Las Islas Malvinas, hoy: más diversas y cosmopolitas, miran a Londres y apuntan a la autodeterminación como país
Puerto Argentino ofrece un abanico variopinto de nacionalidades, que se sostiene principalmente en los permisos de pesca y superó sin mayores sobresaltos el Brexit y la pandemia; afirman vivir de espaldas a la Argentina
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PUERTO ARGENTINO.- Shupikayi Chipunza llegó a las Islas Malvinas en 2009 tras recorrer las zonas más calientes del mundo. Nacido en Zimbabwe, durante catorce años siguió vivo gracias a sus oídos sensibles y manos firmes. Se dedicaba a desactivar minas explosivas en lugares como Irak, Croacia, Medio Oriente, Congo o Afganistán.
Aquí fue donde, sin embargo, dijo basta. Convocó a su esposa, Agnes, a quien había conocido en su barrio natal de Harare, y se establecieron en la calle “Pioneer Row” de esta ciudad. Les gustó la calma. La posibilidad de, al fin, echar raíces. Se abocaron a ello. Aquí criaron a sus tres hijos, integrados por completo a la comunidad.
“No sé, tengo que haber encontrado y desactivado más de 3000 minas antipersonales”, calculó “Shupi”, como todos lo conocen aquí, a LA NACION. Fueran tantos los explosivos que perdió la cuenta, dijo, y eso lo empujó a comprender algo más. “Ya era tiempo de decir basta. Fueron muchos años”.
Hoy, Chipunza integra el cuerpo de bomberos del aeropuerto local, jugó para el seleccionado de fútbol de las islas y el domingo 19 salió primero en la carrera de maratón en la categoría por equipos. El suyo se llamaba “Zimselect”, y completó por etapas los 42,1 kilómetros junto a Mutasa Jabulani, Terence Rodrigues y Tungamirai Mugotumba.
La historia de “Shupi” representa los nuevos vientos que soplan en las islas, los nuevos y más diversos rostros que las habitan. El censo de este año todavía no se completó, pero se sabe ya que 3203 personas viven en el archipiélago, sin contar al personal militar asignado a la base de Mount Pleasant. Se estima que la mitad es isleña, que se ufana con acumular hasta 9 generaciones en el archipiélago, mientras que la otra mitad se reparte en partes iguales entre británicos y personas llegadas de otros 60 países.
Muchos vinieron con un contrato específico, como Chipunza. Junto a un puñado de compatriotas vino para desactivar más de 35.000 minas desperdigadas por campos a los que no se podía ingresar desde 1982. Lo logró con creces: desde noviembre de 2020 se consideran oficialmente libres de explosivos y en diciembre pasado comenzaron a retirar los alambres y carteles que mantenían alejados a quienes pasaban por allí. “Lo mío era encontrar y desactivar cada mina”, sintetizó.
Otros vinieron atraídos por la industria pesquera, el turismo, la exploración petrolífera u otras oportunidades laborales que surgieron en los años que siguieron a la guerra. Porque los isleños marcan 1982 como un punto de inflexión. Tras la derrota argentina, las islas pasaron de ser un microcosmos algo más grande que Jamaica, pero aislado en el Atlántico Sur, a convertirse en un istmo cosmopolita y floreciente que vive de los más de 200 permisos de pesca que otorga cada año en temporada alta y que llevaron a triplicar sus ingresos anuales.
Hoy, es posible cruzarse por las calles de esta ciudad con chilenos, peruanos, filipinos, santahelenos, sudafricanos, franceses, chinos y decenas de nacionalidades más en un lugar que se ufana de tener la tercer mayor tasa de conectividad a Internet del mundo, solo por detrás de Kuwait y Qatar, de acuerdo al portal internetworldstats, además de 5000 teléfonos celulares activos. Es decir, casi dos por isleño. O, en rigor, casi uno por cabeza si se cuenta a los militares de Mount Pleasant.
El combo arroja un resultado único. Las islas ofrecen un abanico variopinto de nacionalidades que conviven en Stanley –nadie alude aquí a “Puerto Argentino”-, una localidad pequeña que no figuraría entre las diez poblaciones con más habitantes de la provincia de Santa Cruz. Con una diferencia adicional: esta localidad es insular. No hay otra población de su tamaño en el archipiélago y las más cercanas se encuentran en el continente, con el que no hay vuelos regulares desde hace más de dos años.
Pero para los isleños, ese no es un factor relevante. Les gustaría interactuar con Chile, pero miran hacia Londres. ¿Un ejemplo? En junio de 2021, celebraron una reunión para evaluar el restablecimiento de los vuelos al continente. Asistieron más de 100 personas, pero sólo dos personas abogaron por restablecerlos. Uno, James Peck, porque tiene dos hijos adolescentes viviendo en la Argentina; el otro, porque su esposa estaba en Chile. Ni siquiera la Cámara de Comercio local reclama en público por ese puente aéreo.
Son más locuaces, en cambio, al abogar por la “autodeterminación”, cuando suelen invocar dos argumentos. El primero, que en 2013 desarrollaron un referéndum en el que el 99,8% de los votantes eligió permanecer como un Territorio Británico de Ultramar. Es decir, como un país que sólo delega en Londres su defensa –por la amenaza que ven en la Argentina- y sus relaciones exteriores.
