López Murphy, un candidato que crece con vuelo propio
La sección Enfoques de la presente edición se abre con una nota sobre el ministro de Economía, Roberto Lavagna, como el hombre del año en la Argentina. La crónica que sigue se ocupa, en cambio, de quien podría ser señalado como la revelación política del año: Ricardo López Murphy, el economista que, a comienzos de 2002, empezó a elaborar, desde la nada, una candidatura presidencial que, paso a paso, ha ido creciendo en la consideración pública y llevado a quien la encarna a ocupar un puesto nuevo de relevancia en el escenario nacional.
En marzo, López Murphy mantenía aún su afiliación a la Unión Cívica Radical; en septiembre constituía su propio partido político.
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El 10 de agosto de 1951, en momentos fragorosos de la política argentina, nacía, en Buenos Aires, Ricardo Hipólito López Murphy. Un mes y medio más tarde estallaba la revolución antiperonista que encabezó el general Benjamín Menéndez. Y, tres meses después, el 11 de noviembre, a galope de la victoria sobre los militares insurrectos, Juan Perón-Hortensio Quijano vencían con holgura a la fórmula del radicalismo, Ricardo Balbín-Arturo Frondizi. La familia de Juan José López Aguirre y de Brígida Murphy estaba vinculada por las razones de la política y de los afectos personales con ambos candidatos del radicalismo. El hijo nacido aquel 10 de agosto llevaría el nombre de Ricardo por el candidato presidencial y el de Hipólito por el ex presidente Yrigoyen.
Balbín sería el padrino de bautismo, pero las dificultades de todo tipo que por esos días afrontaban los dirigentes de la oposición harían imposible a Balbín asistir a la ceremonia en la que se le había reservado un papel estelar; en su representación, Frondizi ayudó a sostener al niño mientras el sacerdote impartía la bendición.
Han pasado 51 años, en los cuales la Unión Cívica Radical sufrió fracturas sucesivas, a las que se sobrepuso al punto de conquistar tres veces el poder, sin contar el triunfo de Frondizi en 1958. Nada ha sido comparable, sin embargo, al cuadro actual de descomposición en el que está sumido el radicalismo desde la caída del presidente De la Rúa, la constitución a izquierda y derecha del viejo tronco de nuevas expresiones cívicas -la de Carrió, por un lado; la de López Murphy, por el otro- y todo esto acentuado por el escándalo infausto de las recientes y aún irresueltas elecciones internas de la UCR.
Lo natural es que López Murphy sea uno de los beneficiarios de la crisis producida en el partido en el que militó su familia desde que lo hiciera el bisabuelo paterno, radical de General Alvear y amigo de Yrigoyen, que era propietario de un campo de la zona, en Micheo.
El candidato del Movimiento Federal Recrear computa aquella posibilidad sólo como un dato más dentro de los que van configurando el potencial de su candidatura, que en los sondeos generales hoy tiene asegurado alrededor del 7,5 por ciento de los votos. Está convencido de que sus ideas personales ocupan un lugar restringido en relación con la magnitud de la intención de voto que lo acompaña y que ésta es inferior a la dimensión del espacio político que deberá ocupar su candidatura al final de la campaña.
López Murphy se siente como un liberal que proviene del campo de la cultura y admite que su liberalismo ha perdido coloratura y perfil a raíz del impulso por absorber parte de la heterogeneidad del país. Sabe que el voto en su favor arranca desde la clase dirigente del país y se prolonga en los sectores medios. Su mayor aspiración consiste en interpretar a un arco ciudadano que se extienda desde la socialdemocracia al conservadurismo, sobre la base de que él es quien mejor puede interpretar el reclamo por una mayor razonabilidad en el manejo de los asuntos públicos que el mundo formula desde hace tiempo a la Argentina.
"Tengo que representar a ese espectro frente a un régimen político que se cae a pedazos", reflexiona el candidato.
¿López Murphy, dogmático? Cayó en sólo dos semanas como ministro de Economía de De la Rúa por defender de forma abierta ideas de racionalidad fiscal que después representaron poca cosa comparadas con todo lo que pagaron los argentinos en los últimos veintiún meses. Ahora se lo advierte más elástico, cuidadoso, observa él mismo, en no menoscabar ningún apoyo. Menciona la contribución a su campaña del escritor Juan José Sebreli, de quien afirma que expresa mejor que nadie una visión social que procura reconstruir el Estado para que dé respuesta a las heridas sociales del país.
