¿Qué estabas haciendo cuando sucedió el atentado a las Torres Gemelas? Esta fecha de ayer, 11 de septiembre, este 11 de septiembre en particular, se vuelve muy significativo. En dos sentidos, en principio. Por un lado, porque esa pregunta que insistió a lo largo del día de ayer con dónde estabas en ese otro 11 de septiembre, el de 2001, cuando las Torres Gemelas fueron derribadas ante nuestros ojos, instala en este presente argentino memorias locales de esos días. Aparecen repeticiones significativas y producen un efecto: la sensación de estancamiento. Las crisis marcan el ritmo de la experiencia colectiva en la Argentina. Desasosiego.
No importa dónde estuvieras o qué estuvieras haciendo aquel 11 de septiembre hace 19 años, jóvenes y adultos de aquellos días lo sabemos: la memoria de ese evento de repercusión global viene acompañada por el recuerdo de una crisis terminal doméstica de la Argentina, el 2001 y el "que se vayan todos", un par conceptual que marca a fuego la vida de generaciones. Somos sobrevivientes de esos días.
En 2020, hoy, otro evento global, en este caso el de la pandemia, encuentra una Argentina otra vez atravesada por una crisis económica estructural y una tensión política y social creciente en esta semana en particular, que puso finalmente en evidencia dos modos divergentes de hacer política.
Puja versus consenso
Uno, que ve en la puja distributiva de riqueza, de poder y de derechos el modus operandi de la política. La palabra clave acá es "puja", es decir, conflicto. Lo sintetizó bien Máximo Kirchner ayer: "Hay que afectar intereses para darle consistencia a la política". El tema clave, en este caso, es: ¿cuáles intereses?
El otro modo de hacer política es el de Horacio Rodríguez Larreta. Un maratonista que suma y no puja. Consensúa hasta correr el riesgo de convertirse en timorato, según algunos. Moderado. ¿Aburrido, pero efectivo?
En la foto de la conferencia de prensa de ayer, la figura de Martín Lousteau estaba en la primera línea de los presentes: el mismo candidato que desafió en 2105 a Larreta y lo obligó a un ballotage muy ajustado. Hoy es un hombre clave de la política de Larreta en la CABA, que también sumó al socialismo de Roy Cortina. El consenso de Larreta como el eje de su logro en CABA: no queda mucho por fuera del larretismo en términos de oposición política. El kirchnerismo y cierta izquierda, que se resiste. Lo cual es un problema también: siempre es necesaria una oposición competitiva para que los oficialismos gobiernen mejor. Correr el riesgo de perder el poder en general hace mejor a los gobiernos. Los obliga a tener en cuenta a los otros, las minorías.
El mensaje de la conferencia de Larreta marcó una continuidad de esa línea de consenso cueste lo que cueste y un matiz, que cambió el escenario político. La continuidad estuvo en no apartarse del consenso instrumental ante un caso de fuerza mayor: la pandemia. En ese punto, Larreta se colocó por encima del conflicto que le propuso Alberto Fernández: el enojo ante la quita porcentual de la coparticipación no torció el rumbo de su voluntad de consenso en temas de salud, por ejemplo.
El matiz fue el tono, de bronca, y palabras duras sobre la estrategia del Presidente. "Una decisión donde estamos perdiendo la oportunidad de construir un país distinto, en base al consenso, más bien que me enoja", dijo Larreta. 36 puntos de rating acumulado fueron el indicador de algo que se reveló ayer, mucho más allá del círculo rojo del poder y de Twitter.
El Larreta de ayer expandió los matices de su identidad política. Se plantó, pero con racionalidad. Llevó el conflicto a la Justicia. Una estrategia alejada del encontronazo personal: ni en momentos de tensión se dejó llevar por la bronca. Avisó un día antes que respondería al día siguiente. Masticó el enojo. Y 24 horas después, se subió a un escenario para marcar la cancha insistiendo en el consenso, pero marcando límites. Algo parecido a la madurez política.
La política en su laberinto
Más allá de las diferencias entre esta crisis que esta semana llegó a un punto delicado, con el conflicto con la policía bonaerense y el manotazo de coparticipación, y la de 2001, diferencias que son importantes sobre todo en términos de la debilidad extrema del gobierno de aquellos días, el de De la Rúa, los desafíos actuales ponen en escena los mismos dilemas, irresueltos: inflación, déficit fiscal, dólar, deuda y FMI y una esfera política que no termina por alcanzar un estado de normalidad sostenible y naturalizado.
