Las razones del papa Francisco para rememorar ahora la persecución del kirchnerismo
Sus dichos marcan un giro en la relación con un sector de la política argentina al que cultivó durante su pontificado; cómo encajan en su intención de venir al país
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Después de los dichos del papa Francisco en la reunión en Hungría con los jesuitas de ese país sobre su pasado en la Argentina, una primera pregunta que inevitablemente surge es: ¿por qué ahora, después de años, saca a relucir la persecución sufrida durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner? Es sabido que, además de su enemistad con Sergio Massa y la distancia que se acrecentó con Alberto Fernández, el Santo Padre ha roto hace tiempo la relación con la actual vicepresidente de la República. No dejan de sorprender también las acusaciones a políticos y jueces, de cuando el arzobispo de Buenos Aires era considerado por el kirchnerismo como el mayor referente de la oposición a los santacruceños. Por su parte, en la intimidad consideraba al matrimonio como un enemigo de cuidado, porque, en todo caso, las simpatías peronistas de Bergoglio parecían ubicarse en las antípodas de las de los K. Aunque todo es susceptible de diferentes interpretaciones.
Pero después, ¿qué pasó? No es fácil olvidar los repetidos y extensos diálogos entre el Papa y la señora de Kirchner, cuando parecían coincidir en varios temas, sonrisas mediante. Después vinieron los encuentros con Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, el nombramiento vaticano del siempre provocador Juan Grabois y otros, la relación con los embajadores kirchneristas ante la Santa Sede, algunos de ellos conocidos como activos militantes, que no dejaron el mejor recuerdo en Roma, y el trato con ciertos magistrados de cuestionable honestidad.
La cuestión de la persecución de los Kirchner a Bergoglio tiene, entre otros, un nombre clave: Horacio Verbitsky. Se lo identificaría en este caso como el operador más calificado. Muchos tuvimos ocasión entonces de ver cuán perversamente trataba a Bergoglio el gobierno de entonces. Pero, volvamos a la pregunta inicial. ¿Qué pretende ahora el actual pontífice cuando saca a relucir esta historia? Se sirve como fuentes autorizadas, claro está, de los dos primeros volúmenes sobre las relaciones entre la Iglesia y la dictadura militar que edita la conferencia episcopal argentina y coordina el teólogo Carlos Galli. Algunos sospechan que es una forma de acercarse a su aspiración a visitar, finalmente, la Argentina. Su manifiesta condena a la grave persecución sufrida en los tiempos de los gobiernos K, según otras fuentes, lo mostrarían crítico con esas administraciones, más ecuánime, pretendiendo ganar simpatías entre la ciudadanía y la feligresía que juzga ambiguos sus modos y muy poco apaciguada su actitud estratégica frente a la realidad argentina.
Nadie ignora que Bergoglio siempre se sintió atraído por la acción política, sin que esto desmerezca muchos otros haberes a su favor, en los que puede descollar su dedicación a los pobres, su interés en la educación, su habitual austeridad, el trato privilegiado con quienes sufren en el cuerpo o en el espíritu, su capacidad de escucha, su preocupación pastoral y sus significativos silencios, tan difíciles de interpretar. Es hombre de una sorprendente memoria y de una extrema habilidad, aunque no siempre se haya demostrado tan capaz en las medidas adoptadas en el ámbito internacional y en el mismo espacio eclesial, tan complejo. La memoria significa que difícilmente olvide; el perdón es otra cuestión.
No faltan quienes quisieran mayor claridad en las posturas y palabras del Papa, sobre todo en lo referido al ámbito local, del que parecería no haberse alejado nunca. Y ello crea un singular desconcierto, sobre todo en momentos en que la Argentina sufre una de sus mayores etapas de decadencia, con la multiplicación de la indigencia, del ausentismo escolar y el crecimiento de la droga, la violencia y la inseguridad.
Hay un aspecto curioso en su personalidad: el misterio que acompaña sus pensamientos y razones, la complacencia con cierto culto universal de la personalidad, una capacidad histriónica nada desdeñable, según relatan ciertos exalumnos. Pero concentrémonos en lo que aparece como sustancial en este aspecto. ¿Cuáles son sus intenciones al volver a su pasado enfrentamiento con los Kirchner, cuando durante tiempo aparentó cultivar una decidida cercanía con las figuras que lo habían flagelado? Convengamos que su función primordial es cuidar de la Iglesia universal, pero entonces, ¿cómo explicar su lenguaje a veces críptico, la defensa de personajes polémicos y en ocasiones manifiestamente corruptos? Le harían un favor si no lo citaran oportuna e importunadamente en discursos políticos partidarios y de trinchera.
Bergoglio es muy perspicaz, supo que había que salir de los templos para encontrar a la gente, que escuchar atentamente a los jóvenes. Lo demostró en la registración de “Amén” afrontando complejas situaciones y variados planteos por parte de jóvenes que no escondían sus polémicas impresiones y sus contrariados sentimientos. En efecto, según cuentan algunos sacerdotes, ya en su obispado porteño solía recomendar al clero que más que preguntar o decir, supiera escuchar con inteligencia y comprensión.
Finalmente, ¿en qué piensa hoy el exarzobispo de Buenos Aires, una vez manifestado su deseo de visitar el país? Al parecer, lo cierto es que falta claridad en la manifestación de sus intenciones y aceptación sincera a las críticas que recibe en estos (y otros) lares.
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