La tradición peronista desembarca en la Casa Blanca
El éxito del líder republicano fortalece a los populismos en todo el mundo; su modelo es una combinación de cesarismo político y proteccionismo económico
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Donald Trump triunfó en todas las dimensiones posibles de su competencia con Kamala Harris. Lidera ahora la marcha del Partido Republicano hacia el control total del Congreso. Un capital institucional incrementado por el alineamiento de la Suprema Corte de Justicia, donde gravita una mayoría conservadora de seis jueces, tres de los cuales fueron nominados por él. Este aparato de poder otorga verosimilitud a la más inquietante promesa de campaña del presidente electo: “Durante un tiempo seré un dictador”.
El regreso de Trump a la Casa Blanca promete estar impulsado por un espíritu de venganza. Será clave la selección del General Attorney, titular del Departamento de Justicia, del que depende el FBI. En esa agencia, desde donde se comandaron las investigaciones contra el empresario, que incluyeron allanamientos a sus domicilios, hay que esperar purgas. Igual que en la CIA, desde donde se filtraron las conversaciones con Ucrania para denunciar negocios de un hijo de Joe Biden, y en el aparato de Defensa: allí el pecado lo cometió el general Mark Milley cuando avisó a un par de China que Trump no lanzaría la guerra contra ese país.
El que llega es otro Trump. Alguien que conoce todos los resortes de la burocracia y que carece ahora de grandes limitaciones políticas. Hay que tener en cuenta estas peculiaridades. Porque trascienden la escena doméstica de los Estados Unidos. La victoria de anteayer tiene el efecto de una convalidación ideológica para numerosos liderazgos y movimientos de ultraderecha. Javier Milei encarna a uno de esos políticos que ve en el resultado electoral norteamericano un avance personal de varios casilleros. Es lo que sucede con la italiana Giorgia Meloni, con el húngaro Víktor Orban o con el brasileño Jair Bolsonaro, aun cuando está fuera del poder.
Pero esa convalidación no se limita sólo a la dimensión conceptual de la política. Es también el aval a una tendencia hacia la concentración del poder reñida con la sensibilidad liberal. El aplauso más expresivo para esta orientación lo ofreció Bolsonaro en un emocionado mensaje en el que presenta a Trump como “un verdadero guerrero. Un hombre que, incluso después de enfrentar un brutal proceso electoral en 2020 y una persecución judicial injustificable, ha vuelto a levantarse, como pocos en la historia lo han logrado”. El expresidente brasileño habla, como es obvio, de sí mismo: ya ha sido inhibido de participar de las elecciones hasta 2030 y todavía le espera la probable condena por su involucramiento en el asalto a la Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, el 8 de enero del año pasado. Bolsonaro saluda en el éxito de Trump la derrota del deep state, el sottogoverno del que hablaba Norberto Bobbio. Una red de actores opacos y arbitrarios que conducen la vida pública, sobre todo los mecanismos judiciales, desde las tinieblas y guiados por intereses de facción.
Esta caracterización desmonta las clasificaciones tradicionales. La gloria de Trump podría ser vista como un reconocimiento a Cristina Kirchner y sus denuncias de lawfare, tan cercanas a las del candidato ganador, a las de Bolsonaro, y a las del propio Lula, sobre todo durante los 508 días que estuvo tras las rejas. Porque la aspiración del presidente electo a conducir, siquiera por unos meses, una dictadura, es la exaltación de un estilo cuyo nombre vulgar es “populismo”, que despierta rechazos que serían inesperados para una interpretación perezosa de los alineamientos políticos. Entre los más notorios estuvo ayer la editorial de Faes, la fundación liderada por el expresidente del gobierno español José María Aznar. En ese texto se afirma que el único motivo de celebración que ofrecen los resultados del martes es que, gracias a la Constitución de los Estados Unidos, el mandato que Trump comenzará el 20 de enero será el último.
El think tank de Aznar sostiene que el regreso de Trump es el de “un populismo adobado de planteamientos proteccionistas, aislacionistas, y de actitudes intemperantes que en su momento llegaron al abierto desafío institucional alentando ni más ni menos que un asalto al Capitolio. Es cierto que Trump también encarna una falta de decoro muy de moda en todas las latitudes. Lo que se dice, según ese patrón, suele tener poco que ver con lo que luego se hace y menos todavía con lo que se piensa, en el caso de que se piense algo. Por eso es tan difícil hacer pronósticos sobre el curso de acción de demagogos impredecibles”.