En su lobby por la “autodeterminación”, los isleños celebran cada hito, sea grande o pequeño. Sea que el presidente de la Asamblea Legislativa local, Mark Pollard, y la vice, Leona Roberts, participen en la sesión del Comité Especial para la Descolonización de las Naciones Unidas (ONU), como ocurrió en junio pasado. O que las islas hayan sido aceptadas como el 227° miembro de la Federación Internacional de Tenis de Mesa, con 96 países que apoyaron su incorporación, 33 que votaron en contra junto a la Argentina y 13 que se abstuvieron. Se consideran un “país” y reclaman que así los traten, con su gobierno local electo por las urnas, e incluso pugnan por un lugar para competir en los Juegos Panamericanos.
El otro argumento que suelen invocar es más prosaico. Ante el planteo argentino de que son colonos “implantados” por Londres en las islas, responden que muchas familias llevan más tiempo en este archipiélago del que llevan los descendientes de millones de inmigrantes en la Argentina. Al fin y al cabo, recuerdan, el propio presidente Alberto Fernández dijo que los argentinos salieron “de los barcos”.
Ese planteo resulta sintomático de la relación que los isleños mantienen con la Argentina. Afirman vivir de espaldas al país y que su puerta de entrada al continente es Chile –y en menor medida Uruguay–, pero están pendientes de todo lo que se dice u ocurre en la Argentina, a la que definen como el “bully” que los prepotea o avasalla cada vez que puede.
La amenaza que ven en la Argentina los llevó durante los últimos meses a compararse con Ucrania. El 25 de febrero, por ejemplo, miembros de la Asamblea local izaron la bandera de ese país en la costanera, en señal de solidaridad. “Orgullosa de izar hoy la bandera ucraniana junto a la de las Falklands”, afirmó la legisladora Teslyn Barkman. “La autodeterminación, la libertad de elegir su futuro, es un derecho humano y el pueblo de Falklands se levanta en solidaridad con el pueblo de Ucrania”, agregó.
Esa prédica cala hondo en la comunidad local. Ayer, domingo, la parroquia de la Catedral organizó un almuerzo para celebrar el Día de la Madre y recaudar fondos para Ucrania. Y este viernes se desarrollará un certamen de preguntas en el “Falkland College”, con una inscripción de 60 libras por equipo. La recaudación se destinará a apoyar a esa nación europea, a la que ven como la versión contemporánea de lo que ellos dicen que afrontaron con la Argentina.
“A cuarenta años de nuestra invasión y liberación”, remarcó Pollard, “sería necio de nuestra parte no reconocer que a otro país le quitaron su libertad, su derecho a la autodeterminación; por eso esperamos poder ayudarlo de algún modo. Somos una nación muy pequeña en términos de población y de lo que podemos ayudar, pero eso no quita que debamos hacerlo”, planteó al canal local Falkland Islands Televisión (FITV). Sus dichos se repitieron, una vez por hora, durante el viernes y sábado, entre las noticias sobre la construcción del nuevo y controvertido puerto local, una exposición canina y los resultados de un torneo de bochas.
Durante los últimos años, sin embargo, las islas registraron algunos cimbronazos. El primero, el Brexit; es decir, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que tras el referéndum de 2016 se efectivizó en 2020; el segundo, la pandemia, que llevó a la suspensión de los vuelos comerciales desde Santiago de Chile y San Pablo, y los cruceros turísticos, y la menor demanda de pescado desde Europa, con su consiguiente impacto en ingreso de divisas.
Transcurridos más de dos años desde ambos hitos, los isleños se sienten más optimistas. Lograron que el Brexit no los impactara tanto con la ayuda de la Unión Europea, en tanto que registraron 119 contagios y ninguna muerte por Covid-19. Ahora, mientras impulsan la vacunación, las autoridades locales acaban de anunciar que flexibilizarán algunas restricciones a partir del 4 de mayo, como el ingreso sin necesidad de someterse a una cuarentena a quienes se encuentren vacunados.
Todavía no queda claro cuándo levantarán las restricciones para el ingreso de personas que no sean consideradas “esenciales”. Es decir, que puedan ingresar turistas. Eso es clave para un archipiélago en el que los permisos pesqueros y el turismo son las principales fuentes de divisas a diferencia de lo que ocurría en 1982, cuando las islas se abocaban a la cría y explotación de más de 800.000 ovejas. Hoy hay menos de 490.000 ovinos repartidos entre 92 establecimientos.
Aun así, la situación económica y financiera de las islas permanece estable o, incluso, resulta saludable. Sin deuda pública, los bonos soberanos de las islas permanecen estables con una calificación A+, según la calificadora Standard and Poors. Es decir, varios niveles por encima del argentino, que permanece en CCC+ desde septiembre de 2020, cuando dejó atrás su calificación como “default selectivo”.
Con salud y educación gratuitas, los estudiantes que obtienen ciertas calificaciones mínimas pueden ingresar, becados por el gobierno local, en universidades británicas. Y de acuerdo a los análisis locales, la mayoría retorna al completar su carrera. Por el contrario, los isleños son muy cautos a la hora de abrir sus puertas a otras nacionalidades. Nadie puede mudarse a las islas sin que le hayan ofrecido antes un puesto de trabajo. Pero a los cinco años de llegar, puede obtener la residencia.
Ese fue el caso de Shupikayi Chipunza, que obtuvo la residencia permanente y hasta jugó para el seleccionado de fútbol de las islas contra territorios de ultramar del Reino Unido, mientras que sus tres hijos crecían y se arraigaban en las islas. “La mayor estudia ahora en una universidad inglesa, becada”, contó a LA NACION. El segundo, Kingsley, anotó dos de los cuatro goles para que su equipo, Ajax, saliera subcampeón de la liga local de fútbol. Y al tercero, Craigy, lo eligieron el mejor atacante de la asociación de hockey.
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