Las urgencias de un presidente que se siente infalible
Javier Milei celebra los números macro mientras se empantana su plan de reordenar el sistema político con él como centro; internas libertarias, caos en el Senado y días de estrellato en España
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La potencia sísmica del fenómeno Javier Milei arrasó el sistema político argentino seis meses atrás. Pero lo que sirvió para destruir todavía no alcanza para gestar algo nuevo. El gobierno libertario sigue atrapado en las arenas movedizas del Congreso, donde se hunde la ilusión de alcanzar una hegemonía sin esfuerzo.
“Tengo barro por todas partes”, ironizó Milei en su disertación del viernes en España, en donde se declaró asqueado por el ejercicio de la negociación al que lo obliga su cargo. El consenso para él es una actividad sucia, asociada a la corrupción. Lo irrita que la Ley Bases y el paquete fiscal se hayan trabado en el Senado, en medio de un debate caótico, a mil bandas, sin nadie en condiciones aún de reconducirlo.
El fiasco legislativo lo vive como la contracara de lo que, a su juicio, es el éxito del plan contra la inflación. En su hoja de ruta todo lo demás se subordina a ese objetivo que persigue con afán religioso. Menosprecia a quienes alertan sobre las consecuencias del ajuste que él mismo celebra como “el más grande de la historia de la humanidad”. La traducción que hacen en su entorno es simple: estabilizar los precios sería un logro colectivo con un impacto muy superior a la suma de los dramas individuales que pueda provocar la recesión en curso.
Por eso Milei se empeña en restarle dramatismo a la suerte de las reformas legislativas. Tarde o temprano la economía ordenará la política, alega.
En los mares de esa convicción naufraga el promocionado Pacto de Mayo que Milei convocó al abrir las sesiones ordinarias del Congreso. El Presidente trabaja ahora en la idea de un acto contra “la casta” en lugar de la ceremonia de la concordia con la que quiso tentar a la oposición amigable. Algunos en el Congreso hablan sarcásticamente del “pacto del solitario”: no hubo una sola reunión para analizar el contenido de lo que se pretende firmar. En lugar de seducir a los eventuales participantes se los amenazó con dejarlos afuera.
Los opositores adivinan la silueta de una trampa disimulada en el convite del Gobierno. Milei invitó a sumarse a aquellos que concuerden con sus reformas y con una visión de futuro plasmada en un decálogo liberal sin demasiado desarrollo. Esa escena, de concretarse algún día, se parecería mucho a la foto inaugural de un sistema político, con Milei como centro excluyente. Enfrente quedaría un conglomerado de resistencia limitado al kirchnerismo y la izquierda. La fundación de una nueva grieta.
Ni el Pro, que oficializó el regreso de Mauricio Macri a la jefatura, ni el radicalismo, envuelto en su maraña interna, parecen sentirse cómodos en ese papel cuando las elecciones de 2025 ya ocupan la imaginación de los profesionales del poder.
Los gobernadores empezaron a tomar distancia en la antesala de una definición. Hubo gestos que sorprendieron a la Casa Rosada, como la recepción que le ofrecieron a Axel Kicillof sus pares Ignacio Torres (Pro), en Chubut, y Maximiliano Pullaro (UCR), en Santa Fe.
“No se percibe un intento de concertación sino de adhesión. Falta una semana para el 25 de mayo y no abrieron una conversación, no hay un mísero papel dando vueltas”, relata un gobernador de la zona centro.
La incógnita que martiriza a los dialoguistas es si Milei realmente quiere avanzar ahora con las reformas o si solo busca reforzar su guerra contra la dirigencia política. La narrativa de la impotencia es un combustible que le ha sido de extrema utilidad, mientras pone en práctica un programa económico para el que le bastan los decretos presidenciales y las resoluciones ministeriales.
La paciencia social le juega a favor, según constatan las encuestas de opinión pública. La desaceleración de la inflación (desde las nubes al todavía durísimo 8,8% mensual) y la estabilidad cambiaria ayudan a consolidar la impresión de que el plan funciona, por mucho que se amplifique el coro de los economistas que alertan sobre inconsistencias que pueden llevar a sobresaltos en el mediano plazo.