Dos indicadores trazan un arco invisible entre aquel septiembre de 2001 y este de 2020: me refiero al riesgo país y los niveles de pobreza. En esta crisis de hoy, un riesgo país de 1104 puntos, vivido como un alivio después de bajar ayer desde los 2.138 puntos luego de la reestructuración de la deuda, contra los 1.486 puntos de esos días de septiembre de 2001, apenas una diferencia de 382 puntos entre aquella crisis y la actual.
La pobreza, que según cálculos expertos alcanzó en el primer semestre de este año al 41% después de un 35% en el segundo semestre de 2019, se hace eco de los niveles de pobreza de 2001, que fue del 35,4% en octubre de ese año, y pasó en 2002 a un porcentaje en torno al 50%.
Del riesgo país a la pobreza, un juego de espejos cruel que refuerza una vivencia colectiva: la imposibilidad de la Argentina de salir de su propio laberinto. Con varios agravantes.
El primero, que la democracia argentina vive hoy su segunda posibilidad de reseteo: 19 años desde aquella crisis dramática que tuvo su gobierno interrumpido, sus muertos por represión y una discusión todavía abierta en torno al rol del peronismo en la escalada de la crisis. El nombre de Eduardo Duhalde y su papel es parte de esos debates. Un nombre que volvió a la escena para anticipar una asonada militar. Esas palabras resonaron en el piquete de la policía bonaerense frente a la Quinta de Olivos.
En aquel 2001, esos primeros 18 años de democracia transcurrida desde 1983, habían dejado lecciones, pero también deudas irresueltas. Entre las lecciones, la opción militar descartada como salida a los conflictos políticos. Entre las deudas, crisis social y económica estructural y una clase política incapaz de encontrar un tono constructivo a la alternancia en el poder y a las negociaciones propias entre las mayorías y las minorías. Diciembre de 2001 fue el ejemplo de un tipo de quiebre nuevo en la institucionalidad. Hay debate acerca de si fue golpe o no.
De un reseteo de la vida política, social y económica a otro. De 1983 a 2001 y de ahí, a este 2020, 19 años después del "Que se vayan todos" y las deudas que vuelven.
Segundo, esta crisis de hoy muestra una mayor impotencia argentina para torcer el rumbo a partir del contraste con países cercanos. Varios de los países de la región han logrado consolidar un camino de desarrollo económico sin cimbronazos sociales ni políticos. Uruguay es el caso más claro. Se impone la pregunta: ¿por qué Argentina no? Si el estancamiento no es destino y la tensión política no es la única normalidad posible, ¿por qué sí lo es para la Argentina?
Tensión política versus el reino de la moderación
La tercera cuestión que agrava este segundo reseteo que llega en medio de la pandemia tiene que ver con el modo de hacer política. ¿Que aprendió la clase política de estos segundos 19 años?
El primer kirchnerismo empezó su experiencia histórica, el nestorismo, con la idea de la transversalidad y los consensos y la terminó con la polarización extrema del kirchnerismo en versión cristinista.
La presidencia de Alberto Fernández aporta lo suyo a un funcionamiento político que empieza a presentarse como la causa de los problemas endémicos. Por un lado, porque sus promesas de consenso alfonsinistas quedaron olvidadas en el ejercicio diario del poder. Desaparecido el logro de gestión de la pandemia, esta semana se acentuó un modus operandi que se iba desplegando gradualmente en los últimos meses: el de la creación de tensión política, construcción de incertidumbre en un contexto de falta de certezas de por sí agobiante, como es el de la pandemia, y el de una palabra política cuya verdad es desafiada por otros gobiernos, en las comparaciones de filminas de pandemia, por otras provincias, por políticos de la oposición como el mismo Larreta aclarando que no fue advertido sobre la quita del punto porcentual de coparticipación, y desafiada también por sus propios funcionarios: en este caso, el jefe de gabinete Santiago Cafiero. Del "muy hablado" según el presidente Fernández en relación al tema coparticipación a "hace mucho que no hablamos", según Cafiero.
Vicentin. Reforma judicial. Congreso virtual o presencial. Poda de la participación de CABA. En medio de la pandemia, el oficialismo construye conflictos con el mismo éxito con el que destruye consensos. Y da con justificaciones curiosas: "Esta fue una medida unilateral, acá no había una negociación, lo que hicimos fue impartir justicia", dijo Cafiero. Una frase significativa por los poderes que se atribuye el Ejecutivo. Todos.
En la vereda de enfrente, Larreta se elevó por sobre el incidente: "Mis convicciones no cambian por una decisión que considero errada e intempestiva. Mi convicción es el diálogo". Y no son palabras menores: dichas por un político que tiene funciones ejecutivas, cada acto de gobierno podría desmentirlo. El maratonista Larreta por ahora parece coherente.