Los rasgos dominantes que alarman a Aznar, enfervorizan al oficialismo argentino. Patricia Bullrich, por ejemplo, divulgó ayer un inventario de reflexiones derivadas de la victoria republicana. Lo encabezó adhiriendo a una melodía común a todos los populismos: la condena del periodismo profesional, cuya defunción estuvo a punto de anunciar. Tardía autocrítica de una candidata presidencial que, después de hacer toda su carrera pernoctando en estudios de TV, cayó derrotada por un activista de las redes sociales como su actual jefe.
No es la única paradoja de las inferencias de Bullrich. También respaldó “los liderazgos fuertes y el nacionalismo inteligente”, en un doble homenaje a Trump y la señora de Kirchner del que quedaría excluido Milei. Al menos hasta ahora se resiste a ser nacionalista. El comunicado de la ministra es interesante porque no se cansa de ofrecer explicaciones contradictorias. No sólo diagnosticó que con la victoria republicana triunfó el capitalismo, como si los demócratas fueran comunistas. Sostuvo también que la elección norteamericana estuvo determinada, casi en exclusividad, por la economía. Crecimiento cercano al 3%; inflación que ronda el 2,7%; desempleo de 4,1%. Bullrich no llega a explicar por qué no ganó Kamala Harris.
Sin embargo, el principal motivo de perplejidad de esas reflexiones es la adhesión a la prédica económica de Trump. Porque el eje central de su campaña fue la defensa del proteccionismo. Es decir, la promoción de una política que está en las antípodas de la que defiende la administración de la que Bullrich forma parte. La concepción económica del nuevo presidente de los Estados Unidos se sostiene en la necesidad de resguardar la vida material de los norteamericanos con un cerco arancelario que, por definición, es estatal. Por eso los primeros fuegos artificiales que se encendieron la noche del martes salieron de la fundación Protejer, que lidera Teodoro Karagozian, empresario textil cuya fobia hacia cualquier competencia externa le valió la expulsión del cuerpo de asesores del Presidente.
La ovación de Bullrich a la nueva elección de Trump disimula la dimensión más interesante de lo que ha producido la democracia estadounidense: el ascenso de una expresión con características muy familiares a la tradición peronista. Cesarismo político, proteccionismo económico, y un desdén por la corrección institucional que se creía ajeno a la cultura cívica de esa sociedad. Soberanía política, independencia económica…, con estirarse un poquito hacia la justicia social, Trump lograría izar las tres banderas.
El enfoque económico que alegra a la ministra de Seguridad plantea, además de una incongruencia teórica, un problema objetivo para la Argentina de Milei. Si el nuevo presidente de los Estados Unidos llega a cumplir con sus promesas de campaña, que consisten en una fuerte suba de aranceles, en su país habrá un rebrote inflacionario. Trump habló de proteger el mercado norteamericano de las importaciones chinas con una tarifa del 60%. Al mismo tiempo, todos los productos ingresados desde el exterior, tendrían un sobrecosto del 10%. Los economistas especulan con que esta protección a las empresas nacionales agregaría 2,5 puntos porcentuales a la inflación.
Si los anuncios se verifican, lo que viene es una tensión entre Trump y la Reserva Federal, acaso más ácida que la que caracterizó a su primera presidencia. Porque el Banco Central de los Estados Unidos dejará de bajar la tasa de interés. O tal vez quiera subirla. Quiere decir que podría aparecer un atractivo por los bonos norteamericanos que fortalecería al dólar frente a las demás monedas. Entre ellas, el peso. Es una mala noticia para la pretensión de levantar el cepo cambiario una vez que la brecha sea casi cero. Sin evaluar otras derivaciones. Porque el fortalecimiento del dólar tiende a coincidir con una caída en los precios de las materias primas, con el impacto que eso tiene en la economía argentina.
Son conjeturas, como explicó Aznar a través de su fundación, los demagogos son impredecibles. Así como el nuevo Trump estará menos expuesto a la limitación política, deberá lidiar con algunas barreras económicas. Por ejemplo: ¿qué consecuencias tendría el arancel antichino para las baterías importadas? Porque el 50% de las que se destinan a la industria automotriz tienen ese origen. A propósito de baterías: es casi seguro que con la nueva gestión del líder republicano habrá un fortalecimiento de la industria petrolera. La Argentina no es indiferente a ese cambio, que podría implicar la liberación de las numerosas iniciativas de licuefacción de gas que Joe Biden tiene frenadas. La mayor oferta de ese combustible es muy relevante para el que quizá sea el proyecto más interesante del área energética en estos días: el establecimiento de uno o varios barcos con plantas de licuefacción que expandan la posibilidad de exportar ese combustible, abriendo el techo productivo de la formación Vaca Muerta.