López Murphy se entusiasma con el pragmatismo político de Lula y, en particular, con el coraje que expuso cuando aceptó, con riesgo para una ventaja abrumadora en las encuestas preelectorales, la invitación del presidente Cardoso de asumir una posición común de Brasil ante requerimientos mundiales.
"De Gennaro, Carrió, son respetables en función de puntos de vista diferentes de los míos, ¿pero usted los imagina -pregunta al cronista- designando a Meirelles presidente del Banco Central? Eso que ha hecho Lula ha sido más audaz de lo que sería designar aquí a Manuel Sacerdote ministro de Economía, porque Meirelles era el número uno del BankBoston, pero a escala mundial, mientras que Sacerdote lo es sólo para la Argentina."
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López Murphy está casado con Norma Ruiz Huidobro, contadora pública, con quien tiene tres hijos: Pablo, estudiante de economía en la Universidad de California; Analía, economista y licenciada en administración de empresas, que trabaja en un banco de Nueva York, y Ezequiel, el menor, que comienza aquí estudios universitarios.
El candidato del MFR juzga que la crisis argentina de los últimos años se asienta sobre un largo proceso de decadencia nacional, que ha tenido como mal mayor la pérdida creciente de institucionalidad. Dice que es indispensable corregir con urgencia dos errores estratégicos que llevaron al retroceso argentino: primero, el de la mala lectura que durante décadas hicieron los dirigentes argentinos de la dirección en la que iba el mundo; segundo, el de los diagnósticos erróneos sobre lo que no ha funcionado bien en la Argentina.
López Murphy sostiene que la decadencia aisló a la Argentina y que si bien en los años noventa la involución se revirtió en la superficie, en otros aspectos no hizo más que agravarse. Hubo ejes correctos de conducción, apunta, como los de que era necesario abandonar el papel del Estado empresario, pero continuó la degradación de las instituciones y de la cultura política. Por eso entiende que nada es más importante que reestructurar las instituciones del país a fin de evitar la repetición de catástrofes que en su momento no fueron mensuradas como tales: la enorme permisividad fiscal, la existencia de diputados truchos, la ampliación de la Corte Suprema para hacerla adicta a la administración de turno, la forma en que se gestó la reforma constitucional de 1994 o el procedimiento por el cual se forzó la remoción de Andrés D´Alessio de la Procuración General de la Nación.
"Tengo un gran respeto por Maqueda. Creo que es uno de los juristas más calificados del justicialismo, pero no lo hubiera propuesto para la Corte Suprema porque hay que evitar que cada gobierno quiera tener una Justicia propia. Allí quiero la máxima excelencia. Mi candidato hubiera sido Augusto Mario Morello", remata refiriéndose al gran procesalista, a quien muchas mañanas suele vérselo tomando café en Scuzzi, en Vicente López, entre Rodríguez Peña y Montevideo.
López Murphy se agravia por el grado de corrupción pública de la década anterior, que muchos justificaron en nombre de la realpolitik, pero no la considera de grado mayor que las de otros tiempos; simplemente, estuvo más a la vista que otras, afirma.
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Después de pasar revista a todos esos años el candidato habla de la viabilidad de su candidatura. Tiene la certidumbre de que eso dependerá de la comprensión final que haya entre la mayoría de los ciudadanos sobre todo lo que ha acontecido en el país.
En las ruedas de diplomáticos en Buenos Aires o en los centros de poder, en Europa, se considera a López Murphy con holgura como el más competente entre los políticos que aspiran a la presidencia en la Argentina, aunque todos coinciden en estimar que el PJ retendrá el poder en las elecciones de abril. La prensa nacional y extranjera suelen presentarlo como el candidato de centroderecha. ¿Acepta esa calificación?
"No, no me gusta", contesta. Está dispuesto a aceptarla sólo si la izquierda admite que sus faros luminosos del pasado -por usar una expresión de Victorio Codovila, máximo jerarca del PC argentino desde su fundación, en 1920, hasta su muerte- fueron tipos de la calaña de Stalin y Pol-Pot. Lo dice con el regocijo de quien sabe que escandaliza y disfruta con las caricaturas que hace brotar unas tras otras de la conversación. De lo contrario, agrega, se limitará a insistir en que si él fuera, por ejemplo, europeo, no se sentiría cercano a la derecha, sino más bien a los liberales británicos, amantes de la paz internacional y reconocedores del papel que han cumplido en el mundo moderno las grandes organizaciones internacionales, comenzando por la ONU, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
"Es mejor ser subordinado del sistema internacional que esclavo de una potencia", enfatiza.
