Una visita al Museo Histórico de la capital malvinense muestra el relato imperante, con el que se busca reafirmar el camino a la autodeterminación; la historia y las oportunidades perdidas
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En los 41 años que pasaron desde la guerra de Malvinas los isleños han construido un relato histórico que ubica a 1982 como el año en que se liberaron de la Argentina y comenzó su verdadera autodeterminación. Esa narrativa comprende una nueva épica, con héroes y muertos propios, que da sustento a un reclamo a Gran Bretaña que no se agotó después de la contienda. Más que un pedido, es una exigencia: que no les suelten la mano.
Una forma de conocer ese nuevo relato y de entender de qué se trata es visitar el museo de Puerto Argentino/Stanley. Los museos siempre han servido para marcar una línea política según la época. El de la capital de las islas no es la excepción y resulta particularmente revelador.
Se encuentra en el centro, en la parte más antigua de la capital de las islas, el lugar en el que se fundó Stanley en 1843, cuando los ingleses decidieron dejar Puerto Soledad y trasladarse a este lugar que tiene mejores condiciones para la llegada de los barcos a vela.
En el mismo terreno hay un par de pequeñas construcciones de aquella época que han sido restauradas; son parte del complejo museístico y sirven como muestra de la vida cotidiana en el siglo XIX. El cuidado con que se mantiene este complejo contrasta con el abandono al que están condenados los restos de Puerto Soledad, donde en 1833 fueron desalojadas las autoridades argentinas con parte de la población.
El Historic Dockyard Museum no es muy grande, pero está organizado profesionalmente. En la planta baja, la muestra permanente comienza con objetos y testimonios de la colonización británica después de 1833. Se pueden ver elementos de uso cotidiano, desde ropa, vajilla, algunos muebles, libros, cuadros hasta los inquietantes instrumentos del dentista de la época. Pasando este sector se llega a la parte dedicada a la guerra, que ocupa casi la mitad de la planta baja. En el antiguo museo había elementos rescatados de los campos de batalla, como una bandera argentina, notas de soldados argentinos solicitando a los vecinos que les vendieran comida y la reconstrucción de una trinchera con elementos reales que habían quedado en la ciudad o en las afueras después del final de la guerra. En una visita anterior, en 2007, habíamos visto incluso la comparación de un equipo de víveres de oficiales versus el de soldados rasos, como para resaltar la pobreza de lo que se les daba a estos últimos.
En el nuevo museo la exhibición tiene otras características. En una sala moderna y revestida en madera clara, se proyecta en loop un audiovisual con testimonios de isleños sobre la guerra. Las imágenes históricas y el sonido real de los combates se superponen con las declaraciones de diferentes personas que cuentan qué hacían, dónde estaban, qué les pasó durante ese tiempo. El resultado apela a lo emotivo y es un resumen de la visión que los isleños tienen del conflicto. En la pared de enfrente a la de la pantalla con el video, una línea de tiempo señala algunos de los hitos de la situación política de las islas respecto del reclamo argentino. Nos detenemos ahí.
En la entrada que corresponde al año 1941 se indica que «por primera vez desde la ratificación de la convención de paz de 1850», Argentina renueva sus reclamos sobre las islas. Aquí aparece este acuerdo de 1850 que se ha convertido, repentinamente, en caballito de batalla de la argumentación isleña. Algunos locales, entre ellos varios funcionarios, esgrimen que sería la prueba concluyente de los derechos británicos sobre las islas. Se basan en el libro “Falklands Facts and Fallacies”, de Graham Pascoe. Los autores sostienen que el acuerdo de 1849-50 determina la renuncia implícita a los derechos argentinos sobre las islas.
Si vamos a los libros y a la documentación que toman como base para su afirmación, vemos que el argumento no tiene sustento. En el acuerdo de 1850 (en realidad 1849, pero ratificado al año siguiente), Juan Manuel de Rosas, en nombre de la Confederación Argentina, da por terminada la enemistad argentino británica a raíz del bloqueo del Río de la Plata por parte de Gran Bretaña y Francia en cuyo marco se produjo la Vuelta de Obligado en 1845. El tratado se denominó «Convención para Restablecer las Perfectas Relaciones de Amistad entre la Confederación Argentina y Su Majestad Británica», o tratado Arana-Southern, por los nombres de los encargados de negociarlo (Felipe Arana y Henry Southern).
¿En África?
Por mucho que uno busque en el texto, en ninguna parte se hace mención a las Malvinas o Falklands. Sería ilógico que así fuera, ya que el conflicto que venía a cerrar era otro, el del bloqueo anglofrancés al Río de la Plata. Los autores, en un exceso de libertad interpretativa, aseguran que este acuerdo hace caer el derecho de Argentina de heredar las posesiones de la colonia española, nada menos. El argumento fue adoptado por los isleños y grupos de presión que hacen lobby para ellos, y aparece en el museo como si fuera un hito histórico indubitable. Lo cierto es que nada que haya quedado por escrito da a entender semejante conclusión. Asociado a esto figura también una afirmación relativamente nueva e igualmente insólita que figura en el sitio web del gobierno local de las islas. El texto señala: “Geográficamente, las Islas Malvinas alguna vez formaron parte de África Oriental”. Los deseos de diferenciarse de la Argentina continental llegan a este punto.
