Las lecciones del kirchnerismo para Juntos por el Cambio
La discusión por el posible ingreso del gobernador Juan Schiaretti plantea una definición previa: privilegiar el armado electoral o buscar garantías de gobernabilidad
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Hay una lección que flota en el aire en medio del debate político sobre la mejor estrategia electoral para Juntos por el Cambio. La aritmética 2023 plantea un tironeo entre dos tácticas divergentes, ampliar versus restringir: incorporar o no figuras extra coalición. Sumar o conservar, el nuevo ser o no ser de la voluntad opositora, en su intento de recuperar el poder y en su visión en torno a la gobernabilidad futura, si finalmente Juntos llega a la presidencia.
Esas disyuntivas pierden de vista una lección central que deja el actual gobierno kirchnerista de Alberto Fernández y Cristina Kirchner: que la efectividad de todo cálculo electoral, aún cuando funcione para ganar, se termina de definir en la gestión de gobierno. Y, llegado ese punto, la única táctica que funciona para garantizar gobernanza, alineamientos de viejos y nuevos socios y continuidad en el poder es ganar en un único plano: la gestión de la economía.
El fracaso económico estruendoso de un gobierno construido a partir de la suma de partes antes divididas, como la coalición del Frente de Todos y, eventualmente, como la de un Juntos que estire su membresía hasta la máxima tensión posible, tiene dos consecuencias. Por un lado, desune lo que se pensaba unido con inteligencia electoral. En momentos críticos, la institucionalización de alianzas llevadas al límite no da ni garantías de sostenibilidad de las reformas, ni de gobernabilidad. Al contrario, asegura la diáspora cuando el éxito económico es esquivo.
El Frente de Todos lo vive ahora, con una grieta interna que distanció sin solución al presidente de la vicepresidenta: de una alianza necesaria, pero sin base sólida en 2019, a una ruptura total en medio del fracaso económico. Lo contrario de lo que hizo fuerte a Cambiemos en 2019. La solidez de esa coalición fue mucho menos coyuntural y más basada en una matriz de valores más profunda: antikirchnerismo, racionalidad económica y una visión definida como republicana. Esas coincidencias más estructurales convirtieron a Cambiemos en un raro caso de coalición, que se consolidó a pesar de la crisis económica y de la derrota electoral de 2019. Hasta ahora.
El argumento central, representado por Gerardo Morales y Horacio Rodríguez Larreta, en favor de sumar figuras tan extra partidarias como un gobernador del peronismo endémico, al que se le compite con el cuchillo entre los dientes: Juan Schiaretti, no es solo ganar. Es, sobre todo, una vez en el poder, contar con las mayorías y el apoyo político necesario para poder llevar adelante una visión de gobierno hecha de reformas que serán resistidas. Para Larreta, el objetivo es unir a un 70% de las voluntades políticas. Ese es el tamaño de la hegemonía que busca. La garantía de esa disciplina hegemónica de corte larretista se basa en digerir a los opositores, institucionalizar su inclusión en Juntos por el Cambio y lo no dicho: lotear espacios de poder.
Es la estrategia que le funcionó a Larreta en la Ciudad de Buenos Aires, con su exopositor Martín Lousteau, cuyo sector quedó a cargo del Ministerio de Desarrollo Económico y Producción local. Ahora Pro no tiene oposición de peso en la Capital. Sumar y lotear es la ecuación completa con la que Larreta concibe el crecimiento de la base política y electoral.
Quedan preguntas sin respuestas: ¿se puede evitar la crisis de gobernabilidad de una gestión nacional loteada, como la que vive el kirchnerismo hoy? Si la presidencia de Cambiemos, sin loteo, no pudo consensuar políticas clave entre el macrismo y sus socios políticos, ¿podría lograrlo en un loteo con figuras extrapartidarias, como Schiaretti? ¿Cuál sería el lote a repartir?
Por otro lado, la segunda consecuencia de una economía que cruje es que habilita el reemplazo del gobierno responsable. En ese caso, no importa que se hayan esgrimido los argumentos más astutos para consolidar una unidad mayor. Por eso los armados políticos y la disputa interna por el poder son atendibles hasta cierto punto: llegada la crisis económica, esos armados tácticos tampoco serán suficientes. Para tener consensos que den gobernabilidad hay que tener buena gestión económica.