No le incomoda, en cambio, el rótulo de liberal, con la condición de que esté referido al liberalismo que supo crear las condiciones que hicieron respetar los derechos humanos y la igualdad de oportunidades, sentaron las bases de estímulo a la creatividad y a la tolerancia. Es consciente de que terciará en la lucha política entre el peronismo y el radicalismo -bien que ahora disminuido en términos que asombrarían a sus viejos luchadores- como antes lo hicieron el general Pedro Eugenio Aramburu (en los sesenta), Francisco Manrique (los setenta), Alvaro Alsogaray (los ochenta) y Domingo Cavallo (los noventa). Pero confía en que su prédica alcanzará a sectores más amplios y diversos que los que respondieron a aquellos emprendedores políticos, mientras se ilusiona con entrar en un ballottage.
La voluntad de reconstruir el Estado es una constante en la exposición de López Murphy. Revela que en respuesta a un requerimiento del entonces vicejefe de Gabinete y actual embajador en los Estados Unidos, Eduardo Amadeo, dirigió al presidente Duhalde una carta que no ha sido hecha pública con la propuesta de las reglas que debía seguir la Argentina en su negociación de la deuda y de cómo asegurar la continuidad de la dirección y gobernabilidad del país: haciéndose todos responsables de la definición de algunos grandes temas, como ha ocurrido en Corea y Brasil.
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La educación, la salud pública y el empleo ocupan un lugar preferente en la agenda de propuestas de este economista con posgrado de la Universidad de Chicago, católico militante e hincha de San Lorenzo de Almagro, derivación natural ésta de que su padre fuera dirigente de la sexta sección electoral de la UCR porteña. Juan José López Aguirre, su padre, fue diputado nacional y jefe de policía del gobernador radical de Buenos Aires Anselmo Marini y dueño, por un tiempo, de un matadero. Su madre fue empleada de una empresa aérea.
Quiere un país con sólo una moneda y no con quince o más. Quiere arreglar la deuda pública con quitas, plazos largos y tasas muy bajas de interés, con el compromiso de que el país no se endeudará hasta saldar sus compromisos. Está convencido de que el Estado no debe hacerse cargo de la socialización de las deudas privadas, pero también de que una vez resuelta la cuestión de la deuda pública convendrá a todos crear las condiciones que ayuden al sector privado a salir del shock sufrido por el derrumbe general de la economía.
Hasta aquí el doctor Carlos Menem ha sido el candidato que con mayor energía ha hablado de acabar con la indisciplina social en las calles y rutas del país. El doctor López Murphy ha evitado en los discursos referirse a ese tema, pero nadie duda de que si fuera presidente de la Nación un hombre de su carácter no dejaría pasar un día sin procurar la restauración inmediata del orden público y de la seguridad individual y colectiva constantemente jaqueadas. Lo confirma en este diálogo sin corregir una palabra: "No dejaría pasar un solo día..."
Conoce los temas militares por haber sido ministro de Defensa. Cree que debe continuarse con el proceso de modernización de las Fuerzas Armadas a fin de que puedan desplegarse con rapidez y actuar con mayor interoperabilidad. Espera de la Justicia que responda a la ley y a las tradiciones argentinas en materia de irretroactividad de las normas penales y de imperio de la cosa juzgada. La guerra ha terminado, subraya, y el Congreso sancionó en debida forma las leyes de obediencia debida y punto final.
Han quedado atrás sus años de vecino de la calle Beauchef, en Caballito, y los de estudiante en la Universidad de La Plata, en los que llegó a ser secretario de la FULP. Reconoce haber estado a la izquierda de Federico Storani, pero más que por vocación personal porque el Centro de Estudiantes, que presidía, era más radicalizado en sus posturas que el Centro de Derecho, en el que actuaba el ex ministro del Interior.
¿Alguna contrariedad por aquellos años de militancia en Franja Morada? No, no la tiene. "Aquella Franja Morada -comenta- fue un canal de protesta y rebeldía que hizo primar valores institucionales por encima de los sueños del partido único de los que se sumergieron en la violencia." No lo afirma él, pero de esas palabras se infiere que Franja Morada contribuyó a salvar de la muerte a parte de una generación perdida en la subversión.
"Yo cambié con los años. Todos vamos encontrando en el camino nueva información y nuevas interpretaciones de los fenómenos de los que hemos sido actores. La utopía sangrienta de la Europa oriental colapsó. Nadie quiere volver a eso. ¿O es que alguien quiere todavía imitar a Corea del Norte?", se pregunta con la intención robusta y chispeante de siempre.
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