Capitanich y la libertad de presión
A su manera, dejará una huella en la historia del periodismo: es el primer jefe de gabinete que se atreve a tanto, a exponer la censura como paliativo
La disciplina con la que la Presidenta aconseja a la opinión pública y adoctrina a funcionarios respecto de lo que hay que hacer con los diarios termina por convertir el deseo en mandato. Es la profecía autocumplida, tan permeable entre los seguidores más fieles. El hecho de que en su segundo mandato y en su octavo año en el gobierno insista por cadena nacional que los diarios también sirven para envolver huevos no sólo recuerda un chiste enmohecido, sino que pone de relieve la prioridad que la Presidenta le da al tema. Remite, en cierto modo, a la teoría que Freud definió como conducta de fijación oral y que se manifiesta en personas que, al no superar de manera satisfactoria algunas etapas de desarrollo, repiten comportamientos, como considerar que la boca es la principal fuente de placer.
El jefe de gabinete, Jorge Capitanich , que exalta la idea de que el periodismo no militante es una suerte de ancla, un tropiezo para las democracias, fue un poco más allá. Olvidó la metáfora y fue a los hechos. Lo hizo en Casa de Gobierno, en su conferencia de prensa matutina, pero actuando esta vez, como un conductor de TV que se planta ante la cámara, con tono didáctico, para demostrarle a la audiencia que romper las páginas de un diario es una alternativa para dar solución a una de las mayores obsesiones del modelo kirchnerista. Tomó el ejemplar de Clarín, lo mostró para que todos pudieran verlo, como hacen los magos de verdad y, mientras arrancaba un artículo escrito por Nicolás Wiñazki y Daniel Santoro, agregó una explicación redundante, "hay que hacer esto, porque es falso". La columna de Eduardo van der Kooy del domingo recibió el mismo tratamiento.
A su manera, Capitanich dejará una pequeña huella en la historia del periodismo. Es el primer jefe de Gabinete que se atreve a tanto: exponer la censura como paliativo. No es un pionero, por supuesto. Savonarola encendía hogueras en las plazas de Italia y las alimentaba con libros, objetos señalados como pecaminosos y hasta pinturas originales de Sandro Botticelli. Es bueno aclarar, para no perder la perspectiva, que esas hogueras ardieron en el mil cuatrocientos.
La idea de editar un diario arrancándole páginas es tan antigua como la libertad de expresión. Los propios periodistas alguna vez caímos en la trampa. Jorge Lanata, enojado, rompió ante las cámaras la tapa de la revista Noticias; hizo otro tanto con un ejemplar de La Nacion. No fue el único. Numerosos colegas han tenido su minuto de furia. Consignarlo, ayuda a entender que el periodismo no es una casta, un oficio que esconde o reniega de sus errores.
Capitanich se siente cómodo en el papel de guardián de la prensa que le encomendaron. No titubea al describir como es y seguirá siendo su relación con los medios. Y lo dice sin anestesia. "La confrontación política va a ser una confrontación comunicacional permanente y para eso estamos, porque nosotros creemos profundamente en la libertad de prensa". Esta vez, no hizo falta traducirlo.
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