Los bonaerenses en CABA
Consenso por un lado y gestión racional basada en presupuesto por el otro. Larreta subrayó ese otro aspecto. El impacto de la quita en la coparticipación presenta preguntas que se contestarán a futuro. Pero lo que está claro es que no alcanza solo a los porteños. Dos conjuntos de datos en este sentido.
Por un lado, la educación pública de CABA recibe en sus aulas a chicos del conurbano bonaerense. Sobre la matrícula total de alumnos de nivel inicial, primaria y secundarias públicas, el 26 por ciento son alumnos que llegan a las escuelas porteñas desde el conurbano, sobre todo desde La Matanza. El 9% son alumnos llegados desde el municipio de la vicegobernadora Magario. Cálculos oficiales estiman que habría entre un 10 y un 15% más de alumnos del conurbano en CABA, que ocultan su domicilio real.
En el nivel inicial, un 7,4% de alumnos llegan desde el conurbano. En primaria, el porcentaje de estudiantes del conurbano es del 9,4%. Y en secundaria, el 9,3%.
En los hospitales públicos porteños se da un fenómeno similar. Según cifras oficiales, en promedio, en todos los hospitales públicos, un 40% de los pacientes proviene de la provincia de Buenos Aires. En tres hospitales, el Santonjanni, el Argerich y el Zubizarreta, la proporción es mayor: un 60% de los pacientes es de la provincia gobernada por Axel Kicillof. La atención de bonaerenses en CABA viene creciendo desde 2018.
Durante la pandemia, el 39% de los tests PCR en CABA estuvo destinado a no residentes, la mayoría del conurbano bonaerense. Ayer jueves, el 46 % de los testes PCR se realizó a bonaerenses. El 33 % de las personas internadas en Unidades de Terapia Intensiva por Covid 19 y el 26 % de los pacientes moderados con coronavirus son no residentes, principalmente de la provincia de Buenos Aires.
El alcance del impacto sistémico de ese "afectar intereses", ese modus operandi político que reivindica Máximo Kirchner y que le da identidad al hacer político de su madre, está por verse todavía. Primero, en relación a la capacidad que tendrá CABA para contener a poblaciones residentes y no residentes, en gran parte proveniente de la provincia que se benefició con el punto de CABA.
Por otro lado, en relación al efecto dominó que puede tener el afectar positivamente los intereses corporativos de la fuerza policial, con aumentos de sueldo, cuando se afectan negativamente los intereses de otra corporación, la corporación docente, que negoció un porcentaje de aumento cero en paritaria. Por eso el otro sentido especial que adquiere este 11 de septiembre, otro día del maestro: intereses docentes afectados negativamente en una lógica distributiva que parece estar más bien regida por la capacidad de presión de cada grupo. Policía con arma, gana.
Consenso y supervivencia
El otro impacto cuyos resultados se verán en el mediano plazo es político. Si la decisión del presidente Fernández de afectar los intereses de CABA, en el lenguaje del joven Máximo, termina subiendo al escenario nacional a Larreta, que acaba convirtiéndose en su gran error político: un contrincante con mejor imagen positiva que el mismo Presidente. En ese caso, habría convertido en héroe a Larreta, el dueño más claro de la política del consenso y del gesto amable. Larreta y su ministro de Salud, Fernán Quirós, ambos con alta imagen positiva en las encuestas. La opción moderada que puede extender la base electoral de Juntos por el Cambio. Una cuña también en esa interna, que le quita fuerza a los extremos de centro derecha.
Esa incertidumbre política que se autoinflige el oficialismo en una cadena de decisiones unilaterales se da un contexto único cuyos efectos críticos no llegamos a dimensionar. Una caída del PBI que se calcula llegará a un 12% o más. Una vacuna que no llegará tan rápido como se preveía, si alguna vez llega, y hace cada vez más imposible el reclamo de cuarentenar hasta que nos vacunemos. Un contexto internacional de parate económico generalizado.
Insistir con la misma lógica, esa concepción política de la "afectación de intereses", es decir del conflicto, que viene desperdiciando ciclos de oportunidades históricas aún en épocas de vacas gordas, no parece el mejor camino. Es un ticket de ida hacia una condena y no precisamente al éxito. Construir territorios comunes donde todos ganen algo y pierdan un poco es la deuda pendiente de la política en la Argentina. Vivir con la idea de que el otro es parte, y no enemigo a excluir. Tener en cuenta los intereses en conflicto para encontrar zonas de diálogo y construcción. No el consenso sonso, sino el ejercicio del poder político para dirimir diferencias y alcanzar un balance inestable en corrección continua: naturalizar la lógica de la diferencia, la negociación y el consenso. Es de las pocas cosas que falta sacar de la galera. No es magia. Es sentido de supervivencia.
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