Las últimas horas de un hombre que se fue en paz
Le dejó su biblioteca a su hijo Ricardo y su legado a todo el país
Raúl Alfonsín era un hombre de paz, y así murió: en paz. Ese es el sentimiento más hondo que atesora la familia Alfonsín, casi los únicos que acompañaron al ex presidente en sus últimos momentos.
Raúl fue el mayor de seis hermanos y, a su vez, tuvo seis hijos. Todos ellos se turnaron anteayer para verlo y cuidarlo en su departamento del octavo piso de la avenida Santa Fe al 1600, junto con yernos, nueras y sus nietos mayores.
Las que pasaban más tiempo a su lado eran sus hijas: Marcela, Mara e Inés, que vive en Estados Unidos, pero llegó hace 15 días para acompañar a su papá en sus últimos momentos. Sus hijos varones iban y venían y se ocupaban de las responsabilidades familiares.
Por ser el único que se dedica a la política, a Ricardo (el hijo del medio) le tocó atender a la prensa y a los dirigentes que pasaban para tener noticias. Cerca de las 18, anteayer, recibió a LA NACION en el quinto piso del edificio, donde funcionan las oficinas del ex presidente. "No responde al tratamiento con antibióticos y entró en un sopor del que no se despierta", confió consternado.
A unos metros, Margarita Ronco, la fiel secretaria de Alfonsín desde siempre, tenía en el teléfono al ex presidente de Brasil José Sarney, que pedía novedades.
Los acompañaban Mario Brodersohn, ex secretario de Hacienda y amigo de Alfonsín, y uno de los pocos que compartió la intimidad familiar, y Raúl Borrás (hijo), amigo de Ricardo. El contó que el ex presidente había mantenido la lucidez hasta esa mañana. Le pidió a su secretaria que le leyera los titulares de los diarios y a Cecilia, su enfermera, que le alcanzara un café a monseñor Justo Laguna, el único de los visitantes que pudo verlo.
También intercambió algunas palabras con su familia sobre cómo se sentía. Después del mediodía se durmió, un poco producto de la morfina (que finalmente aceptó para aplacar el dolor de su metástasis ósea) y otro poco porque su cuerpo lo pedía.
Cerca de las 19.30 llegó Alberto Sadler, el médico del Hospital Italiano que lo atendía desde hacía casi un año por el cáncer pulmonar que padecía. Era su tercera visita del día. Al mediodía ya había advertido que el ex presidente estaba empeorando, pero a la tarde se dio cuenta de que le quedaban minutos de vida.
Cerca de las 20 llamaron a los pocos familiares que no estaban en el departamento y que fueron enseguida. También le avisaron al vicepresidente Julio Cobos, que empezó a coordinar con la Casa Rosada los detalles para el funeral y salió para allá. Llegó a las 20.45, Alfonsín había muerto hacía 15 minutos.
Lo que siguió fue apenas un anticipo de lo que se vivió ayer: dirigentes enfrentados, unidos por el recuerdo del ex presidente.
Los primeros en llegar a la oficina de Alfonsín fueron Cobos, el presidente de la UCR, Gerardo Morales, y los jóvenes alfonsinistas del 83: Enrique "Coti" Nosiglia, Leopoldo Moreau, Federico Storani y Jesús Rodríguez, junto al peronista Felipe Solá y varios amigos y ex funcionarios del gobierno radical de 1983.
Tesoros
Estuvieron hasta que se llevaron el cuerpo del ex presidente, pero siempre en el quinto piso. Resguardada en la intimidad del octavo piso, la familia Alfonsín hacía catarsis de tantos meses de sufrimiento.
"Rompieron en llanto y se abrazaban, era muy fuerte verlos", contó a LA NACION un testigo privilegiado. Para ese momento, Alfonsín ya les había dejado su legado, político y humano, a cada uno de ellos.
Dos o tres días antes decidió que su enorme biblioteca sería para su hijo Ricardo, el único que sigue sus pasos en la política. "Le dejó el tesoro más preciado de un dirigente: sus lecturas", contó un allegado a la familia.
Anoche, tristes pero conmovidos por el cariño de la gente que se agolpaba en su funeral, los Alfonsín agradecían el tiempo que pudieron pasar con él y comentaban que había muerto en la paz de quien no tiene cuentas pendientes con la vida.
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