La cuestión económica
El peso de la variable económica se viene registrando elección tras elección en la Argentina. El fin del segundo kirchnerismo, en 2015, tuvo que ver con una inflación creciente y una economía estancada. En 2019, Cambiemos encontró su límite en un voto que dijo no a la inflación, la vuelta del cepo y al endeudamiento, sin saber que todo podía ser peor. La fórmula de los Fernández resultó ganadora, sobre todo, porque la ciudadanía votó en contra de una gestión económica, la de la presidencia de Mauricio Macri, que había prometido mucho más que lo que pudo lograr. Más que ganar el kirchnerismo, perdió Macri.
Con la inclusión de Alberto Fernández para atraer al voto moderado, Cristina Kirchner lavó su cara. Pero el piso económico-electoral beneficiaba al kirchnerismo. Con la constitución de Cambiemos en 2015, el antikirchnerismo construyó una unidad que le dio fuerza para aprovechar al máximo el piso económico, el parate del último gobierno de Cristina Kirchner.
El debate 2023 trae novedades. Por menos votos que saque, y más si obtiene muchos, la irrupción de Javier Milei le quita votos a las dos coaliciones más competitivas. Sólo en este contexto, la disyuntiva táctica de sumar o restringir que enfrenta a los dirigentes de la principal coalición opositora adquiere un rol más importante que en otras elecciones, aún cuando la crisis económica kirchnerista ofrezca a la oposición una mejor rampa de despegue.
Por eso, la voltereta estratégica de Cristina Kirchner, que en 2019 terminó convirtiendo a un operador político, como Alberto Fernández, en presidente de la Nación, trae preguntas sobre tres bolillas críticas que inquietan a Juntos por el Cambio.
La primera, ¿cuáles son los límites de toda ampliación electoral, hasta dónde estirarse en la oferta electoral para sumar votos sin perder identidad? Un debate frente a los extrapartidarios es el siguiente: si se habilitó el ingreso del peronista Miguel Ángel Pichetto, que durante años representó los intereses kirchneristas en el Congreso, ¿por qué no el peronista Schiaretti?
Basta revisar la historia reciente de la inclusión de Pichetto para percibir las diferencias: su posición favorable en torno a la legalización del aborto y su discurso en el Congreso le permitieron mostrar un perfil liberal que creó una conexión palpable con el ideario más librepensador de Cambiemos. Su decisión de unirse a Cambiemos llegó con un costo político que Pichetto estuvo dispuesto a pagar cuando renunció a la jefatura del bloque Justicialista del Senado y en ese momento su desembarco en Cambiemos no entraba en colisión con ninguna ambición ejecutiva de Pichetto.
Para una parte de Juntos por el Cambio, lo de Schiaretti es distinto: está en el poder de Córdoba y no piensa renunciar; apoya al candidato oficialista en la provincia y representa un modelo de poder al que Juntos combate. El comunicado de la UCR Córdoba lo puso blanco sobre negro y colocó a la Córdoba de Schiaretti en la misma genealogía que la Formosa de Gildo Insfrán: “Córdoba está entre las provincias feudales” y “Schiaretti es el más cabal representante de este modelo”, dice el comunicado.
La segunda pregunta, si la ampliación es más efectiva para ganar las elecciones y recuperar el poder, es la más difícil de contestar en un contexto de incertidumbre.
La fragmentación de la oferta política crea desconcierto. Genera incertidumbre en una coalición como Juntos por el Cambio, con más de una figura competitiva. Una ventaja, tener varios candidatos potables, se vuelve indefinición, es decir, desventaja. El Frente de Todos vive la situación inversa: no encuentra candidatos potables. Y Milei, el único candidato definido hasta ahora, consolida su peso.
Sumar Pichettos no parece lo mismo que sumar Schiarettis. Salvo que la nueva mayoría que buscan Larreta y Morales apunte, primero, a otro objetivo: no tanto a derrotar al kirchnerismo sino, antes que nada, a acorralar al competidor en la interna. Es decir, a Patricia Bullrich.
Y la tercera cuestión postexperiencia kirchnerista de unir hasta lo que nunca debió ser unido, es descifrar si lo que alcanzó para ganar, servirá para gobernar. La economía es el tsunami que arrasa con todo cálculo preventivo de fuerzas. Cuando las papas queman, las partes forzadas por intereses coyunturales a ampararse bajo el mismo techo político se bajan del barco y buscan su futuro de poder por rumbos distintos.
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