios. Traducido en términos de los individuos, nos permite explicar a la vez la libertad creativa de la agencia humana y los límites puestos por la situación, la tradición, sin cuyo conocimiento y comprensión la acción, voluntaria e inspirada se esteriliza”.
“Algo de eso hay en los dilemas de un juez, que explica Rosenkrantz -continuó Romero-. El académico debe plantear sus propuestas de la manera más depurada posible. El político, como decía Max Weber debe insuflar vida nueva en lo establecido. El juez, que no es ni un académico ni mucho menos un político, debe encontrar el punto de equilibro adecuado entre el respeto por la tradición jurídica, los precedentes, y la posibilidad de cambiarla, de mejorarla con sus fallos, de acuerdo con sus principios y valores”.
“Sobre esto hay entre los juristas una imagen fuerte y elocuente: la catedral que se construye a lo largo de siglos, y la posibilidad, para cada generación de arquitectos, de imprimirle su propia idea sin alterar los rasgos básicos de lo recibido. Suele agregarse que en nuestro país, hoy, sería más adecuada la imagen de una catedral bombardeada”, dijo Romero.
Y concluyó: “Estos son también debates académicos en el mundo jurídico. ¿El derecho es creación o tradición? Rosenkrantz nos dice hoy: el trabajo de los académicos consiste en ser maximalistas: deben plantear opciones claras y categóricas. Pero los jueces deben ser minimalistas: en primer lugar deben aplicar el derecho existente, que funda la seguridad jurídica; en cuanto a sus propias ideas, si apuntan a algún tipo de progreso, deben enhebrarse sutilmente con la tradición existente, de modo que puedan sostenerse en el convencimiento colectivo profundo, que no es lo mismo que la opinión cotidiana superficial. Me alegra pensar que en nuestra Academia, que hoy lo recibe, podremos discutir con Carlos Rosenkrantz los múltiples desarrollos de esta idea”.
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