No se pueden imaginar giros drásticos. Pero Trump estará lejos de alentar las energías renovables con la intensidad de Biden. Ese cambio afecta a la minería de metales como el litio o el cobre, asociados a esas nuevas tecnologías, cuya explotación es cada vez más promisoria en la Argentina.
Son perspectivas del mediano plazo. Para corroborarlas hay que esperar que la nueva administración se ponga en movimiento. Eso no quiere decir que el futuro inmediato no se haya vuelto inquietante. A las numerosas rarezas del momento político de los Estados Unidos hay que sumar la de una transición que puede convertirse en endiablada. Biden padece una debilidad albertofernandezca. Y ahora quedó impugnada su vicepresidenta, en una elección que representa una bofetada a los demócratas. En esas condiciones la administración norteamericana debe atravesar un desierto que termina el 20 de enero. Con un mundo sacudido por dos guerras simultáneas. Esta anomalía implica que Trump está asumiendo ya el poder de su país como presidente electo. Biden lo entendió y se apresuró a convocarlo, en especial para que designe un equipo de transición con densidad política.
En Buenos Aires el cambio en la política de los Estados Unidos produce euforia en el oficialismo. Milei sueña con un encuentro privado en Mar-a-lago. Se espera que la presencia de un amigo en la Casa Blanca influya sobre las decisiones del Fondo Monetario Internacional facilitando la ampliación del crédito hacia la Argentina. El Gobierno vio fortalecidas las reservas del Banco Central por el incremento de los depósitos en dólares derivados del blanqueo. Esa operación presenta un detalle curioso, según la información proporcionada por la propia administración. La recaudación impositiva fue de apenas 263.000 millones de pesos. El monto indicaría que el gran caudal del dinero blanqueado correspondió a sumas inferiores a los 100.000 dólares, para los que no había sanción alguna. Las grandes fortunas parecen seguir a la sombra. A propósito de esta regularización: ¿el ministro Luis Caputo ingresó al blanqueo? Asombró a muchos detallistas que en un año haya informado un incremento patrimonial de más de 2000%. Es el salto que va desde los 744 millones de pesos consignados en su declaración jurada inicial y los casi 16.000 millones expuestos en la última. Curiosidades.
Respecto de la relación con los Estados Unidos, con prudencia, Milei evitó designar al reemplazante de Gerardo Werthein en la embajada en Washington antes de conocer quién sería allá el nuevo presidente. Ahora se desencadenó la carrera por el cargo. Daniel Scioli picó en punta. Ya se ofreció el domingo pasado haciendo una demostración de dominio del inglés por radio Mitre. Ayer publicó una foto de 1989 con Trump y Bo Dereck. Tenía en bandeja también una con Kamala Harris, por las dudas. Nadie de su entorno se animó a detallar el contexto de ese segundo retrato. Para acompañar la imagen con el presidente reelecto Scioli propició que Trump y Milei trabajen juntos para el bienestar de sus dos países. Un funcionario de la Casa Rosada comentó: “Se quedó corto. Trump y Javier son líderes globales. Su alianza modifica al mundo. ‘Pichichi’ todavía no la ve. Fin”. El secretario de Ambiente, Deportes y Turismo debe superar a un competidor con grandes chances: el físico y economista Demian Reidel, interlocutor permanente del Presidente y puente principal entre la Casa Rosada y Silicon Valley. Este nexo con las nuevas tecnologías es crucial: Milei y Trump están asociados también a través de Elon Musk, quien tiene los ojos puestos en Arsat. A propósito de Arsat: ayer la diputada Margarita Stolbizer cursó un pedido de informes para que el Poder Ejecutivo explique por qué Juan Martín Ozores, el titular del Enacom, giró 1500 millones de pesos del Fondo del Servicio Universal a Arsat. Stolbizer explica que es una operación ilegal, debido a que Milei prohibió en el DNU 70 que se concedan prerrogativas especial a empresas públicas, entre ellas, financiarlas con recursos del Estado.
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