Volviendo al museo, otra entrada de la línea de tiempo de enorme significancia figura debajo del año 1971: el Acuerdo de Comunicaciones firmado ese año entre Argentina y Gran Bretaña, cuando se establecen los vuelos regulares de LADE entre las islas y la Argentina continental, se acuerdan programas de becas para que chicos malvinenses puedan ir a los colegios bilingües de Buenos Aires y Córdoba y se elimina el vínculo marítimo que unía las islas con Montevideo. Esta política fue una propuesta de los propios británicos, según contó Carlos Ortiz de Rozas en una entrevista publicada en 2006 en LA NACION: «En 1966, yo era encargado de negocios en Londres y estaba a cargo de la embajada cuando Henry Hohler, subsecretario del Foreign Office para Asuntos de América del Sur, y Robin Edmonds, jefe de la división del Foreign Office a cargo del tema Malvinas, me invitaron a almorzar. Hohler me dijo que las islas habían dejado de tener el valor estratégico que habían tenido para la marina británica en las dos guerras mundiales. Creía que había que resolver la disputa de soberanía, ya que, tarde o temprano, la Argentina recuperaría las islas, pero que no se podía hacer de una manera repentina. “Es necesario que ustedes conquisten las mentes y los corazones de los isleños, para que no haya resistencia de parte de ellos”, dijo Hohler. Esta conversación la transmití a Buenos Aires y a partir de entonces empezó un largo camino que fue la negociación para el Acuerdo de Comunicaciones de julio de 1971».
De nuevo en la línea de tiempo que expone el museo, junto al año 1974 un cartel señala: «Gran Bretaña deja de enviar combustible a las islas, que van a ser provistas por YPF». Clara señal del desinterés de Gran Bretaña por los isleños y una evidencia de la importancia que iba adquiriendo el Acuerdo de Comunicaciones. Y en 1975 otra entrada menciona: «Discusiones sobre la soberanía. En un encuentro en Río, el Foreign Office admite la discusión de soberanía con Argentina».
Volvemos al testimonio de Ortiz de Rozas: «El 11 de junio de 1974, la embajada británica en Buenos Aires le propuso al gobierno argentino un condominio en las Malvinas. La propuesta era extraordinaria: los idiomas oficiales serían el español y el inglés, los isleños iban a tener doble nacionalidad, se suprimían los pasaportes. Los gobernadores de las islas serían nombrados alternativamente por la reina y por el presidente argentino, las dos banderas iban a flamear en las islas. (...) Esa propuesta tenía la aprobación del Consejo Legislativo y del Consejo Ejecutivo de las islas. Juan Domingo Perón (entonces presidente), inteligentísimo, le dio instrucciones a Alberto Juan Vignes, su canciller, quien me dio una fotocopia de ese acuerdo. Le dijo: “Vignes, esto hay que aceptarlo de inmediato. Una vez que pongamos pie en las Malvinas no nos saca nadie y poco después vamos a tener la soberanía plena”. Pero el diablo metió la cola y dos semanas después, antes de que Vignes pudiera hacer nada, murió Perón. Cuando el canciller insistió con la viuda, Isabel Martínez de Perón, ella le dijo: “No tengo la fuerza política del general para venderle esto a la opinión pública”. Evidentemente, muchos argentinos se iban a resistir a la soberanía compartida, con esa errónea visión del todo o nada. Bueno: fue nada.»
Claramente, María Estela Martínez no podría haber llevado ese proyecto adelante. Nos queda la duda de si, en caso de que las negociaciones se hubieran completado con Perón vivo, el Parlamento británico hubiera aprobado la cesión. Además, los isleños aseguran que nunca habrían avalado semejante propuesta.
De nuevo en la línea de tiempo del museo isleño, en la entrada correspondiente al año 1976 señala el informe Shackleton, una misión de investigación encargada por el gobierno británico al geógrafo, explorador y político Edward Shackleton. Dicho informe indicaba que la conexión con el continente era vital para el progreso económico de Malvinas.
En la entrada correspondiente al año 1981, se explica que el Acta de Nacionalidad Británica les quitó la nacionalidad a muchos isleños. Los habitantes de las colonias ya no iban a ser ciudadanos de pleno derecho, salvo que tuvieran uno de los padres o uno de sus abuelos nacidos en el Reino Unido. Esto se revirtió en 1983, pero en su momento fue otra cachetada al orgullo isleño. La inclusión de este hecho en la línea de tiempo es una señal clara de que hay cosas que no se olvidan ni se perdonan. Los argentinos debemos interpretarlo como un recordatorio de lo que pasaba delante de nuestras narices. Todo lo que podría haber sido y no fue, pero también todo lo que creemos que pudo haber sido y en realidad no existió.
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Alejandra Conti y Sergio Suppon son coautores del libro “Malvinas, el lugar más amado y desconocido por los Argentinos”, editorial Ariel.
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