Los Fernández y el error de multiplicar enemigos
A cada desafío y problema que presenta la realidad, el Gobierno responde con reflejos adquiridos que han perdido eficacia: la confrontación, por un lado; el control punitivo, por el otro
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De fustigar al FMI, la Justicia y los medios independientes a desafiar innecesariamente a la sociedad con el pase sanitario. El gobierno de los Fernández sigue empecinado en confundir la política con construir enemigos y solucionar problemas sanitarios, con castigar antes que incentivar y motivar. Desde arriba del escenario de la plaza del viernes, pero también abajo del escenario, en la sociedad, el oficialismo kirchnerista sigue en modo pavloviano. A cada desafío y problema que presenta la realidad, responde con reflejos adquiridos que han perdido eficacia: la confrontación, por un lado; el control punitivo, por el otro, y finalmente, como resultado, el aislamiento en su burbuja de certezas. Las lecciones de la derrota de noviembre parecen no haber hecho mella. Con ese modus operandi, el Gobierno ni soluciona problemas ni tampoco consolida su base electoral.
Pero el panorama es todavía más inquietante. Con el pase sanitario, el oficialismo aporta a la construcción y consolidación de un enemigo hasta ahora casi inexistente en la Argentina, los antivacunas, que ahora empiezan a encontrar masa crítica y argumentos de apoyo en una sociedad que resiste a los avances arbitrarios de un Estado kirchnerista imprudente a la hora de administrar la pandemia y de meterse con el cuerpo de los otros. Primero fue la cuarentena extensa con el cierre de escuelas. Ahora, el pase sanitario. Ni una ni otro encuentran, ni encontraron, datos confiables que los justifiquen. El problema no eran los antivacunas, pero pueden ser los anti-Estado kirchnerista cuando ese Estado se vuelve sesgado, manipula los datos y violenta derechos.
En esta instancia, el Gobierno no solo construye enemigos retóricos, sino enemigos reales con poder de trabar un proceso de vacunación en marcha que en la Argentina no encontraba resistencia. La cifra está ahí para confirmarlo: aun cuando la campaña de vacunación llegó tarde a la Argentina, hoy el 83% de los ciudadanos mayores de 12 años ya tiene las dos dosis de la vacuna.
La sociedad argentina se moviliza positivamente ante las campañas de vacunación cuando hay vacunas disponibles y confianza en el Estado. En marzo, apenas un 13,95% de argentinos decía que no se vacunaría si hubiera una vacuna disponible mientras que en Francia esa cifra llegaba al 28%. Son los resultados de un trabajo realizado desde el MIT y titulado “Covid-19. Encuesta de creencias, comportamientos y normas”. Y en 2015, la Argentina, donde el 89,4% de los argentinos expresaba confianza en las vacunas, estuvo entre los países con mayor confianza en la vacunación. Francia y Japón, con apenas un 8%, fueron los países donde hay mayor desconfianza. Así surgía de la investigación del Imperial College de Londres y publicado en The Lancet en 2020, “Mapeando tendencias globales de confianza en las vacunas e investigando barreras en la vacunación”.
Por eso el pase sanitario entra, otra vez, en el cono de desconfianza de un gobierno que hace política sanitaria como si hiciera política partidaria. Lo intentó Cristina Kirchner durante la campaña electoral, cuando desde el Congreso hizo su alegato en la causa del memorándum con Irán y allí asoció su crítica a los medios con los antivacunas, como si tuvieran peso suficiente: “Así les fue a muchos argentinos que no quisieron vacunarse porque les habían dicho por la radio y televisión que la vacuna era veneno”. Los datos desmintieron esa fantasía retórica: la Argentina es provacunación.
La narrativa del FMI expoliador y la justicia como sinónimo de lawfare y un pase sanitario disciplinador son dispositivos de alta eficacia en la militancia kirchnerista, inclinada a abrazar con convencimiento los sesgos que le proponen el Presidente y, sobre todo, la vicepresidenta, y abierta a una aceptación obediente de la restricción de libertades desde el Estado. Esa disposición política marcó el ritmo de la falta de clases presenciales que el kirchnerismo defendió a rajatabla: “Clases hubo” fue el caballito de batalla que sostuvo el votante más fiel del oficialismo cuando llovían las advertencias sobre los efectos colaterales gravísimos que se acumulaban en la niñez y la adolescencia por la falta real de clases. En ese contexto, la sociedad generó otros anticuerpos, no solo contra el Covid-19. Aun quienes se vacunaron y sostienen sus beneficios resisten la dimensión más autoritaria del Estado kirchnerista. Esa resistencia es saludable, pero al mismo tiempo genera un contexto propicio donde puede colarse y fortalecerse la posición antivacuna. El kirchnerismo lo hizo.