No es casual que Milei les dedique horas de burlas y refutaciones a esos colegas, a los que esta semana trató de “burros” y “chantas” por señalar que hay atraso cambiario en la Argentina. Necesita barrer cualquier atisbo de duda. Como es habitual en él, se presenta como infalible, técnicamente y moralmente superior al resto. Aprovechó como ya es costumbre para cobrarse alguna vieja factura personal, como hizo con Miguel Ángel Broda, que fue su empleador y lo echó hace 20 años, después de tenerlo unos pocos meses en su estudio.
El karma de la Ley Bases
Los grandes empresarios lo aplaudieron otra vez esta semana, reunidos en un evento del Cicyp. Pero a la par de los elogios por los resultados fiscales se instala entre ellos la inquietud por la dificultad persistente para aprobar reformas legislativas.
El derrotero de la Ley Bases y el paquete fiscal empieza a ser un karma para el Gobierno. La discusión se le fue de las manos. El Senado es un ajedrez sin reglas con piezas que transitan el tablero en cualquier dirección. Hay docenas de negociaciones abiertas para introducir cambios a lo que se aprobó en Diputados, con interlocutores de distinto rango y capacidad de decisión.
La vicepresidenta Victoria Villarruel había sido apartada del juego hasta que el jueves le pidieron que ayudara.
“Quisieron dejarla afuera de todo para que no pudiera anotarse un triunfo y que el éxito fuera todo de la Casa Rosada”, explica un legislador que tiene diálogo habitual con Villarruel.
Los radicales están desorientados. Piden que el Gobierno les dé “motivos para votar la ley”. Quieren incluir modificaciones en el Régimen de Grandes Inversiones, en el capítulo de jubilaciones, en el monotributo, en Ganancias. “Que nos den al menos un argumento para justificar el voto cuando nos vengan a putear en un avión de Aerolíneas”, sintetiza un senador de la UCR.
En el revoleo de gestiones para destrabar la ley, el Gobierno acordó con Emiliano Yacobitti el aumento de las partidas para la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se lo presentó como una concesión para el bloque radical, pese a que no fue discutido con los senadores. “Nos quieren facturar algo que no pedimos”, se queja un referente del partido en la Cámara.
La percepción de fragilidad hace que algunos senadores suban sus pretensiones. Los santacruceños que responden al gobernador Claudio Vidal están exigiendo que se quite todo el capítulo del Impuesto a las Ganancias a cambio de comprometer su voto en general. Toda una señal de alerta. Al kirchnerismo, con 33 bancas en teoría firmes, le faltan solo cuatro voluntades para lograr su propósito de tumbar las leyes.
Lejos de desesperarse, el oficialismo se tomó el fin de semana con calma. El viernes el Senado era un desierto y los negociadores volverán a verse las caras la semana que empieza.
En la oposición esperan que se comprometen más decididamente Karina Milei y el asesor Santiago Caputo, los únicos con firma y sello para garantizar un acuerdo en nombre del Presidente.
La expectativa es alcanzar un dictamen de mayoría el jueves y llevarlo al recinto el penúltimo día del mes. De conseguirlo, será un texto repleto de cambios en comparación con lo que aprobaron los diputados. Vendría después otra ronda de discusión y manoseo en la Cámara originaria, siempre a tiro de que una rabieta de Milei eche todo por tierra como pasó en febrero.
Cuestión de tiempos
El Presidente lo repitió cuatro veces en la semana: las reformas estructurales vendrán cuando sea posible, pero lo que resulta innegociable es la baja del gasto como vía para pulverizar la inflación.
¿Conseguirá que la recuperación económica llegue antes de que el descontento social erosione sus índices de popularidad? La esperanza de cambio que detectan las encuestas esconde también demandas dormidas. La historia reciente de la región acumula ejemplos de cómo una pequeña chispa (una suba de tarifas, la reacción violenta a una protesta) puede encender el fuego de la agitación social.
Milei necesita el repunte en forma de V que pronostica en sus discursos, en abierto desafío -otra vez- al consenso de los economistas. Se entiende que haya festejado el gesto del Fondo Monetario Internacional (FMI) de ponerle fecha a la vuelta del crecimiento económico en la Argentina: el segundo semestre, con perdón.
