Las últimas horas de Abel Beroiz
Con sus últimas fuerzas y tirado sobre un charco de sangre, Abel Beroiz alcanzó a decir que no conocía a sus atacantes. Después, se desvaneció y, tras 18 horas de agonía, murió en el Hospital de Emergencias de Rosario.
Eran las 6.55 del 27 de noviembre y los dos desconocidos que lo habían atacado cuando estaba por subir a su auto ya estaban en la calle. "Ya está. Vamos a tomar un taxi", le dijo uno al otro.
Habían actuado a la vista de cinco testigos que, el mismo día del crimen, declararon ante la Justicia. A partir de sus testimonios, LA NACION reconstruyó los últimos instantes de la vida de Beroiz, el tesorero del poderoso gremio de camioneros que dirige Hugo Moyano.
Ese día el dirigente se alojó en el Hotel Plaza, situado en Barón de Maua y San Luis, en pleno centro de Rosario. Sin desayunar, a las 6.50 salió del hotel y recorrió a pie los 30 metros que hay hasta el acceso al estacionamiento del ACA. Bajó por una escalera que desemboca en la caja. Pagó 14 pesos y se dirigió a su auto, un Volskwagen Passat azul último modelo.
El primer disparo
Los atacantes bajaron detrás de él y, antes de que abriera el auto, se le fueron encima. Hubo una breve discusión y enseguida se oyó el primer disparo.
"¿Qué hacés? ¡Largalo!", le gritó un guardia de seguridad, cuando, alertado por fuertes murmullos, se acercó y vio que uno de los jóvenes tenía tomado del cuello a Beroiz. "¡No te arrimes porque te quemo a vos también!", le gritó uno de los atacantes.
El vigilador se fue hacia atrás, trastabilló y se escondió detrás de una columna. Desde allí vio cómo uno de los jóvenes sacó un arma de la cintura y le disparó al tesorero a quemarropa. Fueron tres disparos en el pecho. El ataque se completó con más de siete cuchilladas, hechas con un especie de sable de unos 30 centímetros de hoja, con tallado de estilo árabe.