“Grab the jab” o, en castellano, “Tomate un pinchazo”. Esa fue la campaña de vacunación contra el Covid-19 que ideó el National Health System británico, el mítico NHS, con el objetivo de incentivar la vacunación antes del inicio de la Copa UEFA Euro 2020. Estuvo especialmente dirigida a la población mayor de 18 años y centrada en pubs y bares, donde se los instaba a vacunarse. Nada de control punitivo y restricciones. “Sabemos que los más jóvenes tienen una vida de trabajo y de familia ocupada y compromisos sociales, especialmente con el campeonato de fútbol, y queremos hacérselo más fácil y posible”, explicó por entonces el director médico del NHS England, Vaughan Lewis.
La multiplicación de enemigos se intensifica en un contexto de crecimiento exponencial de dificultades. A los nuevos enemigos, se le suman los viejos. Y con los enemigos de siempre como la Justicia o el FMI, llegó la elección de los amigos, el brasilero Lula y el uruguayo Mujica, consagrados como tales en el rol central que tuvieron en la fiesta de la democracia argentina.
Los espejos elegidos, Mujica y Lula, en realidad escenifican un problema, el de los gobiernos de centroizquierda de la Patria Grande y su relación con la corrupción. El dato central que organizó esa especie de genealogía de la Patria Grande donde Cristina Kirchner busca inscribirse es su relación con la Justicia. Intentó convertirse en una crítica al lawfare, pero lo que termina resaltando es otra constante: las denuncias de corrupción que pesan sobre los expresidentes o sus coaliciones.
La que sale peor parada es Cristina Fernández: sobreseída en las causas Los Sauces y Hotesur sin siquiera presentarse a un juicio oral, no logra limpiar su imagen a través del Estado de Derecho. Lula, en cambio, fue condenado y fue la misma Justicia que cuestiona la que lo dejó libre: en prisión durante 19 meses, esa experiencia marca una diferencia sustancial con la vicepresidenta, que no puede mostrar la legitimidad de sujetarse a derecho. Mujica es el grado menor del problema en un Uruguay que tiene los mejores indicadores de transparencia de la región. Según Transparencia Internacional, en 2018, Uruguay fue el país de América Latina con menor índice de percepción de corrupción y ocupó el puesto 23 entre 180 países del mundo. Sin embargo, la salida del poder del Frente Amplio también tuvo a las denuncias de corrupción como uno de los factores centrales.
Con la apropiación del Día de la Democracia por parte del Gobierno y el pase sanitario, el kirchnerismo insiste en hablarle sobre todo a su electorado, que por eso mismo se hace cada vez más reducido. “La Plaza es la relación directa entre los dirigentes y los ciudadanos que muchas veces los medios obturan”, fueron las palabras de Máximo Kirchner en medio de la plaza peronista movilizada con los recursos del Estado argentino. De la Plaza al pase, el oficialismo cohesiona a la parte de la sociedad para la cual gobierna en medio de la interna que atraviesa el Frente de Todos en su propia versión de guerra entre halcones y palomas. La diferencia no está en si unos u otros quieren ajuste o no. El ajuste inflacionario es un hecho. La diferencia entre los plumíferos oficialistas está más en el grado de explicitación con el cual quieren plantear esa necesidad ante su parte de la sociedad. La Plaza del viernes dejó claro que, por ahora, el ajuste se disfraza con la construcción de nuevos enemigos y la apelación a los de siempre. Pero la coalición gobernante enfrenta un dilema: cuanto más intenta reforzar su identidad, más achica su base electoral.
Entre espejos que reproducen su imagen al infinito, el kirchnerismo sigue aislándose en una Plaza del lawfare que ensordece y una concepción imprudente del Estado que confirma los sesgos de su propia tribu. El camino a 2023 se plantea cada vez más complejo.
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