La paciencia ciudadana resistirá, confía. Cuenta entre sus activos una notable capacidad de comunicación, la sintonía que logró con el humor de una sociedad hastiada con la clase política y la conciencia ampliamente extendida de que el tamaño de la crisis requiere medidas drásticas.
En la vereda de enfrente, Cristina Kirchner responde de manera opuesta la pregunta sobre los tiempos de la reactivación. Vaticina que la recesión hará estragos, sobre todo en el conurbano bonaerense. Pero tanto ella como el peronismo que aún le responde viven en un estado de aturdimiento. Su expectativa por el momento se limita a que el enojo social crezca y se convierta en un vehículo sobre el que montarse para desafiar al Gobierno. Sin la coraza de la opinión pública, Milei quedaría a merced de unos rivales que tienen clara la herramienta de operación: impulsar en el Congreso una agenda de gasto que pueda frustrar el ordenamiento de las variables macroeconómicas.
La magnitud de esa amenaza hace más inexplicable el desdén del Presidente por construir un bloque consistente de apoyo parlamentario. El malestar que están acumulando radicales, peronistas no kirchneristas y algunos macristas puede ser veneno en días de vacas flacas que nadie con sentido político haría bien en descartar.
Al Gobierno le cuesta dar muestras contundentes de su capacidad para pasar leyes y al mismo tiempo se ahondan las dudas sobre su pericia para la gestión. Un dato muy descriptivo: ante una consulta de la senadora Guadalupe Tagliaferri, del Pro, el jefe de Gabinete, Nicolás Posse, admitió que más de 1800 funcionarios de alto rango continúan en el Estado nacional desde la gestión de Alberto Fernández.
Milei mismo está en un proceso de aprendizaje acelerado en el manejo de ese Estado que tanto odia. Ha dado pruebas de pragmatismo sorprendentes, a contramano de su relato: no dolarizó, cambió hasta el infinito su ambiciosa Ley Bases, negoció con las universidades después de las protestas, postergó ajustes de tarifas para moderar el impacto social, aumentó impuestos en lugar de eliminarlos. “Son desvíos en el camino de las ideas de la libertad”, se excusó en Madrid. Va en zigzag, muchas veces como un autito chocador, pero jura que no pierde de vista el destino final.
El paso por España renovó la fascinación global por su figura. Pegarse a VOX y a la ultraderecha proteccionista europea luce como una contradicción menor. Ninguno de estos socios que lo abrazan como a un rockstar tiene apego alguno por el liberalismo, pero tiemblan de emoción cuando lo escuchan cantar grandes hits como “el socialismo es el cáncer de la sociedad” o “queremos incomodar a los rojitos del mundo”.
El gobierno de Pedro Sánchez lo recibió con hostilidad y las compañías multinacionales con intereses en la Argentina afrontaron con reparos la reunión que se organizó este sábado en la sede de la embajada. Salvo unas pocas excepciones, mandaron a gerentes de alto nivel pero no a sus números uno. No están acostumbrados a que un líder extranjero vaya a hacer proselitismo a cara descubierta para un partido de la oposición.
Esa cita con las empresas funcionó casi como una coartada para justificar que el maldito Estado financiara un viaje con eje en la promoción personal de Milei: la presentación de uno de sus libros y la asistencia a la convención ultraderechista que organizan sus amigos de VOX veinte días antes de las elecciones al Parlamento europeo.
La fiesta madrileña con los franquistas del siglo XXI, Marine Le Pen y el húngaro Viktor Orbán, los coqueteos con Donald Trump y la amistad con Jair Bolsonaro y Nayib Bukele exhiben a un Milei muy distante del espíritu acuerdista que supuso el llamado al Pacto de Mayo. Transmite en cambio una persistente vocación de ruptura que pone en guardia a los dirigentes a quienes sus ministros piden ayuda para gobernar.
La duda que carcome a una clase política perpleja es qué versión del Presidente terminará por imponerse: el ultra o el pragmático. De la respuesta depende el destino del cambio que empezó en la Argentina el 10 de diciembre. En el mundo los extremos han producido más a menudo parálisis que reformas duraderas.